Por Javier Rodríguez // Fotos: Marcelo Segura Noviembre 18, 2016

Cuando Duilio de Lapeyra sintió que una gota comenzaba a caer desde su frente, y que esa gota no era producto del calor, sino del esfuerzo físico, se emocionó. Dice que ha sido uno de los momentos más hermosos de su vida. Por fin volvía a sentir que tenía control de su cuerpo. Estaba sudando. Era julio de 2016, había dejado los bastones y subía el cerro Huinganal, en La Dehesa, para prepararse para el Endurance Challenge 2016 de The North Face en el Estadio San Carlos de Apoquindo, su vuelta a los cerros y el primer paso en su preparación para el Ultra-Trail de Mont Blanc en 2018.
Para De Lapeyra significaba volver a vivir, luego de cuatro años en el infierno.

***

Duilio de Lapeyra (40 años, casado, padre de tres hijos, ingeniero comercial y runner) había descubierto, junto a un par de amigos, las carreras solidarias: una forma de ayudar y hacer lo que más les gustaba. Ellos organizaban un desafío y convencían a grandes empresas para que los financiaran y donaran un monto a una institución benéfica. Así habían organizado el “Voy por Mil”, donde atravesaron desde Santiago a Puerto Varas trotando para ayudar al Desafío Levantemos Chile.
Era diciembre de 2012. Juan Pablo Muñoz, uno de sus compañeros de ruta, le dijo que por qué no hacían una carrera de 130K desde el centro de la Teletón en Santiago hasta Valparaíso para juntar dinero para la campaña de ese año. Conversaron con la Teletón, diseñaron la carrera.
Ese día llegó mucha gente, incluyendo a los atletas Érika Olivera y Sebastián Keitel, quienes los acompañaron en los primeros kilómetros.
—Tomamos las precauciones necesarias. Lo organizamos de noche, porque hay menos vehículos. Una de las empresas que ayudaban nos puso una ambulancia que iría detrás de nosotros, además de amigos en vehículos de asistencia. Avisamos a Carabineros.

Sabían que tenían que tener cuidado antes del peaje, zona de discotheques. Un grupo de entusiastas se adelantó y Muñoz decidió alcanzarlos para decirles que se acercaran al grupo, que era peligroso.
Junto a Duilio corrían Jorge Sepúlveda, Cristián Bahamondes y Juan Aguilar, compañero suyo de otras carreras que decidió participar ya que tenía un hijo de cuatro años que recibía tratamiento en un centro de la Teletón. Se distribuían a lo ancho de la berma, con la ambulancia detrás. Era casi imposible que les pasara algo.
Casi.
_MSM8139.jpg—No recuerdo el momento del choque. He tenido algunos flashbacks con el tiempo, y hoy me acuerdo de algunas palabras que conversé con Juan Aguilar antes de que me atropellaran. No me acuerdo de nada más.
No lo vieron venir. En el kilómetro 4,5 de la Ruta 68, un Volkswagen Golf rojo perdió el control, los chocó y lanzó a una zanja. El conductor —hoy condenado a 10 años de presidio, que cumple en la ex Penitenciaría— iba ebrio y sin licencia, la que le habían quitado por haber protagonizado otros tres incidentes manejando borracho. Volaron 16 metros. Los tres que iban en la línea de Duilio murieron a los pocos minutos. El grupo de avanzada se salvó de morir. En total fueron 12 los atropellados.
Lo que vino después lo sabe sólo porque se lo contaron: traslado en estado crítico a la Posta Central, estabilización. Internación en la Clínica Alemana, coma por ocho días. Diagnóstico: 17 fracturas desde las caderas hasta las rodillas, un fuerte golpe en la cabeza que dañó el nervio femoral y como consecuencia le atrofió la pierna izquierda. Costillas y clavícula fracturadas. En base a implantes de titanio, lo armaron de nuevo. Recién a los siete meses recuperó la sensibilidad en las piernas.

El 8 de diciembre, cerca del mediodía, despertó. No recordaba nada, pensó que se había caído entrenando en El Huinganal.
A partir de ahí, vinieron los peores tres días de su vida.
—Mi accidente partió cuando desperté del coma. Nunca en mi vida sentí un dolor físico tan fuerte. Fueron las noches más largas. Analicé mi vida por completo durante esas tres noches.
Se cuestionaba que les ocurriera un accidente así en una causa benéfica. Que muriera, precisamente, el padre de un niño de la Teletón. Vino el clásico, ¿por qué a mí? Cinco hijos y tres mujeres se quedaban solas. Apareció el sentimiento de culpa. Él, el que había organizado la carrera, era el único sobreviviente.
—De esto que organizamos hubo tres papás que murieron. Y eso es irremediable. Es un daño para toda la vida. El gallo que lo hizo está preso, pero lo que me complica es ser parte de esta ecuación. No soy la persona que apretó el gatillo, pero me complica.

En el kilómetro 4,5 de la Ruta 68, un Volkswagen Golf rojo perdió el control, los chocó y lanzó a una zanja. El conductor —hoy condenado a 10 años de presidio, que cumple en la ex Penitenciaria— iba ebrio y sin licencia.

Estuvo en la clínica hasta fines de febrero. Tres meses. Volvió a su casa en silla de ruedas y con una deuda de más de $40 millones que, con la licencia médica, se multiplicó. Al año y medio, otro balde de agua fría. En la inmobiliaria en la que trabajaba de gerente lo esperaban con su finiquito. Estaba despedido.
—Sentía que no valía nada. Te tienen que cambiar los pañales, no te puedes mover solo, no puedes mantener a tu familia, ni siquiera tener intimidad con tu mujer. Ella me dijo: “Tranquilo, hemos salido de peores”. Yo me reí y le dije: “¿Cuál ha sido peor?”.
De a poco comenzaba a mejorar. Llegó de la clínica con el pronóstico de que no iba a volver a caminar y a los tres meses ya estaba de pie. Comenzaba a moverse de a poco, con un dolor crónico en la pierna izquierda producto del golpe en la cabeza. Un ardor con el que tuvo que aprender a vivir.
Así fue como llegó la fecha de la Maratón de Santiago de 2013. Él no quería ir, no quería dar pena. Pero el mismo Juan Pablo Muñoz lo obligó: cuando fue el accidente tanto la Posta Central como la Clínica Alemana tuvieron que cerrar sus bancos de sangre por toda la gente que llegó. Tenía que agradecerles. Ser humilde.
La experiencia lo movió. Se le acercaba la gente a decirle que le había donado sangre, que su ejemplo los motivaba. Se hacían postas para llevarlo en la silla. Sacó el segundo lugar en discapacitados motores y se dio cuenta de que, con su experiencia, podía hacer un cambio.

Al tiempo que se acumulaban las cuentas y no conseguía trabajo, decidió contar su experiencia y comenzar con charlas motivacionales. Pero no sólo hablar de su historia: son charlas sobre seguridad, donde advierte a los oyentes que una decisión que ellos tomen puede cambiar su vida y la del resto. Como le pasó a él.
El negocio, de a poco, comenzó a andar. Lo becaron en la Universidad Gabriela Mistral para cursar un MBA —que ya terminó, sin reprobar ningún ramo—. Seguía buscando trabajo a la vez que la demanda por las charlas crecía.
—Pensé que iba a encontrar pega rápido. Lo pensaba como gerente: podía mejorar el clima laboral, la responsabilidad social. Pero nada. Fui a decenas de entrevistas. Nunca quedé.
Eliminaron el cable, los celulares, el gimnasio. Les cortaron el agua tres veces, y él tuvo que aprender a darla con una llave. Tuvieron que acostumbrarse a otra vida.

***

—Primero fue una, después la otra, y a finales de 2014 nos fuimos para arriba gracias a una charla en la Mutual de Seguridad donde conocí muchos clientes. Ahí dejamos, por fin, de usar la línea de crédito.
A las charlas agregó talleres y otras actividades. Los clientes se fueron sumando. Contrató gente. Había que ponerle nombre: sin darse cuenta, había creado una consultora. Se llamaría Inspira 360°, donde realizan charlas, conferencias y programas motivacionales para asesorar a las empresas en materias de liderazgo, trabajo en equipo y seguridad. Incluso recibió el premio a la Innovación de Alto Impacto en los Innova Rock Awards entregados por Radio Futuro y CNN.
Pero ese también fue el año en que debió enfrentar al hombre que produjo el accidente. En marzo de 2014 le tocó tenerlo a tres metros, en el juicio. Nunca le pidió disculpas. De Lapeyra aprovechó su paso por el estrado para, por primera vez, encararlo. Lo que le dijo fue mirándolo a los ojos. Según recuerda, el acusado no fue capaz de levantar la vista del suelo.
—Le dije eres un irresponsable, no has sido capaz de pedir perdón, de acercarte. Ya cometiste el error la noche del accidente, pero sigues cometiéndolo. Le dije que todos merecíamos una oportunidad, pero vos hueón tuviste antes tres accidentes por manejar en estado de ebriedad, tenías la licencia cancelada, fue tu cuarta oportunidad.
El juez le llamó la atención, pero Duilio se sacó un peso. A partir de ahí fue contactado por Benjamín Silva y Carolina Figueroa, cuya hija, Emilia, había muerto en un accidente el 21 de enero de 2013. Los ayudó en la presión por la ley. Hizo lobby, fue al Congreso. Había una causa común.

***

Es el sábado 15 de octubre. Están por cumplirse cuatro años del accidente. De a poco la meta comienza a aparecer. La bandera celeste y blanca de la Universidad Católica le indica que está por llegar a la entrada del Estadio San Carlos de Apoquindo y que la carrera está por terminar.
Duilio corre los últimos cinco kilómetros con su bastón. Mira hacia atrás y ve 300 corredores detrás de él. Se siente bien. Se le empieza a erizar la piel. No, no voy a llorar. No quiero dar jugo. Digno. Todo esto lo piensa, mientras comienza a recordar lo vivido.
Guarda los bastones, son los 400 metros finales. Respira profundo, intenta obviar los inminentes calambres en las piernas. Trata de no llorar. Pero no puede.
Levanta las manos y cruza la meta, donde lo espera su mujer.
Duilio de Lapeyra ha vuelto a correr.

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