Por María Angélica Bulnes Agosto 2, 2012

“Le juro que vengo sólo por usted”, le dice la estudiante Norma Casanova una calurosa mañana de diciembre a su profesor de matemáticas, Tomás Rivadeneira. Él no puede obligarla a presentarse, pero la clase depende de que ella llegue. Norma es la única alumna que puede abrir la pequeña sala que la capilla Inmaculado Corazón de María de Puente Alto les presta a ella y a sus compañeros del cuarto medio científico del Liceo Juan Mackenna O’Reilly de Puente Alto para que preparen la Prueba de Selección Universitaria (PSU). Si ella se atrasa o no llega, la sesión no empieza.

Norma se toma en serio su responsabilidad. Cuando tiene que ir a trabajar a un kiosco o sencillamente no quiere ir a revisar las guías y facsímiles de matemáticas y decide quedarse en su casa, le pide a su hermana chica que vaya y abra para que sus compañeros no se queden esperando.

La de Norma no es la única hermana menor que aparece de tanto en tanto en la clase de matemáticas. Es frecuente que cuando los alumnos quedan a cargo de sus hermanos chicos o sobrinos, los lleven hasta la capilla y los dejen jugando alrededor de la sala mientras practican ecuaciones o  raíces. Nadie se sorprende tampoco cuando Alejandra entra con su hijita de seis meses y la instala en un coche a su lado para ver si entre chupetes y mamaderas consigue adelantar ejercicios.

La de Rivadeneira está lejos de ser una sala de cuarto medio prototípica, pero a él ya nada lo distrae de su principal objetivo, que es que los y las jóvenes vengan, practiquen y logren recuperar algo del tiempo perdido en los últimos meses de 2011. Si para eso tienen que llegar con su familia completa, mejor. Todos son bienvenidos en esta carrera.

-Vamos, vamos, chiquillos -dice cada tanto como si alguien lo persiguiera.

En promedio, en 2010 los colegios municipales diurnos de la comuna obtuvieron en el proceso de admisión 464 puntos en la PSU de matemáticas. El grupo liderado por el ingeniero civil quiere llegar a los 560 puntos promedio, para ser el mejor curso de Puente Alto y demostrarles al colegio, a los más chicos y al resto de la comuna que se puede aspirar a más. Para lograrlo cada estudiante tiene que subir alrededor de 100 puntos desde el primer ensayo que rindió en marzo.

-Vamos, vamos, hay que consolidar raíces hoy día.

A menos de dos semanas del día de la PSU, ya no queda tiempo para pasar materia nueva o para revisar lo que no entendieron; sencillamente hay que ser estratégico.

-Chiquillos, no sólo se trata de responder bien sino que también hay que saber qué responder -dice Rivadeneira.

Para obtener 560, puntaje que abre las puertas de acceso a becas y ayudas estudiantiles, hay que contestar correctamente algo más de 25 de las 75 preguntas que incluye el test. Como quedan pocos días, los escolares están nerviosos y hay un grupo de cinco que teme por sus resultados en geometría. En general están muy atrasados en esa área, pero no es el momento de tratar de cubrir lagunas. El profesor está dedicado a reforzar las materias que mejor conocen para asegurarse de que lleguen a los resultados que necesitan para continuar estudiando. Pero les ofrece a los interesados repasar geometría en la tarde.

Hoy, con sus dos años de Enseña Chile ya cumplidos, y desde su trabajo actual en finanzas corporativas en LarrainVial, Tomás Rivadeneira sigue con interés los pasos de sus ex alumnos y los contacta para saber qué dificultades están teniendo o cómo puede ayudarlos.

El problema es que para eso tienen que encontrar un lugar donde reunirse: la sala de la capilla sólo está disponible para ellos en las mañanas. Después de evaluar varias posibilidades, descartan la casa de uno de los alumnos porque son muchos y finalmente el profesor termina improvisando la sesión en la estación de servicio Terpel que queda a pasos del Liceo Juan Mackenna O’Reilly. Ante las miradas algo curiosas de la gente que se acerca a sacar plata al cajero automático, Rivadeneira habla de ángulos y teoremas ante una audiencia de cinco estudiantes de cuarto medio y un hermano chico de dos años, que se entretiene tomando Fanta y jugando con un álbum de Cars. Todo para que el día de la PSU se sientan más seguros.

Si éste hubiera sido un año normal, el ingeniero estaría mucho más confiado. A fines del primer semestre, el cuarto medio científico-matemático había comenzado a dar saltos significativos y el grupo estaba muy motivado. Sin embargo, a partir de junio, junto a las movilizaciones estudiantiles, los paros y las tomas, el sistema colapsó, el profesor de matemáticas no pudo volver a hacer formalmente clases y tuvo que arreglárselas como pudo para que el trabajo hecho hasta entonces no quedara en el aire.

Para eso recurrió a la ayuda de Norma, la estudiante que tenía las llaves de la capilla.

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Cada mañana, Tomás Rivadeneira hace una ruta inversa a la de muchas trabajadoras domésticas, incluidas, quizás, algunas de las mamás de sus estudiantes. En una desvencijada camioneta cruza varias comunas desde Las Condes hasta el Liceo Juan Mackenna, que queda a pasos del mall Plaza Tobalaba en Puente Alto. A diferencia de las nanas con las que se cruza, él tenía muchas y mejores opciones laborales. Como a todo buen ingeniero con mención en Minas de la Universidad Católica, aun antes de titularse ya le habían hecho varias ofertas de trabajo con sueldos que triplicaban o más los $370 mil que gana como docente a tiempo completo. Pero él no se enreda en discursos de renuncias o sacrificios. “Era lo que tenía que hacer”, dice simplemente.

Siempre le gustó enseñar. Mientras estaba en la universidad daba clases particulares pagadas y hacía reforzamiento de matemáticas los sábados en un liceo en la misma comuna en la que ahora trabaja. Durante el último año de la carrera, Rivadeneira escuchó a Tomás Recart, el director ejecutivo de Enseña Chile, en una charla de difusión del programa y quiso postular de inmediato porque cree que una buena educación es requisito para que una persona pueda realizarse y ser feliz. “Hoy eso no se cumple para todos y la raíz de los problemas sociales y la desigualdad es la mala educación que recibe la mayoría de los niños y jóvenes. El gran desafío de nuestra generación es asegurar una buena educación para todos los chilenos y por eso estoy acá”.

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Así como los profesores de Enseña Chile promueven entre sus cursos la búsqueda de un sueño que sirva de motivación y le dé sentido al trabajo escolar, ellos también construyen su propia “visión de éxito” en relación a su labor docente. La de Tomás Rivadeneira es que sus alumnos sean autónomos, que tal como dice su alumno Byron, “quieran venir cada día más a clases”, y que entiendan que su esfuerzo es fundamental para su progreso y se hagan cargo de su aprendizaje. Como a pocos profesores de Enseña Chile, el movimiento estudiantil de 2011 obligó a Rivadeneira a poner a prueba su visión.

En el mundo escolar, las movilizaciones y demandas en torno a la educación que marcaron el segundo año de gobierno de Sebastián Piñera fueron seguidas con intensidad en liceos emblemáticos y colegios particulares subvencionados a los que acuden jóvenes de familias de clase media que tienen expectativas de seguir estudios superiores y universitarios, y por lo mismo ven con angustia el valor de los aranceles universitarios, los altos niveles de endeudamiento que conlleva seguir una carrera de pregrado y los malos resultados académicos que les impiden acceder a becas y a las universidades de excelencia.

Los profesionales de Enseña Chile, en cambio, trabajan en colegios con altos índices de vulnerabilidad, donde estas preocupaciones pueden parecer ajenas o lejanas, y por eso una parte significativa de esos establecimientos no vieron radicalmente afectadas sus jornadas a raíz de las marchas y protestas.

Horas extraordinarias

El colegio en que trabaja el ingeniero, sin embargo, sí se plegó activamente a las movilizaciones. A comienzos de junio de 2011, tal como ocurrió en otros 50 colegios y liceos de la Región Metropolitana, el Centro de Alumnos del Liceo Juan Mackenna se tomó el recinto municipal que atiende a más de mil niños y adolescentes. En un comienzo hasta los estudiantes pensaron que la ocupación del lugar no se extendería. Recién un mes después, la toma se depuso, pero a la semana el liceo fue nuevamente ocupado y no fue devuelto hasta que terminó el año. El único arreglo al que se llegó fue dividir el colegio en dos con un cholguán, de tal modo que al menos los preescolares y niños de básica pudieran continuar estudiando. Los de media, en cambio, no volvieron a retomar actividades hasta 2012 y sus profesores, entre ellos Rivadeneira, se quedaron sin alumnos, sin salas ni sede.

Pero el ingeniero estaba convencido de que si seguían trabajando tal como lo habían hecho en el primer semestre, ese curso podía tener resultados inéditos para el liceo. Por eso el prof esor consiguió autorización en el colegio y la municipalidad para que al menos lo dejaran seguir preparando para la PSU al cuarto medio científico-matemático.

A diferencia de lo que ocurre cuando el sistema escolar funciona normalmente, en que hay controles, pruebas, requisitos de asistencia y almuerzos, que si no obligan al menos incentivan poderosamente la llegada de los niños, él sólo contaba con las ganas y su capacidad de insistir para traerlos hasta la capilla.

Ofreció notas a cambio. “Como de todos modos tenían que hacer un examen a final de año, les dije que el con más de 85% de asistencia  promediaba su nota con un siete”, explica.  En clase intensificó las estrategias motivacionales para que vieran que asistir daba frutos. “Hay que decirles que se puede, pero que implica un esfuerzo realmente enorme porque van dos a cuatro años atrasados en promedio”, dice. Usó ejemplos de personas que vencieron obstáculos para salir de situaciones difíciles y buscó modelos con los que ellos se identificaran. “Nos mostró otro mundo, estábamos con la mente de niños, y él nos hace clases motivacionales, nos habla de personas que han podido lograr cosas tremendas, como Steve Jobs, Felipe Cubillos, que en paz descansen, los Obama. Con esas cosas nos fue motivando y nos mostró que podemos lograr cosas”, dice Byron.

Así logró que de los 43 estudiantes que formaban el cuarto medio científico-matemático, entre 25 y 30 llegaran regularmente a las clases en la capilla.

El profesor termina improvisando la sesión en la estación de servicio Terpel. Ante las miradas algo curiosas de la gente que se acerca a sacar plata al cajero automático, Rivadeneira habla de ángulos y teoremas a cinco estudiantes de cuarto medio. Todo para que el día de la PSU se sientan más seguros.

Durante el año les mostró a sus estudiantes la situación en que están y se comprometió a ayudarlos a acortar las brechas si todos se esforzaban. De ese modo, el curso que partió en los 470 puntos, obtuvo 557 en la prueba de matemáticas, casi cien puntos sobre el promedio de los liceos de Puente Alto, lo que significa que para un porcentaje significativo se abrieron oportunidades concretas y caminos con los que un año antes ni siquiera soñaban. Byron, por ejemplo, sacó 600 puntos en matemáticas y entró a estudiar Ingeniería Comercial en la Universidad Alberto Hurtado. Norma, en cambio, subió mucho en matemáticas y no tuvo tan buenos resultados en Lenguaje, por lo que se inscribió en un preuniversitario para prepararse para el próximo año. Juan Pablo Fuentes promedió alrededor de 590 en la PSU e ingresó a Tecnología en Construcción en la USACh, tal como quería.

Dentro de los resultados del preuniversitario de la capilla que más contento dejaron a Tomás Rivadeneira, están los casos de Pamela Santis, que ponderó 650 puntos y entró a estudiar Ingeniería Comercial a la Universidad de Chile, y el de Jaime Azúa, que pudo seguir Sociología en esa misma institución. No sólo porque ingresaron a dos carreras con alta demanda en una universidad prestigiosa, sino también porque ambos lo hicieron con los cupos de equidad que tiene esa institución. Ese programa busca incluir a jóvenes de sectores vulnerables y además de cubrir los aranceles, los apoya académicamente durante los primeros años para ayudarlos a nivelar sus conocimientos con los de sus compañeros que entraron con mayores puntajes.    

Hoy, con sus dos años de Enseña Chile ya cumplidos, y desde su trabajo actual en finanzas corporativas en LarrainVial, Tomás Rivadeneira sigue con interés los pasos de sus ex alumnos y los contacta para saber qué dificultades están teniendo o cómo puede ayudarlos. Además, Rivadeneira, como todos los egresados del programa, puede hablar desde su propia experiencia y trabaja desde su área de influencia, en este caso el mundo privado, para sensibilizar a otras personas y grupos de que hay que  generar instancias para disminuir la brecha educacional.

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