Por Evelyn Erlij, desde Serbia Agosto 12, 2016

Son las 9.45 de la noche y José “Pepe” Mujica acaba de terminar esta entrevista, la última del día. Hasta un niño querría su energía: tiene 81 años, recién se libró de un pelotón de periodistas serbios y rusos, y pasó una buena parte de la jornada visitando lugares con las cámaras del cineasta Emir Kusturica encima, quien prepara un documental sobre él que lleva por nombre El último héroe. Hace más de un año que dejó la presidencia de Uruguay, y aunque ya no está en las portadas de los medios del mundo, vaya donde vaya no escapa de reporteros y admiradores, ni siquiera aquí, en un rincón perdido del sur de Serbia. “Mujica llena más estadios que AC/DC”, tituló el diario El País, después del colapso de una charla que dio en Barcelona. Exagerado o no, rara vez un político atrae a las masas con la fuerza de una estrella de rock.

El ex presidente uruguayo está sentado en El lugar maldito, el bar de Drvengrad —también conocido como Küstendorf—, el pueblo que el director serbio, doble ganador de Cannes, construyó en 2004 en el suroeste de Belgrado, y en el que todos los años celebra su festival de cine. Después de un viaje por Alemania, donde participó en un congreso de estudios latinoamericanos, Mujica vino acá para presentar el libro Memorias del calabozo, de sus compañeros tupamaros Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández, en la Feria del Libro de Andricgrad, un centro turístico que el cineasta erigió en honor al novelista Ivo Andrić. Pepe no olvida que está en Serbia, tierra de nacionalismos y recuerdos sangrientos: “Saldremos de la prehistoria cuando dejemos de usar la guerra como recurso”, dijo en un discurso en el que lanzó más de un palo encubierto contra los odios que todavía dividen a las ex repúblicas yugoslavas.

Mujica acaba de ser noticia por haber colaborado en las conversaciones que forjaron el acuerdo de cese al fuego entre el gobierno de Colombia y las FARC, un evento al que no podrá asistir por estar aquí, en Europa. Hoy, convertido en senador, el presidente que pasó a la historia por la regulación del mercado de la marihuana y la aprobación del matrimonio gay dice que su lucha interna en Uruguay ha estado orientada hacia discusiones sobre presupuesto, pero asegura que lo que más le preocupa por estos días traspasa las fronteras de su país.

—Estoy recorriendo universidades del mundo para hablar con los muchachos y plantearles algunas ideas —cuenta—. El mundo que va a venir, y en el cual yo no voy a estar, va a tener sustantivas diferencias al mundo actual, y hay que desarrollar la prospectiva histórica para tener una noción de hacia dónde vamos.

—¿Qué ideas les está planteando?
—Los futuros trabajadores del mundo van a ser masivamente sustituidos por gente de formación terciaria, porque el avance de la tecnología así lo requiere. El trabajador común, a diferencia del calificado, no va a dejar o va a dejar muy poca plusvalía. El viejo proletario va a tener que soportar los embates de la introducción de la robótica en el mundo del trabajo, que sustituirá al ser humano. Eso va a acrecentar las tensiones sociales y va a incidir en la conducta de los estados. No va a ser un mundo sencillo. Es maravilloso que las máquinas trabajen para los hombres. El problema es que van a trabajar para los dueños de las máquinas, no para los hombres. Fui a Japón a ver esto, donde el asunto ha surgido con más rapidez. Me estoy dedicando a plantear estos problemas a la gente joven, como una especie de humilde alerta de carácter intelectual, pidiéndoles que piensen en esas cosas.

“Es maravilloso que las máquinas trabajen para los hombres. El problema es que van a trabajar para los dueños de las máquinas, no para los hombres. Me estoy dedicando a plantear estos problemas a la gente joven, como una especie de humilde alerta de carácter intelectual, pidiéndoles que piensen en esas cosas”.

—¿Siente que logró hacer todo lo que se propuso en su mandato?
—¡No! Es imposible. Los hombres tenemos mucha más capacidad de soñar que de poder concretar lo que soñamos. Logramos algunas cosas y otras no. Otros tendrán que venir. Por eso sostengo la necesidad de partidos: los cambios van más allá del periplo de la vida de una persona. Con todos los defectos que puedan tener, los partidos son los depositarios del trabajo a largo plazo. Los esfuerzos deben ser colectivos.

—El mapa de América Latina cambió mucho desde su partida. En Argentina y en Perú, por ejemplo, ganó la derecha. ¿Por qué la izquierda pierde terreno?
—Porque no convenció a la gente. Les solucionó los problemas, pero no les ganó la cabeza. El pequeño burgués quiere tener más: ahora quiere un auto y tiene sólo una moto. Y tiene derecho a un auto, dice él, así que se la agarra con el gobierno que lo sacó de la pobreza. Eso es muy claro en Brasil. No pensemos que la gente va a ser agradecida porque mejoró su suerte, a la gente además hay que convencerla. Y eso es difícil en el marco de una economía y de una vida donde lo único que importa es el éxito económico. También se cometieron errores con los casos de corrupción que involucran a la izquierda. Pagamos un precio por eso. Ojalá aprendamos y nos avivemos.

—¿Cree que esto va a cambiar?
—Creo que es una racha que va a pasar, porque tampoco la derecha va a cumplir con las expectativas ni nada por el estilo. Lo veo como movimientos de vaivén. Por ejemplo, en Chile, capaz que vuelvan a votar a Piñera. Pero Piñera no les va a solucionar los problemas. Los chilenos van a seguir disconformes.

—A los políticos que hoy se hacen llamar socialistas no les complica abrazar el neoliberalismo. ¿Cree que se puede seguir hablando de “socialismo”?
—Hay un socialismo que parte de la base que con reformas sucesivas al capitalismo se puede caminar hacia el socialismo. Hay otra visión apocalíptica en que se cree que hay que nacionalizar todos los medios de producción, lo que también ha demostrado ser un fracaso, porque todo quedó sepultado por la burocracia. Es decir, los caminos que plantearon tanto la socialdemocracia como el comunismo al parecer no llevaron a ningún lado o fueron el camino más largo hacia el capitalismo, que es hacia donde se volvió. En lo personal, creo que no es posible plantearse la construcción del socialismo en una sociedad pobre y semianalfabeta. El socialismo necesita una población calificada y con las realidades materiales sustantivas solucionadas. También es necesario un Estado vigoroso, antiburocrático y que responda a la gente. Ahora, discrepo con los compañeros que, con buena intención, creen que el capitalismo se humaniza con una serie de reformas. El capitalismo es como es y no tiene vuelta.

—La cárcel donde estuvo preso (Punta Carretas) hoy es un shopping mall. ¿Le parece una buena metáfora de los cambios socioeconómicos que vivió América Latina después de las dictaduras?
—Convertir una cueva de dolor en un epicentro de todo el comercio frívolo imaginable: el capitalismo tiene una fuerza creadora, por momentos, con capacidad de superar a García Márquez.

Prostituir la conciencia

En octubre del año pasado, José Mujica anunció que se retiraría del Senado uruguayo en abril de 2016, pero el Movimiento de Participación Popular (MPP), la coalición a la que pertenece, le pidió que se quedara un tiempo más. “Estoy entre sentimientos de irme y la presión de mis compañeritos, en un juego diabólico. Por edad me estoy yendo, no sé qué voy a hacer”, dijo a la prensa hace algunos días. A nivel internacional, su fama sigue en alto: en abril viajó a Japón para presentar Una oveja negra al poder, de Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz, quinto libro extranjero más vendido de ese país, donde ya se había publicado en 2014 El discurso del presidente más pobre del mundo, un cómic para niños que vendió unas 150 mil copias.

—Usted se fue de la presidencia con un 68% de aprobación. En Chile, Michelle Bachelet alcanza un 22%. En todo el mundo se habla de una crisis de desconfianza: ¿qué consejo les daría a los políticos?
—Lamentablemente, para algunos la política se transformó en una profesión, en una forma de vivir. Yo considero que la política es una pasión de orden superior, así como lo es el arte. Rechazo la idea de que la política sea un negocio o de que hay que ganar un gran sueldo. Es como prostituir la conciencia. Yo no me meto en política para ganar plata, me meto porque me gusta, porque siento inclinación por ayudar a la gente, por un aspecto vocacional. El que no lo tenga, más vale que no se meta. Ese es el problema: hay quienes lo agarran como una forma de vivir, cuando no como un camino para enriquecerse. Y eso nos termina divorciando de la gente.

“ Lo libertario queda en respetar la democracia, los puntos de vista distintos; en no atropellar a la gente, en estar dispuesto a negociar y a dar marcha atrás cuando uno está equivocado. Lo otro es caer en fanatismos”.

—¿Qué visión tiene de Chile?
—Chile fue “país carne” de las reformas neoliberales y está pagando el costo de eso. Se benefició notoriamente con la mejora de algunos precios, como el del cobre, pero por más vuelta que le den, la economía chilena sigue siendo muy sensible a lo que pasa con el cobre. Ha diversificado su economía, tiene presencia en múltiples mercados, firmó un montón de tratados. Parece un país maravilloso. Pero tiene una diferencia interna en materia del reparto del ingreso enorme y eso conspira contra su crecimiento. Los ricos estarán cada vez mejor, pero todavía hay un sector que ni se entera del desarrollo.

—¿Qué opinión tiene de Michelle Bachelet?
—Tengo una imagen positiva de ella, pero yo creo que está limitada por la realidad de su partido y por las oposiciones sociales. No la tiene fácil. También por algunos incidentes lamentables, como el caso del hijo.

—¿Qué le parecen esos clichés de que Uruguay sería la “Suiza de América Latina” y Chile la “Inglaterra” del subcontinente?
—Uruguay no es la Suiza de América Latina. Eso fue un eslogan de los años 60 que se hizo mierda. Estamos un poco mejor que los otros, pero tampoco estamos tocando el cielo con la mano, tenemos asuntos graves que resolver. Ustedes tienen el problema eterno de la enseñanza, nosotros el de la seguridad social. Chile tiene problemas de desigualdad graves, y en algún momento tendrá que atenderlos. Porque, si no, la desigualdad se vuelve contra el desarrollo económico: es un peso muerto que lo frena.

—Es inevitable hacerse la pregunta en vista de su pasado guerrillero: ¿cómo se puede ser anarquista y presidente al mismo tiempo?
—Se puede ser un anarquista, pero no se puede ser boca abierta. Hay que preocuparse por la suerte concreta y hacer algo por ella. Si uno está pensando en una sociedad imaginaria que se puede crear y que puede ser perfecta, el hombre real de la calle no va a sentir ningún beneficio. Lo libertario queda en respetar la democracia, los puntos de vista distintos; en no atropellar a la gente, en estar dispuesto a negociar y a dar marcha atrás cuando uno está equivocado. Lo otro es caer en fanatismos.

—Ha dicho que el mundo está loco por sorprenderse de que usted viva sin lujos.
—Mi defensa de la sobriedad es una defensa por la libertad. No quiero cambiar el tiempo de mi vida por porquerías. Voy a las universidades a hablar de esto, porque me da lástima que a los muchachitos los termine agarrando una multinacional: trabajan toda la vida como perros, creen que son triunfadores porque cambian el auto y no tienen tiempo para los hijos. “No quiero que a mis hijos les falte nada”, dicen, sí, pero a su hijo le falta él. Hay una necesidad de reeducación en cuanto a cómo vivimos. Me revientan los ecologistas que piensan en la ecología y no piensan en esto. El primer agresor del medioambiente es el derroche del hombre. Hay que tener 20 pantalones, 200 polleras, y ya no me gustan, y compro otros, y ¿qué pasa con toda la naturaleza que estamos perdiendo, junto con el tiempo de nuestras vidas? No se puede comprar vida. Puedo comprar cualquier cosa, menos tiempo de mi vida.

—Decía que el nombre del documental, El último héroe, le parece pesimista.
—Hay que creer en el hombre, si no más vale suicidarse. Que hay defectos, que hay tartufos, que hay traidores, que hay miserables: sí, sí, sí. Pero en todas partes hay gente que lucha; a veces se equivoca, a veces acierta, y así se va construyendo. Por amor a la vida, a pesar de todos los pesares, tengo una visión positiva.

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