Por Felipe Hurtado Mayo 19, 2017

Este final de torneo tiene todos los condimentos para ser irresistible: lo pelean Universidad de Chile y Colo-Colo, que en conjunto representan a más del 70% de los hinchas del país; entre ambos existe un mísero punto de diferencia, y todo se define en la última fecha, este sábado a las 15:00 horas, con los azules recibiendo en un Nacional repleto a San Luis, y los albos visitando al descendido Cobresal en La Serena.

Y, sin embargo, la sensación que se percibe no va de la mano con el escenario descrito.

La razón debe ser porque en el Cacique, después del empate del domingo ante Antofagasta, hay más espacio para las recriminaciones y las dudas que para la esperanza.

La oportunidad desperdiciada pegó fuerte en Macul, donde ahora abundan los antihéroes, partiendo por el técnico Pablo Guede, caído en desgracia por sus errores tácticos en el partido ante los nortinos, que corrieron el delgado velo que cubría el franco descenso protagonizado por sus dirigidos a partir de la mitad del campeonato.

En Colo-Colo parecen haberse olvidado ya de la opción de levantar su Copa número 32 y se echaron a su suerte, pensando en cuánto les ha penado la lesión del arquero paraguayo Justo Villar y que a sus dos figuras, Esteban Paredes y Jaime Valdés, se les vengan los años encima en los segundos tiempos.

Ese ambiente de cuestionamientos, que transmite la idea de que el título está perdido, hace eco de la calificación de torneo mediocre que se le ha asignado a este Clausura, al que tantos aspiraron y se quedaron abajo porque sus defectos fueron más que sus virtudes, y no por esa supuesta paridad de fuerzas que esgrimieron sus escasos defensores para justificar su nivel. Nada de eso cambia el hecho de que Universidad de Chile es el que más dispuesto a alcanzar la corona se ha mostrado.

Es cierto, su opción apareció sobre el cierre e incluso dejó pasar un par de oportunidades de meterse antes en la pelea, como el empate ante Colo-Colo y la derrota frente a Universidad Católica. Su mérito radicó en que, a diferencia de su rival en esta lucha, no claudicó, sobre todo al comienzo, cuando los resultados provocaban levantar las cejas por la elección de Ángel Guillermo Hoyos como entrenador y presagiar un desenlace similar a las debacles recientes de Sebastián Beccacece y Víctor Hugo Castañeda.

La “U” puede perder la corona, en una muestra final de la irregularidad de este certamen, pero no debería ocultar los avances de un equipo que durante dos años se movió a los tumbos sin importar cuántos millones le invirtieran, creyendo que esa era la única solución. Un premio de consuelo que —seguro— ningún azul apreciará a esta altura.

El campeonato chileno más impredecible de los últimos años tiene el mejor epílogo posible, dada la atención y el morbo que despiertan los dos equipos más populares, una lucha no muy habitual y de la cual se pueden relatar apenas un puñado de episodios en 100 torneos.

Y aun así, como que algo faltara. Será algo que los ganadores olvidarán al pitazo y que los perdedores le enrostrarán al campeón intentando ocultar sus propias carencias.

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