Por Esteban Catalán, desde Nueva York // Fotos: AFP Diciembre 29, 2017

• 26.10.17 / República bananera

Un año después de que se anunciara que Donald Trump sería presidente de Estados Unidos, Alberto Fuguet recorrió distintos lugares de Norteamérica para ver si algo había cambiado, y si la pesadilla Trump había permeado e intoxicado el ambiente. El resultado: una crónica llena de imágenes desconcertantes e incómodas. 

El presidente de los Estados Unidos de América, el hombre más poderoso del mundo, gastó una mañana retuiteando videos antimusulmanes de nacionalistas británicos. Fue el 29 de noviembre.

Para el final del día, había sido condenado por la primera ministra británica, Theresa May, en un gesto poco común entre los líderes de ambos países. Donald Trump salió a responderle en Twitter, pero en su primer intento citó a otra Theresa May, una ciudadana anónima que tenía entonces sólo seis seguidores.

“No te preocupes por mí —escribió el presidente después de borrar el primer tuit—. Preocúpate por el destructivo terrorismo radical islámico dentro del Reino Unido”.

“¡Nosotros estamos bien!”, agregó.

Fue un resumen del año más inverosímil que se recuerde en la política estadounidense. Una jugada para exaltar a sus bases, pero también alejarse de sus aliados pese a la tensión nuclear con Corea del Norte, a cuyo presidente llama “Rocket Man”. Trump ha hecho de su cargo un espectáculo: a veces curioso, muchas otras grotesco, al aire las veinticuatro horas, sin descanso, por las cadenas de noticias.

 

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El presidente ve televisión hasta ocho horas al día. Por el contrario, sólo duerme cuatro.

En Washington su rutina no tiene misterios: se despierta antes de las seis de la mañana, revisa algunos periódicos y se pone a ver televisión. En este horario, entre seis y nueve, es cuando más tuitea. Sus principales blancos son los medios: primero el New York Times y luego MSNBC, CNN y el Washington Post.

A las nueve se va al despacho oval, se reúne con sus asesores y toma decisiones sobre los próximos pasos de la mayor potencia económica y militar del mundo.

 

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Recientemente, un documento de la Casa Blanca que redefine la política exterior estadounidense apunta a China como el principal rival a batir en la carrera por el predominio global. En su primer encuentro en 2017, el Año del Gallo, Trump le contó por sorpresa al presidente Xi, en medio del postre, que habían bombardeado Siria.

El 2018, Año del Perro, tendrán que volver a conversar para definir el destino de  Corea del Norte.

Sin embargo, el fantasma de un conflicto mayor —avivado tras la decisión de Trump de mover, contra todo consejo, la embajada estadounidense en Israel a Jerusalén— ha quedado en un segundo plano mediático por detrás de sus exabruptos.

Días antes de su mañana de retuiteos, Trump invitó a un grupo de nativos americanos, pertenecientes al grupo de los navajos, a la Casa Blanca. A los pocos segundos de tomar la palabra, el presidente insultó a la senadora demócrata Elizabeth Warren, a quien ha acusado de mentir sobre sus raíces.

“Tenemos una representante en el Congreso que dicen que lleva mucho tiempo aquí...más que ustedes… ¡le dicen Pocahontas!”, dijo Trump en el acto solemne. Sus invitados no parecieron entender sus palabras.

En Estados Unidos hay dudas sobre la salud mental del presidente. ¿Es indiferente a la realidad o simplemente no es consciente de ella? Un grupo de psiquiatras solicitó, hace unas semanas, una evaluación “urgente” del mandatario, luego de alertar sobre su “creciente pérdida del sentido de la realidad, signos marcados de volatilidad y una atracción a la violencia”.

 

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A las siete de la tarde, el presidente Trump deja de trabajar.

El líder estadounidense no lee libros y prefiere la comida grasosa: el pollo frito es uno de sus favoritos. Diariamente se toma ocho latas de su bebida favorita, la Coca-Cola Diet. De regreso del trabajo tuitea y ve más televisión. Así quema las tardes.

 

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Mientras el Partido Demócrata permanece en estado de shock por la derrota de Hillary Clinton —fuera de la Casa Blanca, sin mayoría en ninguna de las dos Cámaras ni en la Corte Suprema—, las esperanzas de los opositores a Trump parecen apuntar a Robert Mueller, que dirige la implacable investigación sobre la inferencia de Rusia en las pasadas elecciones.

Trump se defendió en su Twitter a fines de octubre. “Es una terrible caza de brujas para una política malvada”, escribió a las 9:17 de la mañana. Luego sugirió que a la que había que investigar era a Hillary: “¡HAGAN ALGO!”, tuiteó.

Es fácil imaginarlo andando por la Casa Blanca, quizás en bata, enojado, disparando con su teléfono en la mano. Solo.

Ese mes, a días de la devastación que dejó primero el huracán Irma y luego el huracán María, Trump aseguró que habló con “el presidente de las Islas Vírgenes”, que es él mismo.

“Las Islas Vírgenes y el presidente de las Islas Vírgenes son personas increíbles”, dijo Trump con entusiasmo.

Las palabras fueron pronunciadas en la reunión anual del Partido Republicano en Washington, donde el desliz fue lo de menos. El Grand Old Party no levanta la voz ante ninguno de los excesos de su presidente. Para muchos analistas, asumiendo las tempestades que implica Trump, el presidente está haciendo un buen gobierno republicano, instalando jueces conservadores, revirtiendo políticas de Barack Obama y bajando los impuestos a los más ricos (incluyendo al propio mandatario).

La oposición temprana de figuras como John McCain y Lindsey Graham resultó un espejismo: McCain, ex candidato presidencial, ha salido de la primera línea noticiosa afectado por un agresivo cáncer cerebral. Graham, que alguna vez llamó al presidente “loco”, terminó por alinearse con el partido hasta pedir a la prensa “más respeto” por el jefe de Estado.

Sin embargo, para otros expertos Trump ha provocado un cisma irreconciliable al interior de su partido al apoyar a candidatos como Roy Moore, un juez acusado de acoso sexual a menores. Moore, de 70 años, llegó a defender que el 11-S “fue un castigo por alejarse de la palabra del Señor”, además de rechazar la teoría

de la evolución y llamar a perseguir
la homosexualidad.

Pese al apoyo explícito del presidente, Moore perdió ante el demócrata Doug Jones, la primera derrota republicana en veinticinco años en la ultraconservadora Alabama. El resultado, aunque estrecho, parece enviar un mensaje incluso desde las bases más fervorosas del trumpismo: no todo vale.

Poco después, tres mujeres que acusan a Trump de acoso y abuso sexual exigieron que el Congreso abra una investigación contra el presidente.

Michelle Goldberg, una de las columnistas estrella de The New York Times, reseñó las expectativas para el próximo año. “Si piensas que 2017 fue malo, imagina un Estados Unidos sin aliados peleando otra guerra, esta vez con armas nucleares bajo el liderazgo del presidente más odiado en la historia moderna. El mundo ahora mismo es un barril de pólvora y Trump, un perturbado que se sienta encima con un encendedor que los republicanos le podrían quitar. Pero no lo harán”.

“Si todo se quema, no podemos decir que no fuimos advertidos”.

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