Por Juan Pablo Sallaberry, desde San Sebastián, España Octubre 27, 2011

El casco viejo de San Sebastián es una zona a donde nadie se atrevería a entrar flameando una bandera española. Antiguo barrio de pescadores, en sus estrechas calles de piedra y sus edificios de 1800 se encuentran decenas de pequeños y oscuros bares, donde se reúnen los vascos más nacionalistas. En cada esquina abundan afiches con las palabras "independentzia", "autonomía"  o "Euskal Herria" (País Vasco) y los turistas de toda Europa se mezclan con jóvenes anarquistas y ancianos de bastón y boina. Es tal vez el lugar equivocado para  buscar reacciones tras el histórico anuncio que el jueves 20 hicieran tres encapuchados declarando el "cese definitivo" de la vía armada de Euskadi Ta Askatasuna, la ETA. Pero es también donde se encuentran las pistas para explicar por qué un grupo terrorista con una nómina de 829 víctimas fatales logra sobrevivir y dominar la agenda de una región durante casi cincuenta años.

Es domingo. Los diarios en idioma euskera publican en sus portadas la imagen de la multitudinaria marcha que congregó en la ciudad de Bilbao el conglomerado independentista de izquierda Bildu, una de las mayores fuerzas políticas del País Vasco. Allí, miles de personas, junto con celebrar el fin de la violencia, exigían que el pueblo vasco tuviera derecho a decidir su futuro. En la misma marcha hombres con su rostro cubierto recolectaban firmas a favor de los presos etarras.

En la parte vieja de San Sebastián, muchos balcones amanecieron cubiertos con pancartas donde se pide traer de regreso a los detenidos de la ETA repartidos en las cárceles de todo el país. A pocos metros, junto al puerto, en un edificio tomado hace menos de un mes por jóvenes "okupas", se despliega una bandera vasca con consignas independentistas.

En el barrio son reacios a hablar. "Paso, colega", dicen los más amables; otros, "no, de ese tema no". "Escribe esto: ¡Gora Euskadi Askatuta! (viva Euskadi libre)", ordena un vasco de mediana edad. Otro indica un muro pintado en una de las callejuelas donde están las fotografías de 14 presos ETA bajo la palabra "amnistía".

En un mesón afuera de la taberna Herria, un hombre de 31 años y su novia de 28, ambos nacidos en Mondragón, toman una cerveza. "No le damos importancia, fue una noticia más. En política prefiero no meterme", dice ella. "No me gusta hablar de esas cosas. Acá vivimos muy tranquilos. Se pasa más miedo en Madrid que aquí", agrega él.

-Pero ustedes nacieron en los 80, la época de mayores atentados y número de víctimas, ¿qué pensaban cuando veían a un encapuchado de la ETA?

-Un ídolo. Los objetivos eran los madrileños, no nosotros.

"Mientras haya gente en Madrid que considere que todos somos españoles, esto no se va a arreglar, porque nosotros somos vascos, tenemos nuestra etnia, nuestro idioma, tenemos todas las cartas para tener nuestra nacionalidad", dice Juan José Letermendia, de 81 años.

Juan José Letermendia de 81 años es de los pocos que se animan a hablar con nombre y apellido. Se explaya: "Mientras haya gente en Madrid que considere que todos somos españoles, esto no se vaa arreglar, porque nosotros somos vascos, tenemos nuestra etnia, nuestro idioma, tenemos todas las cartas para tener nuestra nacionalidad". Su esposa, Mercedes Tellechea, lo interrumpe: "En la tele sólo hablan de las víctimas del terrorismo de ETA, pero no de las otras víctimas hechas por el gobierno, porque Felipe González creó los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), la guerra sucia. Han matado tanto como los de ETA o más".

Ambos hablan a la vez. Señalan que cuando se creó la ETA, en los años 50, simpatizaron con ellos porque interpretaban el sentir nacionalista. Los vascos se sentían oprimidos por el franquismo y ni siquiera se les permitía hablar en euskera. "¡Hable en cristiano!", decían los policías. En la calle  escuchaban: "Hay que fusilar a todos los vascos". En el sector francés, en tanto, comenzó a suprimirse toda educación de la cultura euskadi. Confiesa que, como muchos, celebraron cuando en 1973 ETA dio muerte a Luis Carrero Blanco -presidente del gobierno de España durante la dictadura de Franco-, quien ha sido su mayor objetivo político.

Sin embargo, al correr de los años y en el periodo de mayor violencia se distanciaron de la estrategia del grupo terrorista. Lamentaron la pérdida de muchos amigos "gudaris" -los soldados vascos- y algunos familiares fueron detenidos. La semana pasada, cuando vieron en un extra televisivo el anuncio de cese al fuego, dijeron: "Libres, esto ha sido un calvario". Mercedes llamó de inmediato a su prima. Quería saber si podrían liberar a su sobrino, detenido hace 13 años por disturbios callejeros.

Juan José Letermendia remata: "En Chile han tenido suerte. Llegaron los españoles, robaron todo y se fueron. Aquí todavía los tenemos en casa".

La iglesia y la playa

El recorrido continúa en la zona centro de la ciudad. La torre de la Catedral del Buen Pastor, de 75 metros de altura es un símbolo de San Sebastián. Son las 12, hora de la única misa bilingüe -en euskera y en castellano- y las campanas repican durante largos minutos.

Es un día especial. Además de los fieles, llega la televisión y periodistas locales a escuchar el sermón del obispo José Ignacio Munilla, dedicado especialmente a las víctimas del grupo armado. "Agradecemos a Dios el fin de ETA", dice. "Queremos recordar a las familias. La comprensible ilusión social generada por la noticia no puede acallar el dolor de las víctimas (…) el trabajo que se nos presenta sigue siendo grande: la tarea de pacificación y reconciliación".

Después de ETA

La Iglesia en los pueblos vascos está dividida. Mientras el discurso de Munilla coincide con el del Partido Popular, que pide a la ETA un gesto de reconocimiento por  los cientos de fallecidos, los familiares de las víctimas han cuestionado el rol desempeñado por los sacerdotes jesuitas, quienes han propiciado los acercamientos políticos entre ETA y las autoridades gubernamentales, para lograr una salida pacífica al conflicto.

A 200 metros de la catedral está la playa de La Concha, escenario del famoso festival de cine internacional y donde están las mejores residencias del balneario. Aunque es otoño, aún hace calor y el lugar se repleta de familias paseando, adolescentes en  skates y mujeres de todas las edades que toman el sol en topless.

Marta, de 41 años, empleada pública y madre de 3 hijos, se alegró con la noticia. "Me parece perfecto, tenemos todos muchas ganas de vivir en paz y ésta será la manera de solucionarlo. Espero que ahora se abra un espacio de diálogo para tratar los temas de independencia".

Paco camina por el paseo costero con su tenida de la Real Sociedad y una gran bandera del equipo de fútbol que acaba de empatar a cero con Getafe.  "Me parece bien, estamos hartos los que hemos nacido con el corazón de esta tierra. No defiendo a la ETA, pero salieron por culpa de Franco". Cuenta con indignación que cuando va a la capital a apoyar a su equipo, "la gente del Real Madrid nos grita por la calle: ¡hijoputa-terrorista! En algunos sitios no te dejan entrar".

El fallido intento de descarrilar un tren que iba a San Sebastián en 1961 fue el primer ataque reconocido de ETA. Sólo en el País Vasco desde 1963 se registran 576 muertos en manos del grupo armado. La ciudad balneario tiene el récord en esa zona, con 95 fallecidos.

"Éste es un pueblo de cobardes", sostiene Consuelo Ordóñez, dirigente del Colectivo de Víctimas del Terrorismo en el País Vasco, Covite. Y explica por qué, a su juicio, es difícil escuchar en las calles de esa zona un discurso condenatorio a ETA. "Acá se vive excelente, es una de las zonas más ricas de España, pero para hacerlo hay que mirar para otro lado. No se habla de la ETA, nadie da su opinión. Ya sea por miedo, cobardía o simplemente culto a la violencia. Quien osa enfrentarse con ellos, muere".

Lo hizo su hermano. Gregorio Ordóñez era diputado del PP en el Parlamento vasco. Con 35 años y un fuerte carisma se perfilaba como el primer alcalde del partido por San Sebastián. Pero en enero de 1995, en vísperas de las elecciones, fue asesinado en un restaurante.

Un viaje al interior

La visión cambia cuando la tragedia toca de cerca. Ermua es una  localidad rural de 16 mil habitantes, a una hora en bus de San Sebastián. Sería un poblado más perdido entre los verdes cerros del País Vasco, pero el 13 de julio de 1997 su nombre dio la vuelta al mundo.

"Éste es un pueblo de cobardes", dice Consuelo Ordóñez. "Acá se vive excelente, es una de las zonas más ricas de España, pero para hacerlo hay que mirar para otro lado. No se habla de la ETA, nadie da su opinión. Ya sea por miedo, cobardía o simplemente culto a la violencia".

Ese día la ETA asesinó al concejal del PP del lugar, Miguel Ángel Blanco, de 29 años, luego de tenerlo 2 días secuestrado. Era parte de la estrategia de "socialización de la violencia" que comenzó a realizar atentados de alto impacto para provocar la reacción a sus demandas por parte del gobierno de José María Aznar. La muerte de Blanco impactó a España y se organizaron masivas concentraciones de rechazo en todo el país. Miles de personas salieron a la calle mostrando sus manos en alto pidiendo el fin del terrorismo. El fenómeno se conoció como "el espíritu de Ermua" y se registró el mayor nivel de rechazo a ETA, incluso en el País Vasco.

Sergio, estudiante de 26 años y nacido en Ermua, lo recuerda bien: "El pueblo se dividió en dos. Antes los que se escondían era la gente buena, pero con esto se animaron y dijeron basta, todos nos movilizamos". Cuenta que, al vivir en un clima de violencia política, desde niño se sabe que hay temas vetados. Que de política y de la ETA no se podía hablar. "Todavía hay muchos que la apoyan, incluso aquí", dice apuntando a un balcón en la plaza central, junto a la cancha de pelota vasca, donde hay una bandera a favor del movimiento terrorista.

Como muchos del pueblo, manifiesta su desconfianza de que ETA cumpla su palabra de deponer la vía armada. "Mientras no entreguen las armas es difícil de creer. Ellos no han dicho que se disuelven, simplemente han dicho que habrá paz y que esperan diálogo con el gobierno, pero el diálogo no debe ser con ellos sino con representantes políticos que no se hayan dedicado a la violencia".

Tampoco lo cree Miguel,de 60 años. Sentado afuera de un bar, soporta la lluvia que comienza a caer en el pueblo. Recuerda la "tregua-trampa" que hizo ETA en 1998, cuando sólo buscó un período para poder rearmarse y volver a los atentados terroristas. "Ha sido muy duro, sangre y sangre. ¿Qué puedo añadir? Pues poco. Queremos vivir en paz. Aquí nunca ha habido libertad. Acá en el bar, si no sabes de qué rama política es el del lado, estás cohibido, no hablas con libertad", dice con voz quebrada.

Para subir a los cerros de Ermua hay instaladas modernas escaleras mecánicas. En lo alto se encuentra el edificio donde vivía Blanco. Un vasco nacido en Francia explica que ahora allí vive un tío del político. Es de los pocos en el recorrido que no piden la independencia. "ETA ya nos ha engañado ocho o diez veces; no sabemos si nos engañara otra vez más.  Llevo 50 años acá y estoy muy bien. Prefiero que esto sea español. La mayoría de Euskadi quiere ser independiente. A mí no me parece".

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