Por quepasa_admin Enero 8, 2015

© Hernán Kirsten

LOS POSTERGADOS DE SIEMPRE
• Por Daniel Matamala •

“Quienes atacan la reforma tributaria son los poderosos de siempre”. La frase, parte del video con que el gobierno intentaba defender su proyecto original de reforma a los impuestos, marcó a fuego la tensión entre empresarios y políticos el 2014. Pero no fue la única. La idea de contraponer los intereses de una elite con los de la mayoría, y situar a las acciones y proyectos del gobierno del lado de los segundos contra el ataque de los primeros, ha sido una reflejo recurrente durante este año.

Nicolás Eyzaguirre habló de los “compañeros idiotas de mi colegio cuico”, el Verbo Divino, y pese a ello (¿o gracias a ello?) fue designado ministro de Educación pocos días después. El embajador en Uruguay culpó a la “derecha empresarial” de los atentados con bomba, y conservó el cargo. Peor le fue a Helia Molina, cuya previsible salida del gabinete se adelantó tras su denuncia sobre abortos en “clínicas cuicas”.

No hay un diseño tras estos exabruptos, pero sí un mar de fondo: la convicción de la presidenta Bachelet de que la batalla contra la desigualdad debe ser el sello de su segundo gobierno. Un sentimiento que ganó tracción con la condena del “lucro” desde 2011 y que es resentido por la elite. Hace unos días, en su columna de La Tercera, el rector de la Universidad Adolfo Ibáñez, Andrés Benítez, denunciaba “un sentir antielite muy notorio en este gobierno”.

Cuando el presidente del PS decía que “los ricos deben pagar más”, o el video de La Moneda denunciaba que “no es justo que los ricos no paguen los impuestos que corresponden”, hay algo más que frases para la galería. El concepto y el diseño de las reformas pone la igualdad como valor fundamental.

Sabemos que el gobierno, asustado por el frenazo económico, retrocedió en ese camino en el último tramo de 2014. Aun así, en la encuesta Plaza Pública Cadem el 43% de los encuestados de sectores bajos creen que la reforma tributaria sí disminuirá la desigualdad, contra apenas el 28% en los sectores medios y el 23% en los altos. La división social es notoria, aunque el gobierno haya terminado negociando la reforma con los mismos “poderosos de siempre” que denunciaba en el video.

Un patrón similar, aunque menos marcado, se advierte en la aún incipiente discusión de la reforma laboral: en los sectores populares, el 51% cree que la agenda mejorará la situación de los trabajadores, contra sólo el 45% en la clase media, y el 41% entre los más acomodados.

Y, en la reforma educacional, también hay mayoría de optimistas en los sectores bajos: 51% confía en que mejorará la calidad de la educación, contra 47% en los medios, y 33% en los altos.

En parte, estas diferencias pueden explicarse por el contenido de las reformas. Tiene lógica que los trabajadores con menos instrucción, mayoría en los sectores bajos, confíen en que una reforma que fortalece a los sindicatos  mejorará sus condiciones laborales. Y que esa confianza vaya disminuyendo a medida que se sube en la escala de ingresos y especialización, y por lo tanto de capacidad negociadora individual frente a la empresa.

También se entiende en la reforma educacional, donde los sectores bajos no comparten la ansiedad de las capas medias, que ven en riesgo su diferenciación social y académica mediante el copago y el refugio en colegios subvencionados.

Tampoco hay que desdeñar el efecto de la estrategia opositora. Durante 2014, la UDI dejó de lado su apellido “popular” para centrarse obsesivamente en un discurso de defensa de la “clase media”, que han repetido en todas y cada una de las reformas. Difícilmente los votantes de estrato bajo se sientan representados por una crítica a las reformas que hace causa común con los sostenedores de colegios y los “emprendedores”.

Esta confianza no sólo toca a las reformas, sino también a Bachelet y su gobierno. Una mayoría de los sectores populares (52%) cree que la presidenta lo hará mejor en el año que comienza. En cambio, en los sectores medios (43% de confianza) y altos (38%)  prima el escepticismo.

Michelle Bachelet siempre ha logrado una empatía personal muy fuerte con los sectores populares. Y los problemas de 2014 no minaron severamente esa identificación en su base electoral, como sí ocurrió con la más veleidosa clase media.

No hay que perder de vista, además, que 2014 ha sido el año en que la elite ha vivido en peligro. Con orígenes y consecuencias muy diversas, todos los grandes escándalos de este año tienen algo en común. Tanto el caso Penta como la colusión de los pollos, las multas de cascadas o la condena contra O’Reilly pueden leerse como parte de un mismo relato: el de unos “poderosos de siempre” que al fin ven expuestas sus miserias y abusos.

Nada de ello es consecuencia de la acción del gobierno, pero para el relato social eso da lo mismo. Lo importante son las señales contra los “poderosos de siempre” que emanan hacia los “postergados de siempre”. Y que estos parecen recibir con cierta dosis de confianza y optimismo.

 

EL AÑO DE LA CLASE MEDIA
• Por Roberto Izikson, gerente de Asuntos Públicos Cadem •

Chile dejó de ser un país de pobres y se ha consolidado como un país predominantemente de clase media. Este cambio nos ha llevado a enfrentar un doble cuestionamiento sobre nuestro futuro: el tipo de sociedad que queremos y si la institucionalidad política, económica y social vigente es o no capaz de encauzar las demandas e intereses de este nuevo ciudadano-consumidor que está cada vez más exigente.

La presidenta Michelle Bachelet estaba convencida (y seguramente lo sigue estando) de que su triunfo electoral era la victoria de su programa y que con éste se daba inicio a un nuevo ciclo político, económico y social. De esta manera, y durante todo el 2014, impulsó con fuerza su agenda de reformas en base a un diagnóstico que suponía era compartido por una gran mayoría: en Chile el malestar ciudadano es transversal y esto hacía necesario repensar las bases de nuestro modelo de desarrollo.  

Pero las 52 encuestas que realizó Plaza Pública Cadem, semana a semana, durante el 2014, y que nos han permitido seguir de cerca las percepciones y reacciones de la opinión pública, han dejado en evidencia que no todos los chilenos compartían el mismo diagnóstico, y si una mayoría lo compartió, éstos no estaban necesariamente de acuerdo con las herramientas (reformas) con las cuales pretendían llevarlo adelante. La forma y fondo del debate en torno a la reforma tributaria y, luego de la reforma educacional terminaron por marcar el estado de ánimo de los chilenos durante el 2014 y en especial el de la clase media. Así, el indicador de Plaza Pública Cadem, que mide el estado de ánimo general del país cayó de forma sostenida y progresiva. En marzo, un 72% creía que el país iba por un buen camino, mientras que en diciembre sólo un 42% lo hacía, totalizando una caída de 30 puntos. El debate tributario y educacional también marcó la relación de todo el gobierno de la presidenta Bachelet con la opinión pública. La aprobación de ella retrocedió 15 puntos entre marzo y diciembre,  de un 53% a un 38%, mientras que su desaprobación aumentó en 28 puntos -de un 22% a un 50%-, perdiendo así una de sus cartas más fuertes de presentación: el alto apoyo en las encuestas.

La polarización del debate a través de frases como “la retroexcavadora” “los poderosos de siempre”, “los cuicos”, “los patines”, “los niños rucios y papás aspiracionales” ahuyentó rápidamente a aquellos que pertenecen a los niveles socioeconómicos más altos y de clase media alta (los C1 y C2, que representan a cerca del 30% de la población). Lo que sí sorprendió fue la sostenida pérdida de apoyo en el nivel socioeconómico C3, ese 25% de chilenos que ha sido leal y votó por la presidenta Bachelet. De esta manera, es interesante observar que este grupo (C3), que tradicionalmente ha tenido opiniones más similares a los segmentos más bajos (D), hoy esté más alineado con los sectores altos y medios altos (C1-C2). Por ejemplo, en su oposición a la reforma tributaria y educacional, en la evaluación que hacen de la gestión del gobierno y también en la percepción de progreso económico y la responsabilidad que le cabe al gobierno en la desaceleración.

El estado de ánimo político, económico y social de los chilenos, que muchas veces puede ser distinto dependiendo del tema, hoy parece ser indivisible. Y aunque suene paradójico, producto de este alineamiento de expectativas (más de preocupación que de confianza) de los segmentos C3 con los C1-C2, son los niveles socioeconómicos más bajos quienes ven con mayor optimismo el 2015. En política, son quienes más creen que a la presidenta Bachelet le irá mejor y que sus reformas cumplirán con sus objetivos. En economía son quienes están más tranquilos frente a la situación económica.

El desafío del gobierno para este 2015 será recuperar la confianza y expectativas del corazón de la clase media, los C3. Este es el segmento que se siente el “jamón del sándwich” de la sociedad, que cree que a los pobres los ayuda el Estado y que los más ricos no lo necesitan. Este grupo de chilenos que sienten que dependen exclusivamente de su trabajo y esfuerzo para conseguir lo que tienen. Que los ingresos que logran son los justos para solventar sus gastos personales, que no pueden darse lujos y que acceden a colegios particulares subvencionados para que sus hijos puedan tener mayores oportunidades. Esta es la clase media que sueña y aspira a un buen trabajo y sueldo, que la salud sea de calidad, pero también accesible y oportuna, que quiere poder salir a la calle sin miedo a ser víctima de la delincuencia, que necesita un transporte público eficiente y digno, y que demanda, cada vez con más fuerza, tiempo libre para poder disfrutar de su familia y darse gustos en un ambiente alegre, sin estrés y amable.

 

 

SE ACORTAN LAS BRECHAS
• Por Raphael Bergoeing, investigador del CEP •

Durante los últimos 30 años el producto per cápita de Chile se ha multiplicado por tres. Esto supera lo conseguido durante las ocho décadas previas. Nunca antes en nuestro país una generación había avanzado tanto con respecto a la previa. Así, después de compartir condiciones económicas similares con la mayoría de los países en América Latina, hoy los miramos por el espejo retrovisor. El efecto de esta transformación económica ha sido un aumento enorme y generalizado en el acceso a bienes y servicios. Con todo, actualmente aparecemos en el lugar 30 del mundo en el Índice de Progreso Social publicado por el Banco Mundial.

Dos indicadores reflejan el impacto social en prosperidad: desde 1990, la pobreza cayó desde 38,6% a 14,4% y la esperanza de vida al nacer aumentó en 8 años. De hecho, según un estudio reciente realizado por Naciones Unidas, Chile es el mejor lugar para nacer y para envejecer en la región.

Pero no sólo los estratos más pobres de nuestro país se han beneficiado con el mayor crecimiento. Hoy, una clase media empoderada, más educada y menos paciente, define ampliamente las expectativas y aspiraciones de nuestra sociedad. Atrás quedaron la preocupación por la subsistencia y el conformismo con la cantidad: fueron reemplazados por un foco en la calidad. Esto ha generado tensión entre los distintos actores del proceso productivo y representa un desafío natural en un país que ha alcanzado la mitad del camino hacia el desarrollo económico.

Una cosa es la comparación con nuestra propia historia, otra es la aspiración de alcanzar niveles de bienestar incluso mayores, y en función de cualidades cada vez más complejas. La clase media vive entre la satisfacción de saberse más próspera que sus padres y el temor de perder ese privilegio; entre la tranquilidad de haber superado sus necesidades básicas y la ansiedad de alcanzar otras superiores.

Por ejemplo, la encuesta muestra que las personas que integran el nivel socioeconómico medio tienen una opinión mucho más favorable sobre las reformas que buscan balancear poderes en la sociedad, como la educacional y previsional, pero no sobre la tributaria. Es probable que el discurso opositor sobre que esta última reforma afectaría el empleo y exigiría el pago de mayores impuestos de todos haya penetrado. Así, una parte importante de la clase media, que apenas una generación atrás conoció la pobreza, entiende mejor qué significa perder lo alcanzado. Es ese grupo amplio de personas en donde la reforma tributaria recibe menor aprobación.

Chile ha crecido mucho, pero mantiene necesidades materiales no resueltas. La brecha con los países más avanzados recién comienza a cerrarse. De hecho, cuando se pregunta sobre si durante 2015 se espera comprar bienes tecnológicos, salir de vacaciones y comprar más en malls, la respuesta afirmativa mayoritaria corresponde a las personas del estrato socioeconómico más bajo, precisamente aquellas que recién comienzan a acceder a bienes durables y a servicios suntuarios, como las vacaciones. Durante los próximos años, más allá del ciclo económico, la tendencia debería ser a continuar cerrando estas brechas.

Al profundizar en los efectos del ciclo económico aparece otro antecedente interesante. Porque una cosa es lo que somos, otra es cómo estamos. Es natural que en un entorno de desaceleración profunda las expectativas económicas se ajusten a la baja. Pero en esta ocasión esta tendencia ha sido menos marcada. Ante la consulta sobre las condiciones económicas esperadas durante 2015, y a pesar de que el crecimiento del 2014 será el más bajo en 31 años -si excluimos los años 1999 (crisis asiática) y 2008 (crisis subprime)-, la mayoría espera que sus condiciones económicas mejoren. Esto refleja en parte una base de comparación poco exigente, pero también lo que ha ocurrido con el mercado laboral. Porque, contrariamente a lo proyectado por los expertos, la desaceleración actual ha impactado poco los salarios y el empleo. Hasta ahora, al menos.

Entre los expertos esto ha generado dudas sobre la validez de las cifras del INE para el mercado laboral. La encuesta en parte despeja esta inquietud. Porque en el estrato económico bajo en donde los ingresos laborales son la única fuente de ingresos posible, la mayoría dice estar tranquila con respecto a la estabilidad de su trabajo, el nivel que tendrá su ingreso familiar y su capacidad para pagar sus deudas, reflejando que el empleo hoy sigue fuerte. La evidencia empírica sugiere que estas personas están cometiendo un error. Ojalá, en esta ocasión, la equivocada sea la economía.

 

 

 

Medio lleno vacío

Ficha técnica: Encuestas telefónicas con Cati y encuestas cara a cara en puntos de afluencia con tablet. Universo: Chilenos, hombres y mujeres mayores de 18 años, habitantes de las 73 comunas urbanas con más de 50 mil personas que representan el 70,9% del total del país. Muestreo: Para las entrevistas a través de teléfono fijo el muestreo fue probabilístico, a partir de BB.DD. con cobertura nacional, propias de Cadem, y dentro del hogar, la selección de los sujetos se hizo por cuotas de sexo, edad y NSE (Alto C1-C2; Medio C3; Bajo D/E). Para las entrevistas cara a cara en punto fijo con tablet se predefinieron cuotas para comunas específicas en la Región Metropolitana, Valparaíso y Biobío, además de sexo, edad y GSE (ABC1 y D/E) como complemento al muestreo del teléfono fijo. Muestra: 700 casos. 499 entrevistas fueron aplicadas telefónicamente y 201 entrevistas cara a cara en puntos de afluencia. Error: +/- 3,7 puntos porcentuales al 95% de confianza. Ponderación: Los datos fueron ponderados a nivel de sujetos por GSE, zona, sexo y edad, obteniendo una muestra de representación nacional para el universo en estudio. Fecha de terreno: Lunes 29, martes 30 y miércoles 31 de diciembre de 2014.

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