Por Diego Zúñiga Septiembre 29, 2011

-Esto es como una herida -les dijo ella al poco tiempo de conocerlas-, pero ésta es una herida muy grande que se va a demorar mucho en sanar, que de repente va a ser vulnerable, que se puede infectar; una herida que a veces no vas a querer tocar o que te la toquen, pero que en un momento se va a cicatrizar. Y ahí quedará una gran cicatriz que tendrás que aprender a llevar.

Ella, que se llama Yasna Guerrero(35), que es psicóloga y trabaja en la Fundación Amparo y Justicia, se hizo cargo del tratamiento psicológico, a mediados de 2002, de casi todas las madres de las niñas asesinadas por Julio Pérez Silva (48), el psicópata de Alto Hospicio. Ahora, María Eugenia Rivera(47) repite esas palabras como si supiera que en ellas está escondido algo parecido al consuelo de no poder estar con su hija, Katherine Arce, encontrada en un vertedero clandestino de Alto Hospicio a los pocos días de la detención de Pérez Silva.

-Recordar esto es muy doloroso-dice ella-. Es como si tuvieras una herida y te la rascaras y vieras el pedacito y sangrara.

Esa herida, que está ahí, presente en cada una de las madres de las 14 mujeres asesinadas, en estos días volverá a doler un poco más cuando se cumplan, el 4 de octubre, 10 años desde que detuvieron a Pérez Silva y comenzó el final de esta historia. Una historia en la que abundaron las palabras negligencia, desamparo y discriminación. Una historia que para las familias de las víctimas aún está ahí, viva, aunque sientan que nadie más la recuerda.

-Se olvidaron muy pronto de lo que pasó -dice María Eugenia-, pero yo ni a mi peor enemiga le desearía que le pase una cosa como ésta.

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Es una ciudad en medio del desierto, tiene 100 mil habitantes y cuando subes desde Iquique hasta ahí, hasta Alto Hospicio, casi a la entrada, puedes ver el monolito en honor a las 14 mujeres, con 14 placas con sus nombres. En algunos de ellos se lee: "Querida hija, tu recuerdo será nuestra fortaleza hoy y siempre".

Hoy, esa ciudad que se hizo conocida en todo país por ser el lugar en el que Julio Pérez Silva se convirtió en el mayor asesino en serie de nuestra historia, es otra.

"Esta historia está llena de mitos porque éstos aparecen a raíz de que las cosas no son claras y surgen para unir todo y darle un sentido", dice la psicóloga Yasna Guerrero.

-En ese tiempo, Alto Hospicio era el patio trasero de Iquique -dice Ramón Galleguillos, alcalde de la ciudad desde 2004-, pero ahora ha cambiado, pues aumentó la inversión privada, bajó la cesantía y se pavimentaron distintas poblaciones. Logramos sacarla adelante, a pesar de estar estigmatizada por el caso del psicópata.

Hoy, en esas mismas poblaciones siguen viviendo varias de las familias de las víctimas, como en "La Negra", que ahora se llama  "Santa Rosa", o el sector de "La Tortuga", en cuya calle Salitrera Irene viven tres madres de las niñas: Patricia Jabre, Natividad Moena y Patricia Iglesias.

Son vecinas, pero casi no hablan. Se ven poco. Antes, cuando Yasna Guerrero empezó a trabajar con ellas, se reunían casi todas las semanas y ella las ayudaba, intentaba darles ánimo. Hace 3 años dio por cerrada la terapia con las 12 madres que pertenecen a la Fundación Amparo y Justicia, que se dedica a dar apoyo judicial y psicológico a los casos de menores de edad asesinadas.

Sin embargo, a pesar del término de la terapia, la profesional las llama todos los meses para saber cómo están y a veces las reúne, como ocurrió la semana pasada, cuando se pusieron de acuerdo para ir al Cementerio 3 de Iquique, este fin de semana, y pintar el mausoleo en el que están siete de las niñas, pues el domingo 9 de octubre harán una conmemoración por los 10 años.

Si no fuera por los llamados de Yasna o del abogado Ramón Suárez -presidente de la fundación y quien se hizo cargo del caso judicial-, las madres casi no hablarían entre ellas.

-En la fundación nunca quisimos que mantuvieran mucho contacto, porque era estar en constante duelo, y nosotros queríamos que volvieran a sus vidas-, dice Guerrero.

Pero sus vidas parecieran estar detenidas en esos días de 2001, cuando Pérez Silva confesó los crímenes y fue indicando, lugar por lugar, dónde estaban los cuerpos de las niñas. Sus vidas, dicen varias madres, han continuado a duras penas, con ayuda psiquiátrica, con apoyo familiar, simplemente porque hay que seguir viviendo. Ese año todo se quebró y muchas de ellas siguen sin entender por qué a ellas, por qué a sus hijas. Por qué.

Las madres de Alto Hospicio

-¿Qué más le puedo contar? -pregunta Patricia Jabre (53), antes de hablar-. ¿Qué más le puedo contar?

Se sienta en el living de su casa y trata de armar un relato acerca de estos diez años. Sus manos le tiemblan. Es muy delgada, pesa mucho menos de los 60 kilos que pesaba cuando desapareció su hija Macarena Sánchez, ese 23 de noviembre de 2000, en el que salió rumbo al Liceo Eleuterio Ramírez y nunca más volvió.

Lo que recuerda más nítidamente es la búsqueda de su hija. Ella, junto a otros padres, recorrió el desierto buscándola, fue a Tacna, pensó, siempre, que estaba viva. Recuerda los días cuando fue humillada por Carabineros e Investigaciones, que le decían que su hija se había ido voluntariamente de la casa. Se acuerda del desamparo, de la rabia, de sentirse discriminada, vulnerable. Hasta que le entregaron los restos de Macarena.

-Si la hubieran atropellado, yo la reconozco. Pero si me entregaron puros huesitos, cómo voy a saber que es ella.

Las manos le tiemblan. Dice que no tiene hambre, que toma pastillas que le recetó el psiquiatra, que si no, no puede vivir. Que hoy no se tomó una y que se siente mal. Que hace unos meses intentó tomarse muchas, pero que su marido y su hijo la ayudaron. Y es que le cuesta seguir viviendo Y es que le cuesta no dudar de todo.

Ella y varias de las otras madres siguen pensando que Pérez Silva actuó acompañado. De hecho, varias reiteran el nombre de dos carabineros. Pero nada de eso se pudo probar.

-Nosotros investigamos todas las pistas posibles -dice Ramón Suárez-,  y, realmente, hechos  que pudieran permitir pensar en la participación de otros no se acreditaron. Todo esto surge como un mito que se fue tejiendo lentamente.

"El Estado cree que por entregarnos una pensión vitalicia de $250.000 está todo olvidado y arreglado, pero con eso no nos devuelven a nuestras hijas", dice Delia Henríquez.

Y ese mito habla de más gente involucrada en el caso, de que algunas niñas están vivas y que algún día volverán.

-Estos mitos aparecen a raíz de que las cosas no son claras y surgen para unir todo y darle un sentido. Porque, ¿cómo vas a creer que a tu hija la mataron de esa forma? -dice Yasna Guerrero.

Y esa forma era así: Pérez Silva manejaba un colectivo pirata, hacía que las niñas se subieran y luego las amenazaba con un cuchillo. Después conducía hasta llegar a distintos piques abandonados, de más de 150 metros de profundidad, y ahí las violaba y luego las arrojaba vivas. Después les lanzaba piedras grandes y se iba. Y ahí morían las niñas. Pero una se salvó: Bárbara Núñez,  la que lo denunció ese 3 de octubre de 2001. Al día siguiente lo detuvieron y el caso estalló.

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Cuando avanzas por el pasaje principal del Cementerio 3 de Iquique, casi al final, lo ves: el cartel dice: "Niñas de Alto Hospicio". Doblas a la izquierda y al final del pasaje Las Nevadas ves el mausoleo de las niñas, lleno de flores, de juguetes, de peluches, de fotos. Un mausoleo rosado  en cuyo frontis se lee: "Reinas de la pampa".

Es domingo 25 de septiembre y Delia Henríquez -madre de Laura Zola- llega junto a su nieta Almendra a limpiar el mausoleo. Minutos más tarde llegará Patricia Jabre junto a Patricia Iglesias -madre de Macarena Montecinos-, y después se unirá María Eugenia Rivera. Todas limpiarán el lugar y esperarán a que llegue Yasna, pues la psicóloga las convocó para ver si se habían puesto de acuerdo sobre cuándo pintarán el mausoleo para la ceremonia del 9 de octubre.

Pero antes de eso, Delia comienza la limpieza y no habla, porque no le gusta hablar. Tiene rabia. Desconfía de todos. De los periodistas, especialmente. De hecho, no quiere participar en la foto junto a las otras madres.

Pero termina aceptando. Y luego de sacarse la foto, sentada al lado del mausoleo, enciende un cigarro, y ahora sí habla. Tiene rabia. Siente que si ellos no hubieran sido pobres, la historia podría ser otra. Que el Estado les hubiese dado más que los cerca de 250 mil pesos de pensión vitalicia que reciben, además de materiales para construirse una casa.

Las madres de Alto Hospicio

-Ellos creen que con entregarnos eso está todo olvidado y arreglado, pero con eso no nos devuelven a nuestras hijas -dice- Si ahora tenemos un techo donde dormir es por la muerte de ellas, y eso no corresponde, ¿cierto?

La pregunta queda en el aire, sin respuesta. La rabia está ahí, intacta durante estos diez años.

Delia termina de fumarse el cigarro y justo llega Yasna. Las reúne en el mausoleo y se ponen de acuerdo en venir este fin de semana a pintar. Patricia Iglesias le habla a la nieta de Delia, que corre por el lugar. Patricia no recuerda mucho. Su vida continuó, pues crió a su otra hija y a sus nietos. Aunque la ausencia de Macarena siempre ha estado ahí, presente.

-Uno es aprensiva con los nietos, los sobreprotege porque piensa que se va a volver a repetir lo mismo-, dice ella.

Durante estos años se ha aferrado a Dios. Dice que le ha dejado las cosas a él, que así ha podido sobrevivir estos años y seguir criando a su familia.

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Está la rabia y está Dios, y también está el dolor intacto, como lo vive Natividad Moena, la madre de Viviana Garay, una de las mujeres que se ha mantenido más alejada de la prensa. Vive al lado de Patricia Jabre, pero casi no habla con nadie. Nos advierten que probablemente no quiere hablar. Y es cierto. Abre la puerta de su casa y dice que no, que ella no habla, que le duele la cabeza, que le complica esto. Que le complica, de hecho, saber que habrá esa conmemoración el 9 de octubre. Que quiere que su hija descanse. Dice todo esto en la puerta de su casa. Se lleva una mano a la frente y vuelve a decir que le duele la cabeza. Trabaja en un colegio y tiene otro hijo, con el que vive, y dice que no se va de Alto Hospicio porque no quiere dejar a su hija sola. Dice todo esto en 5 minutos, en la puerta. Dice que le duele la cabeza, que no quiere hablar. Se queda en silencio y cierra la puerta.

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Una de las primeras personas que escuchó a las madres de las niñas desaparecidas, fue el senador Jaime Orpis (UDI). Él, de hecho, fue quien las contactó con la Fundación Amparo y Justicia para que las representara judicialmente.

Hoy, cuando repasa estos 10 años, está seguro de que finalmente este caso dejó al descubierto la precariedad que se vivía en Alto Hospicio.

-Estás personas, que eran de escasos recursos, fueron estigmatizadas y discriminadas. Por eso siento que el Estado de Chile se quedó corto con la reparación. Creo que ahí hay una deuda pendiente. Porque muchas de estas familias siguen viviendo en condiciones precarias.

El abogado Ramón Suárez cuenta que en todas las navidades, en estos 10 años, la fundación les organiza una fiesta. Y que les han entregado becas de escolaridad para los otros hijos, que consisten en compra de uniformes y útiles. También han podido dar becas universitarias.

-Nosotros sentimos que después de esto hay un antes y un después en el tratamiento de estos casos. Cuando la autoridad máxima de un gobierno, de la Corte Suprema, de Carabineros y de Investigaciones piden excusas por la forma en cómo trataron a estas familias, nos está hablando de una sensibilidad muy distinta a la que existía antes, y eso, por lo menos, nos deja tranquilos-, dice Suárez.

El abogado cuenta que el 12 de enero de 2011 trasladaron a Julio Pérez Silva desde la cárcel de Acha -en Arica- hasta Colina 1, acá en Santiago. Las razones fueron institucionales y de seguridad, pero asegura que el psicópata cumplirá la cadena perpetua calificada y que no saldrá libre antes de eso.

-Hoy las niñas tendrían más de 20 años -dice Patricia Jabre mientras fuma afuera del mausoleo de las reinas de la pampa, y las manos le tiemblan-. A veces pienso en irme donde mi familia que vive en Arica, pero no puedo, porque nunca voy a dejar sola a la Macarena. Nunca. A veces pienso, también, que ya sería abuela.

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