Por Ana María Sanhueza // Fotos: José Miguel Méndez Septiembre 17, 2015

“¿África o Chile?”. Era 1974 y la pregunta de su superior de los jesuitas rondó apenas unos segundos en la cabeza de Tony Mifsud, entonces recién egresado de Literatura e Inglés de la Universidad de Malta. “Chile”, respondió rápidamente.

tony-2—¿Por qué Chile?

—África nunca me llamó la atención porque allá iba a ser como el hombre blanco y a mí me gusta pasar como uno más. Además, en aquel entonces Chile era famoso por Allende, porque era el primer socialismo democrático. ¡Pero también por Caszely!

A Santiago llegó a los 24 años, en pleno régimen de Augusto Pinochet. “Me di cuenta altiro. Porque cuando aterrizó el avión, lo primero que vi fue a militares con metralletas. Eso me llamó la atención, porque en Malta los militares no tienen ninguna importancia, es voluntariado. No hay servicio militar. También recuerdo que cuando pasé por Roma me recomendaron por precaución cortar la barba antes de llegar”.

Han pasado 41 años desde su aterrizaje en Santiago y Mifsud no sólo volvió a dejar crecer su barba. También está en pleno trámite de nacionalizarse chileno. Gran parte de su vida como jesuita, desde que llegó desde Malta, la ha pasado en Chile, salvo por tres intervalos: su estada en Madrid en los 80 para estudiar Moral; su paso por Colombia para trabajar en la Celam, además de una temporada en Brasil.

Misfud, quien es investigador del Centro de Ética y Reflexión Social de la Universidad Alberto Hurtado (UAH), acaba de asumir como director de la revista Mensaje en reemplazo del sacerdote Antonio Delfau, hoy asistente del ecónomo general de los jesuitas en Roma. En su primer número, que apareció en septiembre, debutó con el artículo “Acoger a los divorciados vueltos a casar”, además de incluir dos testimonios que reflejan cómo aceptar la homosexualidad en la familia: una carta de una madre a su hijo gay y otra, de una lesbiana dirigida a su padre.

El tema lo conoce de cerca, pues este año comenzó a trabajar en la Pastoral de la Diversidad Sexual (Padis), donde acompaña a homosexuales, lesbianas y bisexuales junto a sus familias. Dice que si para ellos ya es difícil asumir públicamente su orientación sexual, sobre todo en sus trabajos, también sufren una nueva discriminación por ser católicos.

Pero este año, Misfud no sólo ha entrado de lleno en el debate frente al matrimonio homosexual, sino también en el aborto. Pero en especial ha sido muy crítico con el modelo económico y el rol de los empresarios a través de varios documentos que suele publicar en el Observatorio Ethos de la UAH. Sus temas, tanto desde el mundo académico como del sacerdocio, son la ética y la moral. Desde ahí aborda la crisis de credibilidad que vive el país.

—Ha sido muy crítico con el rol de los empresarios.

—Sí, pero no ha sido mi tema preferido. Yo miro la realidad y a partir de eso me surgen inquietudes. Lo que me inspiran no son los libros, sino la realidad. Para mí la gran crisis de hoy no es económica, sino política. Hay una insatisfacción en la sociedad y una lejanía con la política formal, y la sociedad no está encontrando una mediación institucional para expresar sus inquietudes. Ese es el grave problema. Pero cuando alguien dice “yo no creo en los políticos”, no toma en cuenta que si tú quieres hacer cambios tienes que pasar por la política.

—¿Cómo ha visto el rol de los empresarios en los casos Penta y SQM?

—Me ha llamado la atención la rabia de la población, una rabia justificada. La mayoría de la población trabaja y gana lo justo, y muchos ni siquiera lo justo. Y después ven personajes que ganan miles. Obviamente que eso va a producir rabia. Además, se ha visto que no siendo honesto, ganas mucha más plata. Entonces, el mensaje que se da es que si tú quieres ganar plata, no hay que ser honesto. Hay varios ejemplos: La Polar, Penta y ahora Soqumich. Pero creo que son casos que nos pueden hacer mucho bien, porque hay que transparentar eso y la sanción tiene un fuerte sentido simbólico, porque la sociedad dice “eso no está bien”.

—Pero se hizo durante años.

—Lo dañino de eso es que se consideraba normal y la cultura estaba dañada. Me impresionó mucho el caso de un ministro que duró muy poco, creo que tres días, que era diputado. Yo trato de no pensar mal de la gente, porque si uno hace algo, por algo lo hace. Pero hacía asesorías a una minera estando de presidente de la comisión de Minería. Y es de sentido común que no se puede. Para mi es vergonzoso además que los congresistas pasen una ley diciendo que es porque trabajan a tiempo completo, porque estamos hablando de sueldos muy buenos. Más que un rol político es de justicia económica. Entonces, uno ve que la corrupción está metida en la cultura mucho más de lo que pensamos. Pero lo positivo es que ahora eso se está transparentando. Es bueno que haya sanciones, pero no por venganza, sino que por un sentido simbólico muy fuerte de decir: “Señor, no está bien lo que usted hace”. Toda crisis es oportunidad.

—¿Y qué piensa del caso Caval?

—El caso Caval es muy triste, porque otra vez se confirma la corrupción, una corrupción sutil, no vulgar. Todavía no están claros todos los hechos, pero si yo entro a una deuda tan grande es porque tengo la seguridad de que la venta me va a compensar. ¿De dónde viene esa seguridad? Eso es lo que están tratando de averiguar. Acá es muy interesante, porque hay dos movimientos. En el caso Penta el dinero influye en la política. Y en este caso (Caval), es más bien la política la que influye en el dinero, porque si fuera una persona común y corriente, no le van dar tanto dinero salvo que tenga mucho. Pero el efecto sobre el país y la falta de credibilidad han sido muy grandes.

—Si las instituciones están en entredicho, ¿a qué se puede aferrar la gente?

—Cuando hay una crisis social tan grande, hay un quiebre. Y cuando pasa algo así, hay que volver al cara a cara. Por ejemplo, después del gobierno militar había muchas categorizaciones, buenos y malos, comunistas y no comunistas. Y hubo todo un trabajo en no generalizar y recuperar el rostro del otro. Pasó con los carabineros. Se decía “los carabineros son malos”, pero cuidado, porque en democracia se necesitan los carabineros. Entonces, hay que distinguir entre siempre y algunas veces; en todos y en algunos. Porque cuando tú generalizas, haces mucho daño en la sociedad. Por eso, para mí lo primero es el encuentro. Decir que todos los empresarios son malos, no es verdad. O que la gente sencilla es buena, tampoco, porque buenos y malos hay por todas partes. Otra cosa es decir que el poblador tiene menos oportunidades, porque por supuesto que tiene menos oportunidades. Pero hay que devolver el rostro al otro para que podamos dialogar. Y en eso el informe Engel es excelente: está diciendo por dónde empezar.

—Pero de las medidas de la Comisión Engel se han tomado pocas.

—Y eso es lo que me asombra. Hoy hay que recuperar el sentido de lo público. Quien no es solidario, es solitario. Un ejemplo de eso es el problema del medioambiente. Si yo lo cuido y los demás no lo respetan, entonces no sirve. El Papa Francisco es su encíclica lo dijo muy claro: la degradación del medioambiente implica una degradación humana. Es decir, no se entiende uno sin los otros. Entonces tenemos que darnos cuenta de que, o nos apoyamos o nos hundimos juntos. Porque el bien común es que todos nos pongamos de acuerdo respecto a qué hay que priorizar. Por ejemplo, que alguien diga: yo opto por crecer menos, pero para hacer el bien social. Es el caso de algunos países de Europa, que ahora están desarrollados, pero en su primer momento dijeron: desarrollo social primero.

—¿Los países socialdemócratas?

“El problema para mí no es el mercado, sino quién manda. Y que mande el mercado es lo más inmoral que hay, porque no reconoce a las personas”.

—Exactamente. Pero aquí en Chile todavía está la discusión si desarrollo humano o desarrollo económico, pero primero es el desarrollo humano. Porque en la medida en que la gente está bien y trabaja, obviamente que va a aumentar la economía. Lo otro es la teoría del goteo, que no tiene ni pies ni cabeza. Es verdad que hoy hay menos pobreza que antes, pero, a la vez, la brecha de los salarios no baja. Entonces, ¿chorrea hacia abajo? Sí. Pero la desproporción sigue. El problema para mí no es el mercado, sino quién manda. Y que mande el mercado es lo más inmoral que hay, porque no reconoce a las personas.

—¿Eso es lo que ve en Chile?

—Sí. Donde se ve más claro es en la salud, que está muy condicionada por el dinero. Es decir, tengo salud en la medida que tengo dinero. Obviamente que hay esfuerzos, como el Plan Auge, que es un paso. Pero también está la cola de espera. Cada vez que veo que una isapre muestra sus ganancias, me da vergüenza. Porque uno dice: ¿Este está para ganar o para dar servicio a la salud?

 

Las dos iglesias


—La Iglesia Católica también está en crisis. La última encuesta Cadem dijo que el 80% cree “poco o nada” en ella. ¿Considera que están en crisis?

—Obviamente. La credibilidad de la institución de la Iglesia ha bajado, y con razón. Pero las crisis son una oportunidad única. Hay un grupo que está saliendo y dice “yo no quiero saber nada de esta Iglesia”, algo que uno lo ve en la juventud. También hay otra gente que está muy dolida, pero su fe no corre peligro. Entonces, ojo ¿qué es lo que hemos enseñado nosotros? Porque lo más importante es la fe, porque la Iglesia no reemplaza a la fe, sino que como institución es una ayuda a la fe. Hay que distinguir entre fe y religión. Y la fe es haber sido encontrado por Dios.

—¿Qué piensa del momento por el que atraviesan?

—Lamentablemente estamos descubriendo que la institución, algunos aspectos, no está funcionando bien.

—¿En qué aspectos?

—En los abusos sexuales. Pero más allá de los abusos sexuales, en no habernos dado cuenta de que la sociedad ha cambiado en el sentido de que antes había una mentalidad, y eso no es sólo de la Iglesia, de que si hay algo malo, lo ocultamos. Era algo cultural. Pero eso ha cambiado totalmente. Entonces, si hoy oculto, el daño que hago es mayor.

—¿Usted cree que eso es lo que ha pasado con la Iglesia?

—Si uno lee el informe de la comisión de Estados Unidos, que elaboraron personas externas a la Iglesia, lo que más critica es la falta de transparencia.

—¿No es eso lo que se replicó en Chile?

—Pero ahora está cambiando, porque hay protocolos.

—Después del caso Karadima.

“El hecho de que Karadima esté en un convento de monjas asegura que no pueda hacer daño. Porque si se le expulsa, el liderazgo que tenía era muy fuerte, ¿y cómo vas a controlar que no siga?”

—El caso Karadima fue muy paradigmático. Pero también hay que ser honestos y hoy hay un esfuerzo sincero para dar a conocer los casos. Ojo, que también denunciar depende mucho del denunciante, porque a veces él mismo pide que no se sepa. Lo que hay que hacer es tratar los casos con transparencia, y si hay testigos, enfrentarlo. Hay casos estructurales a los que hay que apartar. A veces se cambiaban de una parroquia a otra, pero hoy en día no. Porque hay casos en que tienes que marginarlos. No hay alternativa, pero a la vez tratarlo como ser humano y colocarlo en un lugar donde no va a hacer daño. Tolerancia cero, por supuesto que sí, pero si yo voy a echar a una persona y esa persona no va tener un cuidado, igual lo va a seguir haciendo. Hay que pensar en el daño que puede hacer afuera si no lo tienes controlado.

—¿Es la situación de Karadima?

—El hecho de que Karadima esté en un convento de monjas, asegura que no pueda hacer daño. Porque si se le expulsa, el liderazgo que tenía era muy fuerte, ¿y cómo vas a controlar de que no siga? Por eso hay que ver caso por caso. Estamos hablando de alguien de 80 años con mucho poder no sólo sobre las personas, sino también con mucho poder económico. Por eso, al seguir siendo cura, el obispo sigue teniendo control sobre él.

—¿Qué opina de los correos entre los obispos Ezzati y Errázuriz que mostraron su postura frente a una de las víctimas de Karadima y del veto a Felipe Berríos como capellán de La Moneda?

—Obviamente que escandalizó que un mail privado se haga público, y me incluyo. El problema es el estilo y cómo referirse a las personas. El mismo cardenal admitió que usó términos duros y que él no tenía intención de ofender a nadie. Yo no puedo juzgarlo, porque no soy quien, pero siempre trato de entender. Además, respecto a lo de Felipe, va contra su carácter ser capellán de La Moneda. A él no le interesa eso, porque es lo más informal que hay. No me lo imagino con chaqueta todos los días y tan protocolar.

—¿Por qué parecen dos iglesias tan opuestas desde fuera? ¿Una de Berríos y otra de la jerarquía?

—Para mí, que haya distintas voces me parece muy sano y no me molesta. Yo no sería tan tajante, más bien hay dos estilos. Desde fuera se ven dos iglesias, pero desde dentro menos. Y eso es muy interesante, porque está bien que haya más opiniones. Pero lo importante es que en lo esencial estemos de acuerdo.

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