Por Javier Rodríguez // Foto: José Miguel Méndez Octubre 7, 2016

Nicolás Córdova tiene varios sueños que va tachando de una lista imaginaria a medida que se cumplen. Uno de ellos era terminar su carrera en Chile. Idealmente en su amado Colo Colo, donde hizo todas las divisiones inferiores. A finales de 2012 terminó su contrato con el Brescia de Italia y junto a su mujer, con la que partió a los 21 años desde Santiago al pequeño pueblo de Perugia, habían decidido volver después de once años en la península.
Pero las cosas no salieron como él pensaba.
—Estuve esperando la respuesta de ocho clubes que me querían contar conmigo. Sólo dos me dijeron que estaban interesados pero que no podían: Sierra, en Unión, y Buljubasich, en Católica. Del resto nunca supe—dice sentado en la marquesina del Estadio de La Cisterna.
Con 36 años, Córdova se vio obligado a retirarse del fútbol profesional.

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El hoy entrenador de Palestino fue parte de esa generación de jugadores chilenos que partió a Europa a comienzos de la década del 2000, cuando afuera el nombre de Chile se asociaba o a Zamorano y Salas o a Pinochet. Jaime Valdés, Julio Gutiérrez, Rodrigo Tello, Jorge Vargas y él mismo formaron una camada que demostró que el futbolista chileno podía ser útil para los equipos de mitad de tabla para abajo en un fútbol con una intensidad muy superior a la que se ve en los pastos nacionales. Con sus actuaciones, abrieron las puertas del primer mundo futbolístico a los actuales seleccionados nacionales.
La adaptación no era fácil. Varios se volvían a los seis meses de estar separados de sus familias. Córdova, no sin dificultades, se quedó. Fue su primer entrenador en Perugia, Serse Cosmi, uno de los culpables, indirectamente de que hoy sea uno de los técnicos más prometedores del fútbol chileno. Porque él lo transformó en otro tipo de jugador: del diez clásico que ocupaba en Chile, dedicado exclusivamente a labores de ataque, lo puso a jugar al lado del volante de contención, un puesto que lo obligaba a colaborar en defensa.

AC Milan's midfielders Kaka of Brazil (L) and Joann Gourcuff of France (R) fight for the ball with Messina's midfielder Nocolas Cordova during their Serie A football match at San Siro stadium in Milan, 25 November 2006. AFP PHOTO / PACO SERINELLI FBL-ITA-AC MILAN-MESSINA

Más tarde, cuando jugó en el norte de Italia, aprovechó la cercanía y se abonó a los partidos del AC Milán. Cada vez que podía, recorría las seis horas en auto que separaban Parma de la ciudad para ver al equipo de Andrea Pirlo. Incluso, cuando podía, viajaba a Barcelona a observar entrenamientos de Josep Guardiola. Cada momento libre lo aprovechaba para prepararse para un futuro que comenzaba a ver con cada vez mayor claridad.

Pero el aprendizaje conlleva, obligatoriamente, errores. En su cuarta temporada en Europa, cuando defendía al Ascoli, sólo jugó cuatro partidos en un año. Y reaccionó como la mayoría de los futbolistas: amurrándose, entrenando de mala gana. Se consolaba pensando que el entrenador lo tenía “cortado”. Su enemigo era Marco Giampaolo, técnico que hoy dirige a la Sampdoria y que nunca lo consideró en sus planes.

Hoy, dice, haría las cosas de otra manera. Porque ahí aprendió que el entrenamiento es la única instancia donde el futbolista puede cambiar la decisión del técnico. Ese año entendió dos cosas: que cuando se retirara sería entrenador de fútbol y que Giampaolo pasaría a ser el técnico más importante de su carrera.

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La cesantía, luego de no lograr fichar por ningún equipo chileno, le duró más de cuatro meses. Aprovechó de terminar los trámites para sacar su título de entrenador de la Federación Italiana de Fútbol, obtenido en la prestigiosa escuela del Centro Técnico de Coverciano, donde se graduó de técnico UEFA y fue compañero del campeón de la selección italiana en el mundial de Alemania 2006, Fabio Cannavaro. Además, realizó diplomados de liderazgo y sicología deportiva.
La oportunidad de sentarse en el banquillo le llegó de un lugar que no esperaba: la selección de fútbol de Duoc UC. Allí se dio cuenta de que la cosa iba en serio. Ganaban casi todos los partidos, con holgura. Córdova comenzaba a mostrar su carácter obsesivo, meticuloso. Teniendo presente que el equipo de fútbol no era la prioridad de sus jugadores, logró sacarles el máximo rendimiento.

10 de Agosto de 2011/MONTPELLIER, FRANCIA Nicolas Cordova celebra su gol y del empate en el partido amistoso entre las selecciones de futbol de Fancia v/s Chile, jugado en el Estadio la Mosson de Montpellier, Francia. FOTO:MARCELO SEGURA/AGENCIAUNO Fancia v-s Chile47

A finales de 2014 recibió el llamado del jefe de las selecciones menores de Chile, Hugo Tocalli. Necesitaba urgente un asistente que lo ayudara a dirigir a Chile en el sudamericano sub 20 de Uruguay, luego del despido de Claudio Vivas. Córdova, que nunca se había planteado trabajar con juveniles, aceptó.
Tocalli cuenta que le llamó la atención su dedicación. No se desconectaba. Vivía las 24 horas del día en función de sus jugadores. Llegaba muy temprano a Juan Pinto Durán y se iba tarde en la noche. Veía videos. Buscaba formas más efectivas de mecanizar movimientos.

El mismo Córdova recuerda que fue en este proceso que vivió uno de los episodios que lo marcó: cuando tuvieron que dar la lista final de convocados para el sudamericano. Siete jugadores quedaban fuera. Siete niños que sentían que, en ese momento, se jugaban la carrera. Hugo Tocalli llamó a cada uno de los que quedaban fuera y les explicó las razones.
—Fue súper chocante porque en DUOC el fútbol era un hobby, ellos privilegiaban su carrera, pero estos niños se jugaban la vida. Vi cómo se desmoronaban —recuerda.
Debido a los malos resultados, Tocalli dejó el cargo, pero en la ANFP quedaron conformes con el trabajo de Córdova y le ofrecieron hacerse cargo de la sub 20. La invitación al tradicional torneo juvenil en L’Alcudia, España, era la mejor excusa para volver a motivar al grupo de jugadores que fracasó en el sudamericano anterior. Con aportes fundamentales de jugadores como Richard Paredes y Francisco Sierralta, a quienes dirige hoy en Palestino, logró ser campeón de un torneo que Chile no ganaba desde 1998.

El proceso siguió pero, según cuenta, estuvo obligado a renunciar.
—Estaba la embarrada por el tema de Sergio Jadue. Teníamos problemas serios. Desde que no habían pelotas ni canchas para entrenar. Con un programa de trabajo serio jamás me hubiese ido de la sub 20.
Esta vez las oportunidades se demoraron un poco menos en llegar: a las dos semanas recibió el llamado de un dirigente. Luego del exitoso proceso de Pablo Guede en Palestino, querían que Córdova tomara la posta.

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Cuando Leonardo Valencia, seleccionado nacional y gran figura de Palestino, enganchó y remató fuerte para marcar el 2-0 —que silenció a los más de 20 mil torcedores que veían como su equipo, el millonario Flamengo, comenzaba a quedar eliminado de la Copa Sudamericana contra un modesto equipo chileno— corrió hacia la banca y abrazó a sus compañeros. Córdova sonrió. Cuando el árbitro peruano Diego Haro dio el pitazo final, su sonrisa fue aún más grande. El partido tenía un final conocido, que él había vivido cientos de veces en su cabeza, antes de dormirse en la pieza del hotel, mientras se duchaba, camino al estadio. Y así se lo dijo a sus jugadores en el camarín.

“Con Marco Cornez tengo muy buena relación, pero una relación esporádica, no es frecuente. Eso sí tengo una excelente relación con sus hijos, mis hermanos. Con uno armamos una empresa de artículos de kinesiología”, dice Córdova.

—Les aseguré que nos iban a mirar por encima del hombro, que nos subestimarían. Por eso teníamos que agarrarles la pelota y hacerlos correr, porque al jugador de equipo grande eso lo desespera —explica.
Córdova, dice, estaba satisfecho por el resultado. Pero más que el marcador final, por ver cómo todo lo que planificó terminó sucediendo. El triunfo significaba un paso gigante para convencer a los jugadores de su propuesta.
Dado que Palestino no tiene un gran poderío económico, termina vendiendo pronto a sus figuras, por lo que cada comienzo de campeonato para ellos significa partir casi de cero. Para este torneo, Córdova formó un plantel con 12 jugadores nuevos a los que debía convencer de su filosofía.

Y no sólo eso, porque varios futbolistas que llegaban lo hacían en momentos bajos anímicamente. Casos simbólicos eran los de Leandro Benegas, Leonardo Valencia y Benjamín Vidal, todos desechados por Sebastián Beccacece de la U. Había que levantarlos, quitarles esa sensación de rechazo, de que no los querían.
—Necesitaba reencantarlos. El jugador quiere que lo traten bien. Para eso intentamos saber cuáles son sus problemas fuera del fútbol. Estamos atentos a sus redes sociales, porque por ahí dan muchos mensajes subliminales. Si un jugador que no está jugando sube una foto del plantel luego del triunfo, significa que vamos por buen camino.
Al ex Parma no le gustan los encasillamientos. Así como le molesta la comparación —burlesca, a veces, por su forma de vestir, hábito que adquirió en Italia— con Guardiola, sabe que con cada jugador tiene que lidiar de forma distinta. Sabe que no puede tratar a Jason Silva —ex jugador de Colo Colo, procesado por por pisar una bandera de la U en un clásico— igual que a un juvenil .

Porque para él, el compromiso es fundamental. Si los jugadores no están contentos, no se motivarán con el proyecto que les propone y el trabajo que a diario realiza—que empieza a las 8 de la mañana en la Cisterna y termina pasadas las siete de la tarde— no sirve de nada.
—Buscamos tener la posesión del balón. Nuestra mayor satisfacción hoy es que donde vamos jugamos igual. Puedes perder, pero buscamos imponer nuestras condiciones en todas las canchas. Además, siempre les digo a los jugadores que nunca vamos a poder atacar todo el partido, ni tampoco defendernos los 90 minutos. Por lo tanto tienen que tener la capacidad de interpretar los momentos.

De afuera no se casa con ningún referente. Le gusta como se defienden los equipos de Giampaolo. Ha sacado cosas del Bayern Munich de Guardiola, con el que se juntó en Alemania. También de Pellegrini. Y de la selección chilena de Sampaoli que, asegura, dejó huellas que aún no se dimensionan.
—De la sub 20 que entrené, varios fueron peloteros durante la Copa América y vieron in situ que sí se puede. Después de eso me tocó la gira a España y se presentaron con el mismo desplante que la adulta. Eso ha sido un paso gigante. Yo jugué en esos tiempos en que los entrenadores nos pedían que no pasáramos la mitad de la cancha de visita.
Para él esta generación, de por sí, es distinta. Además del efecto Copa América, apunta a la importancia de que hayan nacido en un país en democracia.
—¿Te afectó la dictadura?
—No directamente. Yo nací el 79, soy de Talca. Mi mamá estudiaba acá en Santiago y fue jodido, porque a veces no se podía devolver. Como a cualquier chileno nos costó y eso se transmitió a las generaciones que nacieron en esos años. Había mucho miedo, nos acostumbramos a que nos dijeran que no. Es muy grande el cambio de paradigma.

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Nicolás Córdova fue el primer Córdova de su familia. Su madre, mientras estudiaba enfermería en Santiago, quedó embarazada del famoso arquero Marco Cornez quien, paradójicamente, terminó su carrera en Palestino. Él tenía otra familia en Santiago, así que la estudiante decidió volver a Talca, donde lo crió con ayuda de sus abuelos y ocho hermanos. Al inscribirlo, eligió un apellido al azar para no darle problemas al ex arquero de la UC.
Córdova, quien no habla públicamente del tema, esta vez accede a hacerlo. Porque no quiere quedar como el niño que creció sin padre.

Córdova, dice, estaba satisfecho por el resultado contra Flamengo. Pero más que el marcador final, por ver cómo todo lo que planificó terminó sucediendo. El triunfo significaba un paso gigante para convencer a los jugadores de su propuesta.

—Mis tíos se peleaban por llevarme al estadio. Siempre estuve súper regaloneado. Recuerdo que venía Colo Colo y yo era de los cabros chicos que iba a verlos al hotel, que en esos tiempos era la única forma de verlos aparte de los goles del domingo o en el álbum. Ellos me acompañaban y fueron claves en mi enamoramiento con el fútbol, un relato que uno va construyendo con todas esas cosas.
—Con lo que dices se rompe el mito de que fuiste un niño que creció abandonado por Marco Cornez, que ni tú ni él sabían de su parentesco.
—Sí, toda mi familia sabía. Eso influyó en que tuvieran un poco más de preocupación por mí también. Fui muy querido por mis primos que, al final, son mis hermanos. De mi niñez tengo recuerdos maravillosos porque tuve una familia que se esmeró por darme lo mejor.
—¿A qué edad lo conociste?
—Lo conocí siempre, lo vi varias veces. Él tenía su familia. Aunque mis recuerdos de él son como futbolista, nunca tuve una relación de padre-hijo con él. Con Marco Cornez tengo muy buena relación, pero una relación esporádica, no es frecuente. Eso sí tengo una excelente relación con sus hijos, mis hermanos. Con uno armamos una empresa de artículos de kinesiología. Ellos son mis hermanos y cuido mucho esa relación.
—¿Lo tratas de papá?
—No. A ver, las cosas pasaron y yo tenía dos opciones: o hacerme más fuerte o debilitarme. Y elegí la primera.
—Esa mirada te la da la madurez y el tiempo pero, ¿sentiste rabia o pena en algún momento?
—Obviamente. Se sienten muchas cosas, se pasa mal. Pero al final fui querido por tanta gente cuando chico que sería injusto con ellos si empezara a quejarme. No cuestiono a ninguno de los dos. Al final, cuando uno empieza a mirar mucho para atrás deja de mirar hacia donde realmente hay que mirar: hacia adelante.

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