Por Ana María Sanhueza // Fotos: Marcelo Segura Octubre 2, 2015

Para entender su historia, para entender por qué este ingeniero químico quiere seguir escribiendo, por qué su último libro por primera vez trata más de política que de educación, por qué no ha dejado de estar en la primera línea en los últimos siete años, y por qué no ha parado de trabajar ni en sus momentos más difíciles, aun estando con cáncer en pleno movimiento estudiantil de 2011, hay que empezar por el principio.

El hecho es que Mario Waissbluth (67) entró al MAPU después de su exilio  y no al revés, como la mayoría de sus militantes. Fue en 1974, cuando volvía de su doctorado en Estados Unidos y tenía 26 años, que en el aeropuerto lo arrestaron y no pudo volver más. Entonces, su proyecto de ser investigador y profesor de la Universidad de Chile tuvo que esperar tres décadas.

—En la universidad era de izquierda, pero de ningún partido. Y cuando fui a estudiar el doctorado en Ingeniería Química, quería terminarlo lo antes posible para trabajar con Allende. Me apuré, lo saqué en tres años y medio, que es un récord, pero regresé con Pinochet.

En México había varios militantes del MAPU, entre ellos Adriana Delpiano, hoy ministra de Educación y ex directora de Educación 2020, el movimiento que Waissbluth fundó 34 años después.

—Lo interesante del MAPU es que era un movimiento “intelectualoide” en el que me hicieron estudiar como malo de la cabeza. Tuve que sacar un magíster en Ciencia Política informalmente por la cantidad de lecturas de Gramsci, Marx, Engels, Lenin y cuanta lesera se te puede ocurrir. Yo no tenía ninguna formación política.

De cómo se gestó su exilio sin militancia, lo supo mucho tiempo después.

—Protesté contra el golpe en Estados Unidos. Se organizó un foro de estudiantes latinoamericanos de la Universidad de Wisconsin en el que había dos chilenos sentados adelante: un señor del que no voy a dar el nombre, por la Democracia Cristiana, y yo, por la izquierda. Todo terminó bruscamente, porque él defendió el golpe y yo lo ataqué. Pero resultó que este caballero era agente del servicio de inteligencia de la Fuerza Aérea. Él mismo lo dijo años después: “Yo informé sobre Waissbluth”.

—Y usted que había hablado tan tranquilo y sin miedo.

—No tan tranquilo; hablé bastante enojado. Pero jamás pensé que podía pasar eso.

Por eso su regreso a la Universidad de Chile fue recién a los 57 años. Lo hizo casi en paralelo a cuando se convirtió en uno de los líderes de opinión más importantes en educación en los últimos siete años, fundó Educación 2020 y se transformó en el imparable Mario Waissbluth.

O en el imparable Mario Waissbluth hasta ahora.

—Yo antes estaba en la empresa privada. Partí muy, pero muy técnico. Y eso fue muy útil, porque parte de mi formación es documentar con números cada cosa que se puede. No es pura consigna.

En Chile montó una empresa de ingeniería en gestión,  que tuvo hasta el 2005. En paralelo, escribía algunas columnas sobre innovación y política.

—Escribir es mi goce, mi consuelo y mi adicción.

Esa adicción lo ha llevado a publicar tres libros: Se acabó el recreo. La desigualdad en la educación, Cambio de rumbo, una nueva vía chilena a la educación y Tejado de vidrio. Cómo recuperar la confianza en Chile (Editorial Debate), que lanzará próximamente y que prologó el sacerdote Felipe Berríos.

Se trata del primer libro en el que Waissbluth prácticamente no habla de educación, sino que entra, deslenguado, en los casos Penta, Caval y SQM; en la violencia, la delincuencia, el crecimiento, la desigualdad, la probidad, la corrupción y la clase política, entre muchos temas que han copado la agenda 2015. Un ensayo en el que plasmó todo ese bagaje que ganó de 1974 en adelante.

—Aquí le meto a la política, a la historia y a la filosofía moral, sin ser yo un experto en ninguna de esas materias. Y como he tenido la suerte de tener una trayectoria terriblemente errática en lo laboral, pero a la vez multidisciplinaria, puedo pasearme por muchos temas.

El libro lo escribió con una pluma indignada, decepcionada y angustiada. Con la suma de todos sus miedos, cuenta. Tanto, que cuando envió un avance  a un amigo, este le recomendó dar una salida a su demoledor diagnóstico. Entonces sumó un capítulo final con 10 propuestas como “un bálsamo calmante”.  Escribe en el epílogo: “Creo —y estoy más que convencido— que si adoptamos un paquete de medidas cuidadosamente graduales (…), podremos cambiar el rumbo de las cosas y generar un desarrollo sostenible, inclusivo y…más amable. Amable no viene sólo de amabilidad o cortesía. También viene de amor. Quiero una patria que mis hijos y nietos puedan amar. Todos la queremos así”.

Waissbluth escribió Tejado de vidrio entre abril y julio de este año. Lo hizo, como es su estilo, sin parar. Frenético y trabajólico. Leyendo y recortando datos, buscando cifras, husmeando en Twitter, pensando día y noche. Pero dos meses después de enviarlo a la editorial, una noticia se convirtió en una potente señal de que, como nunca, tenía que frenar: le diagnosticaron cáncer por cuarta vez.

El momento más patológico del cáncer fue en marzo de 2011, en pleno movimiento estudiantil. Fue aterrador, con quimioterapias muy duras. (…)  Recuerdo haberme tenido que pichicatear para levantarme de la cama e ir a “Tolerancia Cero”

Por eso es que este último texto es tan simbólico para él, porque cierra un ciclo tras siete años sin parar.

—Voy a lanzar este libro y de ahí paso al back office.

INDIGNADO Y ANGUSTIADO

—¿Qué ánimo le primó al escribir este libro?

—Pasé por varias etapas. El 2014 sentía frustración, pero cuando empieza a reventar Penta, Caval y SQM, fue una combinación de shock con angustia y de que nos estábamos yendo a la cresta. Y llegué a la lamentable conclusión de que si no cambiamos el sistema político, social y cultural chileno, la posibilidad de arreglar la educación es bastante remota. Por eso es que siento que con este libro cierro el ciclo. Porque es golpe tras golpe contra la pared.

—¿Gatilla el libro Penta, Soquimich y Caval?

—Es que aun antes de que estallaran estos casos, en Educación 2020 lo pasamos pésimo. Porque si bien estábamos de acuerdo con la letra grande de lo que se proponía en educación, no así con la letra chica del gobierno. Eso era sumamente incómodo y agobiante.

—Pero muchas de las propuestas de Educación 2020 fueron impulsadas por este gobierno.

—Si se lee el programa de Michelle Bachelet y la hoja de ruta de Educación 2020, va a costar encontrar diferencias en los titulares. Pero cuando vimos el desastre, que los proyectos se hicieron en el orden incorrecto y con una desprolijidad pasmosa, nos dio ataque. Pero todo esto tiene una explicación más profunda: las monarquías presidenciales de cuatro años de duración con elecciones municipales de por medio.

—¿Por qué?

—Porque eso, y un sistema en que los partidos políticos están esencialmente corruptos, es la combinación letal y perfecta para que quedara esta cuestión. En el libro cuento que cuando quedó la crema con la primera ley de inclusión, que se llamó al principio, Fin del lucro, copago y selección, que fue mandada en el momento incorrecto y con la redacción incorrecta y generó la primera crisis política del gobierno, me invitó una alta funcionaria a La Moneda, no voy a decir quién, y me preguntó: “Mario, ¿cuál es tu opinión de lo que está pasando en educación?”.

—¿La conocía con anterioridad?

—No. No era alguien de mi confianza. Fue una conversación cordial, pero sincera. Y le dije que no sólo las comunicaciones estaban mal, sino que lo que estaban haciendo estaba sustantivamente mal.

—Qué duro.

—Es que una cosa es hacer algo bien y comunicarlo mal y otra es hacerlo mal y comunicarlo peor. Entonces, ahí ella me dijo la frase que yo creo es la más reveladora de este período presidencial: “Nosotros tenemos 18 meses para transformar este país en todo. En educación, salud, impuestos, Constitución, laboral y pensiones. Después vienen las municipales y se acaba”.

—¿Y qué pensó usted?

—Se me salieron los ojos. No podía dar crédito a lo que oía. Este es un país en el que lo que se hace o se deja de hacer se decide en La Moneda. Y si hay una cosa que aprendí en estos siete años, es que la gente cree que los ministros sectoriales son los que hacen las reformas. No es verdad. El nivel de hiperpresidencialismo que hay  ya no resiste análisis. Y si hay una presidenta decidida a cambiar el país en 18 meses, o sea, la retroexcavadora fue de verdad.

—Cuestiona el orden de la reforma.

—El orden de los factores sí altera el producto. Tú no transformas un sistema educativo ni en 18 meses ni en cuatro años. Los gobiernos democráticos anteriores fueron relativamente de continuidad, incluido el de Piñera. En cambio, Michelle Bachelet llegó decidida a un it’s now or never y echarle para adelante. Y pasó lo que pasó. Alguien me puede decir: ¡pero qué hombre más sedicioso! Pero estoy diciendo lo mismo que dijo Nicolás Eyzaguirre.

—Y ahora, ¿en qué estado está usted?

—Si yo hubiera terminado el libro hoy y no en julio, no sé si hubiera escrito exactamente algunos de los párrafos que hay, porque además hoy estamos observando cómo en el Congreso nos están metiendo el dedo en la boca de nuevo. Yo ya estoy viejito para salir a marchar, pero si tuviera 10 años menos, lo estaría haciendo.

—¿En contra de qué marcharía?

—Contra el hecho de que se están demoliendo las recomendaciones de limpieza del sistema político de la Comisión Engel. Mi gran amigo, el padre Felipe Berríos, usó una palabra en el prólogo de mi libro que yo, en mi ignorancia, no conocía: aporía. Y aporía es como una cierta resignación. Y lo que yo veo es que de nuevo estamos viendo con una cierta resignación lo que está pasando en el Congreso. Y eso me tiene indignado.

—¿Con qué hecho está más indignado?

—En cómo, por ejemplo, la presidenta de la República se paró con la Comisión Engel atrás y anunció que aquí va a haber que refichar al 100% de los militantes de los partidos. Pero si vas a ver el proyecto de ley, se va a refichar a seis mil militantes y ya no a todos. Y esto es porque los jerarcas fueron a La Moneda a negociar y a transar. Y eso está pasando now. No lo estoy inventando. Está pasando ahora. Es casi un chiste. Un dedo en la boca.

 

“HAY WAISSBLUTH PARA RATO”

2015 ha sido un año especialmente convulsionado para Waissbluth. No sólo por la escritura y publicación de su libro, sino también porque tomó una decisión difícil: después de esperar tres décadas para hacer clases en la Universidad de Chile, donde ha tenido 800 alumnos en Ingeniería Industrial, dejó de dar clases.

—¿Cómo fue el día después de jubilar para alguien hiperactivo como usted?

—Tengo columnas y un par de directorios de empresas. No es que me dedique a cortar flores en el jardín.

—No tendría nada de malo hacerlo.

—No, pero no para mí. De repente me piden algunas clases, conferencias y he seguido muy activo en Educación 2020. Pero lo que voy a hacer ahora es parar. Y por un largo tiempo pasar al back office. Lo firmo: no me verán, salvo por entrevistas por mi libro, ni en la televisión ni en la radio ni en el Congreso por un largo tiempo. No sé cuánto, pero un tiempo larguísimo. Es orden médica. Y en este momento, cualquier cosa que me cause estrés, no puedo. Si me invitan a un foro para ponerme a discutir con alguien, no. Mi canal de expresión va a ser la escritura.

El estrés de estos siete años de peleas me ha pasado la cuenta . Así es que llegó el momento de que me retire de la primera línea.  Son los médicos los que me lo dicen. Es una orden, no una sugerencia

—¿Cómo ha sido su año?

—Malo. He tenido muchos problemas de salud. Tengo 67 años y ya estoy cansado. Creo que ya hay una organización, que es Educación 2020, que está consolidada y con una gran directora ejecutiva.  Y el paso del tiempo lo estoy resintiendo en la salud. Dejé las clases por cansancio y porque este año mi salud ha sido una mierda.

—¿Por qué?

—He tenido cáncer más de una vez.

—El cáncer es una enfermedad que transforma.

—Este es mi cuarto cáncer. Son dos veces, dos tipos completamente distintos. Y todos los médicos me han dicho que la relación entre estrés y cáncer es casi lineal. No voy a decir que me gané el cáncer únicamente por andar pasando rabias, porque también algunos tiene componente genético, pero lo que sí me han dicho es que si sigo estresándome, es jugar con mi vida. Entonces, después de este pencazo, tengo que salir de la primera línea ya. Voy a lanzar este libro y de ahí paso al back office.

—¿Se retira por completo?

—Igual seguiré apoyando y estando en una oficinita en 2020, pero no más dar la cara. No puedo. Cuando empecé a escribir el libro, no sabía que estaba en este cuarto incidente. Lo supe hace dos semanas. Pero para que quede claro: hay Waissbluth para mucho rato, porque ninguno de los dos tipos de cáncer que he tenido, aunque físicamente me han hecho pasarlo muy mal por los tratamientos, son de los que me amenacen la vida. Pero la manera en que se oía hablar de mí, de ahora en adelante será únicamente en columnas y libros. Nada más.

—¿Toma esa actitud obligado o siente que llegó el momento de parar un rato?

—Estoy cansado. El estrés que me han significado estos siete años de peleas me ha pasado la cuenta seriamente. Llegó el momento de que me retire de la primera línea.  Y lo digo muy tranquilo. Además, son los médicos los que me lo dicen: “Mario, ya”. Y esto es ya una orden médica, no una sugerencia.

—En su primer cáncer, ¿le advirtieron que no debía seguir viviendo en el estrés?

—Sí, pero como uno es adicto a esto, seguí.

—¿Cuándo fue su primer diagnóstico?

—No recuerdo si 12 o 14 años atrás. Pero el momento más patológico y delirante del cáncer, que me dio un golpe muy duro con quimioterapia incluida, fue en marzo de 2011 en pleno movimiento estudiantil. Esa vez fue aterrador, con quimios muy duras. No sé por qué razón no se me cayó el pelo, porque eso me habría delatado.

—Pero en ese período estuvo más en primera línea.

—Recuerdo haberme tenido que pichicatear para levantarme de la cama e ir a Tolerancia Cero. Lo hice en medio de la quimio.

—¿Por qué lo hizo?

—Por adicto, apasionado, qué se yo. Y porque estaba carburado con la reforma educacional.

—¿Por qué mantuvo en secreto su enfermedad?

—Lo hablamos en Educación 2020. Lo hice porque tenía que estar en la pelea y no iban a invitar a un gallo que estaba con cáncer a un debate.

—¿Y qué piensa hoy de esas escenas cuando mira hacia atrás?

—No me arrepiento de nada. Pero por esa misma razón, siento que ya estuvo bien.

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