Por Juan Pablo Garnham Diciembre 22, 2011

El mar estaba lleno de restos. De casas y botes, barro, pescados muertos y quién sabe qué. "¡Arranquen, arranquen!", decía un hombre. Chela Melita intentaba escapar y sus piernas morenas quedaban llenas de rasguños producto de esas pequeñas astillas de lo que fue Llico. Las pantuflas que calzaba se perdieron entre las aguas. Poco rato después, su casa -que había recibido hace sólo tres meses y fue de las pocas que aguantaron las primeras marejadas- también desapareció. La ola más grande de ese 27 de febrero del 2010 no tuvo misericordia.

Antes, en ese mismo mar del golfo de Arauco, Chela se había hecho otras heridas que también la marcan hasta hoy. Mientras mariscaba, ayudando a su marido, se cayó contra las piedras y se rompió la cara. Los cortes se infectaron y hoy su rostro está cubierto de protuberancias. Poco antes del maremoto, la junta de vecinos hizo un bingo para que se pudiera operar. Juntaron 300 mil pesos y los guardaron en una caja en su hogar, el mismo que desapareció con la tercera ola. "La mar me dejó el puro cerámico", dice Chela.

La ola entró 400 metros y destruyó todas las casas en la zona de la caleta de Llico, pueblo ubicado en la comuna de Arauco -y muchas veces confundido con el pueblo del mismo nombre en la Región del Maule-. Sus 530 habitantes sufrieron de distintas formas por el maremoto: quienes vivían de la pesca, perdieron sus botes y los recursos del fondo marino, que ya eran escasos. Los que vivían del turismo, vieron cómo desaparecieron las casas del balneario y ahora la gente viene menos o sólo por el día.

Chela Melita hoy ocupa una de las mediaguas en la aldea del pueblo. La suya es una de las 26 familias que viven ahí, compartiendo duchas, baños y otros servicios comunes. A pasos de su mediagua, y enterrado en la tierra, un tambor de plástico amarillo se asoma. Está a 10 metros o menos de los baños que todos comparten en la aldea. De él sale un hilo de agua verde grisáceo con olor a cloaca que se transforma pronto en una fétida poza. La fetidez ya echó al vecino de Chela. Depende de dónde llega el viento si le molesta más o menos. Depende de la época del año si está más o menos rebosante de aguas servidas.

"Nosotros nos sentamos y dijimos: ¿Qué queremos? ¿Plata o la reconstrucción del edificio? La reconstrucción. Esa fue la estrategia", explica uno de los dirigentes en Coronel.

"Vivir en una aldea es una experiencia, pero no es una forma muy digna para vivir un largo tiempo", dice Lautaro Pereira, dirigente vecinal de Llico. Frente a la aldea donde hoy viven Chela Melina y Lautaro Pereira se construirá la urbanización definitiva que los acogerá a ellos y a 80 familias más. Las autoridades dicen que serán casas prefabricadas de madera, de 50 metros cuadrados y tres dormitorios. El 15 de febrero se pretende iniciar las obras de urbanización y todo estaría listo el próximo 15 de agosto de 2012. Pero por ahora sólo hay malezas. Lautaro no quiere creer hasta que tenga un papel que lo pruebe: "El año pasado, en octubre, en la Intendencia nos dijeron que las casas las iban a construir en noviembre. Después diciembre, después enero. Es decir, las mentiras han sido reiterativas".

En Llico, el único ruido de máquinas lo hace la construcción de un camino que estaba proyectado antes del terremoto y que tuvo que retrasar sus obras. Pero a poco más de 70 kilómetros, bordeando la costa hacia el norte, hay grúas, aplanadoras y obreros trabajando en edificios y casas. En la comuna de Coronel, seis mil viviendas quedaron dañadas o inhabitables tras el sismo del 27F. Hubo que demoler dos conjuntos de edificios y crear 11 aldeas. "La gente no está feliz, pero está tranquila", dice Leonidas Romero, alcalde de ese municipio.

Para la dirigente vecinal Grisel Avendaño, atrás quedó el tiempo en que la desesperación los llevó a grafitear el paradero más cercano con la frase "Ayuda, no podemos estar así". Están cerca de un humedal, lo que hace que deambulen demasiados zancudos por la zona, pero al menos desde el dintel de su mediagua puede ver cómo su edificio se levanta. Los cien departamentos de la villa Camilo Olavarría donde Grisel vivirá se supone que estarán listos en junio de 2012 y el 35% de la obra ya está en pie. Otro conjunto similar de edificios ya está en un 50% y las 312 viviendas de la población Berta estarían terminadas en enero. De diez proyectos de vivienda en la comuna, ocho deberían estar concluidos antes de que termine el 2012.

"Es el peor momento", dice medio en broma, medio en serio Antonio Tardón, otro dirigente vecinal, "cuando estás a punto de llegar a la meta, aumenta la ansiedad".

Reconstrucción en dos tiempos

Las mil caras de la recons-

trucción

"Nadie conoce las cifras de la reconstrucción con claridad", dice Francisco Irarrázaval, coordinador del Programa de Reconstrucción Urbana del Ministerio de Vivienda (Minvu).  Un documento de la Secretaría General de la Presidencia habla de un grado de avance del 62%, ponderando la evolución de cada sector en cuanto a sus inversiones. El Minvu ha declarado que hay un 30% de avance en viviendas y el Movimiento Nacional por la Reconstrucción Justa -agrupación ciudadana de afectados por el terremoto- ha dicho que no se ha avanzado más del 10%. "Como son cosas complejas, cada uno toma su esquina y es muy difícil de concordarlo", explica Irarrázaval.

A diferencia de otras catástrofes en Chile y el mundo, el terremoto del 2010 abarcó una enorme franja del territorio nacional, cerca del 80% de la población del país sintió su efecto y 250 comunas se vieron afectadas. Además, los efectos fueron diversos y. así como en algunas localidades sufrieron los embates del mar, en otras los mayores problemas vinieron por los movimientos de la tierra. "Hubo una variabilidad de daño casi infinita", agrega Irarrázaval.

En ese panorama, y a pesar de su cercanía geográfica, Coronel y Llico son polos opuestos. La primera es una ciudad urbana que ya venía creciendo en población y desarrollo industrial. Llico, en cambio, es un pueblo cuya principal fuente de producción, la pesca, está en decandencia. Ahí el problema fue el maremoto, que arrasó con un perímetro determinado del poblado. En Coronel el maremoto no llegó y el daño fue en edificios y viviendas en puntos aislados de la ciudad.

Pero el tamaño de la ciudad y su distancia de los núcleos urbanos es uno de los factores que más las diferencian. Mientras Coronel se ubica a sólo 20 minutos de Concepción en auto, desde Llico hay que manejar dos horas por un camino secundario para llegar a la capital del Biobío. De hecho, la ubicación estratégica de  Coronel facilitó la inversión inmobiliaria allí. "Cuando una empresa recibe un proyecto de un volumen mayor de viviendas es más atractivo", comenta José González, jefe de Secplan de Arauco. El desarrollo de Coronel es tan potente que esperan tener cerca de 12 mil viviendas nuevas para los próximos siete años construidas por privados. Asimismo, la comuna recibe en la actualidad población de otras localidades, especialmente de Lota. En la municipalidad calculan que en los próximos siete años la población crecerá en 50 mil habitantes.

 "Buena parte de los proyectos ha sido gestionada por entidades privadas, las cuales no muestran interés por ir a lugares alejados o muy conflictivos", dice Francisco Irarrázaval, del Minvu, "es por eso que localidades como Llico deben ser abordadas directamente por el gobierno", agrega.

La relación entre el ministerio y las comunas también ha sido relevante para acelerar los procesos de restauración. Felipe Mosso es uno de los encargados de la reconstrucción del Serviu Biobío y su labor es precisamente esa: destrabar cualquier nudo y avanzar en estos trámites. Mosso tiene a su cargo varias comunas en la región y cree que Coronel ha marcado una diferencia en la forma de trabajar: "Hemos estado siempre en comunicación, prestándonos apoyo mutuamente para lo que necesitamos". En otras palabras, cuando los llama, ellos le contestan y viceversa. Y eso no es tan así en todos lados.

El factor de colaboración y sintonía con las autoridades políticas y contactos entre los municipios y el gobierno sí ha sido relevante para avanzar en la reconstrucción: mientras en la aldea de Llico, donde los líderes vecinales mantienen relaciones tensas con las autoridades del gobierno regional, algunos pobladores no pueden ventilar sus mediaguas por el olor que sale desde el tambor con aguas servidas y los lugares comunes están más desprotegidos del frío.

Mientras tanto, en Coronel las aldeas se caracterizan por su limpieza y su orden. No sólo eso: ahí cada uno le ha puesto su toque personal a su mediagua; algunos la han pintado, otros la han agrandado e incluso le han construido segundo piso. Grisel Avendaño, por ejemplo, sacó la puerta de su antiguo departamento y la puso en su hogar provisorio. También cuentan con quinchos con hornos de barro y huertos y han participado en numerosos programas de capacitación. Según funcionarios de gobierno esto es un "reflejo de la existencia de buenos dirigentes y buen apoyo municipal". 

Reconstrucción en dos tiempos

El Observatorio de la Reconstrucción de la Universidad de Chile analiza los avances y los trabajos en distintas partes del país y sus miembros notan cómo este punto marca la diferencia. "Es una mezcla de capacidad de gestión, de contar con recursos humanos y recursos financieros, pero también es indesmentible que hay un factor de voluntad política", dice Paulina Vergara, investigadora de esa institución.

Las claves: Pragmatismo y organización

Antonio Tardón ya caminó por el departamento piloto del edificio que recibirá su madre en Coronel. Se encontró con un inmueble cuatro metros más pequeño del que le habían ofrecido. Cuando tomó la huincha midió 54 metros cuadrados y no los 58 prometidos.

El tema lo están conversando con la municipalidad y el Serviu, pero para él no es lo más importante. Lo relevante es tener pronto su vivienda definitiva. Por eso, cuando en Coronel comenzaron a demoler edificios, no pusieron mayores trabas. "Nosotros nos sentamos y dijimos: '¿Qué queremos? ¿Plata o la reconstrucción del edificio? La reconstrucción'. Esa fue la estrategia", explica Tardón.

La organización vecinal fue esencial desde el primer día después del terremoto en esa ciudad. A diferencia de Llico, Coronel se vio afectado por numerosos casos de saqueos y los vecinos como Antonio Tardón crearon sistemas de vigilancia. "Nos comunicábamos por medio de claves y manteníamos neumáticos prendidos en cada lugar", recuerda. Fue una época en que se durmió poco, pero que marcó la organización del grupo.

Nancy Mella fue una de las dirigentes que asumieron el liderazgo. Nacida y criada en los edificios de la villa Cristo Redentor, luego del terremoto vio cómo todos los demás residentes del complejo escapaban del lugar. "Al observar a mis vecinos adultos mayores, que son los que me vieron crecer, irse como si hubiera llegado la lepra, dije que iba a hacer todo lo posible para que volvieran", dice Nancy.

De la misma forma, organizándose han conseguido que les alfombren los departamentos y ahora negocian que se pongan vidrios en las escaleras, algo muy importante para aguantar el invierno en Coronel. Para todo esto, el diálogo ha sido fundamental. "Y más que el diálogo, ser catetes", añade Antonio Tardón.

"Años atrás Coronel se caracterizaba por tener un montón de protestas. Ahora no pasa eso, porque la gente está informada", dice la directora de Secplan Tania Aguilera, "nosotros tenemos que conocer a todos nuestros dirigentes, a todos".

Sin embargo, en Coronel hay personas que no están conformes. Hilda Sáez era la propietaria de uno de los departamentos que fueron demolidos. Lo arrendaba y esperaba con eso conseguir rentas para vivir durante su tercera edad. Poco a poco fue arreglándolo y amoblándolo. Cuando lo compró, pagó $4.200.000 y le alcanzó a meter más de un millón de pesos en mejoras. Sin embargo, llegada la expropiación sólo le ofrecieron el avalúo fiscal del terreno, ya que el edificio ya estaba demolido: $1.800.000.

"Aquí fue todo muy rápido", dice Hilda. "El terremoto fue en febrero y en septiembre los departamentos no estaban". Está peleando para obtener siete millones de pesos. En la municipalidad dicen que le ofrecieron $4.500.000, pero que ella judicializó el caso, con el apoyo de políticos como el senador Alejandro Navarro.

De las 230 familias en el complejo de edificios Cristo Redentor, 11 siguieron el camino de Hilda. Las demás esperan sus nuevos departamentos. Mientras tanto, en Llico la proporción de inconformes es la contraria. "Acá la reconstrucción es a paso de tortuga", se queja Lautaro Pereira, mientras sobre su mediagua, al igual que en otras casas del pueblo, flamea una bandera negra.

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