Por Ana María Sanhueza Noviembre 8, 2012

En 1993, cuando aún era estudiante de Derecho de la Universidad de Chile y hacía su práctica en la Penitenciaría de Santiago, Jorge Valladares (42) tuvo su debut con el mundo del hampa. Su primer defendido era conocido con el alias de “el Tuerto”: tenía una catarata en un ojo y había asaltado a la mujer de un abogado. El segundo era “el Mota”, entonces presidente del comité de Navidad de los presos, acusado de cuatro robos con intimidación y quien lo dejó impactado con sus conocimientos legales. “Sabía perfectamente cuántos años de condena iba a tener por cada uno de sus delitos. Me decía: ‘Mire, por éste me van a tirar cinco años y un día; por este otro tres; por este otro cinco y así sucesivamente. Al final me van a dar 30 años, pero a los 10 voy a salir con la condicional’”, recuerda Valladares.

Casi 20 años después, el nuevo jefe de la Unidad de Drogas de la Fiscalía Nacional reconoce que su paso como abogado de “la Peni” le fue útil para lo que haría en el futuro. Fue la única vez que le tocó estar del lado de los defensores. Pero el background que acumuló  al tratar con muchos delincuentes en sus primeros años de profesión, fue esencial en su labor como fiscal. Desde 2000 es especialista en robos, secuestros, corrupción, pero, específicamente, en crimen organizado y narcotráfico.

Así, después de trabajar 12 años en las fiscalías de La Serena, Metropolitana Sur y Arica y Parinacota -de la que fue jefe regional hasta la semana pasada-, acaba de llegar a Santiago para hacerse cargo de un puesto estratégico en la Fiscalía Nacional. Desde su nuevo cargo coordinará a las 18 fiscalías regionales del país y encabezará el nuevo énfasis de persecución que le mandató el fiscal nacional, Sabas Chahuán: el microtráfico.

Su designación fue parte de la sorpresiva cirugía que Chahuán realizó entre agosto y septiembre a parte de la plana mayor del Ministerio Público, justo después de iniciar la segunda y última fase de su período como fiscal nacional. “Jorge Valladares tiene mucha experiencia, tanto en la calle como en las jefaturas. Y una de las preocupaciones de la fiscalía, junto con la corrupción, es el macro y el microtráfico. Él viene a potenciar el trabajo operativo y la relación con las policías. Además, hay que agilizar los aspectos patrimoniales de las condenas y de los golpes al narcotráfico”, dice Chahuán.

Su llegada a Santiago se produce en un momento en que la agenda ha estado marcada por casos de corrupción que involucran a narcos con policías, tal como si fuera un capítulo más de la serie favorita de Valladares La ley y el orden: recientemente fueron formalizados 10 detectives de la Brigada de Investigación Criminal de Pudahuel por sus nexos con traficantes.

Coincidentemente, la indagatoria contra los funcionarios de la PDI la encabezan dos amigos suyos: su ex compañera de universidad, la fiscal regional de la zona Metropolitana Occidente Solange Huerta (también a cargo del caso tsunami) y el fiscal Emiliano Arias.

“No creo que los casos de corrupción sean generalizados”, aclara Valladares. “El peligro está en la confianza que tienen los organismos en que nunca les va a pasar algo así. Hay que estar atentos: los narcos siempre van a tratar de penetrar a una institución”, añade.

Fiscal “Rottweiler”

Quienes conocen a Valladares lo definen como alguien de carácter fuerte, “muy difícil de convencer en sus argumentos, pero no imposible”. Algunos lo consideran mal genio, “aunque es capaz de retractarse si comete un error”. Dicen que litiga bien y que es agudo en los interrogatorios, al punto de poner nervioso a su interlocutor: un cercano cuenta que durante un juicio en La Serena, para tratar de probar que una pistola de juguete que usó un ladrón en un asalto sí podía intimidar, apuntó con tanto énfasis a un perito que declaraba como testigo, que lo hizo saltar del asiento.

Hay coincidencia en que, junto con ser un investigador acucioso, Valladares -quien hace clases de litigación a los nuevos fiscales- tiene mucha capacidad de gestión. “No todos los fiscales tienen esos dos talentos. Unos son muy buenos investigadores, pero no saben gestionar. En el caso de Valladares, se juntaron esas dos cualidades”, dice un abogado que trabajó con él.

Si bien en el mundo de los fiscales aprecian “su dureza”, para muchos garantistas la intransigencia es su peor defecto. “Si uno sabe que Valladares va a estar de contraparte en un juicio, uno sabe que va a tratar muy duro a los imputados y que va a sacar su causa adelante a como dé lugar”.

Obsesivamente puntual y metódico, dicen que lleva una agenda con lo que hará cada hora del día. Una práctica que tiene desde niño, de cuando vivía en Maipú junto a sus padres y su hermana -es hijo de una dueña de casa y de un empleado de una compañía de gas-, época en que tenía una libreta donde planificaba todas sus actividades: jugar, hacer las tareas, estudiar, ver tele, etc.

Ese mismo método, que aplicó también de escolar en el Instituto Nacional, le fue útil muchos años después. Cuando en 2005 fue parte de la Fiscalía Metropolitana Sur, en la época en que el polémico Alejandro Peña era jefe de esa zona, Valladares se hizo cargo de organizar los turnos de los 60 fiscales, luego que vivieran una verdadera crisis al no poder cumplir con todas las audiencias en el centro de justicia. Después de esa gestión, el resultado fue que logaron poner fin al 65% de los casos que entonces estaban en carpeta, lo que hizo más expedito el sistema.

Su fama de fiscal del ala más dura -suele pedir la prisión preventiva como primera opción- se la ganó apenas asumió en La Serena, el 2000, cuando le tocó el primer caso de la Reforma Procesal e indagó, justamente, un caso por el tráfico de 35 kilos de cocaína. Luego siguió en Arica, donde estuvo dos veces, primero como fiscal y, la última, hasta hace una semana, como jefe regional.

Durante su período, además de liderar el equipo que investigó por corrupción y logró apresar en abril pasado al alcalde de Arica Waldo Sankán, seis concejales y otras 11 personas, también lideró las pesquisas de la Operación Río American en 2010, en la que narcos enviaban droga a Europa. En este caso se decomisaron 836 kilos de cocaína. “Investigar casos de drogas no es sólo meterse en las casas de la gente, sino que hay que sustentar la persecución en aspectos jurídicos de fondo. Requiere mucho de estrategia y de conocimiento”, dice Valladares. “Estar en terreno es una obligación de los fiscales, pero yo no soy de andar pateando puertas en los operativos”, agrega.

Pero fue en la Fiscalía Metropolitana Sur, donde ofició primero como jefe de la Unidad de Drogas y luego en la Unidad de Robos, donde se hizo conocido: durante el 2005 fue parte de un grupo emblemático de investigadores que fue bautizado en el centro de justicia como “los rottweiler”.

Era una ironía: se les decía rottweiler porque “no soltaban nunca a su presa”.

 

El poder del coa

Hay una frase que Jorge Valladares suele usar en los interrogatorios ante los imputados: “Una cosa son las lealtades, pero la primera lealtad está con uno mismo”.

No la dice porque sí. La dice en un momento clave, cuando los imputados están acorralados por los hechos. Es una metáfora para que comiencen a colaborar. O  a “entregar carne”, que es como se llama en coa -el lenguaje propio de los delincuentes-, a dar información sobre sus cómplices.

Con sus años en la calle como fiscal, Valladares se ha hecho experto justamente en el coa. No sólo maneja a la perfección cada uno de los términos; también sabe interpretar los silencios y los gestos de los criminales.

Conocer esos modismos le ha servido mucho en su trabajo como fiscal. Además de los que aprendió en la Penitenciaría, son sus propios casos los que lo han “nutrido” de vocabulario. “El coa chileno tiene muchos espacios en blanco y silencios que hay que saber leer. Incluso, al escuchar una conversación telefónica uno sabe lo que se están diciendo entre los narcos. Si uno maneja ese ritmo de la conversación, logra descifrarlos”, cuentaValladares.

En 2006, dirigió la Unidad Antisecuestros de la Fiscalía Sur, que se creó para enfrentar los primeros raptos que se producían en el país. El mérito del grupo, integrado por tres fiscales, fue acabar con ese delito rápidamente: desarticularon a las tres bandas que secuestraban o “levantaban personas”, como le llaman en coa a secuestrar, en la zona metropolitana sur. Lograron condenas de 15 a 20 años de presidio para sus líderes, entre ellos Bernardino Moraga, alias “el Señor B”; Luis Espinoza Maldonado, “el Guatón Lucho” y Danilo Mancilla, “el Indio Danilo”.

Su próxima tarea  será la creación de un mapa nacional sobre el tráfico de drogas, que identifique no sólo organizaciones, sino también a grandes y pequeños traficantes a fin de obtener información residual para todos los fiscales antidrogas del país.

Su otro desafío es convencer a los tribunales para que avalen la tesis de la fiscalía: probar que hay casos de microtráfico que, al ser reiterativos, son derechamente tráfico de drogas y así lograr penas más altas. Porque como dice Valladares: “El microtráfico no puede mirarse aisladamente como la compra y venta de droga, sino que como una actividad conjunta que supone un ’emprendimiento’ ”.

El nuevo zar antidrogas

“No creo que los casos de corrupción sean generalizados. El peligro está en la confianza que tienen los organismos en que nunca les va a pasar algo así. Hay que estar atentos: los narcos siempre van a tratar de penetrar a una institución”, dice Jorge Valladares.

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