Por Carmen De Carlos, periodista española de ABC. Julio 4, 2016

A la vista de los recientes acontecimientos, hay indicios suficientes para creer que España va camino de tener presidente, —sin necesidad de volver a las urnas— y éste será, de nuevo, Mariano Rajoy (PP). Los partidos asumen que ganó, aunque necesita apoyos para gobernar, y ninguno, por mucho que les irrite el candidato de centro derecha, plantea convocar otras elecciones (serían las terceras en tiempo récord). Entre otras razones porque, visto lo visto, se sabe cómo empiezan pero no cómo terminan. Y en éstas últimas hubo demasiados derrotados. En rigor, todos menos el PP. Para colmo, los que salieron más perjudicado fueron los que las forzaron o, en su defecto, los que las permitieron dejando que el presidente en funciones volviera a vencerles y lo hiciera con más votos y escaños que en las anteriores (pasó de 123 bancas a 137).

El responsable principal de que se celebrase ese “pseudo balotaje”, en un sistema de monarquía parlamentaria donde es el Congreso de diputados el que designa al Presidente y no el voto directo, fue el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) de Pedro Sánchez que intentó, sin tener los votos, cabalgar por encima del ganador para instalarse en la Moncloa (sede del Ejecutivo). Su amago de pactar con Podemos, equivalente, con enormes matices, a Revolución Democrática en Chile, se transformó en está “segunda” vuelta electoral, en un obstáculo insalvable para un sector significativo de votantes moderados. La actual presidenta de Andalucía, Susana Díaz, lo reconoció: “La mera hipótesis de un pacto con Podemos nos ha restado credibilidad”.

El PSOE perdió 120.000 votos y cinco escaños después de haber hecho la peor elección de su historia en diciembre (superó su desastroso récord en junio). Con estos resultados no parece apresurado anticipar que el futuro de Sánchez, como secretario general del partido, será breve. Su "liderazgo" ha sido el más perjudicial de todos.

En el bando de los perdedores, en la última visita a las urnas de los españoles, también figura Ciudadanos. La joven formación de centro derecha, que se había abierto espacio en el Congreso en diciembre, pagó un alto precio por el veto a Rajoy. La actitud de su candidato, el catalán españolista Albert Rivera, al firmar un pacto con el PSOE de apoyo a Sánchez presidente y la traición a sí mismo (dijo que apoyaría al partido más votado y ese fue el PP) le ha costado perder peso político y pasar de 40 a 32 escaños.

En este escenario de derrotados también los sondeos, que llegaron a anticipar el llamado “sorpasso” o adelantamiento en la recta final al PSOE de la alianza, de última hora, Unidos-Podemos, se estrellaron contra el conservadurismo español. A los ciudadanos, visto lo visto, les importa el bolsillo más que la corrupción rampante del PP y, a la hora de la verdad, les asustan personajes como Pablo Iglesias que un día se declara bolivariano, al siguiente defiende al kirchnerismo y al otro asegura que el ex presidente socialdemócrata, José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE), fue el mejor de la democracia española. Esa facilidad para cambiarse de chaqueta y tratar de esconder una corbata más cerca de la hoz y el martillo que del puño y la rosa fue su perdición. La coalición dio un paso atrás de gigante y se quedó en tercera posición con 71 escaños y un millón de votos menos.

A la construcción de este escenario colaboró mucho, sin duda, el “brexit” del Reino Unido. Los españoles no quisieron verse reflejado en un espejo de gobernantes cuyas simpatías por Europa son prácticamente nulas. Su única salida era votar al PP aunque algunos lo hicieran tapándose la nariz.

Satisfecho, Mariano Rajoy se puso, esta vez con más reflejos, manos a la obra para lograr los respaldos que aún no tiene. Para empezar, hizo —y hace— lo que olvidó en diciembre, ponerse en contacto con la totalidad de los partidos con representación parlamentaria, a excepción de Bildu, el brazo político de Eta, la organización terrorista que hizo un alto el fuego en octubre del 2011 pero no entregó las armas ni pidió perdón al millar de víctimas mortales que asesinó en democracia.

El segundo movimiento de Rajoy, que los últimos cuatro años gobernó con mayoría absoluta, apunta a lograr alguna combinación de apoyos para su investidura que le permita poder tener un Gobierno medianamente estable. Su apuesta inicial es lo que en Europa se llama “gran alianza” que equivale a un pacto con el PSOE con o sin reparto de ministerios. En caso de ser rechazada la propuesta, como es previsible, le ofrecerá al principal partido de la oposición un programa de acuerdos puntuales. Aunque recibiera por respuesta un portazo, insistirá al PSOE para que se abstenga en la segunda sesión de investidura (en la primera necesita el apoyo de la mitad más uno de los diputados). Bastaría con esa medida para que Rajoy sea Presidente y aunque hoy parezca poco viable no hay que descartarla.

Guillermo Fernández Vara, secretario general del PSOE en la comunidad o región de Extremadura, apunta en esa dirección: “Rajoy tiene que seguir de presidente y Sánchez no debe intentar formar Gobierno”, aseguró. Asimismo, abrió la puerta a facilitar la abstención únicamente de los diputados que necesite. Una mirada similar tiene el ex ministro socialista y ex presidente del Parlamento Europeo, el catalán Josep Borrell, al considerar que la abstención puede darse “de dos maneras”, una “sin contrapartidas ni condiciones, instrumentada técnicamente mediante la oportuna enfermedad de unos cuantos diputados” y la otra, que es la suya, “poniendo el precio de un conjunto de medidas de tipo económico, social e institucional” que el Gobierno “minoritario se comprometa a impulsar”. Dicho esto, no hay unidad de criterio en el PSOE. Pedro Sánchez está en contra de una alternativa diferente a votar NO a la investidura del hombre al que llamó, en su único debate cara a cara, "indecente" y el ahora diputado electo, Eduardo Madina, siempre en carrera para sucederle, advierte, “nosotros no tenemos que arreglarle la vida” al PP.

Si no prosperase un acuerdo, en cualquiera de sus modalidades —sólo viable in extremis para evitar otras elecciones—, el PP estará abocado a un pacto a varias bandas con Ciudadanos, los nacionalistas vascos (PNV) y Coalición Canaria, la formación que tiene un solo escaño pero que podría valer, para el PP, su peso en oro. A su presidente, Fernando Clavijo, fue al primera que llamó por teléfono Rajoy para tantear un terreno, de entrada, abonado a su favor.

España no se llama a engaño y sabe que, ahora, las cartas para formar Gobierno están sobre la mesa del diálogo y la jugada, aunque complicada, parece muy difícil que no termine beneficiando a Mariano Rajoy. La cuestión es si el rédito será a largo plazo y podrá gobernar sin grandes sobresaltos o sólo le servirá para ser presidente. En el primer caso necesita darse la mano con un PSOE que atraviesa sus horas más bajas y precisa, con urgencia, regenerarse para reconquistar los votos perdidos. En el último, el líder del PP tendría un Gobierno corto y turbulento. A los desafíos económicos conocidos se suma la amenaza de una Cataluña que no cede en su empreño de independizarse, por las buenas o por las malas.

Todo, sin contar que la oposición, en un frente común, podría echar por tierra su reciente herencia legislativa, bloquear cualquier proyecto de ley del Gobierno y convertir España, de nuevo, en un país imposible a las puertas de otras elecciones. Pero ese precio, por ahora, nadie está dispuesto a pagarlo.

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