Por Ana María Sanhueza Enero 15, 2015

© Marcelo Segura

En noviembre de 2014, apenas dos meses después de haber asumido como rector del Instituto Nacional (IN) por un período de cinco años y cuando Fernando Soto Concha recién comenzaba a interiorizarse del funcionamiento del colegio, un fallo de la Corte Suprema determinó que de ahí en adelante será él la autoridad encargada de adoptar las medidas tendientes a evitar las tomas de los estudiantes.

Pero el fallo no sólo fue uno de los acontecimientos que marcaron su debut. También, a los días de que llegara al cargo tras concursar vía sistema de Alta Dirección Pública, miles de estudiantes de liceos emblemáticos marcharon por el centro de Santiago, junto a profesores y apoderados,  en protesta  al sistema del ranking de notas de la PSU. De ellos, la gran mayoría pertenecía al Instituto Nacional.

También, el nuevo rector enfrentó el retiro de varios alumnos hacia otros liceos de menor exigencia a fin de aumentar sus promedios de notas y obtener mejores posiciones en el ranking de sus promociones. “Para esos alumnos que se fueron fue muy doloroso hacerlo, porque se formaron acá. Pero los entiendo, porque estaban en una situación difícil y veían amenazados sus sueños de futuro. Se sentían institutanos hasta la médula, pero tuvieron que tomar esa decisión”.

-¿Y usted qué opina del ranking de notas?
-El principio general del ranking de notas va por el camino de la inclusión. Nadie podría estar totalmente en contra. Pero la fórmula es injusta para los estudiantes de liceos de alta exigencia, como el Instituto Nacional, el Liceo 1, Lastarria, Carmela Carvajal, de Aplicación, Barros Borgoño y otros tantos. Porque al alumno que queda bajo el ranking, pero que incluso tiene los méritos de  tener puntajes nacionales en la PSU, se le impide quedar en la carrera que quiere, a pesar del esfuerzo  que hizo durante toda la enseñanza media.

DE GARZÓN A PROFESOR
La carrera de Fernando Soto como profesor partió a los 19 años, cuando su padre, Fernando Soto Droully, quien fue vice- rrector del Instituto Nacional entre 1969 y 1973, lo llevó “de sorpresa” a una sala del colegio particular subvencionado Universidad Popular Pedro Aguirre Cerda, ubicado en el centro de Santiago. Era 1977.

Soto pensó que sólo acompañaría a su papá a hacer unos trámites al colegio, donde era profesor desde que lo echaran desde el IN tras el Golpe deEstado: era masón, de centroizquierda y cercano al Partido Radical. Él estaba recién en tercer año de Pedagogía en Historia en la Universidad de Chile y recuerda que apenas sonó el timbre del fin del recreo, su padre lo miró y le dijo: “Toma. Este es el libro de clases de tu curso”.

-Fue de sopetón. La primera impresión fue de una tensión enorme. Recuerdo que fue una clase de historia medieval a un segundo medio. Mi papá pensaba que en la práctica docente, mientras antes empiece el proceso, más posibilidades tiene el maestro de adquirir sus herramientas.

En ese entonces, Soto era sólo un poco mayor que sus estudiantes, incluso, por el tipo de colegio, había varios alumnos que estaban atrasados y tenían su misma edad.

Como ex alumno del Instituto Nacional, Soto siempre pensó que partiría su carrera en la educación pública. Pero, dice, fueron las circunstancias de la época  las que lo llevaron a dar sus primeros pasos en la educación particular subvencionada.

-No era fácil entrar en tiempos de la dictadura a los liceos municipales, porque estaban bajo la administración de sectores muy adictos al gobierno.  Luego entré a otro particular subvencionado, en tiempos en que las condiciones laborales eran terribles para los profesores.

En ese tiempo, Soto corría de un extremo a otro de Santiago. Por la mañana estudiaba en el Pedagógico de la Universidad de Chile, en Macul. Por la tarde hacía clases en un colegio en el centro y otro en la comuna de San Ramón. En la noche trabajaba como garzón en el restaurante  El Alero de Los de Ramón, en avenida Las Condes.

-Recorría todo Santiago en micro, porque vivía en Las Rejas con Alameda. Ganaba más como garzón que como profesor.

-¿Sentía frustración por eso?
-Era un dolor profundo, pero no por mí, sino por la profesión, que es algo tan estratégico para el desarrollo del país. Además, cuando trabajé en colegios subvencionados, el clima laboral era muy adverso. Muchas veces los sueldos se atrasaban sin explicaciones y las condiciones materiales eran miserables.  En ocasiones tenía que llevarme la tiza desde el Pedagógico para hacer mis clases.

“No conozco otro colegio que haya hecho más por la inclusión social que el Instituto Nacional. No me parece  justo que el fin de la selección se le imponga y no se reconozca el mérito académico de nuestros muchachos, a pesar de provenir de los sectores más diversos de Santiago”.

 

DERRIBANDO PREJUICIOS
La carrera de Fernando Soto ha cruzado todos los sistemas. Si bien partió en la educación particular subvencionada, a fines de los años 80 fue profesor del Preuniveristario Ceaci, donde llegó a ser el jefe del Departamento de Historia y Ciencias Sociales preparando estudiantes para la Prueba de Aptitud Académica (PAA). Eso, hasta que un día se encontró en el banco con su ex profesora de Filosofía del IN, Elizabeth Saba: lo conminó a concursar a un cupo para enseñar Historia en el colegio Saint George’s.

Soto pensó en la idea y se resistió varios días, hasta que se decidió a postular y fue seleccionado.

-Yo tenía mis aprensiones frente a un colegio particular pagado y de clase alta. Al Saint George’s llegué lleno de prejuicios, pero me los tuve que comer. Descubrí muchachos maravillosos. Fue una gran experiencia.

Su llegada al colegio fue  en1990. Coincidió con el regreso al Saint George’s como vicerrector académico del sacerdote Gerardo Whelan, quien inspiró al cura de la película Machuca. Rápidamente, cuentan sus ex alumnos, Soto se convirtió en un referente: durante los 11 años que trabajó allí fue miembro del Consejo Académico y elegido en varias ocasiones como mejor profesor.

-¿Y entonces por qué se fue del Saint George’s?
-Durante muchos años el Saint George’s tuvo una impronta muy progresista y eso en los años 90 se notó.  Cuando postulé, nadie me preguntó si era creyente, y yo soy agnóstico. Tengo una deuda de gratitud, porque el pluralismo se vivía. Pero después asumió una actitud más conservadora.

Después del Saint George’s, Soto siguió en la educación privada: fue director de la Corporación Educacional Las Américas, la misma que años después fue administrada por Franco y Antonino Parisi. Luego, fue asesor de Educación en la Gerencia de Desarrollo e Innovación en  Minera Los Pelambres. Hasta que llegó a la educación pública: primero como profesor del Liceo Barros Borgoño y, entre el 2012 y septiembre de 2014 fue inspector general del Liceo de Aplicación, donde debió enfrentar las tomas de los estudiantes. 

De ahí dio el salto y postuló para ser rector del Instituto Nacional. Para él no sólo fue un regreso porque estudió allí y fue parte de la rama de los scouts hasta mediados de los años 80, mucho después de su egreso. Soto también vivió cuatro años en el edificio de calle Arturo Prat, pues en los tiempos en que su padre fue vicerrector los directivos residían en el mismo lugar donde trabajaban.

De hecho, su familia pasó el golpe  dentro del IN. Estuvieron tres días protegiéndose de las balaceras en el subterráneo, y Soto, quien en 1973 estaba en tercero medio, aún guarda las esquirlas de balas que recogió en el antiguo edificio.

-¿Cuál es su diagnóstico de la educación pública?
-Pese a todo, es alentador. Porque los estudiantes, primero, y los profesores, después, fueron capaces de poner en el debate la necesidad de mejorar estructuralmente la educación, como los índices de equidad y de calidad. Y eso significó que el 80% de la opinión pública  se manifestara, en algún momento, a favor de reformas profundas y radicales. Por eso digo que el proceso de la reforma educacional es complejo y con legítimas diferencias de opinión respecto de por dónde hay que comenzar  y qué caminos hay que seguir.

-¿Y por dónde le habría gustado que comenzara?
-Me habría gustado que los primeros pasos  se hubieran dado en fortalecer la educación pública. Se está haciendo, pero se han priorizado otros aspectos que no eran, a lo mejor, la prioridad más urgente. Yo habría considerado,  entre las primeras prioridades, la desmunicipalización y dar un respaldo de financiamiento a la educación pública para poder mejorar las condiciones en que alumnos y profesores se desenvuelven.

-¿Eso incide directamente en la calidad?
-Sí. Incide en los contenidos curriculares y en la calidad de los recursos que tienen a su alcance los distintos proyectos educativos. Creo que si se explica de manera más clara la intención de mejorar la educación pública, el gobierno va a tener ese 80% de respaldo que tuvo al comienzo.

-¿Qué le parece, tal como está planteado, el fin a la selección, que incluye a los liceos emblemáticos?
-El interés de fondo es acrecentar las cuotas de inclusión social. El fondo todos lo compartimos. Tanto, que no conozco otro colegio que a través de su historia haya hecho más por la inclusión social que el Instituto Nacional. Sin embargo, no me parece suficientemente justo que el fin de la selección se les imponga a liceos emblemáticos y no se reconozca el mérito académico de nuestros muchachos, a pesar de provenir de los sectores más diversos de Santiago. En tanto que en otros sectores sigue habiendo las mismas cuotas de segregación. Y si va a haber fin a la selección en el Instituto Nacional, que sea en todos los colegios. Entonces, que no haya más selección económica, ni por criterios religiosos, ni de ningún tipo. Ahí habría un trato justo. Porque el IN ha sido un espacio de movilidad social. Teniendo buenos resultados no debiera terminarse con este tipo de experiencias basadas en la excelencia y exigencia académica.

-Hay quienes creen que el fin de la selección será una lápida para lo mejor de la educación pública...
-Es una amenaza. Me trato de imaginar a un Instituto Nacional que no tenga el mismo resultado en la preparación para la enseñanza superior. Si el Instituto no fuera el establecimiento que más estudiantes provee a las universidades tradicionales,  ¿cuáles serían los colegios que tendrían la exclusividad de formar muchachos con acceso a las universidades de mayor prestigio y calidad? Los colegios de  Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea. En ese sentido, es una amenaza al pluralismo que debe tener aquel sector de la sociedad que tiene acceso a la clase dirigente que diseña políticas públicas y a crear la estructura de país que todos queremos.

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