Por Nicolás Alonso Febrero 14, 2013

Antes de colgar, el tipo le dijo algo que no esperaba: lo citó  en un café Starbucks, en el sector oriente de Santiago. A esa altura, en agosto de 2011, el sociólogo Juan Carlos Oyanedel (29) había entrevistado a una decena de ladrones de casas chilenos, y ya pocas cosas lo sorprendían. Pero juntarse a tomar buen café escuchando jazz era lo último que esperaba.

Se sentó en el local a esperar, y cuando llegó la hora acordada, escuchó a un tipo presentarse como José, a secas. El investigador levantó la vista y se sorprendió. El ladrón profesional que lo saludaba lucía como cualquiera de los clientes del lugar: lentes oscuros, traje gris y un maletín en la mano. El mismo con que todas las noches -le contó- desvalijaba las oficinas del sector, luego de rondar durante el día observando los turnos de vigilancia. Pidieron café y comenzaron el procedimiento: más de una hora de conversación sobre ser ladrón en Chile.

“Uno pensaría que esta gente no estaría dispuesta a contar su vida, pero ellos están orgullosos de lo que son”, dice Oyanedel, en su oficina del Centro de Estudios Cuantitativos de la Universidad Andrés Bello, que él dirige. “Todos quieren hablar y sentirse importantes”.

Oyanedel es un tipo singular, como varias de sus investigaciones. Usa un sombrero de ala ancha y una gabardina, y habla de tantas cosas al mismo tiempo que es difícil seguirle el hilo. Con 30 años, tiene dos doctorados, uno en Sociología en Barcelona y otro en Derecho en Londres, ha trabajado evaluando la Reforma Procesal Penal; en el Instituto Nacional de Estadísticas; a cargo de la Encuesta Nacional de Victimización; fue jefe técnico en la preparación del último censo; hace clases en la Facultad de Matemáticas en la UNAB y dirige el Centro de Estudios Cuantitativos de la misma universidad.

De todas sus investigaciones, el tema de los ladrones de casas lo obsesionó de forma especial. “Los estudios de criminalidad en Chile buscan entender a la víctima, pero no se han dedicado a ver por qué los ladrones roban. Por eso somos tan poco razonables al proteger nuestras casas”.

El paper que está a punto de publicar, titulado “Conocimiento criminal y selección de objetivos en ladrones de casas expertos en Santiago de Chile”, está inspirado en el trabajo de la investigadora británica Claire Nee y tiene un triple objetivo: comprender cómo funciona la mente del ladrón chileno, compararlo con el inglés y diseñar viviendas más seguras. Para eso contó con la ayuda de sus alumnos Felipe Muenzer y Rodrigo Romero, con quienes entrevistó a cerca de 40 ladrones de alto rango -en libertad y en la cárcel-, contactados a través de un abogado que él compara con el personaje Tom Hagen (Robert Duvall) de El Padrino. Cada sesión incluyó el visionado de un modelo de una casa en su iPad, en donde los ladrones señalaron cómo ingresarían, generando estadísticas para el estudio.

Donde Oyanedel esperaba encontrar a “patos malos”, encontró historias como la  de José, el ladrón de traje que sentado en el café le contó de su parcela en la montaña, de la fortuna que puede robar al mes en ese barrio, territorialmente compartido sólo con un par de ladrones más, y hasta de la literatura de Jorge Luis Borges.

Antes de irse, Oyanedel le hizo una última pregunta.

-¿No te da miedo que te pillen?

-¿Y tú crees que me pararían a mí? -respondió, y luego se perdió entre la gente.

 

Radiografía del ladrón chileno

La primera entrevista fue en el restaurante Nuria, al costado de la Plaza de Armas. El  ladrón se llamaba Marcelo y tenía 28 años. Fue el primero en decirle a Oyanedel que para ser “monrero” hay que tener conocimientos técnicos y respetar los códigos de la actividad. Luego lo derivó con otros compañeros suyos de gremio.

Al sociólogo le impresionó la preparación y capacidad de los asaltantes. “El aumento de la escolaridad ha generado que los delitos sean mucho más sofisticados”, dice.

El reclutamiento para el robo profesional llega muy temprano, en la mayoría de los casos cerca de los siete años. Según los ladrones entrevistados, para poder ser incorporado, el principal requisito, además de tener algún vínculo familiar (donde hay una tradición que se pasa entre generaciones), es no ser un pandillero. Lo que buscan los asaltantes es justo lo contrario: a los niños más inteligentes y observadores, que sean capaces de vigilar primero y luego aprender funciones más complicadas.

Según Oyanedel, quien ha dictado clases de estadística en la Academia Superior de Estudios Policiales de la PDI y trabajado en el Instituto para la Investigación de Políticas Criminales de la King’s University de Londres, los “monreros” tienen límites territoriales claramente marcados, ya que un barrio no suele tener más de dos o tres bandas profesionales estables. Cada una, compuesta por tres a cuatro personas, cuenta con un miembro capaz de manejar tecnología avanzada, que debe estar actualizado respecto a nuevas técnicas para acceder a las casas. Comparados con sus pares ingleses, el estudio demostró que los ladrones chilenos se preocupan más por asaltar casas que parezcan de gente adinerada, lo que Oyanedel llama una “conciencia social” mayor, y muestran menor aversión al riesgo, con una predilección por asaltar las viviendas que mayor dinero hayan invertido en seguridad. En todo lo demás, su comportamiento es el mismo.

El que no fue el mismo antes y después de realizar el estudio fue el propio Oyanedel, que según cuenta, empezó a notar en todas las casas por las que pasaba sus debilidades, las formas en que podrían ser robadas. Era natural: 40 de los mayores expertos en robo del país le habían abierto las puertas de su cerebro.

Incluso uno, para su sorpresa, le ofreció que fuera con él.

 

La casa inexpugnable

El sociólogo camina por la calle Las Hualtatas y observa las casas, una por una. Todas parecen haber invertido en seguridad, pero en casi todas observa defectos que las harían fácilmente asaltables. Algunas, pronostica, serán robadas prontamente. “Ahora puedo ver las marcas. Los círculos en las rejas, los papeles dejados frente a la puerta… ¡mira esa botella!”, dice, apuntando a un envase tirado frente a una de las casas del sector. “No es normal que en este barrio haya basura en las calles. Si dejas esa botella a las 10 de la mañana y a las 6 de la tarde ves que sigue ahí, sabes que no hay nadie en la casa durante el día”.

En base a los testimonios de los ladrones, Oyanedel construyó un modelo de seguridad junto al ingeniero industrial Felipe Muenzer, con el cual afirman que pueden darles a las casas la mayor seguridad posible. Para empezar, dicen, hay que tener buzón de correo, porque las cartas tiradas en el suelo -indicadoras de que los habitantes están de viaje- son la principal señal para seleccionar casas vacías. Lo segundo, no tener carteles de alarma a la vista. Los “monreros”, señala el ingeniero, asaltan sobre todo casas que indiquen tenerlas, ya que saben desactivarlas fácilmente y les ayudan a purgar cuáles son las que pueden contener mayor riqueza.

“No hay que resaltar la casa sobre las demás”, dice Muenzer, quien hoy trabaja en seguridad de cárceles, “sino tomar medidas que hagan sentir observado al delincuente, y no permitir que pueda ingresar rápido a la casa”.

Felipe y Juan Carlos pretenden crear en el futuro un emprendimiento para implementar su modelo de seguridad en casas, el cual costaría cerca de 2 millones de pesos. En líneas generales, la casa perfecta que desarrollaron debe tener una reja alta terminada en puntas triples, sin fierros horizontales que sirvan de apoyo. Lo más relevante es que ésta sea transparente, permitiendo ver desde afuera el frontis de la casa, el cual no debe tener vegetación que obstruya la vista. El mayor temor de los ladrones, dicen, es ser observados. Para las ventanas recomiendan rejas empotradas en el muro, y láminas transparentes de policromato, con las que el vidrio resiste varios golpes, generando pánico en los ladrones.

Otra medida clave es blindar la puerta de entrada con pestillos empotrados en varias direcciones, y reforzar las ventanas con chapas de doble pivote para que no puedan ser desmontadas con facilidad. De igual forma, el techo debe ser de tejas y no de planchas, ya que éstas son fácilmente extraíbles. Los perros, dice el sociólogo, no aportan, ya que los ladrones les dan calmantes antes de entrar.

Mientras imagina en el futuro una segunda etapa del proyecto de “monreros” con una casa totalmente reforzada y experimentando con ladrones que intenten ingresar a ella, Juan Carlos Oyanedel está a punto de presentar al Fondo Nacional de Seguridad Pública un nuevo estudio, esta vez centrado en analizar los métodos de los ladrones de tiendas comerciales en Chile.

Su sueño, dice, es intervenir un barrio entero de la capital, para comprobar hasta qué punto los ladrones le confesaron sus trucos, y cuán rápida es su especialización en Chile. Porque asegura que eso, la evolución y supervivencia histórica del crimen, es lo que lo fascina.

Resulta fácil creerle, mientras se pierde entre la gente con su sombrero y su gabardina.

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