Por Alberto Fuguet* Noviembre 22, 2012

Rápido, le digo, al muy urbano y adicto al pavimiento Edward Glaeser, economista de Harvard y fanático-groupie de las ciudades: ¿cómo se tasa una ciudad al toque?

-¿Qué?

-¿Cómo se sabe si ha triunfado, si tiene futuro o si va rumbo a la perdición?

Estamos arriba de la torre-in-progress del Costanera Center, en el piso 64. El cielo se ha nublado como le gusta hacerlo en esta época. Corre una brisa helada, que poco a poco se transforma en un viento que empuja y bota. La vista del San Cristóbal desde arriba, más abajo de uno, es insólita, vasta, totalmente nueva.

Edward Glaeser, que aterrizó en la mañana para dar una charla en un seminario organizado por la Cámara Chilena de la Construcción y la Facultad de Arquitectura de la Universidad del Desarrollo y que despegará en un par de horas más, está sobrevestido para estar en una obra: usa un impecable traje negro y una corbata roja que parece de Hermès. Está, además, algo aterrado porque si bien el eslogan actual de su vida es el triunfo de las ciudades (título además de su libro y de sus tesis y de sus charlas que da por todo el mundo, generalmente en ciudades que en efecto han triunfado), el verdadero triunfo de este instante es que esté tan arriba del suelo firme.

Glaeser celebra los rascacielos y la densidad urbana, pero la verdad es que sufre vértigo. Y donde estamos no hay vidrio, sólo viento. Glaeser se lo toma con humor, pero demuestra que es un pro: se queda más atrás. Está aterrado, pero se las arregla para que su fobia no lo domine.

De nuevo, insisto, mientras miramos la ciudad extenderse y perderse por los cuatro puntos cardinales:

-¿Es posible tasar a la rápida una ciudad? ¿Cómo le sacas una foto a una ciudad a la que recién llegas? ¿Cómo la tasas desde el asiento de un taxi?

-Bajemos-me dice. Abajo conversamos más.

 ***

Con un café en la mano, Glaeser vuelve a ser el rockstar nerd que transforma un par de buenas ideas, unidas a una pasión y un rigor meticuloso, en un triunfo: su triunfo.

-Shakespeare lo dijo: ¿qué son las ciudades sino su gente? Una ciudad puede crecer de dos maneras: hacia arriba o extendiéndose.

A pesar de ser economista, ahora es uno de los expertos en ciudades y urbanismo. Escribió un libro polémico, arbitrario, plagado de ideas, frases-para-el-bronce, provocativo y extremadamente vivo. Y su mirada es la del optimista como fanático. Cree en las ciudades: las ciudades son ecológicas, las ciudades salvarán el mundo, las ciudades están intrínsecamente ligadas a cómo será el futuro. Conoce muchas, además. El triunfo de las ciudades: cómo nuestra mejor creación nos hace más ricos, más inteligentes, más ecológicos, más sanos y más felices, que ahora está en español (vía Taurus), es de esos libros que marcan época, que parecen salir justo a tiempo y que dicen algo nuevo: a pesar de todo, de la congestión o los crímenes o la polución, las ciudades atraen a la gente (tanto a pobres como a ricos) y la ecuación de densidad igual creatividad se cumple firmemente. Tanto que  convence, o al menos uno desea creerle. Que aparezca un optimista que no sea parte de una secta o iluminado por un mesías es algo que remece. Por eso se ha vuelto el tipo de intelectual pop (desde la portada de The Atlantic a conversaciones en The Daily Show con Jon Stewart) que logra más dialogar con la gente, la prensa y aquellos que en efecto hacen la ciudad, que aquellos que se quedan encerrados en la academia y temblando de miedo ante el futuro.

-OK, ¿cómo se puede tasar rápido una ciudad?

***

Glaeser habla parecido a su libro (“el año pasado se llegó a que la mitad de la población del mundo fuera urbana”; “la densidad urbana produce el mejor sendero desde la pobreza a la prosperidad”; “la infraestructura clave es el capital humano”; “no hay nada más verde que el pavimento”; “el mundo no es plano; es pavimentado”), pero también se sale de libreto, pregunta mucho (bombardea a su anfitrión, el arquitecto Pablo Allard, con trivia y data), arma tesis rápido, saca conclusiones, duda y asume sus prejuicios, creencias y contradicciones. Como sufrir vértigo y creer en la construcción en altura; como vivir en un suburbio y manejar a su trabajo; como entender que la legalización de la droga es quizás el único camino sustentable y racional, pero que no le gustaría que en su cuadra vendieran drogas o que las calles apestaran a marihuana (“es un asunto de olor”, me explica).

Glaeser  ama las ciudades y cree en los rascacielos más que en las catedrales. Pero también cree en los colegios, las universidades, el transporte público, las tiendas, los restoranes, los cines, los parques, los bares.

-Admitámoslo: mucha gente, sobre todo joven, decide vivir en ciudades grandes porque hay bares, hay discos, hay lugares públicos. Es más fácil ligar en una ciudad. Incluso si el contacto se armó digitalmente. Facebook funciona hasta por ahí.

Quiso conocer la torre más alta de Santiago porque se ha enterado que fue objeto de polémica.

-Las ciudades les tienen miedo a los cambios y a cambios iconográficos. No sabes el escándalo que fue la inauguración de la Torre Eiffel. Pero los urbanos se adaptan y apropian muy rápido de lo que la ciudad les ofrece.

La prosperidad viene más del “pensamiento nuevo” que del cemento, sostiene. Es la carne, es el roce de la gente lo que crea ideas, energía y cosas nuevas.

-En esencia, las ciudades no son más que la ausencia del espacio físico entre la gente. Es la intimidad llevada al límite. Y quizás ese roce es lo que produce tanta creatividad y tanta riqueza.

“Deambular por estas ciudades”, escribe en su libro, “es estudiar nada menos que el progreso humano”.

-Deambulemos un poco por Santiago- le digo.

No tiene mucho tiempo. Caminamos rumbo al primer edificio caracol que se construyó en Santiago, en Los Leones, frente ahora al Costanera Center.

-Esto es como el Museo Guggenheim mal copiado- comenta-. Es como una ruina.

-¿Deberían demolerlo?

-Quizás. O darle un nuevo uso. Tiene algo encantador. Es claramente una idea que no resultó, pero podría usarse para otra cosa.

Se fija que muchos de los minilocales son oficinas de arquitectos jóvenes. Y capta que está a metros de todo: metro, buses, comercio, bancos, gente.

-Una ciudad tiene el derecho de experimentar, de errar. Lo importante es que se construya. Desde arriba vi todos estos edificios, todas estas grúas… claramente Santiago está viva, está creciendo, mutando. Está en un momento privilegiado: puede decidir lo que desea ser. Desde afuera está como claro: es el Hong Kong o Singapur de Sudamérica. Es el Buenos Aires del siglo XXI.

-Buenos Aires no tiene buen futuro...

-Las ciudades deben ser abiertas para que se potencien, para que atraigan, para que florezcan. Una ciudad abierta no puede existir en un país cerrado.

Al parecer, “a pesar de todo”, Santiago es una ciudad que te da más de lo que te quita.

-Ahora depende de la gente y del Estado y de la sociedad civil y la empresa privada ver qué quieren que sea. La verdad es que Santiago me impresiona mucho. Y su lugar geográfico la contiene: nunca será una megalópolis sin fin. Su futuro es denso; va en la densidad. Santiago sólo puede crecer para arriba.

-¿Edificios en construcción son una buena señal?

-Ya te digo. Sigamos.

***

A la salida del mall Costanera Center, Glaeser observa, mira, procesa. Le cuento que antes de inagurarse, el tema de un mall en Providencia fue polémico, que mucha gente pensaba que podía ser el fin de la vida urbana tal como la conocíamos.

-Muy NIMBY- me dice. Not in my back yard. No en mi patio trasero. La gente no quiere cambios cerca suyo. Ni autopistas o malls o incluso restoranes. Es algo casi innato, entendible. La gente se siente dueña de aquello que en rigor no es: terrenos ajenos pero cercanos. Pero sí pueden organizarse, y una ciudad o comuna organizada, participativa, es mejor… Las ciudades aprenden a costalazos. Y, tal como la gente muta y madura y tropieza y se autodestruye, también las ciudades.

Estamos en el GAM. Queda impresionado de la cantidad de gente joven, de las pintas, de la energía creativa. Le parece fascinante cómo este edificio, con la historia que tiene,  se ha transformado en un centro cultural que supura energía y onda. A pesar de que el edificio era horrible, y cargado de malas vibras, le parece genial que no se haya botado y, por el contrario, se haya cambiado su uso. Pero Glaeser no cree que fue gracias al Estado.

-Un edificio o una norma o una intervención no produce un cambio. Los cambios se producen cuando está la posibilidad. En este caso, al parecer, el barrio necesitaba esto para potenciar su identidad. El edificio aceleró el cambio, pero dudo que este barrio antes no tuviera nada que ver con la cultura o la gastronomía.

Cierto.

Glaeser ama París y Nueva York, y usa Nueva York, ciudad donde creció en los 70, como ejemplo de la posibilidad que una ciudad puede, en efecto, volver a nacer. Cita a ambas como ciudades que ahora son admiradas y protegidas, pero que fueron bastante arrasadas, tanto por el Estado como por las inmobiliarias para llegar  a ser lo que son.

-París fue rehecha por el Barón Haussmann, hoy es casi impensable una intervención urbana así. Hace 120 años no había rascacielos en Manhattan y era un puerto. Hoy la ciudad es otra cosa. Los que muchos admiran es algo que antes no existía. Algo más: todos los cafés de París no atraerán a familias que desean educar a sus hijos si no hay buenos colegios. Una ciudad puede tener estupendos restoranes y museos, pero si llegar al trabajo es un infierno, eventualmente las empresas se irán a los suburbios o a otras ciudades.

Le pregunto si una ciudad también es cultura.

-Sí, claro… una ciudad debe ser divertida, también. La gente quiere pasarlo bien. Pero también debe funcionar. Necesita colegios, hospitales, transporte. Si no, pasa a ser otra cosa. Tijuana y Ciudad Juárez han crecido mucho y sin duda atraen gente, pero no son ciudades que han triunfado. Les falta lo básico: seguridad, orden, higiene. Aun así: una ciudad colapsada, como Lagos, en Nigeria, atrae a la gente, sobre todo a los que menos tienen. Una ciudad peligrosa incluso puede serlo menos que un pueblo en un sitio convulsionado. Hay algo en la cercanía que produce una cierta protección. Los vecinos se cuidan. Un centro vacío de noche puede ser el lugar más inhóspito y peligroso del mundo.

-¿Es señal de vida y plenitud que una ciudad tenga marchas, que su gente proteste, se exprese?

-Sin duda. Pero cuando eso se transforma en violencia, algo está funcionando mal. Y ahí es más culpa del Estado que de la gente. Una ciudad con demasiado caos, de cualquier tipo, se vuelve un sitio demente; se vuelve un lugar donde vive mucha gente, no una ciudad. Una ciudad es al final un sitio que funciona. El talento es móvil y se desplaza y se mueve a lugares que le permiten tanto producir como consumir. Las elites tienden a ser las primeras en dejar una ciudad o el casco urbano de ella cuando las cosas no funcionan bien.

Mira el reloj.

-Es bueno proteger el patrimonio- agrega sin que le pregunte-. Pero hay que hacerlo con cuidado. Venecia ya no es una ciudad. Hay que tener mucho cuidado de que una ciudad no sea un museo. Atenas y Roma y Estambul son ciudades vivas, con mucha historia, pero no son museos.

-O mausoleos.

-Que es peor, sí. Detroit es casi eso.

-Entonces… de nuevo: cómo se tasa una ciudad rápido. Al llegar, desde un taxi.

-Fácil. Cuánto te demoras en llegar del aeropuerto a tu destino. Eso es clave. Los atochamientos son un indicio no menor. Ver si hay gente en las veredas. Si se usan. La limpieza. Ver si hay construcción. Ver si hay jóvenes. No es malo ver ciclistas. Para prosperar las ciudades deben atraer a la gente inteligente, creativa, y permitirles que trabajen en forma colaborativa. No hay ciudad exitosa sin un capital humano creativo, diverso,  educado.

-¿Santiago entonces…?

-Creo que ya te respondí esa pregunta.

Relacionados