Por Juan Pablo Garnham Noviembre 14, 2013

© Paula Vásquez

CUANDO LOS PUNTOS NO DAN

Dio la prueba y partió fuera de Chile. Le dejó una sola instrucción a su amigo: quería Kinesiología en la Chile. “Pero este compadre me dice: no te alcanza, estás en lista de espera, pero tienes la posibilidad de meterte a bachillerato y cambiarte por dentro a Kinesiología”, recuerda Juan José Gana, hoy de 30 años.  Le dijo que lo inscribiera. “Yo no tenía idea que existía en realidad. Sólo quería llegar a Kinesiología, ése era mi objetivo”.

Ahí conoció gente con puntaje nacional, pero que no había tenido idea sobre qué estudiar. No era el caso de Juan José, quien dice que fueron dos años para nada relajados. “Te pasaban matemáticas, física, química mucho más avanzada de la que te pasan en una carrera normal de la salud, como es en mi caso”, dice Gana. Cuando llegó a Kinesiología, dos años después, pasó por esos temas con mucha mayor facilidad, aunque esto tuvo un costo: muchas horas de clases y estudio, pruebas los fines de semana y viajes entre los campus de Macul e Independencia.

Dice que el estrés lo dejó “casi pelado”, pero que valió la pena. “Te abre un mundo de posibilidades a tus conocimientos, a lo que tú eres capaz de desarrollar. Te hace supertransversal en tu disciplina”, explica.

Ésto es lo que más valora él en esos dos años que vivió. Cuando hizo su tesis de Kinesiología, uno de los profesores le dijo “te apuesto que vienes de bachillerato”. Él le respondió que cómo lo sabía. “La mirada que tienen ustedes siempre es mucho más amplia que, por ejemplo, sólo la salud”, le dijo el profesor.

Desde que salió en 2008 se ha dedicado a concretar un proyecto que, cree, es heredero de esa mirada diversa: Art & K. Una empresa en la que atiende  a adultos mayores y personas que tocan instrumentos o que ocupan su cuerpo para el arte, y que se lesionan a causa de esta actividad. “Por ejemplo actores, escultores, pintores, guitarristas”. A este emprendimiento se suma FullFrame, empresa dedicada a realizar videos.

 

LOS EXPERIMENTOS A MEDIO CAMINO

¿Qué hacer cuando esa carrera que quieres estudiar, en estricto sentido, no existe? Era el caso de Amelia Miller, que sabía que su mundo era la educación, pero no como profesora. “Me metí a estudiar Derecho y ahí me di cuenta de que me cerraba mucho a la parte jurídica de la educación y yo quería algo más amplio”, recuerda. A los dos años, encontró una salida: la UC anunció que reformaría su Bachillerato, creando las licenciaturas, programas de cuatro años donde los estudiantes podían armar su propia malla de pregrado, pensando en que después realicen un posgrado.

La UC no es la única que ha hecho cambios a medio camino buscando afinar el modelo de los bachilleratos. Otras, como la Universidad de los Andes, también han adaptado sus programas de acuerdo a las experiencias y a los objetivos. En el caso de Amelia, esto fue perfecto: la flexibilidad que había en la UC le permitió tomar cursos de educación, instituciones públicas y gestión, entre otros.

“Lo fome es que nunca tuve un curso, una generación”, explica Amelia, quien iba de una escuela a otra, “de hecho, no conozco a las otras personas que hicieron la licenciatura”.

Pero, pese a esto, ella está conforme. Hoy trabaja en una fundación que administra seis colegios y estudia un magíster en Gestión Educacional. “Mi plan siempre fue estudiar esto que es general, trabajar, ver el área que me gustaba y de ahí especializarme”, explica. “Pero, claro, esto funciona para los que tienen más o menos una idea de lo que quieren hacer”.

Pese a la conformidad de estudiantes como ella, la Universidad Católica a los pocos años reformó nuevamente el sistema, estableciendo el actual College UC, que propone dos posibilidades: una salida a los dos años para entrar a una carrera tradicional y un egreso a los cuatro, bajo una licenciatura. Amelia, por su parte, dice estar feliz con cómo se dieron las cosas: “Yo lo usé como un paso previo para lo que quería ser”.

 

LA NIVELACIÓN

Fernando Sánchez quería estudiar Odontología en la Universidad de los Andes, pero no le alcanzó el puntaje. Por suerte. “Sin haber pasado por bachillerato, habiendo entrado directo a la carrera, no sé si me habría ido tan bien como me va actualmente”, dice hoy, con 25 años y en el que debería ser su último año de universidad. Lo puede decir ahora, porque al mirar hacia atrás se da cuenta de que no estaba listo para lo que venía adelante. “Uno sale del colegio y es imposible dimensionar lo que es la universidad, porque son cosas totalmente distintas. El bachillerato te ayuda a insertarte en esto”, explica.

Dice que aprendió desde dónde estaba  la biblioteca hasta cómo manejarse con los tiempos de la universidad. Y, por supuesto, el estudio, al que antes no estaba acostumbrado con estos niveles de exigencia.  En la Universidad de los Andes el Bachillerato, en su época, consistía en una serie de ramos, desde Álgebra a Expresión Oral y Escrita, buscando tanto nivelar a los estudiantes como abrirles las posibilidades para que encuentren su camino. Hoy los programas han variado, ya que la universidad ha creado mallas más específicas para postular a carreras, como los Bachilleratos para Medicina o en Ingeniería.

El nivel de exigencia era fuerte. “Yo después he tenido ramos similares en Odontología, pero en Bachillerato pasábamos dos veces más materia de lo que a veces se ve en un semestre. Y con más dificultad”, comenta.

El shock, claramente, funcionó. “Uno sale con una madurez académica y aprende el funcionamiento de la universidad muy bien”. Además, agrega, ayuda a conocer su propia vocación. “A lo mejor no es la herramienta más fácil para darse cuenta qué es lo tuyo, pero ayuda, porque uno tiene un deadline: tiene que llegar un minuto donde tienes que decidir qué estudiar. Te mete una presión que nunca has tenido y eso te ayuda a discernir”.

 

COLLEGE: LA ÚLTIMA APUESTA

Isabel Molés dice que los bachilleratos no son sólo para quienes no quedaron en lo que querían o para quienes no saben qué estudiar. “Te falta el tercer grupo, que es la gente que es muy inquieta, que en verdad quiere saber muchas cosas”, explica una de las primeras 26 egresadas del College UC, sistema que partió en 2009 en esa institución, bajo miradas suspicaces.

Porque, a diferencia de 1993, cuando las otras universidades siguieron a las tres primeras que crearon bachilleratos, el nuevo sistema de la UC no ha sido imitado. Además de la ya existente posibilidad de seguir una carrera tradicional a los dos años, la Católica agregó la opción de hacer dos años más y egresar con una licenciatura amplia. Las dudas surgieron principalmente en torno a la empleabilidad de estos egresados, pero la UC siguió adelante. La idea es generar, justamente, estudiantes con el perfil de ese “tercer grupo” del que habla Isabel.  “El college te da la oportunidad para entender más o menos lo que hay y también para conocerte a ti, porque tienes que tomar ramos distintos, sabiendo cuáles te gustan más, cuáles menos y por dónde te vas a tirar”, explica Isabel, “Y puede ser que a los dos años encuentres tu camino o puede que no”.

En su caso, decidió seguir y obtener una licenciatura. Realizó un major en Ciencias de la Ingeniería y un minor en Filosofía. Lo de la empleabilidad, al menos para ella, no ha sido un problema. “En cuanto salí encontré trabajo en una empresa de retail”, comenta.

En el trabajo, dice que se ha dado cuenta de que esta educación integral no es sólo parte del eslogan. “Conoces un abanico de áreas y cada una desarrolla distintas habilidades. Todo eso te sirve mucho a la hora de enfrentar un problema, porque tengo más recursos para solucionarlo”, concluye.

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