Por Felipe Hurtado H. Julio 29, 2016

El nivel de urgencia en la previa de unos Juegos Olímpicos suele estar vinculado al atraso en la entrega de los recintos deportivos. Un clásico, con contadas excepciones. El caso de los de Río de Janeiro, que parten el próximo viernes 5 de agosto, es distinto. En los últimos días la delegación australiana decidió postergar su ingreso a la Villa porque sus instalaciones no estaban listas, hecho que quedó como la primera gran crítica respecto a demoras en la infraestructura. Y no es que todo el proceso de construcción hasta aquí haya sido perfecto, sino que había quedado en un lugar secundario a causa de los muchísimos otros problemas que ha debido enfrentar Brasil y la organización.

El 2 de octubre de 2009, el Comité Olímpico Internacional anunció a Río de Janeiro como sede de los Juegos de la Olimpiada XXXI . Una decisión histórica, no sólo porque dejaba en el camino a dos ciudades que asomaban con mayores posibilidades, como Madrid y Chicago, sino porque se convertía en la primera cita de los cinco anillos que se realizaría en Sudamérica.

rioLa noticia, por entonces, no podía llegar en mejor momento.

Desde principios de siglo Brasil era considerado uno de los principales mercados emergentes del mundo, junto a Rusia, India y China, agrupados bajo el rótulo de BRIC, y su economía crecía a niveles pocas veces vistos. Salvo un pequeño bache, justamente en 2009 —que se atribuyó a la crisis financiera mundial—, sus números iban en ascenso y en 2010 mostraba su mayor expansión en 24 años, con un crecimiento de 7,5%, que doblaba el promedio de la primera década del milenio.

Pero la alegría comenzaría pronto a desvanecerse.

Junto con los Juegos Olímpicos, Brasil albergó en los últimos años la Copa Confederaciones y el Mundial de Fútbol. Las inversiones para esos torneos demandaron unos 14 mil millones de dólares del erario público, gasto que empezó a generar la molestia de la gente, que terminó de explotar cuando a mediados de 2013 se anunció un alza en el transporte público.

Las protestas de los indignados fueron los primeros síntomas de una recesión, que ya completa dos años y que abrió el camino hacia una crisis mayor, la que se destapó definitivamente con el caso de corrupción de Petrobras, a inicios del segundo mandato de Dilma Rousseff, el año pasado, cuyas consecuencias llevaron al Senado a destituir temporalmente a la presidenta, hoy reemplazada en su cargo por Michel Temer, su vicepresidente.

El virus del Zika

Casi en paralelo a esta trama política se desarrollaba otra de orden sanitario: el brote del virus del Zika, que se transmite principalmente a través de mosquitos y de relaciones sexuales sin protección con infectados, al que se considera responsable de nacimientos de bebés con microcefalia, otras malformaciones cerebrales y también del síndrome de Guillain-Barré, un trastorno que puede provocar parálisis y hasta la muerte.

Existen expertos que consideran que llegó a Brasil en 2014, pero que no fue hasta el año pasado que se extendió al punto de amenazar el turismo y, por consiguiente, la normal realización de los Juegos Olímpicos, dados los 26 mil casos confirmados en la ciudad carioca.

Un grupo de 150 prestigiosos científicos y expertos en salud llevó su preocupación a un estado de alerta máxima, pidiéndole a la Organización Mundial de la Salud (OMS) que se replanteara su postura frente a Río 2016 y que recomendara su aplazamiento. “Se crea un riesgo innecesario si se permite que 500.000 turistas extranjeros de todos los países viajen a los Juegos, adquieran potencialmente el virus y regresen a sus casas en lugares donde podría volverse endémico”, manifestaron a través de una carta.

Con su respuesta, la OMS le bajó la intensidad al problema y a las solicitudes, aunque, por ahora, resulta imposible esclarecer si su análisis es certero o no: “Cancelar o cambiar el lugar de los Juegos 2016 no alterará de forma significativa la expansión del virus del Zika”.

De todas formas, las autoridades del evento deportivo, siguiendo los consejos de la OMS, han iniciado una campaña en la que aconsejan a turistas y deportistas usar repelentes, vestir ropas que cubran lo más posible el cuerpo, practicar sexo seguro, elegir alojamientos con aire acondicionado y evitar zonas donde el riesgo de ser picado por mosquitos sea mayor, entre otras medidas.

estado de calamidad pública

“Bienvenidos al infierno”. El cartel que sostenía un grupo de policías a la salida del terminal aéreo internacional de Río de Janeiro decía exactamente lo opuesto a lo que cualquier visitante esperar encontrarse a su llegada a la Cidade Maravilhosa.

La llamada de atención de los uniformados era una muestra de un drama generalizado. Según datos del Instituto de Seguridad Pública del Estado de Río de Janeiro, en mayo los homicidios en la ciudad aumentaron en un 6,1% y los robos en la vía pública en 42,9%, mientras que la policía ha denunciado sueldos impagos y falta de presupuesto para desplegar un mayor contingente en las calles, debido a que los recursos destinados a ello se trasladaron a culminar las obras de los Juegos.

El nivel de crisis llevó a la ciudad de Río de Janeiro a declararse en estado de calamidad pública, para así conseguir los dineros que le permitan cumplir con sus obligaciones de cara a los Juegos Olímpicos, dado que le permite solicitar préstamos y firmar contratos con menos burocracia.

Para ponerle cifras al conflicto: se estima que la deuda pública del gobierno regional asciende a casi US$ 60 mil millones y, además, está corto en unos US$ 5 mil millones para cumplir con sus requerimientos para este año.

maquillaje para Aguas tóxicas

La bahía de Guanabara será el escenario de la vela; la laguna Rodrigo de Freitas recibirá al remo. Sus aguas, al igual que las de la bajada de Jacarepaguá, ubicada junto al Parque Olímpico, están contaminadas por sustancias tóxicas y superbacterias, además de desechos plásticos.
Las autoridades llevan años invertiendo tiempo y dinero en limpiarlas, pero no ha sido posible garantizar que se encontrará en óptimas condiciones durante los Juegos Olímpicos.

Especialistas locales en salud han llamado a los deportistas que participen en competencias acuáticas en lugares contaminados a la difícil misión de no tragar agua, para no arriesgarse a contraer un rotavirus, que produce diarrea y vómitos.

Un buen maquillaje es lo mejor a lo que han podido optar, porque la limpieza total ha resultado una tarea imposible. Si en 2009, cuando surgió la necesidad de solucionar el inconveniente, se pretendía una descontaminación del 80%, terminaron conformándose con poco menos del 50%. Claro que algunos ambientalistas aseguran que las aguas se encuentran en peor estado que antes.

El pediatra carioca Daniel Becker apareció citado por el New York Times esta semana: “Los atletas van a nadar literalmente en mierda humana y corren riesgo de intoxicarse por los microorganismos que hay en el agua”. Por lo mismo, especialistas locales en salud han llamado a los deportistas que participen en esas aguas a la difícil misión de no tragar agua, para no arriesgarse a contraer un rotavirus que produce diarrea y vómitos.

El Comité Organizador y autoridades de la ciudad han intentado tranquilizar a los involucrados, asegurándoles que su contacto con las aguas tóxicas será mínimo y que la mayor parte del escenario deportivo cumple con los estándares mínimos requeridos por la OMS, debido a que los mayores esfuerzos de limpieza se concentraron en las zonas de competencia.

Otro gran problema que debieron enfrentar estos Juegos fue la decisión de la Agencia Mundial Antidopaje de suspenderle la licencia al laboratorio que tomaría las muestras. Este inconveniente, eso sí, tuvo solución, pues hace unos días se le restableció la acreditación.

La suspensión de los deportistas rusos, debido al dopaje de Estado que fue desenmascarado, también ha sido un golpe fuerte que se ha tenido que asumir en lo deportivo, sobre todo considerando que los euroasiáticos son una de las delegaciones más numerosas y más exitosas (cuartos en el medallero de Londres 2012). La resolución del Comité Olímpico de dejar en manos de cada asociación la posibilidad de mantener los vetos le bajó apenas un poco la intensidad a la polémica, pues varias figuras seguirán al margen.

La puesta a punto no ha sido sencilla y las consecuencias de gastarse 11 mil millones de dólares —además de los US$ 13 mil millones que implicó el Mundial— en pleno período de recesión aún están por verse. La debacle económica de Grecia apunta varios dardos a los recursos destinados a los Juegos de Atenas 2004. La situación de Río 2016 tiene bastantes similitudes, pero tal como ocurrió en el caso helénico, es un reflejo de una crisis mayor.

Si en 2009 adjudicarse la cita de los cinco anillos sonaba al paraíso, hoy cada vez son menos los que mantienen esa visión. Con el tiempo se convirtió en un costoso e ineludible compromiso con 17 días de competencias que, al menos, servirán como placebo.

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