Por Daniel Matamala Noviembre 3, 2011

"Oremos".

Petersburg, Virginia. El líder del centro comunitario ordena que todos se pongan de pie y unan sus manos en un círculo de oración. Entre los asistentes, casi todos de raza negra, un hombre blanco duda por un segundo, y finalmente se une al círculo.

Tiene una razón poderosa para hacerlo: es un candidato al Congreso, y quienes oran mientras estrechan sus manos son sus potenciales votantes. Pero también tiene una razón poderosa para no rezar: es ateo.

Su nombre es Wynne LeGrow, y su historia ejemplifica la difícil realidad de los no religiosos en la política estadounidense.

"Las comunidades negras no separan la política de la religión", dice LeGrow. "En mi distrito, los afroamericanos son mayoría en el Partido Demócrata, y nuestras reuniones partidarias siempre parten con una oración".

Para un candidato ateo en los Estados Unidos, las campañas están repletas de momentos embarazosos. "Todos esperan que los candidatos vayan a la iglesia los domingos, así es que fui cuatro veces, y todos asumían que yo era cristiano", recuerda Le Grow. "La última vez, el reverendo me llamó al frente y me ofreció la palabra. Fue tan incómodo, que decidí que sería la última vez. Entonces declaré en público que soy ateo".

La confesión sepultó su candidatura. Pero, ¿por qué las creencias personales deberían definir elecciones en el país que inventó la libertad religiosa?

In God We Trust

Imagine una democracia en que una minoría religiosa representa el 15% de la población y crece más que ninguna otra, pero está excluida del ejercicio del poder. Una democracia en que para la mitad de los ciudadanos, el solo hecho de ser un miembro de esa minoría descalifica a una persona para ejercer un cargo público.

No, no hablo de cristianos oprimidos en algún país musulmán. Hablo de los no religiosos  en los Estados Unidos de América.

Parece mentira; después de todo, la libertad religiosa es una de las grandes contribuciones de los Estados Unidos al mundo, y las religiones minoritarias están bien representadas en los principales cargos de ese país.

Los católicos son el 24% de la población y dominan el 29% del Congreso. Judíos y mormones están sobrerrepresentados en ambas cámaras. Con apenas 2,8% de la población, los mormones tienen dos candidatos presidenciales. Uno de ellos (Mitt Romney) es considerado el favorito para ganar la nominación del Partido Republicano. Los norteamericanos eligieron su primer presidente católico (John F. Kennedy) hace 51 años. Y en 2000, un judío ortodoxo (Joe Lieberman) obtuvo la mayoría de votos para la Vicepresidencia de la Unión.

Pero hay una excepción a esta tolerancia: los no religiosos (o "none", como se les conoce), cerca del 15% de la población adulta. En 2006, una encuesta Gallup preguntó si EE.UU. estaba listo para tener un presidente ateo: un abrumador 84% contestó que no.

En el último debate presidencial de los republicanos, el candidato Newt Gingrich argumentó que sólo las personas profundamente religiosas están capacitadas para ejercer la Presidencia. "¿Cómo puedes tener juicio si no tienes fe? ¿Y cómo puedo confiar en ti si no rezas?

Otra encuesta Gallup, en 2011, planteó una pregunta más personal: si su partido nominara como candidato presidencial a una persona calificada, y fuera ateo, ¿votaría usted por esa persona? 49% de los encuestados reconoció que no votaría por el candidato calificado de su partido (otro 49% dijo que sí votaría por él). En cambio, el 67% no tendría problemas en apoyar a un homosexual.

Así, los ateos están en un nivel similar al de los negros antes del fin de la discriminación racial (en 1958, el 53% de los ciudadanos decía que no votaría por un candidato afroamericano). O de las mujeres antes de la Segunda Guerra Mundial (en 1937, el 64% no apoyaría a una mujer candidata).

En resumen, EE.UU. es cada vez más tolerante respecto a la raza, el género, la tendencia sexual o la fe. Pero no acerca de la ausencia de fe.

En el último debate presidencial de los republicanos, el candidato Newt Gingrich argumentó que sólo las personas profundamente religiosas están capacitadas para ejercer la Presidencia. "¿Cómo puedes tener juicio si no tienes fe? ¿Y cómo puedo confiar en ti si no rezas? La noción de que hay un creador marca la frontera de lo que entendemos como América", fue su frase.

"En Estados Unidos, la religión sirve como una representación de la moral. Para determinar si un candidato es bueno, confiable y honesto, preguntamos si es religioso", dice el profesor de Historia Religiosa Americana Randall Balmer. "Es una mala pregunta, porque asume que una persona no religiosa no es ética, y eso es falso. Pero no tenemos otra manera de preguntar", explica.

"Los ateos están en el fondo", admite Herb Silverman, presidente de la Coalición Secular de América. "Muchos norteamericanos todavía piensan que si alguien no cree en Dios, no tiene estándares morales. Y están equivocados: los países menos religiosos, como los escandinavos, son países muy éticos".

Saliendo del clóset

Pete Stark es el hombre del 0,2% Es el único de los 535 miembros del Congreso que reconoce en público que no cree en Dios.

Su sinceramiento no fue fácil. Stark pasó sus primeros 34 años en el Congreso en el clóset, en el clóset religioso, claro. Desde su primera elección en 1973, se definió como "unitario". Recién en 2007, añadió que es "un unitario que no cree en un ser supremo". Con esas nueve palabras, Stark pasó a la historia: se convirtió en el primer y único congresista en admitir que es ateo.

"Esperamos que Stark sea una inspiración para otros que han ocultado sus creencias por demasiado tiempo", fue la reacción de Roy Speckhardt, director de la Asociación Humanista Americana. Pero cuatro años después, sus esperanzas siguen siendo sólo eso. Ningún parlamentario ha seguido los pasos de Stark.

La última frontera de la tolerancia

"Sabemos que otros 27 congresistas son ateos. Pero no lo reconocen en público, por miedo a la reacción de sus votantes", dice Silverman. "La mayoría de ellos son demócratas, pero también hay republicanos".  Sin embargo, se rehúsa a ser más específico: "No es mi trabajo sacar a gente del clóset".

Stark sí salió. Es que el riesgo que corría era menor. En 2007, ya había ganado 17 elecciones consecutivas, las últimas cinco con más del 70% de los votos. Su distrito está en la Bahía de San Francisco, tal vez la zona más liberal y menos religiosa de los Estados Unidos. Aun así, esperó hasta su cumpleaños 75 antes de confesar.

"Recibí 5.000 e-mails de todo el mundo, 4.900 de ellos felicitándome", recuerda. Sus votantes también lo apoyaron: fue reelegido cómodamente en 2008 y 2010, y buscará su vigésima victoria en las elecciones de 2012.

Claro que, como Balmer dice riendo: "¡Eso es en California!".

Dios en el mercado

En el resto del país, la historia es distinta. Volvamos a Wynne LeGrow, quien en 2010 desafió al representante por Virginia Randy Forbes, el fundador de la "bancada de la oración" del Congreso. Forbes ha presentado leyes que declaran a Estados Unidos "un país judeocristiano", y afirman que "la Sagrada Biblia es la palabra de Dios".

La campaña de Le Grow (paradójicamente, hijo de un ministro protestante) descarriló tras confesar su ateísmo. Los líderes demócratas de su distrito le dieron la espalda. Uno de ellos, Lionell Spruill, confesó: "No puedo hacer campaña por un ateo; me perjudicaría". Otro, el reverendo Jake Manley, declaró: "No puedo votar por un hombre que no cree en un poder superior".

Fue todo. Forbes ganó la elección con el 62% de los votos, contra el 38% de LeGrow, y demostró que para un ateo es una odisea ser candidato en un país en que la vida cotidiana se mueve en torno a iglesias y comunidades religiosas.

Sin duda, Estados Unidos es diferente a los demás países desarrollados, y la razón está en el mercado. Desde el siglo XVIII, al contrario de lo que ocurría en Europa, la ausencia de una iglesia oficial y la libertad religiosa permitieron la creación de "un libre mercado de la fe, con una competencia dinámica para captar fieles", como explica Balmer.

Hasta hoy, las leyes de siete estados prohíben formalmente a los no creyentes acceder a cargos públicos. La Corte Suprema declaró que esas normas son inconstitucionales, por lo que no se aplican, pero tampoco han sido formalmente derogadas.

Pero incluso en este ambiente, la politización de la fe es un fenómeno nuevo. "La religión se convirtió en un tema mayor en política recién en los últimos 20 ó 30 años", apunta Alan Brinkley, profesor de historia en la Universidad de Columbia.

Balmer es más específico. "Hasta 1976, la religión de los presidentes no era un gran tema. Pero Nixon fue tan corrupto, que ese año un pastor baptista llamado Jimmy Carter apareció de la nada diciendo: Soy un cristiano, soy una persona de fe, yo no les mentiré. Y la gente dijo: Ése es nuestro hombre". Después del triunfo de Carter, las muestras públicas de fe se convirtieron en regla para los candidatos.

¿La última batalla por los derechos civiles?

Hasta hoy, las leyes de siete estados (Arkansas, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Maryland, Pennsylvania, Tennessee y Texas) prohíben formalmente a los no creyentes acceder a cargos públicos. La Corte Suprema declaró que esas normas son inconstitucionales, por lo que no se aplican, pero tampoco han sido formalmente derogadas.

Gracias a la Corte, los no religiosos pueden presentarse (y, probablemente, perder). "Las barreras legales ya no existen. Ahora el desafío es ganar", dice Silverman. Al menos se anotaron un triunfo simbólico, cuando fueron mencionados por primera vez en un cambio de mando. En 2009, el presidente Barack Obama describió a Estados Unidos como "una nación de cristianos y musulmanes, de judíos e hinduístas, y de no creyentes".

Y aunque el 39,6% de la población aún cree que los ateos "no comparten en nada mi visión de la sociedad" (más que el 26,3% para los musulmanes o el 22,6% para los homosexuales), tal vez la realidad demográfica cambie estas percepciones. Uno de cada cuatro jóvenes es "none" y 660.000 personas se suman a este grupo cada año, un crecimiento mayor que el de cualquier denominación religiosa.

Así, es cada vez más probable que el norteamericano promedio tenga un vecino, un amigo o un hijo ateo o agnóstico. ¿Y un presidente?

"Somos una minoría relevante y creciente", dice Silverman. "Y tenemos derechos. Ésta es una de las últimas batallas por los derechos civiles".

"Los ateos están al final de la línea. Algún día llegarán a la Casa Blanca, pero no creo que viva para verlo", dice Balmer, antes de hacer una pausa y sonreír: "Pero tampoco creí que viviría para ver a un presidente negro".

Incluso Wynne LeGrow, pese a todo, conserva el optimismo. Planea escribir un libro sobre su derrota electoral para recaudar dinero y, tal vez, financiar una nueva campaña. Claro que, como promete riendo, "esta vez no voy a tomarme de las manos en ningún círculo de oración".

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