Por Matilde Burgos, desde Buenos Aires Marzo 5, 2014

Bergoglio iba a los comedores de la cooperativa, donde llegaba gente muy vulnerable. Almorzaba con ellos y hacía charlas y misas en los lugares donde había accidentes laborales. Todos recuerdan la que hizo en Caballito, en un taller textil clandestino que se quemó y donde murieron 6 personas.

Gustavo Vera lo visita cada cuatro meses. Dice que es el mismo de siempre, pero siente que está mucho más libre. “Lo veo más contento. Lo veo apurado, bien apurado, para tratar de que cada día sea una transformación importante. Lo veo planificando a 10 años”.

No se le va a olvidar nunca. Era la primera vez que Sergio Sánchez, presidente de la Cooperativa de Cartoneros de Buenos Aires, viajaba a Europa, y lo hacía nada menos que como una de las cuatro personas que iban en representación de la familia del cardenal Jorge Mario Bergoglio a la misa de inauguración de pontificado del nuevo Papa Francisco, en marzo de 2013.

“Tuve una odisea para llegar a Roma porque yo, un cartonero sin euros, sin dólares, no sabía a dónde iba. En el aeropuerto me sentía como en la película El Expreso de la Medianoche. Iba caminando e iban 10 policías atrás. Me llevaron a un cuarto, me hicieron radiografías, me hicieron de todo. Me preguntaban: ‘¿vos tenés plata?’  No, 700 pesos tenía yo (70 dólares), que para allá no era nada… ‘No importa, si voy a ver al Papa, lo espero en la plaza’, les decía yo. Y todos los policías pensaban que los estaba cargando”, cuenta Sergio.

Después, todo empezó a fluir, como en un sueño.

“Salimos una hora antes y entramos al Vaticano. Entramos por una puertita, estábamos casi al lado de él, estábamos a seis metros y nos sentíamos contentos. Yo miraba a la presidenta (Cristina) Fernández, a los presidentes, los reyes, los virreyes, todos se iban para allá al fondo y yo estaba ahí al ladito. Y eso no tiene explicación. Yo decía ‘pensar los millones que debe valer este lugar, estar al lado de él’”.

Sergio siempre lo trató de tú. Le decía “Jorge, vos…”. “Era una persona sencilla, humilde, no se fijaba con quién hablaba, hasta mi hija tiene una foto con él”, relata. Dice que esa sencillez tampoco cambió mucho cuando Jorge se transformó en el Papa Francisco. El cartonero bonaerense estuvo entre los primeros en entrar a la basílica después de la misa para felicitarlo. “Cuando lo fui a saludar, lo que puedes hablar con él son segundos, en que me dijo: ‘sigan así, sigan con fuerza, sigan para adelante’”.

CARDENAL EN TERRENO

Sergio lo conoció el 2008. En esa época los cartoneros debían viajar en carreta desde la periferia, disputarse el material reciclable con los basureros municipales y sufrir fuertes altercados con la policía. Fue por eso que comenzaron a organizarse, crearon el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). También el 2008 tomaron contacto con la Cooperativa Alameda, que se ocupa de la trata de personas y del trabajo “esclavo”. La institución entonces era dirigida por Gustavo Vera, actual diputado por el frente UNEN (de tendencia socialdemócrata, que a nivel nacional encabeza Elisa Carrió).

En esa época la Cooperativa Alameda comenzaba a hacer fuertes denuncias sobre las condiciones laborales que sufrían miles de inmigrantes en fábricas textiles, lugares donde trabajaban más de 16 horas por un sueldo de 150 dólares mensuales y donde también dormían. Al mismo tiempo, denunciaba el tráfico de niños recién nacidos y la trata de blancas, a través de mafias que, fundidas con el narcotráfico, llegaban a las altas esferas de poder. “Las denuncias llegaban ya al máximo jefe de la Policía Federal, afectaban al Ministerio del Interior, afectaban a la red de trata más importante del país, que estaba en Río Gallegos, y ya estábamos investigando departamentos y prostíbulos que pertenecían a jueces y miembros de la Corte Suprema”, recuerda Gustavo Vera. Fue entonces cuando empezaron a recibir denuncias cada vez más graves, y decidieron ponerse en contacto con el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio.

El cardenal los recibió esa misma semana. Decidió hacer una misa con todos: trabajadores textiles, costureras, prostitutas, cartoneros. La hizo el 1 de julio de 2008 en la iglesia de los Emigrantes en La Boca, y todavía resuenan las palabras de esa homilía. “Nuestro país alberga tratantes de esclavos: hombres y mujeres que venden y compran personas. Hombres y mujeres que hacen lo mismo que aquellos capataces egipcios con los israelitas: les pegan, los obligan a trabajar más, les sacan los documentos para que no puedan moverse”, denunciaba el cardenal. Una misa que tuvo una amplia difusión y con la que comenzó a granjearse nuevos enemigos en Argentina.

No le importaba. Es más, comenzó a trabajar cada vez más cerca de Vera. Iba a los comedores de la cooperativa, donde llegaba gente muy vulnerable. Almorzaba con ellos y hacía charlas y misas en los lugares donde había accidentes laborales. Todos recuerdan la que hizo en el barrio de Caballito, en la puerta de una casa donde funcionaba un taller textil clandestino que se quemó y donde murieron 6 personas, dos adultos y sus cuatro hijos, porque, como estaban encerrados, no pudieron salir.

Fue en esa época donde Nancy Miño se acercó a la Alameda pidiendo ayuda. De origen paraguayo, ella era agente de la División de Trata de Personas de la Policía Federal. La habían amenazado de muerte por denunciar a uno de sus superiores que, en vez de llevar ante la justicia los ilícitos que descubría en prostíbulos, usaba esa información para extorsionar a los proxenetas. Nancy decidió denunciarlo cuando le pidieron contratar a dos menores de edad para un procedimiento en un prostíbulo, otra ilegalidad, pero que esta vez la involucraba directamente a ella. Recuerda que estaba en la cooperativa cuando recibieron esta llamada: “Dile a esta paraguaya que se deje de joder con la Federal porque la vamos a cagar a tiros”. Gustavo decidió hacer una conferencia de prensa para denunciarlo. Cuando terminaron, lo llamó el cardenal Bergoglio para pedirles que fueran a verlo al Arzobispado, a pocos metros de ahí.

Nancy caminaba impactada. De niña había sido catequista en Paraguay y nunca pensó que la máxima autoridad de la Iglesia en Argentina se iba a interesar por ella, ni menos ayudarla. “Me quiso dar una ayuda económica, yo le dije que no. Me quiso dar un lugar de albergue, un convento para mí con mi hijo, pero le dije que no porque yo no quería desarraigar a mi hijo más de lo que lo estaba. Me dijo que las cosas se iban a ir solucionando, me trajo una estampita de la Sagrada Familia, de San José, e hizo que me sacara una foto con él delante de una imagen de la Virgen de Luján”. Era su manera de protegerla, haciéndola visible. Pese a que en ese entonces era poco amigo de las fotos, lo hizo con muchos otros amenazados de muerte.

Gustavo Vera fue su nexo con ese mundo. “Fuimos haciéndonos amigos. Nos había causado mucha sorpresa: vivía en un cuartito muy humilde, andaba en colectivo (buses públicos), se relacionaba con los pobres de igual a igual. Realmente era el testimonio vivo de un jesuita, una autoridad de la Iglesia que vivía como pensaba, lo cual no era poco en este mundo y la Argentina”, relata.

LAS PRISAS DEL PAPA

La sotana blanca no ha sido impedimento para que esa relación continúe. Mensualmente Vera recibe más de 200 cartas para el pontífice, él se las manda y el Papa las responde o llama por teléfono. Y el propio diputado recibe personalmente un mail a la semana. “Gustavo… saluda a los chicos de Alameda, incluso al capellán Música. Saluda también a tu madre, y no te olvides de rezar por mí y de mandarme buena onda. Un abrazo fraternal, Francisco”, decía un correo que recibió del Papa pocos días antes de esta entrevista. Le llegan desde la cuenta del secretario personal de Bergoglio. El pontífice nunca fue amigo de los computadores; ya en el Arzobispado de Buenos Aires, cada vez que necesitaba mandar un mail se lo dictaba a una de las secretarias.

Vera lo visita cada cuatro meses. Dice que es el mismo de siempre, pero siente que está mucho más libre. “Lo veo más contento. Lo veo apurado, bien apurado, para tratar de que cada día sea una transformación importante. Lo veo con muchísimo entusiasmo. Lo veo planificando a 10 años”.

Francisco tiene a los fieles de su lado y a gran parte de la curia, pero no a todos. Hay quienes de inmediato lo acusaron de populista y demagogo. Despectivamente lo llaman “el Argentinito” o “el Papa Piacione” (el que quiere caer bien). “Este Papa no nos gusta”, escribieron el pasado mes de octubre los periodistas Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro en el diario Il Foglio, donde le critican desde llevar su propio maletín, hasta su anuncio incansable sobre la “misericordia de Dios”, que para los autores del artículo parece contraponerse al rigor de la doctrina clásica. Dentro de la curia también hay voces disidentes, pero parecen ser más los que encontraron en el Papa la voz acogedora que esperaban de la Iglesia. Por eso cada domingo llegan a la Plaza de San Pedro cerca de cien mil fieles a escucharlo en el rezo mariano del ángelus, en vez de los 25 mil de antes. Otra señal es que el Papa definitivamente tuvo que trasladar las audiencias de los miércoles a la Plaza de San Pedro, aunque sea invierno, porque en la Sala Paulo VI ya no caben.

Gustavo asegura que el Papa no tiene miedo. “El mayor cuidado con Francisco lo tienen los mozos, los jardineros, las monjas, todo el personal del Vaticano. La seguridad también. Él tiene una relación muy estrecha con cada uno de los guardias suizos, les conoce toda la historia, con quién están casados, qué problemas tienen. Y los mismos  trabajadores del Vaticano le van advirtiendo de las ‘maldades’ que planifican otros. Por ejemplo, en un momento él puede estar almorzando y viene un mozo y le dice, ‘mire, el obispo tal estacionó un auto cero kilómetro, muy caro, a cinco cuadras del Vaticano y vino caminando y dice que no tiene bienes’”,  ejemplifica.

A un año de su elección, todo parece dar cuenta de que el Papa venido del fin del mundo sabía a dónde llegaba. “Va a hacer lo que tenga que hacer. Obviamente va a tomar recaudo, pero no tiene miedo. Él sabe que mientras la Plaza de San Pedro esté llena, él puede seguir avanzando”, dice Gustavo, quien agrega algo más: “Ésas son palabras de él, no mías”.

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