Por Cecilia Correa // Fotos: José Miguel Méndez. Septiembre 22, 2017

Héctor tiene más de 40 años y trabaja en una feria de verduras todos los días. Excepto los lunes. Ese día le corresponde descansar, pero ahora decidió hacer otra cosa: volver al colegio.

De pocas palabras, ojos pequeños, pero de mirada profunda, Héctor habla con timidez. Se sienta en el mismo grupo que su hijo Bastián, junto a otros cuatro compañeros de 2° básico. Están en clases de lenguaje en la escuela Valle de la Luna, de Quilicura. La clase está dispuesta en cuatro grupos de cinco niños. En todos ellos, como Héctor, se sienta un adulto, pero aquí no vienen a enseñar, sino a aprender de los niños.

—Me motivé porque quise volver al colegio —dice con una sonrisa, mientras se detiene para atender a un niño que está estancado en un ejercicio de la guía “frutas y verduras”. La última vez que pisó una sala de clases fue en sexto básico, pero su interés por aprender lo mantiene.

En la sala hay al menos cinco inmigrantes latinoamericanos, que son parte del tercio de extranjeros que tiene la escuela. Uno de ellos es una niña haitiana, y está en un grupo distinto al de Héctor. Se llama France y le cuesta el idioma, por lo que está atrasada con la materia. Pero no importa, María Angélica, una de las apoderadas del curso, puede explicarle de forma personalizada el ejercicio, mientras que el resto del grupo trabaja en lo suyo. Así pasan veinte minutos y la profesora les pide que dejen la actividad como está y que se cambien de grupo, y comienzan una dinámica distinta.

“Más que entregar contenidos hay que fortalecer la capacidad de reflexión y argumentación, y eso se hace interactuando colectivamente”, explica Teresa Izquierdo, directora de Focus.

La escuela Valle de la Luna es uno de los 28 colegios públicos y particulares subvencionados que se han capacitado en Comunidades de Aprendizaje en Chile desde 2014, un modelo de innovación educativo que nació en España y que está transformando las aulas. Importado y financiado por la Fundación Natura, hoy está en siete países de América Latina.

Basado en la filosofía de Paulo Freire, uno de los pedagogos más influyentes de Brasil en el siglo XX, rescata el Principio Dialógico del Aprendizaje: a mayores interacciones e instancias de diálogo, mayor es el aprendizaje. “Todos sabemos algo. Todos ignoramos algo. Por eso, aprendemos siempre”, era su máxima. Para Freire, el conocimiento no se transmite, sino que se construye. Propone un modelo de transformación mutua, a través de la solidaridad, y se abre a los padres, a los familiares, a los vecinos, y el barrio completo, que termina autoeducándose a través de este “aprendizaje compartido”.

—En la sociedad de la información la educación para el futuro más que entregar contenidos tiene que fortalecer la capacidad de reflexión y argumentación, y eso se hace interactuando colectivamente —explica Teresa Izquierdo, directora de Focus, consultora que gestiona programas educacionales. Focus lidera el proyecto en Chile y tiene a su cargo 20 colegios, a los que les da seguimiento. Las otras instituciones de la red que forman, sensibilizan y acompañan en el proceso son Plural, Educación 2020, Ágape y la Universidad Adolfo Ibáñez.

María Angélica, madre de Jairon Fernández, va sagradamente todos los lunes como voluntaria. Incluso no reconoce las asignaturas, porque, según cuenta, fue criada en el campo y en ese colegio —que tampoco terminó— “pasaban otras materias”.

—Vengo para que la tía no esté sola. Aunque tenga un solo hijo aquí, hay que darle una mano. Todos son como si fueran mis hijos —dice María Angélica.

El no ser un erudito, e incluso ser analfabeto en este modelo no importa porque el voluntario no está ahí para enseñar materias, sino para facilitar las interacciones entre los niños y asegurar que todo el grupo contribuya a la resolución de la tarea.

—Asumir la exclusividad de la tarea educativa y aceptar que cualquier persona formalmente iletrada, o con otra cultura que no es la oficial, puede contribuir de manera determinante al aprendizaje de los niños, podía generar cierta resistencia, pero la verdad es que no la generó —dice el director del colegio, Jorge Robles.

Sus comienzos en el cargo fueron difíciles: malos resultados en todos los índices y una compleja convivencia escolar, en que muchos de los alumnos provienen de contexto de drogadicción y donde se juntan niños con una diferencia de edad de hasta cinco años en una misma sala.

Hoy pareciera ser que la escuela tiene otra cara: los índices de eficiencia interna, como repitencia, asistencia, matrícula y deserción, han mejorado, asegura el director, aunque plantea que es muy pronto para ver resultados.

 

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La primera comunidad de aprendizaje surgió en 1978 en un centro de educación de personas adultas en Barcelona. Durante varios años, la Universidad de Barcelona —a través del Centro de Investigación en Teorías y Prácticas Superadoras de Desigualdades (CREA)— investigó cómo desarrollar esa perspectiva de éxito educativo. Así llegó a elaborar el modelo de comunidades de aprendizaje y a mediados de los años 90 comenzó a implementarlo en escuelas.

Luego el modelo se expandió a Latinoamérica y finalmente al resto de Europa.

Entre 2006 y 2011 CREA coordinó un proyecto de investigación para superar el fracaso escolar al 2020, a través de la inclusión social, que se llamó Includ-ed. Este era parte del Programa Marco, que contó con la mayor inversión en recursos y equipo científico de parte de la Comisión Europea: más de cien investigadores de 14 países europeos miembros que trabajaban en escuelas en contextos multiculturales desfavorecidos lograron un aumento del 15% al 85% en el número de niños que alcanzaron niveles básicos de lectura. La clave de este éxito fue la participación de las familias de la comunidad local y la aplicación de este nuevo enfoque de vincular la educación con las circunstancias familiares.

En Barcelona, la escuela pública Joaquim Ruyra, ubicado en un barrio conflictivo, superó con este método el nivel académico de algunos colegios prestigiosos.

La investigación —que duró cinco años— le preguntó a los países más desarrollados en Educación qué hacían sus mejores escuelas para alcanzar altos estándares, y llegaron a la conclusión de siete actuaciones o prácticas educativas de éxito: tertulias literarias dialógicas, extender horario biblioteca, grupos interactivos, participación educativa en la comunidad, entre otras.

—Con la investigación se extiende como evidencia que las actuaciones son transferibles y universales. Las Comunidades de Aprendizaje pueden aplicarse en Corea como en Chile, en Temuco como en Alto Hospicio, sostiene por Skype Rosa Valls, subdirectora de CREA.

Además de ser avalado por la Comisión Europea, las revistas de la Universidad de Cambridge y Harvard han publicado y aceptado sus postulados.

Incluso, en Barcelona, el colegio público Joaquim Ruyra —ubicado en un barrio conflictivo— superó con este método el nivel académico de algunos de los colegios privados más prestigiosos de Cataluña. La prensa española la denominó la escuela “milagro”.

 

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La transformación comienza con los sueños de las escuelas. En una jornada que dura todo el día los estamentos educativos exponen sus aspiraciones. El colegio Valle de la Luna la realizó el 2 de junio, y su director cuenta que la mayoría de los sueños de los niños tenían que ver con mejorar la infraestructura y los patios. Y ya empezaron a rediseñarlos.

Luego viene un periodo de sensibilización: dar a conocer las prácticas en la comunidad y formar a los profesores y voluntarios.

Ese mismo proceso vivió uno de los colegios públicos más antiguos de la comuna de Padre Hurtado. En 2014 la escuela República Argentina estaba en crisis no sólo económica, sino de falta de espíritu de innovación, y a pesar de los 130 años de historia, los resultados eran bajos.

El director, Andrés Hernández, cuenta que los primeros días en el cargo, hace tres años, fueron duros: a pesar de que quería hacer cosas nuevas, no sentía el apoyo de la comunidad interna. Hasta que conocieron Comunidades de Aprendizaje por Focus y Educación 2020 y se atrevieron a dar el paso. Fue la primera escuela pública de la Región Metropolitana en llevar este modelo a sus etapas avanzadas.

En Barcelona, la escuela pública Joaquim Ruyra, ubicado en un barrio conflictivo, superó con este método el nivel académico de algunos colegios prestigiosos.

Al principio costó convencer a la comunidad educativa, e incluso fueron cuestionados por la Agencia de Calidad de la Educación. Pero las cosas fueron cambiando desde que en 2015 la comunidad entró a las aulas. Los índices de eficiencia interna mejoraron: por ejemplo, la repitencia cayó del 20% en 2015, al 2% este año.

—En un comienzo el gran temor de los profesores era que se iban a sentir observados por los apoderados, pero al final están tan concentrados en la actividad que se les olvida. Incluso no observan a sus hijos, perdieron ese temor —dice el director.

Gladys, una de las formadoras de CA en esa escuela y profesora jefe de séptimo básico, vivía una especie de crisis vocacional cuando llegó el nuevo director.

—Estaba que me iba del sistema. Nadie le daba sentido al acto de educar. La escuela recibía lo que botaba la ola y a los profesores los embargaba una decepción pedagógica —recuerda. Para ella, Comunidades de Aprendizaje fue como una pequeña luz. Motivó al director, un tanto escéptico al principio, de conocer en profundidad ese nuevo enfoque.

—Ahí pensamos cómo incorporar el modelo al colegio. Empezamos con esto y reviví, dice. De hecho, se ofreció como una de las primeras voluntarias en los grupos interactivos.

—Lo que más me costó fue quedarme callada, porque uno tiene la autoridad. Ahí te das cuenta de que el otro es importante para aprender —dice riéndose.

Dos años después, eso lo agradecen.

 

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