Por José Manuel Simián Febrero 23, 2012

Es el día 14 de la Linmanía y en los pasillos del Madison Square Garden flota una extraña electricidad, mientras veinte mil personas se dirigen a sus asientos. Una ansiedad que no es más que una expresión de la que es simultáneamente la gran fuerza y debilidad de los deportes profesionales estadounidenses: el espectáculo es, muchas veces, más importante que el juego.

Y en estas dos semanas transcurridas entre el 4 de febrero y esta noche, inusualmente cálida para el febrero neoyorquino, el gran espectáculo del deporte estadounidense se ha llamado Jeremy Lin. Porque su increíble historia -pasar de segundo reserva a ídolo- no es sólo lo mejor que les ha pasado a los siempre frustrados Knicks (ganaron su último título en 1973) en muchos años. Es también lo mejor que le ha pasado a la NBA en un largo tiempo, especialmente en una temporada que estuvo cerca de no comenzar por la disputa entre propietarios y jugadores.

Jeremy Lin, el hombre que ha conseguido que los Knicks ganen 7 partidos consecutivos y romper el récord de puntos anotados por un jugador en sus primeros partidos como titular, ocupa hoy las portadas de Time ("Linsanity!") y Sports Illustrated ("Jeremy's world") y su nombre se repite en las flamantes camisetas de los chicos y chicas asiáticos que suben sonrientes por las escaleras  hacia sus asientos. El partido frente a los Hornets de New Orleans -uno de los equipos más débiles de la NBA- está a punto de comenzar.

Antes

Que Jeremy Lin (Palo Alto, 1988)  se convirtiera en astro de la NBA no estaba en los planes de nadie. A pesar de que había roto récords en su paso por Harvard, y había generado desde el principio un pequeño culto entre los aficionados asiático-americanos, su ingreso al básquetbol profesional fue más bien silencioso.

En 2010, no fue escogido para participar en el draft, el sistema de sorteo de los nuevos jugadores más apetecidos, y terminó contratado por los Golden State Warriors de Oakland, California. El equipo lo trató como un activo más que como un jugador realmente valioso, y lo dejó ir al final de la temporada. En diciembre del año pasado, su pase fue adquirido por los Knicks, que tampoco sabían muy bien qué hacer con él. En enero lo habían enviado a jugar a  su equipo asociado en ligas menores, y estaban por deshacerse de él para fichar a otro jugador que pudiera revertir su mediocre campaña. Al no saber si seguiría viviendo en Nueva York, Lin estaba durmiendo en el sofá de un compañero de equipo.

Pero entonces, un poco por desesperación y otro por necesidad, el entrenador Mike D'Antoni decidió ponerlo en la cancha. Era 4 de febrero y los Knicks enfrentaban a los Nets de New Jersey. Lin anotó 25 de los 99 puntos del triunfo. Dos días después, ante los Jazz de Utah, fue titular por primera vez y los Knicks volvieron a ganar gracias a sus pases y sus 28 puntos. Para el 14 de febrero, cuando Lin anotó el triple decisivo en la victoria sobre los Raptors de Toronto -la sexta de su racha- con un segundo por jugarse, la palabra "Linsanity" (algo así como "Linmanía") ya era parte del léxico estadounidense.

Ahora

Pero esa noche en el Madison Square Garden, la racha de Lin se vio interrumpida. A pesar de ser claramente superiores a los Hornets, los Knicks no pudieron con sus propios nervios. Casi al final del partido, con el Madison Square Garden sacudiéndose a gritos, los neoyorquinos estuvieron a punto de forzar el sobretiempo, pero cayeron 85 a 89.

Y en el centro de esa dramática caída estaba Lin, demostrando esa extraña capacidad de algunos deportistas: la de funcionar simultáneamente a dos velocidades distintas. No se trata sólo de que su juego sea a veces explosivo ni que como conductor estire el cronómetro hasta el último segundo antes de lanzar sin mostrar tensión. Cuando está al tope de sus poderes, Lin transmite la sensación de jugar en su propia dimensión, como si su cerebro funcionara en un tiempo propio y los demás jugadores lo siguieran.

El perfecto desconocido

Esa perplejidad que produce el verlo jugar se ve acrecentada por algo que las hagiografías de Lin escritas a contrarreloj en estas semanas suelen omitir: Lin es, en términos de arquetipos, más cercano a un nerd que al astro deportivo promedio. No se trata solamente de que haya conseguido un título en Economía en Harvard, que no responda a la caricatura de basquetbolista de estos días (tatuajes, actitud hip-hop), ni tampoco que sea un devoto evangélico que asegura que la manera correcta de jugar "no es para los otros ni para mí mismo, sino para Dios". Jeremy Lin no proyecta a primera vista esa agresividad que distingue al básquetbol de nuestros días y camina un poco más echado hacia adelante que el resto de sus compañeros, como si llevara una mochila llena de libros en la espalda y estuviera concentrado en algo. Verlo jugar -desde la galería o a través del televisor- produce la extraña sensación de que, para bien o para mal, alguien lo insertó en la película equivocada.

El juego de la fortuna

Más allá de lo que pase con Lin y los Knicks en la segunda mitad de la temporada, lo ocurrido en estas semanas ya ha redibujado la cultura estadounidense. El improbable ascenso de Lin ha hecho inevitable que se replantee el tema de qué buscamos en un deportista (¿cómo es posible que nadie se haya percatado de semejante talento?) y, en cierta forma, en cómo medimos el talento.

La pregunta está también parcialmente en el aire gracias a Moneyball (estrenada en Chile como El juego de la fortuna), la película que cuenta cómo un equipo de béisbol menor superó sus mediocres medios económicos comprando a jugadores desechados o decadentes en base a estadísticas. 

El caso de Lin es distinto, porque ha demostrado ser un armador de excepción. Pero que el competitivo mundo del deporte no se percatara hasta hace pocos días produce una perturbación similar a la que deben haber sentido los viejos entrenadores cuando el fenómeno de las estadísticas sacudió al béisbol: después de todos esos años, todo lo que sabían podía no servir de nada.

Lin es cercano a un nerd. No se trata solamente de que haya conseguido un título en Economía en Harvard, ni tampoco que sea un devoto evangélico. Lin carece de esa agresividad que distingue al básquetbol de nuestros días.

En esta historia, quienes no quisieron becar a Lin en la universidad ni contratarlo para uno de los equipos grandes repiten una misma cosa: que no parecía ser tan bueno. Los talentos de Lin -su visión de campo, su manejo del tiempo, su habilidad para pasar la pelota en formas inusuales- no encajaban necesariamente en el molde: algunos han especulado que el formato de pruebas de la NBA, de uno contra uno, dos contra dos, no permitió mostrar su talento como armador; otros han ido más lejos y sostenido que se trató simplemente de un asunto de estereotipos raciales. Lin, cuyos padres son taiwaneses, es apenas el cuarto jugador de raíces asiáticas en la historia de la NBA, y no son pocos los que creen que ello dificultó su apreciación.

En un principio muchos aseguraron que la "Linmanía" no es otra cosa que un golpe de suerte pasajero. Pero después de una de sus últimas victorias -el domingo, sobre los actuales campeones de la NBA, los Mavericks de Dallas-, las dudas se habían disipado.

Comentando el partido en televisión, Magic Johnson, que jugaba en la misma posición de Lin, expresó lo que todo el país estaba pensando. "Estoy convencido", dijo mirando seriamente a la cámara. "Lin es de verdad".

Este fin de semana se disputa el Juego de las Estrellas de la NBA, y no son pocos los que ya han sugerido que Lin sea agregado, excepcionalmente, al equipo de la Conferencia Este. Pero por mucho que ése fuera el sueño de algunos empresarios (Lin ha levantado también la audiencia televisiva de la NBA y podría hacer lo mismo en Asia) y de muchos periodistas deportivos, sería un poco como el Nobel de la Paz que le dieron a Barack Obama cuando todavía no cumplía un año como presidente. La analogía no es antojadiza: tanto Lin como Obama son personajes que triunfaron contra toda expectativa y estereotipo racial. Pero al igual que el presidente, mientras no consiga triunfos más duraderos, Jeremy Lin seguirá siendo un brillante pero borroso espejismo.

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