Por Paula Namur Y. Abril 13, 2017

La noche del 14 de abril de 2013 parecía eterna. Pese a que en Venezuela el voto es electrónico, pasada la medianoche todavía las autoridades locales —encabezadas por la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena— no eran capaces de entregar un resultado claro sobre el ganador de las elecciones presidenciales. Las primeras desde la muerte de Hugo Chávez el mes anterior.

Alguien que seguía muy de cerca los hechos era Moisés Naím, que desde Washington veía con angustia cómo se desvanecía su esperanza de estar equivocado. De que las elecciones sacarían al chavismo del poder. Durante la madrugada de Caracas, se informó que Nicolás Maduro sería el próximo presidente de Venezuela. Cinco días más tarde, asumiría el poder.

—Fue triste descubrir que mi esperanza era infundada. Esa noche sentí una inmensa sensación de impotencia combinada con tristeza. Yo sabía que los cubanos no iban a permitir que se les acabara el salvavidas económico que les da Venezuela y que las elecciones no serían ni justas, ni limpias, ni honestas —recuerda Naím, al teléfono desde Washington, a donde acaba de volver desde Zúrich, donde estaba dictando un seminario.

“Al palacio de La Moneda se le apagaron sus instintos de defensa y de activismo en favor de quienes sufren por gobiernos militares”, asegura Moisés Naím.

Este viernes se cumplen cuatro años desde que Maduro obtuvo el triunfo en las elecciones. Aunque las cifras económicas no son del todo claras, lo que se conoce no deja mucho espacio para el optimismo. Según datos de universidades, la pobreza llega a 56,1%, la inflación es la más alta del mundo (llegará a 1.660% este año, según proyecciones del FMI), y un 93% de las familias venezolanas dice que su ingreso no es suficiente para cubrir las necesidades alimenticias básicas. Además, hechos como la reciente decisión del Tribunal Supremo de Justicia de quitarle atribuciones a la Asamblea Nacional, sumado a la inhabilitación de uno de los líderes opositores —Henrique Capriles— de ejercer cargos públicos por 15 años, intensifican las protestas que se extienden hasta hoy.

Una de las voces más críticas ha sido precisamente Naím, ex ministro venezolano que por 14 años dirigió la revista Foreign Affairs, y que hoy es miembro del Carnegie Endowment for International Peace en Washington, desde donde mantiene contacto permanente con su país natal. Su serie sobre Chávez (El Comandante), estrenada en enero en todo el mundo, fue prohibida en Venezuela.

—El gobierno la prohibió aun antes de que saliera, lo que generó muchísimo interés en la serie, y ahora en Venezuela encuentran todo tipo de mecanismos para tener acceso a ella —asegura.

—¿Cómo se sostiene el gobierno de Nicolás Maduro?

—Creo que hay tres palabras: represión, destrucción de las instituciones democráticas y asesoría cubana, porque lo mismo podría decirse de Cuba, cómo se sostiene por tanto tiempo. Los cubanos han desarrollado un régimen de represión selectiva, furtiva, invisible y que es muy eficaz. Ellos descubrieron que para seguir teniendo el control en un Estado autoritario no se necesita reprimir a toda la población, sino selectivamente a quienes sean los líderes de esa oposición. Y ellos han sido encarcelados, o se les han quitado sus derechos civiles y políticos. Cuando aparecen líderes estudiantiles, inmediatamente son identificados, sus padres pierden el empleo si trabajan en el sector público, tienen todo tipo de represalias del Estado.

—La OEA ha tomado un rol más activo, ha tenido una voz. ¿Cuál es tu evaluación?

—Es muy importante el cambio que ha habido recientemente en una comunidad latinoamericana que había sido tolerante, silenciosa y cómplice. No hay duda de que el Brasil de Lula da Silva y de Dilma Rousseff fue cómplice de esto y que Odebrecht, por ejemplo, el país donde más coimas pagó fue en Venezuela.

Hasta hace poco, Chile no se había manifestado. No olvidemos que la esposa del preso político Leopoldo López llegó a Chile y la presidenta Bachelet se negó a recibirla. Hasta hace poco, la posición del gobierno de Chile había sido de una pasividad y silencio bastante notables. Por supuesto, la Argentina de los Kirchner, también. Ahora se están viendo varios cambios, porque han cambiado algunos gobiernos en los países y porque hay un secretario general de la OEA, Luis Almagro, que sabe que, aunque no todos los países están en la línea crítica hacia Venezuela, la dignidad no le permite apoyar estas violaciones bárbaras a los derechos humanos. Esta semana, la misma policía llenó de bombas lacrimógenas un hospital deliberadamente. La brutalidad ha ido escalando, la violación abierta a los derechos humanos y políticos, y a la Constitución son cosas de todos los días.

“Hay una postura personal: Luis Almagro está decidido a correr riesgos que su predecesor en la OEA prefirió no correr”, sostiene Naím.

—¿Cómo calificarías la reacción de Chile?

—Uno no podría decir que Chile se ha destacado por su liderazgo en este campo, cosa que sorprende de verdad, viniendo de una presidenta que fue víctima de una dictadura militar, de un ministro de Relaciones Exteriores que se ha destacado anteriormente en su rol en Naciones Unidas y en otras partes por su voz. Al palacio de La Moneda se le apagaron sus instintos de defensa y de activismo en favor de quienes sufren por gobiernos militares.

—¿Cómo explicas este cambio?

—Es obvio que con todos los problemas internos que hay en Chile y que ella personalmente tiene, lo último que necesita ganarse es un problema tan grande como el de Venezuela, donde tampoco es que haya una salida muy clara. La realidad de Venezuela es muy difícil de negar y es casi imposible quedarse callado cuando uno ve lo que está pasando. Sería extrañísimo que el gobierno de Chile no diga nada al respecto. Por un lado está eso. Por otro lado está Luis Almagro. Por primera vez hay un secretario general de la OEA que está dispuesto a correr riesgos personales en términos de enfrentar al gobierno de Venezuela y sus aliados en la OEA. Y también está la situación de otros países. México, por ejemplo, está tomando un liderazgo.

—¿A qué atribuyes este cambio en la postura de la OEA? ¿Son las circunstancias en Venezuela o las diferencias personales en la gestión de cada uno?

—Varias cosas. Primero, el cambio de los gobiernos en muchos países hace que en la OEA ya no haya ese bloque automático de cómplices pagados por el dinero del petróleo venezolano, que hubo durante muchos años, y que debilitaron las posibilidades de José Miguel Insulza. No hay que olvidar que Venezuela le regalaba petróleo a muchas islas, con pocos habitantes, pero con un voto en la OEA. En segundo lugar, la realidad de Venezuela hace imposible decir que en ese país hay una democracia, que no se están violando derechos humanos, que no hay crímenes de lesa humanidad contra la población indefensa. Pero también hay una postura personal: Luis Almagro está decidido a correr riesgos que su predecesor en la OEA prefirió no correr.

—¿Qué debiera hacer la oposición?

—Están haciendo muchísimo. Hay que ver qué difícil es salir todos los días a las calles a recibir palos y bombas lacrimógenas y enfrentar las milicias civiles paramilitares entrenadas por el gobierno con gente armada en motocicletas, vestidos de civil, que atacan a la gente de la manera más salvaje. Los números de las marchas son increíbles. Por supuesto que es una oposición que tiene divisiones entre sí, hay diferentes líderes, cada uno con apetitos electorales, diferentes puntos de vista sobre lo que hay que hacer. Es lo normal para una oposición democrática, no hay un bloque único.

—¿Hacia dónde va el gobierno?

—Cada día que pasa el gobierno comete más crímenes. El gobierno está creando enormes barreras para la salida. Se ha entrampado. El alto mando militar está involucrado en narcotráfico, e incluso los líderes del partido de Hugo Chávez (PSUV). Es importante pensar en el gobierno de Venezuela como una banda criminal, lo cual implica enormes problemas, porque significa negociar con secuestradores. Es muy peligroso para ellos dejar el poder, y bueno, son un obstáculo importante para la reconciliación que es indispensable para llevar adelante al país. Esta banda criminal, que tiene niveles de corrupción increíbles, no sólo ha secuestrado al gobierno versus la oposición, sino al movimiento político de Chávez. Los ha dejado huérfanos de liderazgo, de ideas. Están pasando hambre igual que todos los demás.

—¿Qué características positivas destacas de estos cuatro años de gobierno de Maduro?

—Lo único bueno que ha pasado en el último tiempo es que se les ha caído la máscara de demócratas que tuvieron por 17 años. Ahora el mundo entero sabe que Venezuela no es una democracia.

—¿Crees que se realizarán las elecciones del próximo año?

—No lo sé. En este momento en Venezuela un mes es una eternidad, y un año es imposible de vaticinar. En Venezuela puede pasar de todo, puede haber un cambio de cara, pero no de régimen, en el sentido de que Maduro salga o pase a un cargo más simbólico con menos poder, pero que sea reemplazado por Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez, o por la misma esposa de Maduro. Esa es una posibilidad.

—¿Trump tomará una postura más dura?

—Con Trump es imposible predecir. Un día promete una cosa y hace todo lo contrario, así que no sabemos, es imposible vaticinar.

—¿De qué se trató tu conferencia en Zúrich? ¿Hablaste de Venezuela?

—Yo siempre hablo de Venezuela, pero para las audiencias europeas el interés por Venezuela es sólo por curiosidad, es la perplejidad de cómo un país tan rico pudo terminar siendo una catástrofe. Venezuela hoy tiene indicadores de pobreza que son peores que los de Haití. Y Venezuela tiene las reservas petroleras más grandes del mundo.

Relacionados