Por M. Cecilia González // Fotos: José Miguel Méndez Diciembre 30, 2016

Dos alarmas pueden romper la calma que reina en la Brigada Roble 8 de la Conaf, en Curacaví. La primera de ellas, como el zumbido del timbre que obliga a los niños a volver a clases, es la alarma de la rutina. Su llamado indica que es hora de levantarse, de comer, de reunirse y, por ende, no suele preocupar a nadie. Cuando suena la segunda, en cambio, todos corren. La resonancia grave, profunda, pone los pelos de punta: significa que hay un incendio. En menos de dos minutos, nueve jóvenes están listos para el combate, armados con sierras, rastrillos y palas.

Las instalaciones de la Brigada Roble 8 están ubicadas en una parcela del condominio La Aurora, al borde de la Ruta 68. Cinco módulos blancos se levantan en medio del terreno seco, sin nada más que el campo amarillento a su alrededor. En esas construcciones hechas a medida, los “chaqueta amarilla”, como se conoce a los brigadistas por su uniforme, entrenan, duermen, comen y esperan, día a día, la señal para ir a combatir el fuego.

A la hora de apagar un incendio, el agua no es lo único que importa. El objetivo de este tipo de comandos es cortar la continuidad de los combustibles, es decir, de toda la vegetación que se prende en llamas y sigue propagando el incendio.

La jornada empieza a las 7 de la mañana, media hora antes de que todos se reúnan en el comedor para desayunar. Más tarde compartirán otras dos comidas, el almuerzo y la cena, que se sirven de manera sagrada al mediodía y a las 6.30 de la tarde. Debido al gran esfuerzo físico que implica su trabajo, los brigadistas tienen que ingerir 3.500 calorías diarias.

Además de los jefes de brigada y la cocinera –la única mujer del equipo–, en Roble 8 viven 14 jóvenes, aunque nunca se encuentra más de una decena al mismo tiempo. Se van rotando según turnos flexibles, con cuatro días libres cada 10 en servicio. El horario laboral dura de las 10 de la mañana hasta las 6 de la tarde pero, dependiendo de la contingencia, pueden trabajar muchas más horas que eso.

Dentro del equipo, cada una de las herramientas es responsabilidad de un brigadista en específico, que debe velar por su cuidado y llenar, todos los días, un cuidadoso reporte informando su estado. Más que una tarea administrativa, se trata de una especie de ritual que dota de identidad al portador.
Qué herramienta llevas determina tu lugar en la cadena y quién eres dentro del grupo. La motosierra va siempre primero, abriendo el paso. Le siguen las hachas, luego los rastrillos. Por último, las palas cierran la fila, tapando las brasas de fuego para que no vuelvan a prenderse.

A la hora de apagar un incendio, el agua no es lo único que importa. El objetivo de este tipo de comandos es cortar la continuidad de los combustibles, es decir, de toda la vegetación que se prende en llamas y sigue propagando el incendio. Para eso, los brigadistas avanzan en fila, construyendo cortafuegos, senderos de tierra y roca donde nada puede encenderse.

Si tienen suerte, trabajan pegados al fuego, en una técnica que se conoce como método de control directo. Con motobombas de agua que cargan en sus espaldas apagan las llamas a medida que se van abriendo paso por el incendio. Aunque están expuestos al humo y al calor, es un mecanismo mucho más seguro. Ante cualquier imprevisto –un cambio en el viento, por ejemplo–, basta con dar un paso para estar en la zona segura, donde ya no hay fuego.

Pero si el incendio no se está comportando de manera ordenada o si la topografía es muy compleja, con quebradas y recovecos, su única alternativa es construir líneas de control desde la distancia, buscando encerrarlo de tal forma que los aviones lanzagua puedan concentrar sus esfuerzos.
En todo momento, hay tres preguntas que rondan en la cabeza de los combatientes: de dónde vengo, dónde estoy y a dónde voy. Y no en un sentido filosófico existencialista: tener o no tener la respuesta para cada una de ellas puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Dentro del incendio se forman corrientes de aire muy calientes, con tanta fuerza que pueden llegar a formar remolinos que arrasan con todo a su paso, transformándose en laberintos mortales.
Por eso, hay que estar atento. Desde su fundación en 1970, la Conaf lleva una cuenta triste: 24 mártires que han perdido la vida en servicio.

CHAQUETAS AMARILLAS

Tradicionalmente, el periodo de incendios empezaba en octubre y terminaba en abril. El cambio climático no sólo lo ha hecho más extenso —de noviembre a mayo—, sino que mucho más impredecible, con incendios difíciles de controlar.
—Antiguamente eran relativamente fáciles de combatir, porque el promedio tenía un comportamiento que no era tan variable. Tú llegabas a los cerros y los incendios, como es común, iban hacia arriba. Hoy en día van hacia el lado o bajan a los valles —explica Pedro Parada, jefe de brigada de Roble 8, quien ha dedicado los últimos 36 años de su vida al combate de incendios forestales.
Además, por causas que todavía se desconocen, este año los incendios en la Región Metropolitana han aumentado de manera considerable. Mientras que en toda la temporada 2015 hubo 300 incendios, este año sólo entre octubre y noviembre ya va un centenar.
En este escenario, a los brigadistas recién llegados no les quedó otra que tirarse a los leones.
De una.
—El esfuerzo físico y mental a veces es demasiado. Si el fuego sube a la punta de la cumbre, hay que subir a la punta de la cumbre —dice Angelo Guisande, quien con 21 años es el más novato del grupo. Debajo de los lentes protectores y el casco amarillo que le tapa hasta el cuello, se asoma una cara que todavía conserva rasgos infantiles: la piel lisa y las mejillas rojas.

Para postular a la Conaf, el único requisito es haber salido de cuarto medio —en varias regiones las campañas de reclutamiento se enfocan en los colegios—, además de pasar un test físico y psicológico. Los candidatos predilectos son los voluntarios de Bomberos, los que ya pasaron por el servicio militar y los ex trabajadores de empresas forestales, porque se manejan con las herramientas.

La capacitación es principalmente teórica y dura sólo seis días, tras los cuales se les toma un examen, que si reprueban es causa automática de eliminación. El resto de la formación, dice Parada, se da en el terreno.

Si bien en teoría el poco tiempo de preparación se suple con una norma que obliga a que al menos el 40% de los integrantes de una cuadrilla tengan experiencia, uno de los problemas históricos de la corporación es la alta rotación de los brigadistas. Aunque en promedio los “chaqueta amarilla” tienen 24 años, la gran mayoría entra a la corporación a los 20. Más de la mitad no vuelve para la temporada siguiente.

No es sólo el hecho de poner sus vidas en riesgo lo que los aleja. A pesar de que reciben un sueldo líquido base de $395.000 mensuales, además de comida y techo prácticamente por ocho meses, al tratarse de un trabajo temporal es muy difícil retener a los jóvenes una vez que ya ganaron experiencia, especialmente frente a ofertas de trabajo más atractivas.

En la Región Metropolitana es común que los postulantes de otras regiones utilicen la corporación como un trampolín para encontrar trabajo en la capital. La preparación que reciben en temas de seguridad y manejo de herramientas los hace muy cotizados en el sector privado.
Quienes deciden quedarse lo pueden hacer hasta que les dé el físico, que suele ser cuatro temporadas. Todos los meses tienen que rendir el test de Cooper y superar los resultados del mes anterior. Esa prueba es el indicador más preciso para saber cuándo llegó la hora de retirarse.

PREVENIR ANTES QUE LAMENTAR

Según los datos históricos de la Conaf, en Chile cada verano se registran más 4.000 incendios forestales entre la IV y XII Región. El 90% de ellos logran ser controlados antes de que se hayan quemado cinco hectáreas, tarea que a una cuadrilla de 10 brigadistas le toma alrededor de dos horas.
Los que quedan en nuestra retina son los incendios de magnitud, muchos más escasos, pero dañinos. En los últimos 25 años, la Conaf registra mil incendios que afectaron más de 200 hectáreas, los que sumados quemaron el 66% de toda la superficie que fue víctima del fuego en ese período. Para controlarlos, la Central de Coordinación de la Corporación (Cencor) moviliza brigadas desde todas las regiones, que trabajan formando equipos más grandes.

fuegoMientras más al sur sea la ubicación geográfica, y a mayor altura, aumentan las probabilidades de que un incendio tenga estas características.

El incendio de las Torres del Paine, a fines de 2011, es uno de los más icónicos. El descuido de un turista israelí provocó el fuego que arrasó más de 17.000 hectáreas del parque nacional, con llamas que se propagaron por dos meses y medio. En el momento más álgido del incendio, 250 brigadistas trabajaron en terreno, y hasta la fecha sólo se han podido recuperar 200 hectáreas de bosque nativo.
Sus consecuencias fueron tales que llevaron al gobierno de Sebastián Piñera a modificar la Ley de Bosques y el Código Penal por el uso ilegal de fuegos, para aumentar las penas de quienes provoquen incendios forestales, sean o no intencionales. Hoy, quien causa un siniestro arriesga desde una multa de 50 UTM a 20 años de cárcel para los casos más graves.

Para Guillermo Julio, experto en incendios forestales de la Universidad de Chile, esta legislación sigue siendo insuficiente, especialmente en materia de presupuesto.
—El dinero que se destina a la Conaf es muy poco si se compara con la cantidad de pérdidas. En los últimos años, yo estimo US$ 100 millones en pérdidas directas, bienes transables en el mercado. Pero en las contabilidades no se incluye ni la parte social ni el aspecto ambiental. Y faltan más recursos para otros ítems, como prevención de incendios —explica Julio.

Este año, la partida presupuestaria del ministerio de Agricultura fue aprobada con un aumento de 2,4% para la Conaf. En 2017, casi $ 28 mil millones estarán destinados a combatir incendios forestales.

El 95% del presupuesto de la CONAF se utiliza en el combate directo de incendios, principalmente en la mantención de la flota aérea, que consiste en tres aviones Air Tractor, tres Dromader y un helicóptero Sokol, además de otros nueve helicópteros que se arriendan a empresas privadas. El otro 5% del presupuesto se reparte en investigación y actividades de prevención.

El porcentaje es poco si se considera que en Chile el 99% de los incendios son provocados por el hombre. A diferencia de Estados Unidos y Canadá, los dos grandes referentes mundiales en el tema, que tienen tormentas secas que provocan incendios de manera natural –su flora no sólo está adaptada con mecanismos resistentes al fuego, sino que algunas especies, como las secuoyas los necesitan para poder germinar–, en nuestro país gran parte de los siniestros comienzan por una negligencia humana. Pastizales sin mantención, quema de residuos agrícolas y forestales y la obtención furtiva de leña son algunas de las causas más comunes.

Pedro Parada tiene claro que educar a la gente es la única vía segura para evitar incendios. Por eso, a pesar de que los recursos no abundan, cuando no hay incendios y su brigada va a tener una mañana tranquila, los lleva a Curacaví para hacer labores de prevención. Donde más participan es en los colegios y las radios locales.

En la tarde, sin embargo, ya están de vuelta en su base en La Aurora. Después del almuerzo, con cada minuto aumenta la probabilidad de que esa alarma profunda y grave irrumpa, obligándolos a correr en busca de sus chaquetas amarillas.

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