Por Nicolás Alonso // Ilustración:Fabián Rivas Febrero 3, 2017

La primera vez que Cristián Huepe entendió lo que era la posverdad, el fenómeno aún se llamaba como siempre: mentiras, rumores, desinformación. Era 2010, y el físico chileno radicado en Estados Unidos estaba mirando en el canal MSNBC a la periodista Rachel Maddow explicar la cadena de mentiras que había creado el escándalo de la semana en la política estadounidense: el rumor de que Barack Obama, en una visita a la India, había gastado 200 millones de dólares por día. La presentadora mostró paso a paso cómo alguien había escrito en su blog esa denuncia, y cómo la habían recogido otros blogs, radios locales, radios nacionales, Fox News y, de allí, al mundo.

“En Chile cada vez se argumenta menos sobre lo que pasa y más sobre lo que la gente piensa que pasa. Hay un aprovechamiento político. Los crímenes bajan, pero la gente se siente más insegura. Y el argumento político es ése: que la gente se siente insegura”.

El físico chileno, de 46 años, que investiga para la Universidad de Northwestern, en Chicago, y pasa varios meses al año en Europa, Asia y Sudamérica colaborando con referentes mundiales en sistemas complejos, ya llevaba una década estudiando teoría de redes y movimiento colectivo. En esos años había creado algoritmos para entender cómo se mueven bandadas de pájaros, bancos de peces o la información entre las células humanas. También había hecho ecuaciones de movimiento colectivo para enjambres de robots en Beijing. Sin embargo, lo que vio esa noche en la televisión lo impactó. Lo hizo preguntarse cómo la desinformación es capaz de escalar por miles de personas sin que nadie la cuestione, hasta generar pánico social. Lo que hoy llamamos, refinadamente, posverdad.

El investigador arrastraba desde su pregrado en la U. de Chile la pregunta de cómo abordar la información como un recurso físico. Había crecido observando a su padre, Claudio Huepe, ex diputado DC y ex ministro de Lagos, ir a reuniones en el exilio e influir a la gente para que condenara al régimen de Pinochet. También había visto cómo éste distorsionaba la oscura realidad en su relato. Y lo que se le ocurrió fue una idea extraña: le propuso a su colega Thilo Gross, del Instituto Max Planck de Dresde, Alemania, que aplicaran sus cálculos de teoría de redes para estudiar la información falsa. El paper que publicaron en 2012, en la revista Physical Review E, describió matemáticamente la posverdad de forma tan clara, que pronto la propia MSNBC los llamó para entrevistarlos.

El trabajo demostraba que cuando en las redes hay muchos núcleos de personas con opiniones similares, conectadas con pocas fuentes de información, y muchos medios de información transmitiendo para pocas personas —como los blogs o Twitter—, se generaban círculos cerrados y autorreferentes. Y esos círculos perdían la capacidad de ser permeados por otras informaciones.

Por ese trabajo, premonitorio de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca —luego de una campaña repleta de medias verdades, distorsiones y mentiras—, Cristián Huepe vino este mes a Chile a dictar una conferencia en el Congreso Futuro. Y lo que vio, en un país consumido por los mayores incendios de su historia, fue un espejo: cadenas de whatsapp culpando a los mapuches, mensajes en Facebook acusando a las forestales de quemar sus propios campos, conspiraciones varias, anuncios de apagones falsos, parlamentarios pagando publicidad contra el gobierno para sacar rédito político, histeria colectiva y mucha gente dispuesta a creerse todo. Una versión cargada de nuestras miserias de la posverdad norteamericana.

Antes de volver a Chicago, donde prepara el lanzamiento de una start-up para combatir el fenómeno —una especie de Wikipedia en que los usuarios podrán emitir juicios, siguiendo una cadena lógica de argumentos que serán evaluados por los otros usuarios de la red—, explica cómo se desarrolló la posverdad en Estados Unidos y por qué la sociedad chilena es especialmente vulnerable a ella.

—Uno tiende a asociarse con las personas que piensan como uno, pero las redes sociales aumentan eso, porque dan la posibilidad a todos de ser emisores de información, y conectarse con quien uno quiera. Puedes encontrar un grupo que piense como tú, y las comunidades se fragmentan y se hacen autorreferentes. Antes todos mirábamos las mismas fuentes de información. Ahora sólo miramos las noticias que nos interesan, y han aparecido todas estas cadenas pequeñas que atacan un nicho a fondo, reforzando sus posturas y generando cada vez más fanáticos.

—Información que busca a quien quiere creerla.
—Las redes sociales monetizan el tráfico en internet, y ha aparecido mucha gente, a nivel casero, que se dio cuenta de que puede ganar plata creando una noticia y haciendo que muchos se interesen, sin importar si es cierto o no. Esa gente creó la dimensión de fake news que aprovechó Trump. Son personas que crean una página y publican cualquier cosa, que Hillary Clinton se comió a su hija, y ganan dinero formando círculos de gente que sólo les interesa lo que quieren creer. Y también Facebook crea algoritmos para que veas sólo los posts que ellos saben que a ti o a tus amigos les pueden gustar, para que estés más tiempo conectado. Si conoces a alguien que le gusten las armas, van a llegarte posts de eso. Funciona así.

—¿Cada vez nos convencen más de nuestros prejuicios?
—Veo a amigos cultos creer cualquier tontera. Y es preocupante. Tengo amigos chilenos de izquierda que me mandan artículos contra Obama escritos por grupos de neofascistas de Estados Unidos, y no lo saben. Mi trabajo consiste en construir aplicaciones tecnológicas para un mundo cada vez más complejo, y es muy importante que la gente entienda al menos a nivel conceptual ese mundo. Que la tecnología no pase a ser magia, o quedaremos marginados y se aprovecharán de nosotros.

—¿Donald Trump usó esa confusión?
—Es el primer presidente que cree en teorías conspirativas. Sus asesores dicen que su asunción fue la más vista del mundo occidental. Imponen una verdad alternativa. En la medida que logren dividir a los grupos, demonizar a la prensa y relativizar a los expertos y a las fuentes de información verdaderas, vendrá eso: los alternative facts. Cada vez más gente prefiere creer en lo que siente que es verdad, sin importar lo que la evidencia muestra.

Mentiras Chilenas

—En Chile la posverdad atacó hacia todos lados.
—Y todos los mensajes tenían síntomas de una teoría de la conspiración clásica. Para la gente de derecha, hecha por mapuches e inmigrantes, y para la izquierda, por empresarios. La gente se siente más cómoda procesando causas inmediatas y simples que causas sistemáticas y complejas. Piensan: “¿Tiene sentido que alguien queme su predio para ganar dinero? Sí”. ciencia“¿Tiene sentido que un grupo resentido con el Estado queme el país? Sí”. Y no pasan por los pasos lógicos que te harían dudar: la cantidad de gente que tendría que ponerse de acuerdo, sin que haya filtraciones ni conflictos internos. Lo mismo pasa en EE.UU.: cada vez más gente piensa que el 11 de septiembre fue una conspiración o que el hombre en la Luna fue una conspiración.

—También hubo voces dispuestas a avivar ese fuego.
—Hoy cualquiera dice “el culpable es el empresariado, hay que boicotearlos”, “el culpable es el gobierno, son incompetentes”. He leído opiniones de derecha que levantan puntos muy válidos sobre la lentitud del gobierno, pero luego concluyen en que el gobierno siempre va a ser incompetente. Y la gente apoya al que les mete el dedo en la boca: al que da soluciones muy simples para temas complejos. Es el camino al populismo.

—¿Por qué creemos en teorías absurdas?
—Porque existen comunidades que tienen un prejuicio enorme sobre el grupo al que se oponen: ya sea a los mapuches, a los inmigrantes, al gobierno o a los empresarios. Hay un terreno fértil para difundir algo que ellos quieren creer. Hay investigaciones que demuestran que cuando te confirman una creencia, se activa tu centro de placer cerebral. Entonces aparece alguien con mala intención, con agenda política, o simplemente un idiota, se emite una vez la chispa y el terreno fértil la multiplica.

—Creemos lo que queremos creer.
—Un terreno fértil es una red de muchos individuos recibiendo información de pocas fuentes. Esto se puede estudiar matemáticamente. Si yo pongo un mensaje falso y todos mis amigos, y los amigos de mis amigos, sólo reciben información de un grupo pequeño que también son amigos míos, se generan círculos autorreferentes, nadie opina distinto ni rompe el círculo de propagación del fuego. Si hubiera información diversa, se apaga.

—¿La segregación social de Chile aumenta el riesgo?
—En Chile existe una gran diferenciación de círculos, de clase y de colegios. Y es un país muy aislado, donde la gente no tiene idea qué pasa en otros lados. Acá te dicen que el metro es lo peor, que es subdesarrollado. Yo les digo: ¿Se han subido en Hong Kong, en New York? Es un horno. Pero estamos convencidos de que acá todo es peor.

—¿Somos más vulnerables que otros países?
—Mis amigos me preguntan cómo es posible Trump… y yo acá veo los mismos síntomas . Esa sensación de que existen centros de poder que les están escondiendo la verdad, y de que yo sé lo que está pasando y lo voy a compartir con mis amigos porque tenemos que crear una resistencia contra todo. Eso estaba en el aire en EE.UU., y en Chile también, fuertísimo, más que en otros países.

—Muchos políticos también desinforman.
—Hay una desacreditación intencionada de los hechos, porque eso te permite inventar los tuyos. En Chile cada vez se empieza a argumentar menos sobre lo que pasa, y más sobre lo que la gente piensa que pasa. Hay un aprovechamiento político de eso. La cantidad de crímenes ha bajado, pero la gente se siente más insegura. Y el argumento político es ése: que la gente se siente insegura.

—La verdad entendida como un estado emocional.
—También se ha generalizado la visión simplista de decir “es sentido común”. “¿Cómo puede haber tantos incendios? Hay un grupo prendiéndolos”. Pero el sentido común no es un argumento. El sentido común te dice que la tierra es plana, no redonda. Lo que necesitamos es una comprensión más sofisticada de las cosas. Este año ha habido temperaturas históricas en Chile, pero el sentido común te dice que el fuego no se prende solo, y que si al fuego le echo agua, lo apago. “¡Cómo el gobierno no lo va a poder apagar con tantos recursos!” La experiencia, en cambio, te muestra que a veces se quema la mitad de California, y no porque allá también sean incompetentes.

—¿Cómo pueden los medios enfrentar esto?
—Cuando se forman grupos autorreferentes, es muy difícil hacerlos cambiar de opinión. En Chile afortunadamente no existen portales alternativos que difundan estas cosas, y mientras no aparezcan es posible corregir el rumbo. Porque cuando aparecen son un refuerzo infinito para que un subconjunto de la población viva solo en ese mundo, afirmado a distintas escalas. En EE.UU. ya no importa cuánto le demuestres algo a alguien, no te cree. En Chile alguien se va a dar cuenta de que es un negocio…

—¿Qué lección tiene que sacar el periodismo?
—La prensa estadounidense se acaba de dar cuenta de que tiene que decirle mentira a lo que es una mentira.

—El Ministerio Público inició una investigación. ¿Es una solución meter a los creadores a la cárcel?
—Tengo sentimientos encontrados, muchas veces son personas con problemas mentales, hay una línea fina entre inventar algo y creerlo realmente. Pero sí es bueno apuntar a la fuente, mostrar en el diario de dónde vienen estas cosas. Si quieres solucionar este problema tienes que llegar a los líderes de estas teorías conspirativas, y acercarte a ellos. Antes sabíamos con quién conversar para cambiar una comunidad: con el líder de la iglesia, con el líder del sindicato. Hay que buscar y entender a los líderes de la posverdad y tratar de incorporarlos a la sociedad, permear la información que reciben. Es todo análisis matemático.

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