Por Paula Namur // Foto: José Miguel Méndez Octubre 20, 2017

Jorge Carey 29,3%

Jorge Bofill  15,1%

Juan Pablo Hermosilla 6,6%

José María Eyzaguirre 5,5%

Fernando Barros 5,4%

En el piso 43 de la Torre Titanium está la cafetería del estudio de abogados Carey. En ella caben cómodamente unas 200 personas. Casi todos los abogados que actualmente trabajan en esa oficina. En un estrado ubicado entre repisas de libros y muebles con un toque moderno, hace un mes estuvo el ex presidente Ricardo Lagos. Antes habían pasado Andrés Velasco, Eugenio Tironi y líderes de todo tipo que van a hablarle a una élite de personas que participan en la toma de decisiones en el país.

Por tercer año consecutivo, Jorge Carey, socio principal de Carey (el mayor estudio de abogados del país), aparece como el abogado más influyente de Chile, algo que él atribuye precisamente a la reputación de su oficina. “Si aparezco (en el ranking) es sólo por ser el presidente del comité ejecutivo de una firma de servicios profesionales que integran 550 personas, de las cuales 250 son abogados”, asegura el abogado (RN) sentado en su oficina en el piso 44 de la Torre Titanium.

A sus 75 años, Carey trabaja a toda máquina, aunque ya no en la trinchera —como le llama él—, sino en una posición estratégica. Pero su plan es irse a estudiar a Inglaterra. “De acuerdo a nuestros estatutos, cuando uno cumple 70 años te puedes quedar trabajando hasta que los socios, en votación secreta y con un quorum muy alto, te lo pidan. Cuando mis socios se aburran de mí —lo que puede suceder en cualquier momento—, voy a cumplir mi antiguo sueño de ir a estudiar Historia por un largo tiempo a Cambridge o a Oxford e ir a clases en bicicleta”, dice.

Muchos lo califican de liberal de tomo y lomo, porque no sólo lo es en materia económica, sino también social, algo que en Chile en general no ocurre.

—¿Cómo evalúa la agenda valórica que ha llevado adelante el gobierno de Michelle Bachelet?

—Estoy a favor de una agenda liberal, pero no sólo en lo económico sino también en lo social, y por lo tanto, me parecen bien los proyectos que este gobierno ha propugnado. Estoy de acuerdo con ellos.

—¿En qué falta avanzar en esta materia?

—Yo legalizaría el matrimonio homosexual. Además y siempre que sea avalado por los expertos como algo que beneficia a los menores, también aprobaría la adopción homoparental. El resto de la agenda valórica ya se ha aprobado casi toda. Soy partidario del divorcio, por supuesto, el que se aprobó oportunamente y que ya nadie discute pese al tremendo debate que produjo antes de aprobarse.

—¿Y en cuanto al aborto?

—Estoy de acuerdo con la reciente aprobación de no penalizar el aborto bajo las conocidas tres causales. Entiendo la posición de los que no están de acuerdo, especialmente sus argumentos a favor del que podría nacer, pero ellos tienen la opción de no abortar. Por lo demás, ya quedan tres o cuatro países que no han despenalizado esas causales, así que tampoco es algo muy revolucionario, sino que es algo que ha despertado consenso en el mundo.

—¿Cómo ve el liberalismo en Chile, considerando que muchos se dicen liberales en lo económico pero no lo son en lo valórico?

—Hay un problema de definición en esto, porque hoy demasiados se declaran liberales. Sin embargo, muchos de ellos son sólo liberales en lo económico y no en lo valórico y viceversa. Las etiquetas son complicadas, pero uno debe identificar a la gente por la totalidad de sus creencias. Es difícil calificar a alguien de plenamente liberal si cree en la libertad económica, pero no en cosas como, por ejemplo, la no penalización del aborto o no quiere permitir el matrimonio homosexual.

“Creo que ella (Bachelet) ha tratado de hacer reformas que todos queremos, pero corrió el cerco en la dirección incorrecta”.

—En una entrevista recientemente la presidenta dijo que ella había hecho mucho más que el gobierno de Piñera. ¿Está de acuerdo? Usted en general ha sido muy crítico de las reformas.

—Yo a ella la estimo mucho y la creo una persona honesta, patriota y bienintencionada, pero creo que en esto está equivocada. Las políticas de su gobierno, a mi juicio, han sido erróneas y no admiten comparación con las de Piñera. En eso no hay donde perderse.

—Muchos dicen que la presidenta ha logrado un cambio cultural, que ha corrido el cerco. ¿Cree que en 10 años más la presidenta Bachelet va a ser vista como alguien que dio el paso hacia ese cambio cultural?

—Ella ha tratado de implementar cambios en áreas donde todos estamos de acuerdo en que hay que hacerlos, como en mejorar la educación, las relaciones laborales y la recaudación fiscal. A mi juicio, ella se equivocó gravemente en la reforma tributaria. Se equivocó también en su reforma laboral, que no nos ha puesto a tono con la competitiva situación mundial. Flexibilizar el mercado laboral, mejorar la relación entre los trabajadores y las empresas, mejorar la educación, buscando una mayor gratuidad en la medida de lo posible son aspiraciones universales. No son de la izquierda, son de todo el mundo. Contestando su pregunta, creo que ella ha tratado de hacer reformas que todos queremos, pero que corrió el cerco en la dirección incorrecta.

—Ud. es cercano a Sebastián Piñera. ¿Qué consejos le ha dado en esta oportunidad?

—Yo consejos al presidente no le doy. Si me lo pide, le doy mi opinión. Pero no creo que yo tenga capacidad de influir en él. Además que él es tan estudioso, que todo lo que uno pueda decirle, él ya lo ha pensado 16 veces. Me gustaría que el presidente fuera más liberal en algunos temas que hoy se catalogan como valóricos. Pero yo no soy una persona que cambia el voto por un solo tema.

—El debate por el crecimiento y la sustentabilidad ha generado una judicialización de proyectos, sobre todo en energía, una de sus áreas de expertise. ¿Cómo esto ha cambiado la forma de hacer negocios?

—Una de las grandes falencias de la izquierda en general es creer que el crecimiento es algo que se puede dar por sentado. Este gobierno, por ser de una izquierda más dura que los de la Concertación, no pudo apreciar lo difícil que es emprender, tomar decisiones de inversiones de largo plazo, competir con los chinos, japoneses, etc., en mercados abiertos, y además estar lidiando con una burocracia que cree que su deber es sobrerregular. Este gobierno no tuvo la visión correcta de que había que estimular el crecimiento, aunque sin dejar de controlar lo que había que controlar, como proteger el medioambiente. Además, no tuvo la voluntad política de introducir oportunamente los cambios necesarios para que las diferentes reparticiones públicas de las que dependía la aprobación de nuevos proyectos de interés para el país conversaran entre sí. Eso provocó, en mucho mayor medida que antes, que las aprobaciones terminaran judicializándose y paralizando muchas buenas iniciativas empresariales que podrían haber ayudado a que el país hubiese seguido creciendo como antes. La tarea más urgente que tenemos por delante, a mi juicio y donde debería haber un gran acuerdo nacional, es modernizar al Estado. Los esfuerzos que ha estado liderando últimamente el ministro Jorge Rodríguez Grossi pueden ser un buen comienzo.

Pero, además de modernizar al aparato del Estado, hay que tener claro que los gobiernos deben darle máxima importancia al crecimiento y no enfocarse, solamente, en repartir mejor lo que hay. Obviamente, no se puede repartir sin crear y crecer. Yo creo que los ex presidentes Lagos y Piñera, entre otros, tuvieron esto claro. En el gobierno de la Nueva Mayoría, ello no ocurrió, a mi juicio.

“Una de las grandes falencias de la izquierda en general es creer que el crecimiento es algo que se puede dar por sentado”.

—¿Cómo se explica? ¿Cree que no había voluntad de crecer?

—Creo que la Nueva Mayoría actuó de buena fe, pero con una visión errada de cómo funciona el mercado, los incentivos, y la dificultad que implica conseguir financiamiento para hacer emprender y hacer crecer la torta compitiendo en un mundo muy abierto. La Nueva Mayoría minimizó las dificultades, demonizó a los empresarios y no se dio cuenta de que para sacar a la gente de la pobreza se necesita que el país tenga ganas de crecer. Claro, la izquierda diría que los que piensan como yo no tienen la sensibilidad para apreciar el sufrimiento y las injusticias que ellos identifican, y es difícil convencerlos de que la forma de acabar con esos males no es bajando a la gente que ha logrado salir adelante con sus patines sino que llegar a que todos tengan patines. El buscar una igualdad ilusoria sólo lleva a repartir pobreza en el mediano y largo plazo.

—¿Pero usted cree que Chile retrocedió en estos últimos años?

—Yo creo que Chile retrocedió y no sólo porque el precio del cobre, entre otros productos que exporta, bajó bastante en los últimos tres o cuatro años. No sólo las cifras de inversión y crecimiento reflejan claros retrocesos sino que otros indicadores relevantes muestran lo mismo. La peor consecuencia de las políticas equivocadas del gobierno de la Nueva Mayoría es la sensación de pesimismo, desánimo y desesperanza económica que provocó en el país. Afortunadamente, esa sensación se está aminorando porque los emprendedores y empresarios perciben que Piñera será el próximo presidente.

—Pero esta demonización también ha venido de la mano de casos en que los empresarios han mostrado su peor cara, con colusión, financiamiento ilegal de campañas, etc...

—La corrupción existe en todos los países del mundo, en mayor o menor grado, y siempre recrudece cuando no existen los controles adecuados. Si no hay controles, ningún sistema funciona como debe. Afortunadamente, Chile sigue siendo uno de los países menos corruptos de Latinoamérica. Nuestras instituciones, en general, funcionan bien y hay respeto por las libertades fundamentales, las que, muchas veces, damos por sentadas. Es cosa de ir a darse una vuelta a otros países de Latinoamérica para darse cuenta de que Chile es un lujo. Ese discurso antiempresarial sesentero y repetitivo de la Nueva Mayoría es una de las cosas más dañinas que nos hemos autoinferido. Y para darse cuenta de esto no hay que ser de derecha o de izquierda.

—Usted habla de Chile comparativamente, pero en términos absolutos, ¿Chile no le parece peor de lo que creíamos en términos de corrupción?

—Hay que mejorar la fiscalización que el Estado hace de la economía. La Fiscalía Nacional Económica debe seguir fortaleciéndose. No me opongo a que el Estado sea fiscalizador, pero debe ser musculoso, ágil y moderno. No podemos llenarnos de un aparataje estatal que por su ineficiencia agobia a quienes están tratando de crear. Hay que aumentar las sanciones y fiscalizar con eficiencia para evitar que delitos condenables, pero aislados, como algunos que se han conocido, no ocurran. Si no hay un control, siempre va a haber corrupción y podrán incurrir en ella todos, incluyendo a empresarios, ciudadanos, carabineros, sacerdotes, periodistas, y un largo etcétera. Los conductores, en general, no respetan los máximos de velocidades cuando circulan en sus automóviles. Pero, para controlar la velocidad no hay que eliminar los autos y las carreteras sino poner controles, incluyendo radares y multas relevantes.

 

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