Por Juan Pablo Sallaberry Agosto 20, 2015

© J. M. Méndez

"El sistema político chileno tiene cantidades de problemas, pero no tiene el nivel de indecencia que el brasileño. En Chile todavía generas coaliciones en torno a intereses electorales, en Brasil tu generas coaliciones pagando, pagas repartiendo ministerios".

"Dilma no es Bachelet", se apresura en declarar Carlos Ominami, antes incluso que se lo pregunten. Habla con propiedad. El ex senador y ex ministro es uno de los chilenos que más conoce las dinámicas de la realidad política de Brasil. Amigo desde los tiempos del MIR con el asesor internacional de la presidencia brasileña Marco Aurélio Garcia, ha viajado innumerables veces a ese país. Fue Ominami quien en 1997 presentó a Ricardo Lagos con Luiz Inácio Lula da Silva y en 2006 a la presidenta Michelle Bachelet con la entonces figura emergente del PT, Dilma Rousseff. 

"Hay una historia divertida que me cuentan en Brasil —relata en su oficina de la Fundación Chile 21— cuando el año pasado la presidenta Bachelet fue al Mundial estuvo conversando con Dilma, y hubo un comentario de las dos presidentas diciendo ‘qué mal que está Cristina’. ¡Y mira ahora! Cristina Fernández va a salir de la Casa Rosada con entre el 40% y el 50% de aprobación y con la proyección en (Daniel) Scioli que va a ser su sucesor. Mientras, Dilma en las cuerdas y Bachelet también con problemas". 

—¿Cómo se explica esta tormenta de Brasil, con la crisis política, escándalos de corrupción y crisis económica?

—El año pasado fui a futbolear y a politiquear al Mundial. Estuve tres semanas instalado en Sao Paulo, en el departamento de Marco Aurélio. Hice mucha vida de paulista, ir a las calles, a los cafés, andar en taxi y uno ahí se da cuenta del malhumor y la crítica hacia el PT. Decían: “Yo quiero que Brasil pierda el Mundial, para que Dilma pierda”. Creo que el PT perdió la virginidad, era un partido que se presentó como algo distinto y que tuvo total incapacidad de prever lo que estaba ocurriendo. El PT entró en una burbuja de desconexión absoluta con la calle. Todavía no logran ver la patente del camión que los atropelló. Subestimaron la capacidad de la oposición, porque claro, dicen que las quejas son de los paulistas, y es cierto que el PT logra ganar la elección gracias a otras zonas de Brasil, básicamente por los sectores pobres en el nordeste, que han sido los más beneficiados de las políticas sociales de Lula y de Dilma, pero uno ya veía que las corrientes de opinión que se generan en las grandes ciudades eran casi todas contra el PT. 

—¿Y esas son las que definen el clima político?

—Desde el punto de vista de la composición de la opinión pública, la oposición es ampliamente mayoritaria, porque tiene la voz de la ciudad y la de los medios, que juegan un papel importantísimo también en la polarización, con las denuncias.  Ha habido incluso campaña sucia contra Lula. Veja ha sacado unos titulares espantosos. Y si antes Lula mantuvo un entendimiento con O‘Globo, eso se rompió. Ejercen una oposición bastante beligerante. Pero nadie puede desconocer que el PT ha sido víctima de lo que ellos mismos denunciaron. Surgió como un partido político muy original, con una gran síntesis entre clase obrera paulista, intelectuales, católicos de izquierda… Pero desgraciadamente tuvo mucha dificultad para leer los datos de la realidad y terminó en el círculo vicioso de un sistema político indecente, como le he escuchado decir al propio Lula. Indecente porque funciona por la cooptación, los gobiernos se constituyen sobre la base de entregar ministerios que son parcelas de poder para que los partidos las administren. Los partidos políticos en Brasil, más que fuerzas dotadas de una cierta ideología, son como especies de escuderías, hablando en términos automovilísticos, o sea los candidatos dicen esta temporada yo corro McLaren y allá tu corres con otra y te puedes cambiar de partido, las alianzas son espurias, es un sistema político muy fragmentado. El PT nunca ha sido más allá del 20 o el 25% del Parlamento. 

—¿Y el caso Petrobras termina de empantanar todo?

—Yo conozco la dirección del PT, soy amigo de (José) Dirceu, traté el año pasado de ir a verlo a la cárcel, no era posible porque estaba en un régimen de encierro muy riguroso. Yo creo que no es un tema de enriquecimiento personal, mayoritariamente es un tema más de financiamiento de campañas, y de entrar en una lógica donde terminas hundido en el pantano, que es lo que está ocurriendo hoy día. Fernando Henrique dice que el gobierno de Dilma es un gobierno legal, pero ilegítimo, perdió la legitimidad. Y dice que es un gobierno que carece de autoridad moral. 

—Cuesta entender que Cardoso sugiera una dimisión de Dilma, el PT lo acusa casi de golpista.  

—Eso muestra la radicalización de la política brasileña. Hasta hace poco Fernando Henrique, José Serra, Aécio Neves no estaban en la idea del impeachment (juicio político), ya que desde el punto de vista político preferían que Dilma terminara de pagar todos los costos del ajuste y ellos venir después. Ahora ahí también está la bronca histórica entre Cardoso y Lula. Hoy dice que es mejor que Dilma renuncie para no tener que ir al impeachment y es muy duro con Lula. Dice que él es el principal responsable, entonces hay algo de ajuste de cuentas. 

—¿En materia económica, comparte el cuestionamiento a todo lo que fueron las políticas de subsidio de Dilma y el gasto fiscal exorbitante?

—Hay que tener cuidado ahí de no subirse por el chorro. Efectivamente la economía de Brasil es una economía excesivamente cerrada, y la reforma económica es otro pendiente del PT. El PT hizo una gran política social, pero no hizo ni reforma económica sustantiva, estructural, ni tampoco hizo reforma política, y ahí uno podría decir que el que hace reformas a medias cava su sepultura. La política social del PT sacó a 40 millones de brasileños de la pobreza y vino este fenómeno que también conocemos en Chile. Yo les decía que miraran a Chile con más detalle. Las manifestaciones de Chile de 2006 y 2011 son muy anteriores a las brasileñas, pero tienen que ver con un fenómeno muy semejante, con la emergencia de la nueva clase media. Las manifestaciones en Sao Paulo y en Río no son de los pobres de las favelas, son más bien de un C3 emergente. Grupos que tienen nuevas demandas, como en Chile. Ya no es cobertura de la educación sino calidad. En Brasil, el tema del transporte es crítico y, como es sabido, el tema del Mundial le rebotó mal a Dilma, ves superestadios con sobre costo y a diez cuadras veías mucha pobreza. Eso es irritante. Todo salió mal. 

—Siguiendo la comparación con Chile, y entendiendo que son países muy distintos, ¿qué lecciones podemos aprender nosotros de lo que está pasando en Brasil para no caer en los mismos errores?

—La lección de Brasil yo creo que finalmente es el tema de la política, la incapacidad para hacer reformas y mejorar la calidad de la política termina jugando unas muy malas pasadas y haciendo que las fuerzas políticas que son de transformación terminan siendo vistas por la población como iguales a los otros, pierden su pretendida superioridad y terminan generando una gran bronca de una parte de la población. 

—Usted dice que Dilma no es Bachelet,  ¿pero la Nueva Mayoría es el PT?

—Tampoco. El sistema político chileno tiene cantidades de problemas, pero no tiene el nivel de indecencia que el brasileño. En Chile todavía generas coaliciones en torno a intereses electorales, en Brasil tu generas coailiciones pagando, pagas repartiendo ministerios. Es distinto y sería muy injusto para Chile compararlo. 

—Ahora el dilema de Dilma es que está tratando de dar un giro hacia lo que plantea su ministro de Hacienda, Joaquim Levy, con políticas más restrictivas. Pero no tiene la popularidad para hacerlo ni el apoyo del PT...

—Es que eso partió mal, cuando se designó a Levy fue muy mal visto porque Dilma hizo campaña en contra de la idea de austeridad y del ajuste, y luego lo pone a él. Eso fue parte del malestar porque aparece como inconsecuente. El PT está en otra y el gobierno está dividido porque hay otro ministro, el de Planificación, Barbosa, que es partidario de una cosa muy distinta.

—¿Cuáles son las salidas que ve a esta situación? 

—Francamente no sé. El impeachment no se ha utilizado desde la vuelta de la democracia, porque Collor de Mello renunció antes. No creo que Dilma renuncie, pero la radicalización de la base social está sumando partidarios de que salga antes. Varios amigos míos estaban esperando a ver qué ocurría con las manifestaciones del domingo. Hoy la onda es Fora Dilma. Ese es el grito.

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