Por Santiago Pavlovic Diciembre 29, 2011

Una bala en la cabeza y otra en el pecho. Obama ha asesinado a Osama. En la Casa Blanca, el presidente y sus asesores observan hipnotizados la ejecución del enemigo número 1 de los Estados Unidos. Después vendrían los apretones de mano y las contenidas felicitaciones. No es bueno evidenciar el feroz -y probablemente justificado- regocijo que los invade. El gringo de a pie celebra con menos compostura…Días después camino por Abbottabad, la ciudad que fuera el último hogar para el rico, y para algunos, santo guerrero islámico. La gente no lo cree. "Es un drama", dicen. La palabra "drama" en inglés es repetida como un mantra por comerciantes, estudiantes y profesionales que hablan o tartajean el idioma de sus antiguos dominadores, e incluso por los chicos que juegan cerca de la casona de Bin Laden. Pronto descubro que no se refieren al carácter conmovedor  de lo ocurrido; con la palabreja quieren significar que se trata de una mentira, un montaje, una farsa. Como si la Operación Gerónimo no fuera ya lo suficientemente asombrosa, los pakistaníes se inventan historias deliciosamente absurdas: "Osama escapó por un túnel secreto y  vive en  un refugio inexpugnable  de la montaña" (¿como Hitler en la Antártica?)… "Osama murió hace diez años en un bombardeo en Bora Bora y fue conservado  en nitrógeno líquido para que ahora los norteamericanos queden como héroes…".

Viajo a Peshawar y Lahore. Hablo con gente culta, con  periodistas y parlamentarios. Todos vuelven con el "drama" y las más delirantes teorías conspirativas. Finalmente, en un barrio fortificado de Islamabad, converso con el general Mahmud Durrani, quien fuera jefe de Inteligencia del ejército y agregado militar en Washington. Se ríe de las tonteras propagadas en la televisión, en internet, en las calles y en las casas. Sabe que el imperio se ha vengado. Él conoce a los norteamericanos. Se asoció con ellos para derrotar a los rusos y al comunismo en Afganistán. Discierne que el drama real en la zona comenzó cuando los norteamericanos y los militares pakistaníes empollaron el huevo de la serpiente. "Nosotros usamos la religión  como un instrumento de guerra y eso es algo peligroso: cuando usted alienta  la religiosidad en política, usted está jugando con fuego".

 

 

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