Por Javier Rodríguez Junio 23, 2017

Esta es una historia de amor. Vale la pena aclararlo antes de decir cualquier otra cosa. Una historia que parte en Paramaribo, la capital de ese ínfimo punto en el mapa que es Surinam. Aquí es donde, en 1981, nació el economista, entrenador y tenista Julio Peralta. El hijo menor del matrimonio entre Julio y Esperanza, quienes llevaban más de 9 años en este país que limita con la selva amazónica.

Julio padre era el cónsul de Chile en un lugar donde todo era verde. Julio hijo recuerda que era como vivir en un zoológico. Buscando qué hacer, el diplomático dio con un club deportivo donde empezó a jugar tenis y luego inscribió a sus dos hijos mayores, los hermanos del hoy número 35 del mundo en el ranking ATP de dobles, quien, con diez años menos, los perseguía con una raqueta casi de su mismo porte.

Entre cada lesión se las arreglaba para jugar. Peleaba contra los rivales y contra su cuerpo. Alcanzó a meterse entre los 215 mejores del mundo en 2002, cuando se le rompió el hombro. Pensó que estaba maldito.

Empezó a jugar. Y le pegaba bien. Le ganaba a todos los del club. Pronto no tenía competencia en el pequeño país que lo vio nacer. Viajando por el Caribe se dio cuenta de que nunca más quería abandonar ese rectángulo que tan feliz lo hacía; con 10 años ya sabía  que quería dedicar su vida al tenis.

—En ese entonces la Federación Internacional (ITF) nos hacía competir contra los demás países del Caribe. El director de nuestra región habló con mi papá y le dijo que yo tenía aptitudes, pero que si quería dedicarme a esto, tenía que irme a un país con más tradición tenística —recuerda desde Halle, Alemania, donde Peralta juega un torneo previo a su participación en la próxima edición del Grand Slam de Wimbledon.

Evaluaron las opciones y se quedaron con Miami, debido a la calidad de sus academias y a que tenía un clima parecido al de Surinam. Un año alcanzó a estar en Florida. Días felices, donde entrenaba mucho e iba poco al colegio, el sueño de cualquier niño. No alcanzó ni a echar de menos. Pero una enfermedad, que él recuerda como una intoxicación fuerte, terminó con ese año idílico. Sus padres, que habían resuelto volver a Chile, decidieron traérselo con ellos. Su propio cuerpo, como en un augurio de lo que vendría, lo sacaba de las canchas, el único lugar donde le interesaba estar.

 

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En Chile la vida era muy distinta. Acostumbrado a hablar en español sólo con sus padres, tuvo que adaptarse. Entró a un pequeño colegio privado cerca de su nueva casa en La Reina, que le permitía seguir entrenando en el centro deportivo de Santa Rosa de Las Condes de la UC. De a poco, comenzaba a destacarse en el circuito juvenil nacional.

A los 17 años, aunque muy flaco, ya medía 1,89 metros. Tenía poca fuerza, pero mucho talento. Un estilo bonito, de mano suelta, con un revés a una mano que parecía más un movimiento de danza moderna que un golpe seco.

Ya era una promesa. Terminó el colegio, donde destacó en los ramos matemáticos, y comenzó a competir internacionalmente. Era un junior distinto, que llamaba la atención por su juego.  Compartía generación con el nacional Felipe Parada, además de futuros crack como el español Feliciano López o el argentino David Nalbandian. Pero otra vez el cuerpo lo traicionó.

En el año 2000 vino su primera lesión: una pubalgia en la ingle. Paraba un rato y, según él mismo reconoce, se apuraba en volver. Hoy prefiere no culpar a nadie, pero sabe que las cosas no se hicieron bien. Aun así, seguía ganando. Pocos meses después alcanzó el puesto 400 del ránking, cuando le vino una hepatitis que lo dejó en el suelo. Bajó nueve kilos, llegando a pesar 67.

—Me dejó ocho meses fuera y muy débil. El cuerpo se debilitó mucho. No pasó un tiempo prudente para que yo me recuperara bien y volviera como a ponerme físicamente a tono, y empezaron otras lesiones que fue fractura por estrés, después el hombro, vinieron muchas lesiones más o menos graves que me dejaron mucho tiempo fuera.

Entre cada lesión “Big Julius” se las arreglaba para jugar. Peleaba contra los rivales y contra su cuerpo. Alcanzó a meterse entre los 215 mejores del mundo en 2002, cuando se le rompió el labrum, una cápsula del hombro derecho, además de esguinzarse ambos pies y sufrir la inflamación de la tibia.

Llegó a pensar que tenía una maldición, pero no alcanzó a plantar ruda ni a visitar a un cura.

—Me operé del hombro, pero seguía sintiendo mucho dolor. Sentía que remaba contra la corriente. No daba más. Y fue eso, más que nada. Yo no tenía ninguna maldición en términos físicos, pero la preparación es muy importante y hay gente que te sabe preparar mejor y otros no tan bien y esa diferencia pequeña al final fue decisiva.

Se cansó de luchar. Tenía rabia, pero sobre todo pena. Con 24 años tenía que ver qué haría con su vida. Una pregunta que nunca se había hecho, porque siempre sabía que al otro día estaría parado en la cancha, pasara lo que pasara. Se sabía bueno para las matemáticas. Conversando con un amigo, encontró la opción de entrar a estudiar Ingeniería Civil a la Universidad de los Andes, sin mucho convencimiento. Para él, cualquier carrera era lo mismo. Estaba dejando su sueño.

Un año y medio duró en San Carlos de Apoquindo. No aguantó. Sintió que se le estaba yendo la vida encerrado estudiando. Viendo qué podía hacer encontró unos torneos para aficionados en el verano europeo que daban buena plata a los ganadores. Sin nada que perder y sin haber tomado una raqueta en todo ese tiempo, partió. Y los ganó todos. A pesar de eso, no estaba conforme: viajaba solo, no se sentía motivado.

Estaba en un torneo en Polonia cuando se esguinzó un pie. Sintió que era la señal que necesitaba para, de una vez, poner punto final a su historia con el deporte.

Empezó a buscar opciones de universidades en Estados Unidos, con el fin de encontrar una beca deportiva para terminar su carrera y poder viajar en el verano europeo a competir en los torneos de aficionados en Europa. La Universidad de South Carolina le ofreció una beca para terminar sus estudios de Economía y Finanzas a cambio de que fuera su entrenador de tenis.

—Ayudaba a los chicos en sus competencias. Los coacheaba desde afuera, los motivaba. Nunca pensé que me gustaría tanto. En ese tiempo conocí a mi esposa Catherine, también, una colombiana que estudiaba Ciencias Políticas. Fueron tres años y medio bastante productivos —recuerda riendo.

En 2012 terminó sus estudios y entró a trabajar en un emprendimiento de pinturas orgánicas para niños. Al año lo llamaron para irse a trabajar a una academia de tenis que se estaba construyendo en San Francisco. Allá pasó dos años entrenando a jóvenes que querían optar por becas deportivas para entrar a las mejores universidades del país. En eso estaba cuando recibió el llamado de Matt Seeberger, un tenista aficionado estadounidense que lo había visto en los torneos europeos y pensaba que podrían hacer una buena dupla en dobles.

Peralta le dijo que no tenía plata, que ya estaba retirado del tenis, que no podía dejar a sus alumnos botados. Seeberger le dijo que no se preocupara, que tenía una solución. Así le presentó al ex tenista Daniel Grossman, quien le ofreció apoyo económico. Hoy Grossman es el entrenador oficial de Peralta.

De a poco fue dejando de entrenar al resto para concentrarse en sí mismo. En 2014 ganaron la clasificación al US Open: por primera vez, Julio competía en el torneo más grande de Estados Unidos. Fueron prontamente eliminados pero, con 33 años, estaba de vuelta en la carretera.

 

***

 

Una de las parejas más exitosas en la historia del tenis en dobles son los hermanos Mike y Bob Bryan (8 y 5 del mundo de la categoría actualmente). Ganadores de 16 Grand Slam, hoy disfrutan los torneos en su país, particularmente el tradicional torneo de Houston, en cancha dura. Este año, otra vez, iban encaminados a ganarlo pero en el camino, se encontraron con un economista chileno y un regular tenista argentino que los dejaron con las ganas. Para Peralta esa ha sido, probablemente, la victoria más importante de su carrera.

Un año alcanzó a jugar con Seeberg. Con el tiempo, sus distancias se comenzaron a hacer más notorias. Peralta había sido profesional y, si quería llegar más arriba, debía buscar una pareja a su altura. El cuerpo, esta vez, lo acompañaba y su ambición crecía. En el US Open de 2015, luego de competir por última vez con su amigo, conoció al argentino Horacio Zeballos, cuyo juego podía complementarse bien con el suyo. Decidieron probar. Hicieron una gira a Sudamérica donde ganaron tres torneos y sospecharon que el asunto podía funcionar. Houston fue la confirmación y Roland Garros, donde creció la ambición.

"Estoy feliz de estar compitiendo de nuevo a un nivel alto. Haciendo lo que más me gusta. Cuando empecé a jugar nunca pensé que se daría esto y estoy muy contento. Obviamente me gustaría ganar un Grand Slam"

Este año, de hecho, estuvieron cerca de la hazaña. Habiendo eliminado a los campeones defensores, tuvieron tres puntos de partido para alcanzar la semifinal de Roland Garros e intentar emular a las parejas conformadas por los nacionales Belus Prajoux y Hans Gildemeister en 1982 y Jaime Fillol con Patricio Cornejo, quienes alcanzaron la final del torneo.

—La verdad es que me cuesta todavía recordar ese momento. Fue un partido muy bueno, un nivel muy alto, tuvimos tres match point y obviamente que dolió mucho haberlo perdido por lo cerca que estuvimos, y en ese momento merecíamos ganar. Pero se nos escapó. El tercer set prácticamente no lo jugamos porque estábamos los dos muy afectados mentalmente de haberlo perdido, se nos escapó de las manos. Para ganar un Grand Slam uno tiene que jugar todo lo que corresponde metido y bien. Cueste lo que cueste, pelear todos los puntos. Anímicamente nos afectó mucho, y esa fue la lección que sacamos. Para la próxima hay que seguir ahí codo a codo hasta el final.

—¿Hasta dónde te proyectas? Con 35 igual te lo deben preguntar.

—La verdad que no he pensado en eso. Más que nada va a depender de cuántas ganas tengo yo de seguir jugando. Si mañana me viene una lesión crónica que no me permita seguir, tendré que parar, pero la verdad es que físicamente me siento bien, estoy cada vez mejor, entrenando mejor en la cancha, compitiendo en hartos torneos. Estuve muchísimo tiempo fuera del circuito, casi 10 años, así que igual es un desgaste que no tuve.

—Has participado del equipo de Copa Davis, pero no estuviste este año en la serie contra Colombia. Se dijo que preferiste privilegiar tu carrera de singlista. ¿Volverías al equipo?

—Es que, de hecho, la semana siguiente a la serie era el ATP de Houston que finalmente ganamos. En Colombia teníamos que jugar en altura y yo iba a llegar justo. La gente no entiende que cuando uno juega dobles tiene un compromiso también con su partner. Yo nunca he cerrado las puertas de la Davis, lo he conversado con Nico Massú después. No tengo 25 años, entonces si no coinciden las fechas hay que tomar decisiones aunque, sean dolorosas. De todas formas, si me llaman, vuelvo feliz.

—¿Cuál es tu próximo objetivo?

—Estoy feliz de estar compitiendo de nuevo a un nivel alto, jugando los mejores torneos. Haciendo lo que más me gusta. Cuando empecé a jugar nunca pensé que se daría esto y estoy muy contento. Obviamente me gustaría ganar un Grand Slam. Hace dos semanas estuvimos muy cerca. Hoy en día podemos ganarle a cualquier equipo. A nosotros nos favorecen las superficies más lentas, donde hay que jugar más. En Wimbledon, como se juega en pasto, los puntos se acaban en uno o dos tiros y ese no es nuestro estilo, pero nos estamos preparando.

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