Por Nicolás Alonso y Rosario Zanetta Diciembre 18, 2014

Héctor Puebla, ídolo del club, recuerda cuando el plantel visitaba las faenas para impregnarse del sacrificio. El estadio lleno y la sirena del cambio de turno aullando para recordarles por quién jugaban. “Si hubiéramos ganado una de esas dos Copa Libertadores, no estaría pasando nada de todo esto”, dice.

Lo primero que notó fue la tristeza. En las ferias y carnicerías desteñidas del Calama antiguo, donde antes, cuando vivía en la ciudad y era el jugador más querido, no le recibían el dinero. Bastaba con lo que hacía en la cancha. También una cierta fatalidad resignada, como una condena que se dictó hace años, pero recién ahora se ejecuta: la seguridad, ahora sí, ahora sin duda, de que nunca iban a volver a ser el equipo de los 80. Eso le decía la gente en la calle a Héctor “Ligua” Puebla, a sus 59 años aún el jugador que más campeonatos ganó -cinco títulos nacionales y una Copa Chile- en la historia de Cobreloa, cuando el mes pasado volvió a Calama, en medio de la mayor crisis del club, y luego fue a Antofagasta a ver a su equipo perder el clásico regional por dos goles a uno y hundirse en un último lugar del que ya no saldría.

Esos días, al temor a un demasiado factible primer descenso a segunda división -el equipo tiene que ocupar un puesto entre los líderes del próximo campeonato para evitarlo-, se sumó otro miedo: la confirmación de que Codelco reducirá sus aportes al club, que desde 1992 eran de US$ 1,5 millones al año, a US$ 645 mil en 2015, US$ 230 mil en 2016, y luego a nada. Y con eso, la incertidumbre de qué pasará con un club que nació y vivió apoyado en el dinero de la cuprífera, que lo fundó para entretener a sus trabajadores de Chuquicamata y que en la década de oro del 80 tenía a sus 14 mil empleados como socios obligatorios. Entonces aportaba más de US$ 3 millones al año, pagaba los viajes del plantel y le permitía una vida de equipo grande a un club recién nacido, pero que en menos de un lustro había logrado su primer título nacional y algo mayor: disputar dos finales de la Copa Libertadores, contra Flamengo y Peñarol.

De esa época quedó una frase que hoy repiten dirigentes e hinchas: “Cobreloa no tuvo infancia, nació grande”, acompañada de la misma pregunta: cómo se sigue siendo grande, aislados en el norte, sin el apoyo de la minera.

Puebla recuerda esa época, cuando el plantel visitaba las faenas para almorzar con los trabajadores e impregnarse de su sacrificio. El estadio lleno a las 11 de la mañana, con los mineros almorzando tras terminar su trabajo; la sirena del cambio de turno instalada en la tribuna, aullando para recordarles quiénes eran y por quién jugaban; las caravanas por la ciudad luego de algún título arrebatado a Colo Colo; el recuerdo de un guardalíneas que cobró un offside dudoso y el bototo de un minero que surcó los aires.

Todas esas cosas se perdieron. Hoy en la empresa apenas quedan cerca de 2.300 socios del club, a las tribunas no llega ni esa cifra, y la sirena fue prohibida por el plan Estadio Seguro. Pero el proceso es previo. Puebla alcanzó a notar cómo iba sucediendo antes de su retiro en el 96: las visitas cada vez más espaciadas a la mina, las tribunas más vacías, a medida que los socios jubilaban y no eran reemplazados. Los jugadores jóvenes que ya no querían vivir en Calama, y el recuerdo de las dos finales de la Copa Libertadores perdidas, cada vez más lejos. “No es que nos sintamos culpables”, dice Puebla, sin que nadie lo culpe. “Pero si hubiéramos ganado una de esas dos finales, no estaría pasando nada de todo esto”.

LA CRISIS DEL COBRE
Está en la esquina de la Plaza de Armas, a pocos metros de la sede del club. Un cartel con un zorro muerto en un camino, y una leyenda: “Por culpa de 16 ineficientes el zorro se encuentra así. Fuera Pura Sangres y fuera G8”. Se dirige a los 16 dirigentes del club y sus dos facciones enfrentadas, la primera detrás de Mario Herrera, empleado de Codelco y ex presidente del club hasta agosto, y la segunda liderada por Augusto González, directivo de la minera en representación de los supervisores y actual timonel del equipo. La bullada renuncia de Herrera hace cuatro meses a la presidencia ocurrió en medio de acusaciones contra su rival de urdir una estrategia para despedir al DT Marcelo Trobbiani.

La disputa lleva años, y dirigentes de ambos bandos la reconocen como la causa de la crisis del club, que sólo este año ha tenido seis técnicos distintos. Entre ellos Marco Antonio Figueroa, que acaba de ser recontratado para salvar al equipo, y que en diciembre del año pasado recibió $180 millones del club luego de ganarles un juicio por despido injustificado. “No podemos seguir cambiando de técnico cada tres meses. En 2006 se sabía que venían recortes, si se hubiera podido conversar no hubiera pasado lo que ha pasado. Pero cuando los dirigentes se mueven por ego llevan al equipo a que esté así”, dice Mario Avilés, vicepresidente de la corporación y director de la Sociedad Anónima Deportiva (SADP).

Luego de un año entero sin recibir ningún dinero de Codelco, en que se consumieron los ingresos por la venta de Eduardo Vargas y del traspaso de Alexis Sánchez al Arsenal, y se llegó a atrasar -dicen en el camarín- un mes el pago de sueldos, en noviembre la recién asumida dirigencia de González recibió cerca de medio millón de dólares, de los US$ 1,5 millones que correspondían al periodo. Según Herrera, el dinero no llegó antes por oposición a su gestión, pero miembros de su propia directiva dicen que no lo retiraron para presionar contra el plan de reducción de aportes.

El punto de quiebre fue en 2012. Ese año, Herrera recibió la propuesta de un nuevo contrato que iría reduciendo los dineros de la minera al club hasta dejar de existir en 2017. Hasta entonces, seguían recibiendo el US$ 1,5 millón al año, pero una auditoría de la Comisión Chilena del Cobre cambió las reglas del juego y el club tuvo que empezar a justificar los aportes a través de contratos con la división para hacer escuelas de fútbol-calle, charlas motivacionales o  visitas a las faenas, pasando la gestión de los dineros en la minera desde Recursos Humanos a Sustentabilidad.

En el club atribuyen el nuevo contrato a una política de reducción de costos por la caída en la producción de Chuquicamata a menos de la mitad en ese último lustro. Herrera dice que se negó a firmarlo, y que la empresa no tiene derecho a cambiar las condiciones, porque el convenio de 1992 no tiene fecha de caducidad. Ese argumento repiten todos los dirigentes, pero Herrera reconoce que el club fue poco cuidadoso con sus dineros. “Nacimos grandes, pero vamos a tener que aprender a sufrir”, dice. “Cuando jugábamos afuera, viajábamos en primera, alojábamos en los mejores hoteles. Hasta hoy funciona así. Si hubiéramos sido previsores, habríamos invertido en tener un campo en Santiago”.

Una vez que se reduzcan los aportes de Codelco, que pagan un 30% de los cerca de $300 millones que el club gasta al mes, no está claro cuál va a ser la fórmula para que los números cuadren, ni para pagar la deuda de unos $7.000 millones que arrastra el club. Lo primero, coinciden los dirigentes, es asegurar que no baje a segunda división. Ése podría ser un golpe económico sin vuelta atrás. Y volver a ocupar el Estadio Municipal, en remodelación desde 2013, lo que ha significado otra merma para la institución, que hoy ocupa otro pequeño recinto en su club de campo, para sólo 4 mil personas, y juega los partidos grandes en Antofagasta.

En Codelco explican que la administración anterior tomó esta decisión tras modificarse la forma como se entendían los aportes al club. Si bien aseguran que el dinero se irá reduciendo hasta 2016, esto no necesariamente significa que después la relación entre ambas entidades se termine definitivamente. “Nosotros no le hemos tirado la cadena a Cobreloa”, aseguran desde la empresa.

En la sede del club el ambiente es tenso. Afuera, hay rayados contra la dirigencia, y adentro las paredes despintadas muestran posters victoriosos de otra época. En una vitrina, junto a un zorro embalsamado para el último campeonato logrado en 2004, está el único motivo de alegría del club: el Campeonato Apertura Sub-19 conquistado este año por una generación que juega bastante mejor que el equipo adulto.

En su oficina, el presidente Augusto González está molesto. Dice que no sabe de dónde surgen los rumores sobre lo que hará Codelco, que la medida no es definitiva y van a tratar de revertirla. Se molesta más cuando sabe que otros dirigentes han hablado para este reportaje. “Yo pretendo que Cobreloa funcione como empresa, y todo el mundo habla cuando quiere”, dice. “Es un desorden institucional”.

Niega haber firmado el contrato que determina la reducción de aportes. “El directorio pasado lo firmó”, dice, y le pide a su secretaria que traiga una copia, pero ésta le responde que ese papel no existe. Poco después da por terminada abruptamente la entrevista, luego de enojarse al ser cuestionado sobre la renuncia de la dirigencia anterior.

Sebastián Vivaldi, otro miembro de la SADP, sostiene que el contrato sí fue firmado por esta presidencia. “Por eso nos entregaron las platas ahora”, asegura.

A la izquierda, una postal de los tiempos de gloria del equipo, en los 80. A la derecha, el último título del club en 2004. 

EL DISTANCIAMIENTO
La oficina, que está adornada con cuatro banderines de Cobreloa y un poster del equipo en los 80, parece una sede en miniatura del club. Guido Cereceda, supervisor de remuneraciones y dirigente del plantel del 81 al 87, habla con nostalgia. Le cuesta explicar lo que era Calama cuando el equipo era grande. Cuenta de una ciudad eufórica, de cómo subía la producción en la mina cuando el equipo ganaba, de jugadores que lloraban las derrotas por haberle fallado a su gente. También de cuando Mario “Gato” Osbén, arquero de Chile en el Mundial del 82, llegó al club, y el defensa Carlos Rojas le dijo: “¿Ves esa chimenea? Allí están los viejitos quemándose vivos para que juguemos”. “Cómo no iba a correr el ‘Gatito’”, dice Cereceda. “Ahora los jugadores se multiplican los sueldos para venir. Y los trabajadores ya no están identificados con los colores, se hacen socios y al año se salen”.

Los dirigentes antiguos coinciden en que los problemas han sido, ante todo, sociales: el club enfrentado a la modernidad. El primer golpe llegó a fines de los 80, cuando ser socio dejó de ser obligatorio para los trabajadores de la empresa, y de los 14 mil que tenía el club quedó la mitad. Luego la progresiva reducción de gente en las operaciones de Chuquicamata -hoy trabajan menos de 7 mil personas-, fue minando la identificación entre los trabajadores. Jhonny Contreras, dirigente de la corporación y ex cadete del club, explica que antes llevaba a los jugadores en su camión a hacer visitas por Chuquicamata, pero hoy, entre las nuevas medidas de seguridad y el desinterés, ya no es posible. “Ahora hay que rogarles a los que van al tour que se acerquen a un minero”, dice.

Pese a todo, le cuesta imaginar un Cobreloa sin Codelco. Las alternativas planteadas son diversas. En la dirigencia anterior aseguran que propusieron a la empresa un nuevo contrato de prestaciones para sus cuatro divisiones y no sólo Chuquicamata, pero no prosperó. Marcelo Montiel, ex gerente general del club, dice que en 2009 hubo consultas de empresarios mexicanos para entrar a la propiedad, y que actualmente hay empresarios de Calama dispuestos a hacerlo, pero por ahora esa idea parece estar descartada. También se habla de cambios internos: reducir el número de dirigentes de 16 a 7 o 9, para así detener la división.

En la calle, muchos hinchas dicen que la esperanza no está allí, sino en los entrenamientos de la Sub-19 de César Bravo, un ex defensa que pasó por el club entre 1993 y 2001, sin conseguir ningún título. Pero como técnico ha sido distinto: desde que llegó a Calama hace dos años, inició en las inferiores un proceso de vuelta atrás en el tiempo. “Cuando llegué vi la falta de compromiso con el club. Ganábamos afuera y perdíamos acá. Un día les pregunté por qué nos pasaba eso y me dijeron que no les gustaba Calama, que era feo, que hacía mucho calor”, cuenta con voz aún atónita.

Entonces decidió intervenir: le pidió a la dirigencia que le dejaran armar un nuevo equipo, pero con jugadores de la ciudad. Le respondieron que no había nada, pero insistió. Probó jugadores durante cuatro meses, y creó la base de su equipo. Luego comenzó un plan de identificación: les llevó a ex figuras del plantel, a periodistas y a profesores de historia. También les enseñó las canciones de la hinchada. Les habló de un pasado glorioso y de cómo podían recuperarlo. Y sus muchachos empezaron a ganar otra vez.

Hoy cuenta esa historia sentado en la casa de cadetes del club. En unos días van a jugar la Copa de Campeones Sub-19 contra Colo Colo y la van a perder, pero lo importante para Bravo, más que el título, parece ser el camino que los llevó hasta allí. Abre su notebook y pone un video de la charla técnica antes de la final del Apertura contra Universidad de Chile. Allí se ven un montón de chicos con camisetas del color del cobre, abrazados a él.

-Éste es un equipo de mineros, y los mineros se dejan la vida por darle lo mejor a Chile. ¡Nosotros hoy nos vamos a dejar la vida por darle lo mejor a Cobreloa! -dice Bravo, y sus chicos gritan tras él con los rostros desencajados.

-¡¿Somos herederos de una rica historia?! -grita Bravo.

-¡Siiiiiiii!

-¡¿Y qué tenemos que ser hoy día, herederos o historia?!

-¡Historiaaaaaa!

El grito, que llena el camarín, suena a otro tiempo.

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