Por Bruno Ebner, desde Madrid Julio 1, 2016

La noche del pasado domingo, y tras los resultados electorales del 26-J, toda la plana mayor de Unidos Podemos se trasladó a la Plaza del Museo Reina Sofía, en el centro de Madrid. El lugar ha sido el sitio tradicional de sus mítines partidarios en la capital española, un epicentro de sonrisas; algo con lo que le gusta mucho jugar al líder de la emergente formación, Pablo Iglesias. El eslogan de estas segundas elecciones —tras las del 20 de diciembre— fue, justamente, “La sonrisa de un país”. En sus afiches, los máximos líderes de esta confluencia entre Podemos e Izquierda Unida aparecen sonriendo, invitando a la ciudadanía a votar por el cambio.

Pero no hubo sonrisas esa noche de verano. Sí muchas caras largas. Con el transcurso del rápido escrutinio de votos (ya en dos horas se sabía prácticamente el resultado), las sonrisas mutaron en estupefacción. No obstante el calor, el ambiente era polar, y tanto los líderes de la formación morada como sus partidarios no podían explicarse lo sucedido. El anunciado sorpasso prometido por todas las encuestas —en el que Unidos Podemos (UP) adelantaría y aplastaría al PSOE, convirtiéndose en el segundo conglomerado español— jamás llegó.

Resultado: Unidos Podemos logró exactamente los mismos escaños parlamentarios que la suma de Podemos (69) e Izquierda Unida (2) por separado, el 20-D. Un total de 71. Sin embargo, y debido a las particularidades del sistema electoral español —sustentado en escaños por territorio—, la agrupación de izquierda perdió casi 1 millón 200 mil votos. El PSOE sobrevivió muy herido, con su peor derrota histórica (85), pero por sobre Iglesias y los suyos, y Ciudadanos —la joven fuerza de centro comandada por Albert Rivera—, retrocedió varios escaños, de 40 a 32. Sólo el Partido Popular (PP), encabezado por Mariano Rajoy, capitalizó el resultado, subiendo de 123 a 137 sillones. Esto lo legitima como el único ganador de las elecciones —ya que todos los demás perdieron votos y escaños—, y lo faculta ante la ciudadanía para intentar formar gobierno, aunque sea en minoría y a costa de la abstención de sus adversarios. Porque si bien el PP necesita 176 escaños, o la abstención del resto, los españoles ya están cansados y les irritaría sobremanera llegar a unas terceras elecciones debido a la incapacidad de sus líderes. “Sería un ridículo mundial”, dijo el mismo Rajoy hace unos días.

¿En qué momento el incuestionable liderazgo de Pablo Iglesias cedió? Muchos apuntan a sus características propias, su exceso de confianza y arrogancia —con un tufillo a culto a la personalidad — que habrían terminado por desanimar a varios de sus simpatizantes.

¿En qué momento el incuestionable liderazgo de Pablo Iglesias cedió? Muchos apuntan a las características propias de este cientista político, cuyo exceso de confianza y arrogancia —con un tufillo a culto a la personalidad— habrían terminado por desanimar a varios de sus simpatizantes, volviendo a su votación histórica. Y es que básicamente en Podemos se hacía lo que Iglesias decía, y las voces disidentes fueron silenciadas y/o expulsadas. La gran confianza del “coletas” (como le llaman por su cola de caballo) en su batuta lo llevó a creer a ciegas y sin contrapeso en las encuestas que aseguraban el sorpasso y —socarrón— a ofrecerle migajas al PSOE en una hipotética coalición de gobierno, encabezada por él en La Moncloa. Los socialistas, por su cuenta, jamás le perdonaron a Iglesias justamente la mayor de sus obsesiones: humillar al PSOE, insultar a sus líderes, como Felipe González, y arrogarse la supremacía de la izquierda. En el pasado intento por formar gobierno, Iglesias le ofreció al socialismo un Ejecutivo encabezado por Pedro Sánchez y secundado por él como vicepresidente. Y recurriendo a su fetiche, llamó al PSOE a “agradecer la sonrisa del destino” tras este ofrecimiento (que no prosperó).

A Pablo Iglesias también se le cuestiona su indefinición política. Algunas veces se definía como socialista, otras como socialdemócrata y otras como “izquierdista de toda la vida” (lo que en España se entiende por comunista). Es por eso que varios que apostaban en Podemos por la transversalidad política, aquel voto descontento con “la casta” reinante; los legendarios “indignados” del 15-M de 2011; los jóvenes sin empleo y domicilio político; los decepcionados de los partidos tradicionales no celebraron la alianza con Izquierda Unida (IU), que agrupa, entre otros, a los antiguos comunistas. “Hay sumas que dividen”, vaticinó hace semanas el número dos de Podemos, Íñigo Errejón, defensor de la transversalidad y de un acercamiento al centro y a los disconformes. Iglesias mantiene con él una pugna ideológica soterrada, donde existen grupos de “pablistas” y “errejonistas”. Este miércoles, Errejón reflotó el enfrentamiento al decir que el acuerdo entre Podemos e IU “no ha funcionado”.

Otra cosa que le ha costado cara a Iglesias es su ambigüedad con Venezuela y su negativa a explicar el financiamiento del chavismo a la fundación CEPS, germen intelectual de Podemos, y donde el líder morado trabajó con varios fundadores del partido. Ha sido esquivo a referirse al pago millonario de asesorías por parte del extinto Hugo Chávez y, aún más, incapaz de condenar la represión del régimen a los opositores, el naufragio democrático venezolano, y a admitir la existencia de presos políticos, como Leopoldo López. En un país como España, donde los insultos de Nicolás Maduro son recurrentes, esto no es bien visto ni muy tolerado.

“Diablo conocido”

Por su parte, no da la impresión de que Mariano Rajoy haya logrado recuperar la confianza del mismo electorado que castigó al PSOE de Zapatero en 2011, tras la brutal crisis económica. Durante su legislatura, el PP se ha visto como nunca involucrado en escándalos de corrupción que han salpicado a las altas esferas del partido, con destacados militantes en la cárcel. Si hay algo que los españoles no perdonan, es a los políticos corruptos; no es noticia aquí que cada cierto tiempo alcaldes o funcionarios de las comunidades autónomas sean enviados a prisión por todo tipo de fechorías.

Pablo IglesiasSin embargo, pareciera que desde el Reino Unido le llegó una mano inesperada a Rajoy, el jueves pasado, a través del brexit. Las mismas encuestas que vaticinaban el implacable sorpasso de Podemos al PSOE —la mayoría reputadas—, apuntan ahora a que el brexit es una de las posibles causas de la recuperación de votos populares. En un escenario europeo agitado, inestable e incierto, en donde la salida de Londres de la Unión Europea podría afectar a las inversiones españolas en Gran Bretaña, y a los expatriados, se habría optado —dicen los análisis de esta semana— por dejar las apuestas de cambio para otra ocasión y mantener a un “diablo conocido”. Se ve así en Rajoy a un líder tradicional mejor preparado para defender a la Unión que lo que podría hacer Pedro Sánchez o el mismo Iglesias, simpatizante del cuestionado proceso en Grecia —donde la salida del euro no se vio lejana— y que ha declarado en varias ocasiones que se necesita “otra Europa”, como quiera que aquello se interprete.

Hoy, el panorama se ve radicalmente mejor para el fortalecido Rajoy, y se aleja el fantasma de unas terceras elecciones. Editoriales de medios críticos al PP piden ahora que se deje gobernar al que ganó y que paren las cortapisas para la formación de un nuevo gobierno. Por necesidad para la marcha del país, semiparalizado con un gobierno en funciones. Muchas importantes figuras del PSOE piden lo mismo, y culpan a Pedro Sánchez de haber sido tibio y no desechado nunca la posibilidad de un gobierno junto a Podemos, lo que —creen— incidió en la debacle. Los “barones” socialistas sostienen que su partido y los otros se dirijan al lugar donde los envió la ciudadanía: a la oposición. A Ciudadanos se le critica, en tanto, el intento fallido de alianza con el PSOE, lo que habría provocado la vuelta de votos de centroderecha al PP.

Rajoy, mientras, insiste en negociar una gran coalición, lo que se ve lejano. La abstención y el gobierno en minoría asoman de momento como la alternativa más viable mientras los opositores, sobre todo los maltrechos socialistas, se reconstruyen.

Volvemos a la noche del 26-J, en la explanada del Reina Sofía. Es la noche donde no hubo sonrisas en Unidos Podemos (UP). Curiosa sigla, UP. Pablo Iglesias, amante de la izquierda latinoamericana, que empapa siempre sus discursos de latinoamericanismos, invoca a Salvador Allende. Luego comienzan a escucharse unos acordes conocidos en Chile. La plana mayor de UP levanta sus puños y comienza a cantar “El pueblo unido”, de Quilapayún. Para algunos podrán resultar anacrónicos estos guiños en el Madrid de 2016, viniendo de un grupo de jóvenes políticos que aspira, según su propio discurso, “a un gobierno progresista y del cambio”.

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