Por Carolina Mascareño Octubre 28, 2016

Cuando se le pregunta a Carlos Peña si votó en las municipales, responde de inmediato que “por supuesto”. Que sigue haciéndolo en LaFlorida, en donde se inscribió para participar en el plebiscito de 1988. Elegido por segundo año como el columnista más influyente de Chile, Peña divide su tiempo entre las clases, la preparación de dos libros, la lectura y el análisis que cada semana realiza en El Mercurio para escrutar la política, el poder y quienes lo detentan.

—¿De qué se habla cuando se habla de influencia hoy en día?
—La palabra influencia quizás quede bien descrita como la capacidad que tiene alguien de modelar, de conducir la opinión o la decisión de otros. En el caso de la columna de opinión como la que yo mantengo hace tanto tiempo ya, me parece que la influencia es intelectual. Si la gente coincide o no con uno es secundario. Lo que importa es atizar el fuego de la conversación sobre los asuntos comunes. Eso es lo que mí me interesa.

—¿Y le gusta?
—Me gusta mucho, sí. El periodismo, la capacidad que yo no presumo, pero que me esfuerzo por tener, de presentar cuestiones que pueden ser aparentemente complejas en el lenguaje de la comunicación masiva, apelando a un lector medio, ese esfuerzo intelectual me parece simplemente fascinante.

—¿Cuál sería su principal virtud como columnista?
—Considero que no es correcto hablar de mí mismo. Y lo digo en serio. Estamos llenos de columnistas que creen que son alguien cuya vida es interesante, que ocupan la columna para narrar sus peripecias. Sinceramente, yo tengo la más absoluta convicción de que no tengo nada interesante en mi vida personal, que esta sólo les importa a mis cercanos, pero no al público y a la audiencia, y por eso omito cualquier referencia personal en mi escritura. Creo que esa es mi principal virtud (se ríe).

—¿Cómo se mantiene inmune a las presiones?
—(Piensa) No me gusta hablar de mí y va a sonar feo, pero lo voy a decir: lo que pasa es que la opinión ajena me importa bastante poco. Esa es la verdad. Por alguna extraña razón que no soy capaz de explicar, soy bien prescindente de la opinión ajena. A veces reviso las críticas a la columna, algunos me escriben y yo todo lo leo con mucha atención y me parece correcto. Las reglas de la opinión pública son que uno dice lo que piensa, pero tiene el deber de oír lo que la gente piensa acerca de uno. Pero mentiría si dijera que me afecta. No me creo los halagos y no me afectan demasiado las críticas.

—¿Es difícil ser el columnista más poderoso?
—Creo que prescindir de la opinión ajena es de los recursos más importantes en la vida de un ser humano. Ser fiel a uno mismo es quizás lo más importante, y yo trato de serlo ante todo, prescindiendo hasta donde es posible para un ser humano. Eso explica que cause molestia a mucha gente, pero yo nunca pienso en eso cuando escribo. Sólo escribo lo que pienso y lo mando al diario.

—¿Se ha arrepentido alguna vez?
—No.Confío en nunca haber injuriado ni calumniado, pero tengo plena conciencia de que he irritado a muchos, y de eso no me arrepiento para nada. Sé que la gente se puede molestar con cosas que digo, sentirse injustamente tratada, pero siempre hablo de quienes ejercen funciones públicas, expuestas al escrutinio. Nunca, y trato de ser particularmente escrupuloso en eso, me inmiscuyo en su privacidad o su intimidad. Juzgo sus actos públicos y también me expongo a la crítica.

—Este gobierno ha tenido una difícil relación con los medios.
—La prensa es un recurso insustituible para limitar y hacer escrutinio del poder en una democracia. El gobierno tiene mucha desconfianza de los medios, piensa que están al servicio de intereses espurios, teledirigidos por propietarios que le son hostiles. Nada de eso es cierto. Las agendas son muy variadas, es muy difícil el control centralizado en los medios. Yo sugeriría al poder político hablar el lenguaje de la comunicación masiva para modelar la agenda, más que pretender influir por la vía de domeñar la voluntad de un controlador. Hay una visión conspirativa, una muy mala comprensión de cómo funciona la prensa ante las audiencias masivas.

Paradojas del malestar

—En este especial, Piñera, Bachelet y Luksic figuran como los más poderosos de Chile. ¿Concuerda?
—Sólo haría una precisión: en el caso de la presidenta Bachelet, ella es una de las personas más poderosas, pero no en razón de sí misma, sino del cargo que ejerce. En quince meses más, el poder que hoy le atribuimos va a esfumarse de un día para otro. En cambio, en el caso de Piñera y Luksic, para bien o para mal, se trata de un poder que es independiente de su posición institucional. Estén donde estén, Luksic y Piñera tienen una de las variables clave del poder: los recursos económicos.

—¿Qué espacio tendría Bachelet para influir tras su gobierno?
—Cuando salen del poder, los políticos dependen de la memoria que hayan configurado y de su desempeño. A ellos se les juzga por los resultados, fundamentalmente. Ya veremos con cuánto poder, influencia y prestigio Bachelet acaba este mandato. Aunque la verdad es que no es muy auspicioso el futuro, porque, al margen de sus características personales, no ha hecho un gran gobierno.

—¿Cómo la sociedad puede controlar y enfrentar los conflictos de interés entre el poder político y económico?
—No es fácil. Pero para resolver ese problema una sociedad debe tener buenas reglas e instituciones imparciales, capaces de administrarlas. Eso ayuda mucho a evitar la promiscuidad entre dinero y política, y también la existencia de una opinión pública vigilante y alerta. En Chile nos escandalizamos, porque —como lo revela la relación promiscua entre el dinero y la política, en el último tiempo— hemos descubierto que el dinero aspira a una influencia indebida sobre el poder. Pero siempre ha sido así.

—¿Existe ese “malestar” social del que habla hoy el poder político?
—¿Dónde está ese malestar ? Chile es un país que funciona, donde la gente desenvuelve su vida con gran entusiasmo. Es cierto, hay esta paradoja: la gente está satisfecha consigo misma, insatisfecha con su entorno institucional. Pero no exageremos: ese no es un malestar en el sentido dramático y casi apocalíptico. No es que la vida social esté al borde de la anomia. Hemos adherido a un diagnóstico que no hemos reflexionado lo suficiente. ¿Malestar con la modernización capitalista? ¿En una elección donde ganó la derecha?

Los viejos actores

—¿Cómo queda el cuadro de poder en Chile después de las municipales?
—En todos los lugares donde vive la nueva clase media, estos grupos sociales ascendidos, en Maipú, La Florida, etc., ganó la derecha y no la Nueva Mayoría.Creo que el oficialismo, o el gobierno de la presidenta Bachelet, no ha logrado interpretarlos bien. Por el contrario, la presidenta se ha empeñado, como consecuencia de un erróneo diagnóstico acerca de la realidad social chilena, en ir a contracorriente de la opinión de ellos. Ricardo Lagos, que es uno de los políticos talentosos que tiene el país, está en un serio problema, porque inevitablemente, desde el punto de vista simbólico, está atado a Bachelet. Y es probable, por eso, que la disputa presidencial sea muy dificultosa para él.

—¿Está muerta la Nueva Mayoría?
—Si por Nueva Mayoría se entiende un cierto estilo de comprensión de la realidad social y una cierta conducta que es consecuencia de esa comprensión, sí, yo creo que la Nueva Mayoría, concebida de esa forma, ya no es posible. No es que haya colapsado de un día para otro, pero como proyecto intelectual y político me parece que se demostró erróneo.

—¿Se acabó el relato épico de ME-O?
—ME-O es un político que, en lo inmediato, no tiene futuro. Si bien hemos visto casos de políticos sin futuro que logran reconstruirse, creo que en la próxima presi- dencial ME-O no tiene ninguna importancia, y el PRO al parecer tampoco. Él quedó atrapado entre dos generaciones; la más vieja, de la Nueva Mayoría, y la emergente, de Boric y Jackson. Prácticamente ya tiene poco espacio, lo que no quiere decir que no sea un político interesante.

—¿Era necesario el retorno de Lagos?
—Lagos es, sin ninguna duda, dentro de los políticos de centroizquierda en Chile, uno de los más valiosos, si no el más valioso.Era inevitable que estando en la escena se le obligara a participar. Y él mismo, por deber cívico, lo consideraba necesario. Ya veremos si terminará siendo candidato, no se sabe.

—¿Le conviene arriesgar su capital?
—No conozco demasiado a Lagos, pero en lo que he logrado conocerlo, tengo la impresión que la derrota municipal, más que ser un desincentivo, fue un acicate. Lagos vio delante suyo el deber de contribuir a reverdecer el proyecto de centroizquierda que, sin duda, se ha dado cuenta de que ha sido maltratado. Paradójicamente, la derrota de Tohá y la Nueva Mayoría fue un estímulo, en vez de una razón para desilusionarse o deshacerse de este compromiso.

—¿Cómo se explica esta “política del revival” con Lagos y Piñera?
—El gobierno de Bachelet se inició con el lema del inicio de un nuevo ciclo político, que los viejos actores debían salir de escena. Cuatro años después, lo más probable es que los candidatos sean Piñera y Lagos, lo que prueba que este gobierno, que aspiraba a ser el umbral de un nuevo ciclo, acabará siendo un mero paréntesis.

—¿Cómo puede administrar Piñera este resultado positivo?
—Él y la derecha debieran atender a los grupos medios, ese es el factor fundamental, abandonando también los viejos temas de la derecha más conservadora, desde el punto de vista moral, porque eso enajena muchas voluntades. Y Piñera, y yo creo que en esto va a converger un proyecto de centroizquierda conducida por Lagos, debiera tener un proyecto más cercano a una socialdemocracia, moviéndose más al centro que a los extremos.

—¿Qué consejo le daría a Bachelet para lo que le resta de gobierno?
—Creo que es muy tarde. A estas alturas, ya hizo prácticamente su gobierno, han transcurrido más de dos tercios, y tiene un desempeño que es muy difícil de corregir. Quizás habría que sugerirle que mori-gere el mal diagnóstico en el cual ha reposado su acción política. Pero desgraciadamente, creo que no es la hora de dar consejos. La fisonomía del gobierno ya se dibujó, para bien o para mal. El resultado está a la vista, ya no se puede corregir. Hay cosas buenas, sin duda, no ha sido un desastre, pero no ha estado y no estará a la altura de las expectativas que ella misma sembró. Eso sí que es seguro.

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