Por Felipe Gálvez Junio 20, 2016

(Puede haber aquí un spoiler de Games of Thrones)

Es posible que el capítulo de la noche del domingo de la popular serie Games of Thrones, haya sido el de menor rating en lo que va de su temporada. Pese a que se avecinaba una importante batalla para definir al “rey en el norte”, a la misma hora pero en la vida real, se discutía en Estados Unidos quién sería el nuevo rey de la NBA, la liga de básquetbol más importante del mundo.

En dos ciudades, Oakland y Cleveland, la atención estaba puesta en lo que ocurría en el séptimo partido entre los Warriors y Cavaliers. Y en el resto del mundo, gracias al bendito zapping, los fanáticos pudimos saltar entre la final y la serie solo para conocer quién se alzaría finalmente con la corona.

Y aunque establecer más paralelos no sería del todo justo, bien puede decirse que los favoritos tuvieron destinos muy opuestos. Mientras en la ficción triunfaba el popular personaje Jon Snow, en la realidad Stephen Curry, quizás el basquetbolista más popular de los últimos años, le decía adios al bicampeonato y se inclinaba ante la asunción del nuevo rey del planeta básquetbol.

LeBron Raymond James, The King, cumplió con la promesa que lo trajo de vuelta a su natal Ohio: llevar a Cleveland Cavaliers, el equipo que lo vio nacer, a conquistar su primer título en la NBA. No solo logró eso. La ciudad de Cleveland celebró anoche por primera vez un triunfo que nunca antes consiguió ninguno de los cuatro equipos que llevan su nombre. La historia de 52 años de derrotas en el béisbol, el fútbol americano, el hockey y el básquetbol terminó anoche con la coronación de James.

Además, lo hizo derrotando al equipo sensación de las últimas temporadas y campeones defensores.

Bien merecen algunas palabras los Golden State Warriors. Pese a la derrota, nadie pone en cuestión que el equipo de California transformó el juego. De ser una franquicia mediocre antes de 2010, pasó a convertirse en una verdadera revolución.

¿Qué relación puede haber entre este equipo sensación y un grupo de inversionistas de Silicon Valley? O, más específico aún, ¿por qué un grupo expertos en capital de riesgo de esa urbe tecnológica podría reclamar el crédito por convertir a los Warriors en el equipo que esta temporada rompió todos los récords posibles?

La respuesta ha sido motivo de análisis de los principales medios de Estados Unidos, como The New York Times o The Wall Street Journal, y comentario obligado para miles de fanáticos que han presenciado en estos dos últimos años cómo una estrategia más propia de una startup llevó al equipo de básquetbol de San Francisco a revolucionar las reglas de ese deporte.

Dicha revolución comenzó en 2010. En sendos reportajes, ambos medios trataron de responder cómo fue que el empresario Joe Lacob, de 60 años, motivado por su fanatismo por el básquetbol y también por las apuestas (se califica a él mismo como uno de los 10 mejores jugadores de blackjack en el mundo), se atrevió a comprar a los Warriors, apoyado por un grupo de inversionistas que de tanto analizar el juego habían descubierto algo.

No fue una compra cualquiera. Lacob, con amplio recorrido en el mundo de los “venture capital”, pagó US $450 millones por los Warriors, valor inusual para un equipo de la medianía de la tabla y que no era campeón desde 1975. No eran los Lakers o los Celtics (equipo del que Lacob fue hincha desde niño), que cuentan con una tradición en este deporte. Ni siquiera Larry Elliot, dueño de Oracle y una de las 10 personas con más dinero en el mundo pudo superar esa oferta. Lo que vino fue aún más inusual: Lacob no solo puso el dinero, como tantas otras veces que invirtió en startups, sino que ahora decidió intervenir en el negocio, asumiendo el control del equipo y aplicando el “estilo Silicon Valley” que el NY Times define como “gestión ágil, comunicación abierta, integración de la sabiduría de asesores externos y re-evaluación continua de las empresas, lo que hacen y cómo lo hacen”.

Lacob se rodeó de expertos en administración y negocios, pero también del deporte. Jerry West, ícono de los Lakers de los años ‘70, se convirtió en miembro ejecutivo del directorio, reportando directamente a Lacob e incidiendo en varias decisiones claves, como el cuestionado intercambio de Monta Ellis por Andrew Bogut en 2012. Los Warriors dejaban ir a su máxima estrella a cambio de un pívot que venía saliendo de una lesión. La movida causó extrañeza, pero buscaba un efecto secundario: Con la partida de Ellis, el protagonismo del juego recaería en manos del joven Stephen Curry, quien ya demostraba que podía adueñarse del inexplorado mundo de los tres puntos.

Fue ésta, quizás, la mayor revolución que generaron los Warriors. Aplicando estudios tecnológicos de análisis de datos, los ejecutivos de Lacob descubrieron que detrás de esa línea de 3 puntos, ubicada a 7,24 metros del aro, se escondía un mercado no explorado por el resto de los equipos.

Cuando la NBA añadió el triple a fines de los ‘70, apenas un 3% de los tiros se realizaban desde esa zona. Con los años este porcentaje se incrementó hasta llegar a un promedio de 22%, pero no subió más. Solo 2 de cada 10 tiros se efectuaban desde esa distancia o más, pero cada uno valía un punto más que el resto. Es decir, embocar ese 22% era similar a alcanzar un 66% desde zonas de la cancha más cercanas al cesto. ¿Qué pasaría si un equipo rompe esa barrera y se especializa en convertir desde el triple?

Fue lo que se cuestionaron los Warriors y propusieron a Curry como encargado de la  respuesta. No solo eso, a su lado pusieron a Klay Thompson, jugador con una efectividad de tiro muy similar pero con mayor altura. ¿Algo más? Removieron al técnico Mark Jackson y le ofrecieron el cargo a Steve Kerr, tres veces campeón con los Chicago Bulls de Michael Jordan. Era su primera experiencia como coach, pero calzaba a la perfección con la estrategia: Al momento de su retiro como jugador, Kerr tenía un 45,4% de conversión desde el triple, récord de la NBA.

Hay quienes cuestionan hoy si el plan de los Warriors hubiera tenido efecto sin jugadores con el talento de encestar a distancia. Ciertamente Curry y Thompson, hoy conocidos como los “Splash Brothers”, cuentan con una capacidad superior a otros en ese aspecto, pero no es menos revelador que un grupo de inversionistas de Silicon Valley, de expertos del baloncesto y de analistas extremos hayan coincidido en conformar un equipo basado en una fase del juego que no era explotada. En esta última temporada los Warriors lanzaron más de 2.500 triples y convirtieron casi la mitad de ellos (41,6%). Curry batió su propio récord con 482 triples anotados entre temporada regular y playoffs. La Liga lo eligió MVP en forma unánime, algo que ni siquiera Michael Jordan puede contar. El equipo de hecho superó por uno el récord de partidos ganados de los Bulls, alcanzando un registro de 73 victorias en fase regular. Todas cifras que no se sustentarían sin que detrás se haya levantado una verdadera estrategia para revolucionar el juego.

La receta se venía repitiendo con éxito y prometía acabar con un nuevo título. Hasta que aparecieron los Cavaliers. Paradójico que el tiro final que venció a los Warriors fuera justamente un triple, y que fuera precisamente Curry el que intentara fallidamente defenderlo. Fue un epílogo de película, casi como si se tratase de una serie de ficción donde al final del día lo que importa es ver qué rey triunfa sobre el otro. Y hoy le tocó a James.

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