Por Cecilia Correa // Fotos: Marcelo Segura Julio 14, 2017

Las vacaciones de invierno le dieron una tregua. Los pasillos y las salas de clases del Instituto Nacional están vacíos, a diferencia de hace tres semanas, cuando los alumnos hacían fila para votar cada semana la toma durante un mes. Ahora las aguas están calmadas y el rector Fernando Soto —que acaba de cumplir tres años desde que asumió la dirección— se da el tiempo para conversar sobre el complejo momento que vive el colegio público más antiguo del país.

No es primera vez que este liceo emblemático pasa por tiempos difíciles, y los problemas que acarrea no son nuevos. Desde hace 10 años que la situación de tomas es una constante. Y cuando el rector asumió el mando en 2014 —después de que los alumnos exigieran la salida del rector Jorge Toro— ya se hablaba de crisis. De hecho, durante alrededor de un año, la rectoría permaneció vacante. Desde entonces, la caída en los resultados de la PSU —el año pasado se ubicó en el puesto 101 del ranking, bajando 61 lugares respecto al 2015—, la pérdida de la subvención por excelencia académica y la disminución de las postulaciones han puesto en cuestión un modelo que por 200 años había funcionado con éxito.

“A veces la sociedad está más preocupada de los resultados del fútbol que de abordar los grandes problemas del país”.

Fernando Soto sabe que se requiere de cambios estructurales, partiendo por adaptar el proyecto educativo a los desafíos del siglo XXI. Opina que la infraestructura y el modelo pedagógico funcionan bajo una lógica obsoleta. Sabe que las metodologías pedagógicas continúan basándose en la generación de contenidos, más que en la de destrezas y habilidades blandas. Y sabe que el proyecto educativo debiera dirigirse a una educación que no discrimine por género. En eso concuerda con las demandas de los estudiantes, pero no en la forma de conseguir los resultados.

Pero también admite que está atado de manos en cuanto a hacer cambios profundos en el periodo de una rectoría, por la falta de autonomía y de recursos —el Instituto depende de la Municipalidad de Santiago— y la complejidad de poner de acuerdo a una comunidad escolar de 10.000 personas.

—La capacidad de decisión que tenemos los rectores es bastante baja— dice.

Hoy está abocado a la tarea de actualizar la mirada curricular y las estrategias metodológicas, lo que comenzaría a fin de año. Pero quiere mantener la esencia del proyecto educativo: “Dar a la patria ciudadanos que la dirijan, la vigilen, la hagan florecer y le den honor”.

Todo eso lo sabe porque su historia se vincula a la del Instituto: su padre fue vicerrector, su educación se realizó en esas aulas, y por años fue profesor de Historia y Geografía.

—En el plano ideal, quisiera tener un colegio donde entraran a las 8 de la mañana y salieran de clases un poco después del almuerzo, como en la educación privada. Hoy trabajamos en doble jornada. Nuestros estudiantes vienen de todas las comunas de Santiago, muchas de ella periféricas, y llegan a las 10 de la noche a su casa. ¿Qué persona adulta llega a esa hora a su casa? Se nos exige bastante. Quisiéramos tener un modelo más benigno con las exigencias que les transmitimos a nuestros estudiantes.

—¿Y la desmunicipalización vendría a ayudar en ese sentido?

—Soy partidario de esa idea. Está más que demostrado que el modelo municipal a lo largo del país no fue capaz de mejorar la calidad de la educación. Por el contrario, desnudó los problemas de las desigualdades que hay entre municipios.

—Porque sus metas están supeditadas a la municipalidad...

—Exactamente. Ahora, también debiéramos exigirle al Estado que fije con claridad sus prioridades. Por ejemplo, debiera prescindir de la Ley Reservada del Cobre, en que enormes recursos de todos los chilenos van dirigidos a las Fuerzas Armadas, cuando debieran, a mi juicio, estar dirigidos a mejorar la salud, la educación.

—¿Cuál es el diagnóstico que hace del momento que vive el Instituto?

—El Instituto Nacional es el fiel reflejo de lo que le pasa a la sociedad. Es el país el que no tiene resuelto el tema de cómo mejorar la educación. El Instituto es una caja de resonancia de lo que el país tiene respecto a la educación.

—¿Están los liceos emblemáticos en crisis?

—La educación pública en el mundo está en crisis. No se puede pretender que liceos como el nuestro tengan la solución a los problemas de la educación, cuando en todo el planeta hay una búsqueda de cómo adaptar las estrategias educativas para enfrentar el desarrollo tecnológico vertiginoso.

—Claro, pero si no se toma conciencia de esto y no se le da urgencia se van a ir quedando atrás.

—Depende de con qué urgencia la educación chilena resuelva los problemas que tiene. La idea del tipo de país que queremos construir está ligada al tipo de educación con la que queremos construir ese país. Si el país entiende que tenemos que mejorar los problemas de desigualdad, la educación debe ser ejemplo de esa búsqueda. No hay duda de que el país tiene que hacer un esfuerzo especial por recuperar la educación pública.

—¿Cuál es la diferencia entre las demandas actuales de los estudiantes respecto a las anteriores?

—Sus demandas no están tan desligadas de las que tradicionalmente han tenido los estudiantes. Las últimas generaciones mantienen la preocupación por la inequidad, que el modelo educacional chileno (de mercado), lejos de resolver, la profundiza. Imagínese un colegio que tiene una colegiatura mensual promedio de $300 mil comparado con el que sólo se financia con la subvención ordinaria del Estado. Por supuesto que ambos modelos se desarrollan en escenarios muy desiguales. Y los muchachos así lo perciben. No tienen mucha claridad de cuáles son las causas y las soluciones, y sus estrategias todavía son un poco autodestructivas. Pero lo que han querido es mantener esta campanada para el resto de la sociedad, la que a veces está más preocupada de los resultados del fútbol que de abordar las soluciones de los grandes problemas del país.

—Una de las quejas de los alumnos es que el 50% de la asignación de mantenimiento que viene de la municipalidad no se ha entregado desde al menos un año. Hay problemas de aseo e infraestructura porque faltan recursos. Mientras, el alcalde Felipe Alessandri estableció una política “rompe paga”. ¿Cómo se conjugan ambas posturas?

—Ahí hay una contradicción evidente. Efectivamente, el sostenedor municipal en los últimos años no ha entregado los recursos suficientes para desarrollar las tareas de mantenimiento. Si bien eso es cierto, también es importante develar una contradicción evidente de las últimas estrategias de movilización estudiantil. Cuando los estudiantes reclaman por mejoramiento en la infraestructura no puedo entender que muchas veces el nivel de destrucción sea mayor a aquellas demandas que los alumnos plantean.

—¿Se hace alguna autocrítica?

—Esta búsqueda de equilibrio entre tratar de entender bien la perspectiva de todos los actores de la comunidad versus el liderar un plan de gestión es una búsqueda difícil. Sin embargo creo que debí haber asumido con mayor energía algunas decisiones.

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