Por Ana María Sanhueza Noviembre 20, 2014

© Pablo Sanhueza

“Cuando estás en el tráfico, piensas que nada te va a pasar. Con la plata que yo tenía, todo lo compraba. Piensas en tu futuro, en tu ganancia, en tus viajes, en tus joyas. Te encierras en tu mundo”.

-Mamá, ¿es verdad que vendes droga?

La pregunta retumbó en los oídos de Viviana Berríos Berríos. Pese a que había intentado esconder a sus tres hijos a lo que se dedicaba, el mayor, en ese entonces de 13 años, de todas formas se enteró.

Viviana guardó silencio por unos minutos, hasta que le respondió:

-Sí hijo. Yo vendo droga. Pero eso va a ser un secreto entre tú y yo.

El niño no hizo más preguntas.

Pero poco tiempo después, aquello dejó de ser un secreto: el 20 de abril de 2006, la policía llegó hasta la  casa de Viviana, ubicada en el pasaje Venecia de La Legua Emergencia, para detenerla junto a los otros 16 integrantes de los Cara de Pelota, una de las bandas más violentas de la población. Esa vez, también fue aprehendida su madre y parte de su familia.

Fue un operativo de película, liderado por la Fiscalía Sur, entonces encabezada por el ex fiscal Alejando Peña.

A la distancia, Viviana recuerda así su detención:

-La población estaba llena de policías y todos estaban buscándome. Había hasta un helicóptero. Parece que pensaban que yo era la señora de Pablo Escobar  -dice sonriendo ocho años después.

Pero a los segundos, Viviana pasa de la risa a la pena cuando recuerda otro detalle de ese día que le pesa hasta hoy: el allanamiento ocurrió a las 6 de la mañana, y sus hijos, en ese tiempo de 13, 9 y 6 años, despertaron con los golpes de puertas de la policía y vieron cómo ella era detenida.

-Fue muy doloroso. Mis hijos quedaron solos en la calle.

                                                           

                                                                         ***

Viviana es de pocas palabras. Habla pausado y con voz ronca. Está sentada en una sala al interior de la cárcel. Por la puerta entra un aire tibio y a lo lejos se divisa un jardín de flores que cultivan sus compañeras del penal. En esta conversación, Viviana jamás mencionará el nombre de los integrantes de la banda a la que perteneció.

Hoy está a días de cumplir 43 años y se encuentra detenida desde el 2006 en el Centro de Detención Femenina de San Joaquín. En 2007, la Fiscalía Sur logró, en total, 170 años de cárcel para toda la banda. No fue sólo la primera condena de la Reforma Procesal Penal por asociación ilícita para el tráfico de drogas, sino también la primera en que se probó el delito pese a que no se encontró la droga: parte clave de la prueba fueron las escuchas telefónicas y seguimientos a los miembros del grupo.

Viviana tuvo una de las condenas más altas: la acusaron de asociación ilícita para el tráfico de drogas y tenencia ilegal de munición. Debía salir de la cárcel el 2019, pero lo hará el próximo 12 de diciembre, luego que en junio obtuviera el beneficio de salida el fin de semana y que, fines de octubre pasado, lograra la libertad condicional por su conducta.

Cuando vuelva a estar en libertad, su hijo mayor tendrá 22 años, el del medio 18 y el menor, 15.

Viviana se perdió en la cárcel la infancia y adolescencia de sus hijos.

                                                              

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Mucho antes de ser traficante de drogas, Viviana Lorena Berríos Berríos trabajó como empaquetadora de zapatillas en la empresa Diadora y en una fábrica de hebillas de cinturones y zapatos. También fue asesora del hogar.

Se crió en La Legua Emergencia, específicamente en el pasaje Venecia, tristemente célebre porque allí ha habido decenas de operativos antidrogas. También es uno de los sectores donde durante años han ocurrido balaceras, hechos que han sido denunciados en varias ocasiones por el párroco de La Legua, el padre Gerard Ouissie, quien hace dos años llegó a hacer misas con protección policial.

-Allá las balas pasan por todos lados. Y cuando eso ocurre, lo primero que haces es meter a tus hijos dentro de la casa. Claro que uno es intrusa e igual te quedas mirando para ver quién está peleando y por qué. Pero todas las peleas eran por pura droga.

Viviana llegó hasta primero medio. Repitió el curso tres veces. Cuenta que fue por floja y por “enamorada”. Tuvo a su primer hijo a los 20 años. Luego vinieron dos más. Fue así como dejó de trabajar en forma estable. Pero cuando intentó volver, le costó más de la cuenta. Dice que pedían gente con experiencia y que cuando leían en su currículo que era de La Legua, la rechazaban.

-No querían gente de población, menos de la mía. Me lo decían en la cara. A veces, muchos de los que somos de La Legua decíamos que éramos de la Villa Las Rosas, porque antiguamente se llamaba así.

Mientras buscaba trabajo, su madre lavaba ropa y le ayudaba a cuidar a sus hijos. Estaban, dice, en un momento crítico. Se sumó que se había convertido en jefa de hogar después de que su pareja la dejara.

Pero un día, todo cambió.

-De repente llegó alguien, una persona X, y me ofreció droga. Me dijo que iba a ganar plata y así empecé en mi mundo.

Ese mundo al que se refiere Viviana significó un cambio radical, luego que ella y su madre entraran a los Cara de Pelota.

-Recuerdo que pedimos droga y lo intentamos. Nos fue bien. Después seguimos hasta caer presos.

-¿No pensó en que la podrían detener?

-No. Cuando estás en el tráfico, piensas que nada te va a pasar. Con la plata que yo tenía, todo lo compraba. Piensas en tu futuro, en tu ganancia, en tus viajes, en tus joyas. Te encierras en tu mundo. Porque La Legua es un mundo que gira entre ellos mismos, pero para el que quiere. Pero hay mucha gente que trabaja honradamente. Y es la mayoría.

-¿Y cuánto logró ganar en un mes mientras traficaba?

-Cinco millones de pesos.

                                             
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De los ocho años que lleva detenida, Viviana ha trabajado en todos los talleres que ofrece la cárcel. Los oficios van de menor a mayor, de acuerdo al comportamiento de las internas. Partió haciendo los envases de cartón en que se venden los pollos asados; siguió con los moldes de papel de queques y panes de Pascua. Luego aprendió a armar ventanas y escaleras de aluminio y a trabajar en repostería.

-Sé hacer berlines, conejitos y empanadas.

Hoy está, en lo que ella llama, la etapa más “vip”: ayuda en el armado de las cajas de vino.

-Es lo que mejor se paga acá.

Trabaja por el sueldo mínimo. Una parte la ahorra y la otra la envía a su hijo mayor, que ha sido desde los 13 años “papá y mamá para sus hermanos”.

De pronto, Viviana se mira a los pies y dice:

-Ahora me cuesta comprarme zapatillas, pero lo puedo hacer con trabajo. Antes, si quería un par me las compraba el mismo día. Y las más caras.

-¿Y qué hacía cuando ganaba cinco millones de pesos?

-Veraneaba con mis hijos. Si quería pagaba 10 o 20 días un departamento en La Serena. Y tenía muchas joyas.

En sus tiempos de traficante, también compró un auto, un Renault Clio del año 2005. Además, en la investigación se descubrió un departamento a su nombre en Valparaíso. Todos esos bienes fueron incautados por la ley de drogas.

Viviana vivía al límite. Cuando la detuvieron, si bien encontraron tres balas que ella asegura haber recogido tras una balacera, no había droga.

Nunca quiso que sus hijos la vieran traficar, aunque el mayor lo supiera. Pero era en teoría.

-Mis hijos eran niños de casa. Sólo salían los viernes y sábado, después de las tareas. Éramos los cuatro para todos lados. Hasta dormíamos juntos.

Pero todo cambió cuando Viviana fue detenida y su familia se desarmó: los adultos se fuerona  la cárcel mientras sus hijos quedaron en la calle.

-Estuvieron solos durante un año. Una vecina los alimentaba. Después, estuvieron con el papá. Luego, al menor me lo quitó el Sename.

                                                        

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Viviana entró a la cárcel junto a su madre,  a un sector de extrema seguridad. Estuvieron un año allí.

-Era muy doloroso e incómodo ver que ella estaba pasando lo mismo que yo. Muy fuerte.

Luego fue trasladada al área común, donde se dio cuenta que no debía perder el tiempo: volvió a estudiar y terminó la educación media. De hecho, el año pasado fue el segundo mejor promedio de su curso y egresó de cuarto medio con un 6,4.

-Volver a estudiar fue una bonita experiencia. Tuve buenas compañeras y buenos profesores. Quería conocer ese núcleo de estudio que se daba en la cárcel. Lo que más me costó fue Matemáticas y lo que más me gustó fue Lenguaje.

También decidió dar la PSU para probarse.

-Ese día se me borró todo lo que había leído, pero después fue como un relajo. Saqué 395 puntos. No es mucho, pero quería enfrentarme a eso.

Fue así como empezó a destacar entre las demás internas. Tanto, que varias le decían ya desde el año pasado que estaban seguras que pronto podría obtener la libertad condicional. “La Condi”, es como le llaman en la cárcel.

Sin embargo, pese a sus logros, aún no había tomado conciencia de lo que había hecho al traficar drogas. Hasta que una noticia provocó un terremoto en su vida. Y fue mucho peor que su detención.

-Fue cuando supe que mi hijo del medio estaba en la droga desde que tenía 14 años. Ese es el dolor más grande que puede tener una mamá.

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Cuando Viviana habla de sus hijos se le quiebra la voz. En su ausencia, el mayor terminó el colegio y el menor continúa estudiando. Ambos la han ido a ver sistemáticamente a la cárcel una vez al mes a través del programa Mujer Levántate, que lidera desde el 2008 la religiosa Nelly León, Coordinadora Pastoral de la cárcel.

A su hijo del medio, en cambio, dejó de verlo durante tres años.

Viviana dice que sólo cuando se enteró que él consumía droga, se dio cuenta de las consecuencias que tuvo que ella fuera traficante.

-Con lo que le pasó a mi hijo, me di cuenta del daño que provoqué.  Yo nunca le vendí a niños, pero puede que esa gente sí lo haya hecho. Ahí me pregunté por qué no lo pensé antes, por qué lo tuve que pensar ahora; por qué me tuvo que pasar a mí para darme cuenta. Siempre me he culpado.

Y añade:

-Fue ahí cuando pedí ayuda y decidí que iba a cambiar.

La hermana Nelly, como es conocida en la cárcel, recuerda perfectamente el día en que Viviana se le acercó:

-Me dijo: “yo no ví el impacto de mis acciones hasta hoy. Pero ver a mi hijo en la droga, me hizo tomar conciencia. Me impresionó mucho, porque no pensé que ella iba a ser capaz por su voluntad propia de salir del círculo en el que estaba inmersa.

El trabajo de la hermana Nelly ha sido destacado por el subsecretario de Prevención del Delito, Antonio Frey, sobre todo por el caso de Viviana, a quien visitó la semana pasada junto a otras reclusas.

-Esa frecuencia en su trabajo hace que la mujer gane en dignidad, en sentido de vida y que le den ganas de salir a la calle y reinsertarse. Porque es el rol de madre el que hace recuperarse a Viviana. Lo hizo por sus hijos.

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Viviana está a menos de un mes de salir en libertad condicional. Volverá a la misma casa donde vivía hasta el 2006, al pasaje Venecia.

Va decidida a rearmar a su familia y ayudar a su hijo.

En junio obtuvo su primer beneficio y volvió a La Legua por primera vez desde su detención. Allá, todos saben quién es y lo que hizo.

Los fines de semana, muchos la han visto trabajar en la feria. Lo hace hasta el mediodía. Por la tarde, debe volver a la cárcel.

-Allá me he encontrado con gente que traficaba y me han dicho que es bacán que esté trabajando, que es bueno por mí y mis hijos. Tampoco me han llegado propuestas porque ya saben que me la voy a poder y que voy con ganas. Porque no voy a bajar los brazos.

Viviana cuenta también que se ha encargado de contarle a sus vecinos que esta vez tiene un contrato bajo el brazo: trabajará en una empresa de lavanderías.

-¿Y está dispuesta a ganar el sueldo mínimo?

-Sí, porque es el cambio que yo pedí. Quiero vivir de un sueldo, parar mi casa nuevamente. Quiero vivir y dormir tranquila. Y cambiar el mundo que mis hijos tuvieron.

En su regreso a La Legua, también ha visto a su población de otra manera. Y ha recorrido sus calles con otros ojos.

Hace dos semanas, Viviana volvió a ir a misa a la parroquia San Cayetano. Se sentó al final, discretamente, tal como lo hacía antes de entrar a la cárcel, donde nadie la viera. Pero cuando el padre Gerard Ouisse se percató que estaba allí, la cambió a la primera fila.

-Estaba orgulloso de que yo estuviera allí. Me emocioné.

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