Por Sabine Drysdale Enero 8, 2015

© Marcelo Segura

Para uno de los exámenes, tengo que conseguirme tres dientes. Eso, en Inglaterra, es una violación a las normas de bioseguridad. Tú no puedes sacar un diente de la clínica, salvo que se lo des al paciente envasado, si así lo pide. El diente puede tener un fragmento de hueso filoso y contener  bacterias, priones  y ser un  foco de  contaminación.  Por eso se incinera.

Es como si mi vida hubiese sido puesta en pausa. Soy Diego Jazanovich, tengo 41 años, vengo de Inglaterra, soy dentista, o solía serlo. Solía tener una exitosa consulta privada en la City de Londres, 16 años de experiencia con adultos y niños como odontólogo general. Me gradué de una de las mejores universidades de Europa, del King’s College de la Universidad de Londres. Hice mi residencia y trabajé en el Guy’s Dental Hospital, y también en la consulta donde se ha atendido la reina Isabel y su familia. Soy miembro -y para eso tuve que dar un examen de un año- de dos  facultades del Colegio Real de Cirujanos de Inglaterra, y en la puerta de mi consulta se leía “doctor”, pero desde que me vine a vivir a Chile, en 2013, no soy nadie.

Mi vida fue puesta en pausa.

Dejé mi vida en Londres y me vine a Chile por amor. Me vine cargado de libros para estudiar y revalidar mi título, seguro de que podría formar una familia y rehacerme como un exitoso profesional en esta tierra. Me parecía un país estupendo, moderno, ordenado. Quizás fui ingenuo.

Yo sabía que el proceso de revalidación iba a ser un trámite largo y por eso hice un plan B y me certifiqué como profesor de inglés en la Universidad de Cambridge. Así me gano la vida mientras tanto. Les hago clases de inglés a varios dentistas de la Universidad de Chile, la misma que, sin trámite ni prueba alguna, deja que cualquier dentista que venga desde Ecuador, de una universidad de la calidad que sea, pueda ejercer en Chile. La misma universidad, que siendo la número 220 del mundo, según el QS World University Rankings 2014-15, me revalida a mí, viniendo de la número 16. Tengo varios premios académicos, en periodoncia y odontología preventiva, en odontología restauradora y otro para el estudiante con la conducta más ejemplar en el tratamiento de sus pacientes. También me he ganado fondos de investigación; pero eso fue allá en Inglaterra.

Han sido dos años de un proceso humillante y lleno de trabas. Ha habido días en que quisiera tirar la toalla y tomarme el primer avión de regreso a Londres. Pero los colegas chilenos, a los que les hago clases de inglés -pero con quienes preferiría compartir consulta dental- me dan ánimo. Es por ellos, y por el  apoyo incondicional de mi pareja, que sigo adelante en esta empresa quijotesca. Me he sorprendido a mí mismo, no sabía que tenía tal capacidad de aguante.

Todo empezó cuando presenté mis papeles ante la Universidad de Chile en julio de 2012. Papeles apostillados por La Haya, certificados, traducidos y vueltos a certificar por el ministerio de Relaciones Exteriores. Pagué las 20 UTM. Me desperté todas las mañanas a las 6:30 para estudiar. Me senté a dar el examen teórico tres veces, hasta que, por fin, lo aprobé. Lo que allí vi, me dejó perplejo. Preguntas capciosas, ambiguas, llenas de trampas. Materias para un estudiante de pregrado, pero no mucho donde pudiera demostrar mis años de experiencia clínica. Dos veces tuve que responder a la pregunta de qué es un chalazión. Cuando les hago clases de inglés a mis colegas dentistas les he preguntado si saben lo que es. Nadie tiene idea. Bueno, yo lo sé, pero no porque lo haya estudiado en la universidad, ni porque tuviera que verlo en mi práctica clínica, sino porque yo tuve un chalazión. Y eso es un quiste que sale por dentro del párpado. Me pregunto de qué sirve una pregunta tan rebuscada. Por qué no preguntan cosas importantes de bioseguridad o cómo atendería una emergencia odontológica que está sucediendo a un paciente en ese minuto. Varias veces las pruebas fueron interrumpidas, por alumnos o por profesores, porque había preguntas incorrectas. Incluso yo descubrí una y detuve la prueba, pero nunca nos dijeron si fueron eliminadas o no. Para qué decir los “horrores” ortográficos. Mi lengua materna será el inglés, pero es un insulto que en el encabezado de una de las preguntas de tan solemne prueba se lea: “Cuántas de estas opciones elijiría usted”.

Me puse muy contento cuando aprobé, por fin, el examen teórico. Se puede dar sólo dos veces en el año, en abril y octubre, por lo que ya llevaba, sumando el tiempo de estudio, más de dos años en el proceso. Pero, junto con la carta de aprobación, me llegó otra con las pautas de los ocho exámenes prácticos. Y ese fue otro golpe.

Para uno de los exámenes, tengo que conseguirme tres dientes. Eso, en Inglaterra, es una violación a las normas de bioseguridad. Tú no puedes sacar un diente de la clínica, salvo que se lo des al paciente envasado, si así lo pide. El diente puede tener un fragmento de hueso filoso y contener  bacterias, priones  y ser un  foco de  contaminación.  Por eso se incinera. He tenido que preguntarles a amigos, a colegas de la universidad, si tienen tres dientes que prestarme. Me pregunto, si no consigo dientes entre mis amigos, ¿tendré que ir a la morgue en búsqueda de cadáveres o pedirlos en el cementerio? Para otro examen tengo que llevar a un niño y hacerle un tratamiento, ojalá una tapadura de caries. Tengo una sobrina, pero no me atrevería. ¿Dónde se consiguen niños con caries para dar exámenes de revalidación? La Universidad de Chile no los proporciona. También tengo que conseguirme un adulto con un diente de sobra porque le tengo que realizar una extracción. ¿Alguien se ofrece? Fuera de los pacientes, tengo que llevar un sinfín de materiales que no pone la universidad, todos los instrumentos de mano y hasta la turbina de alta velocidad. Son costos que están ocultos, porque en ninguna parte del sitio web de la Universidad de Chile figura eso.

***

Nos llevaron a dar un tour por las instalaciones del hospital clínico donde daremos las pruebas. Nos explicaron cómo funcionan los sillones. Y el técnico aclaró que, a veces, no funcionan. Que llegaron con un problema de fábrica. Y que cuando se traban, hay que apagarlos, esperar unos segundos y volverlos a encender. Yo no digo que los sillones tengan que ser ultramodernos, pero si estás exigiendo excelencia y me pasas un sillón que se traba...

Pero hay otro examen que me llama la atención. Tengo que hacer un ejercicio de ortodoncia -me estoy revalidando como odontólogo general, no ortodoncista- donde tengo que llevar, como material, dos radiografías de mi persona. Una de cráneo y otra panorámica para luego calcarlas en papel milimetrado y trazar planos ortodónticos. Ningún odontólogo general haría algo así. Claro que hay que tener conocimientos de ortodoncia, porque tienes que reconocer, por ejemplo, si un niño tiene apiñamiento o le falta espacio, pero hay que saber diagnosticar y derivar. Pero, más allá de eso, la exigencia de radiografías sin fines clínicos infringe las directivas de la Comunidad Europea. Yo di la alarma y mandé una carta a la comisión revalidadora el 16 de diciembre de 2014.  A mí me enseñaron -con uno de los libros de la misma eminencia en radiología con que estudian en la Universidad de Chile, el dentista Eric Whaites- que no uno debe someter a un paciente a radiación ionizante salvo cuando tiene justificación clínica. No para hacer un ejercicio. Es como si estuviéramos en la época en que se descubrió la radiación y la gente se  sacaba radiografías en broma, para luego enterarse de los efectos secundarios. Esas dos radiografías que me pidieron tienen una alta carga de radiación. El hospital tiene muchas radiografías de pacientes que se las han sacado por una razón real y clínica. Mi pregunta ¿no es posible que saquen radiografías de ahí con el consentimiento informado de los pacientes para  hacer el ejercicio? Que en todo caso, me parece que es un ejercicio inútil.

Yo he protestado formalmente y por escrito contra este proceso de revalidación, que considero desfasado, anticuado e injusto y he sido citado a varias reuniones, pero ellos nunca han dejado nada por escrito. En cada reunión, eso sí, han puesto una grabadora encendida sobre la mesa. A lo mejor soy demasiado british, pero a uno debieran preguntarle si pueden grabar la conversación, tampoco me han suministrado una copia, ni sé con qué fin se está grabando. Pero en esas conversaciones me han explicado que modernizar este proceso de revalidación no les interesa porque “es la última prioridad” y van a “pasito de hormiguita” porque el cambio tarda muchísimo, porque hay que someterlo a una junta y largos etcéteras. También me explicaron que no tienen recursos.

Tal como sucedía cuando estaba en la primaria, en la lista de materiales, me exigen lápiz, goma, regla y papel milimetrado. Y, subrayada está la advertencia: “La falta de alguno de ellos significa suspensión y reprobación del examen”. Cuando la  Universidad de Chile admite tus papeles, acepta que tú ya eres un odontólogo, entonces, ¿si ya soy un odontólogo, por qué me tratan como un alumno de pregrado? ¿Por qué me mandan información de ese tipo y  subrayada como si volviéramos al colegio? Me molesta la manera. Y no es todo, el día anterior al examen tengo que ir a esterilizar mi bandeja con materiales. ¿No deberían ellos proveer el material listo para ser usado? Hay un material que da risa: hay que traer “cuadrícula milimetrada en transparencia dura para realizar medidas y estudios transversales maxilares”. Pero me informaron en una de las reuniones a las que acudí, que no vale la pena comprarse la cuadrícula: “Váyase a una librería, cómprese un papel milimetrado, sáquele una fotocopia en un papel de celuloide y  luego corte el papel de celuloide con la fotocopia encima”. ¿Tengo que ir yo con 41 años, siendo miembro del Royal College of Surgeons of England, egresado de la universidad numero 16 del ranking mundial a hacer ese trámite a la librería? Que me manden una lista de compras así es humillante y hostil y no son más que vallas y obstáculos. Me han dicho en esas reuniones grabadas que no es la intención. Pero la vida no está hecha de intenciones. Es evidente que hay ciertas personas dentro de esta comisión que no quieren que el revalidante salga adelante.

Me han dicho -no hay información oficial- que mucha gente abandona el proceso. Pero yo no seré uno de ellos. Sigo buscando niños para taparles las caries y adultos para sacarles un diente para mi examen práctico. No voy a darme por vencido y pronto mi vida dejará de estar en pausa y apretaré play. Por mientras he conseguido un nuevo trabajo. Me han contratado en una universidad privada para dar clases como dentista en la Facultad de Odontología. Mis credenciales no me sirven en Chile para ejercer, pero sí para enseñar. Vaya ironía.

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