Por Daniel Matamala Septiembre 29, 2011

"Soy el tipo de persona que sale a trotar llevando una Ruger .380 con visión láser, cargada con balas de punta hueca, y le dispara a un coyote que está amenazando al perro de su hija". El retrato que Rick Perry hace de sí mismo en su reciente autobiografía, Fed Up! no sólo nos muestra quién es el más probable rival de Barack Obama en las elecciones del próximo año. Más importante aun, nos muestra cómo quiere ser percibido. Y eso entrega muchas claves sobre la política en Estados Unidos hoy.

Rick Perry habla de su amor por las armas, y también lo exhibe constantemente, posando una y otra vez en público mientras dispara pistolas, rifles y revólveres, y definiendo así su posición en la polémica por el armamento en poder de civiles: "Estoy a favor del control de las armas… creo que hay que usar ambas manos".

Imágenes y frases que sólo lo benefician dentro del Partido Republicano. "El apoyo a la tenencia de armas, como una muestra de libertad individual, es parte del corazón de la identidad republicana", dice a Qué Pasa Robert Shapiro, experto en ideología política de la Universidad de Columbia.

Perry tampoco es tímido cuando se trata de usar armas letales contra condenados a la pena de muerte. En sus diez años como gobernador de Texas,  234 prisioneros han sido ajusticiados, rompiendo el récord de su predecesor, George W. Bush, como el gobernador con más ejecuciones en la historia moderna de los Estados Unidos.

Perry sucedió a Bush al mando de Texas cuando éste se mudó a la Casa Blanca, en 2001. Y parece una versión aumentada y radicalizada del ex presidente. Por las armas, por la pena de muerte, por el rol fundamental que tiene la religión en su discurso político, y también por su presencia escénica. Ver a Perry en campaña recuerda inmediatamente a  Bush, en su estilo cercano y campechano para relacionarse con los votantes, la sonrisa cómplice que en Chile llamaríamos "ladina", y el inconfundible acento sureño que los delata como texanos.

¿Es Perry un Bush recargado? Para Thomas Edsall, editor político de The Huffington Post y autor de varios libros sobre el Partido Republicano, la comparación se queda corta. "Perry es mucho más extremo que Bush o que Reagan", contesta Edsall a Qué Pasa. "Si es nominado, será el candidato más a la derecha de los republicanos en medio siglo".

"Un estudiante terrible"

Pero la comparación con Bush es inevitable, incluso en sus antecedentes académicos. Tal como el ex presidente, Perry estuvo lejos de ser un alumno brillante. Como él mismo reconoció con humor cuando la prensa comenzó a hurgar en los anuarios de su colegio en el pequeño poblado texano de Paint Creek: "Me gradué en el top 10 de mi clase… que tenía 13 estudiantes".

De Paint Creek, Perry pasó a la Universidad Texas A&M, para estudiar Veterinaria. Pero, tras acumular muchas notas D y un par de F (lo que en Chile equivaldría a cuatritos y notas rojas, respectivamente), decidió seguir el consejo de su decano y acortar sus estudios. "Estuve viendo tus notas. Es mejor que te quedes con un major en Ciencia Animal", fue la recomendación, recordada por el propio Perry en una conversación con estudiantes, la semana pasada. El joven abandonó su sueño de ser veterinario y trabajó durante 5 años como piloto de aviones de carga en la Fuerza Aérea, antes de volver a Texas para trabajar en la granja algodonera de su padre.

"Fue un estudiante terrible" es la conclusión de la columnista Gail Collins tras reseñar su vida para el New York Times. Pero, pese a sus pobres antecedentes académicos, Rick Perry recuerda con orgullo su paso por la universidad. De hecho, en el dedo anular de su mano derecha carga hasta hoy el voluminoso anillo que identifica a los graduados de la A&M. Es que Perry no habrá sido el mejor alumno, pero (y esto es clave) sí fue el mejor compañero. Todos lo recuerdan por sus bromas de humor grueso (como instalar petardos en los baños o esconder un pollo vivo en la cama de un compañero), y fue elegido dos años seguidos como yell leader, una especie de capitán de los porristas en una universidad que en esos años sólo admitía a hombres. Hasta hoy el sitio web de Perry destaca ese logro en su currículum.

Perry no es un intelectual, ni pretende serlo. Su meteórica campaña lo presenta como un hombre sencillo, religioso, dotado de sentido común y de la capacidad para solucionar el problema número 1 en la mente de los votantes: el desempleo. Repite como un mantra que ha creado 1 millón de empleos en Texas. De hecho, la cesantía en su estado es de 8,5%, algo inferior al promedio nacional de 9,1%.

Si las encuestas no mienten, este hombre al que le gusta calzar un par de botas que llama en público "Freedom" y "Liberty", probablemente será quien intente desalojar al impopular Barack Obama de la Casa Blanca en 2012.

De política exterior, poco y nada. "Perry no conoce el mundo en lo absoluto, no tiene  ninguna idea acerca de asuntos internacionales y de lidiar con otros países", advierte Thomas Edsall. "Si yo fuera un gobernante extranjero, estaría nervioso acerca de él".

Pero su discurso centrado en los problemas internos funcionó: con apenas cinco semanas de campaña, Perry se convirtió en el favorito. La última encuesta Gallup le dio el 31% de las preferencias entre los republicanos, desplazando a quien lideró la carrera por años, el ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney, y sumergiendo en el cuarto lugar a la anterior favorita de los votantes del Tea Party, la congresista Michele Bachmann.

Entonces comenzaron los ataques. Y vienen desde el que parecía ser su flanco menos expuesto: la derecha.

La fiesta del Tea Party

El rostro de Rick Perry mostraba su desconcierto. En el debate presidencial del jueves pasado no sólo recibía el ataque de los demás candidatos y de los presentadores del canal Fox News. El Orange County Convention Center estaba repleto de fervorosos republicanos. Y ellos lo estaban abucheando.

Su pecado había sido defender su política de admitir a los hijos de inmigrantes ilegales en el sistema de educación pública de Texas. "Si me dices que no debemos educar a esos niños, creo que no tienes corazón", fue la frase de Perry que despertó la ola de pifias. Justo antes, Michele Bachmann se había llevado una ovación al prometer: "No permitiré ningún beneficio para inmigrantes ilegales, ni para sus hijos" y "construiré una muralla en cada milla, cada yarda, cada pie y cada pulgada" de la frontera con México.

E incluso el moderado Mitt Romney trató de moverse a la derecha del texano, acusándolo de "atraer como un imán" a inmigrantes con sus políticas.

"La inmigración se ha convertido en uno de los tres temas tabús para los republicanos, junto al aborto y los impuestos. Si no estás del lado correcto en ellos, puedes salir muy dañado. Esto puede liquidar a Perry", asegura Thomas Edsall.

De pronto, el duro cowboy es sospechoso de cometer el peor pecado: ser "blando". En una competencia que se ha convertido en una desenfrenada carrera hacia la derecha, en busca del favor de los votantes radicalizados del Tea Party, nadie parece ser suficientemente duro. Ni siquiera un político como Perry, que en la mayoría de las democracias occidentales parecería un candidato extremo.

Rick Perry cree que el calentamiento global es "un lío confuso y artificial". Ha acusado a los científicos de "manipular sus datos para recibir más dinero para sus proyectos", y se opone a cualquier regulación de los gases que provocan el efecto invernadero.

La religión es parte importante de su imagen pública. De la evolución dice que es "una teoría con muchos vacíos". El año pasado, cuando una sequía afectó a Texas, firmó un decreto proclamando oficialmente "tres días de oración por la lluvia". Y ha admitido públicamente que no respeta la resolución de la Corte Suprema que prohíbe los rezos organizados en escuelas públicas.

En temas sociales sigue esa misma línea. Ha dicho que el sistema de seguridad social es "una mentira monstruosa", "una estafa piramidal" y que viola la Constitución.

"Siempre hubo candidatos extremos, pero hoy parecen la voz de la razón comparados con estos postulantes. No recuerdo una primaria tan extrema como ésta. Nunca en la historia había sido así", dice Robert Shapiro.

Es que en un Partido Republicano cooptado por los votantes del Tea Party, nadie parece suficientemente ortodoxo. Por estos días muchos están reflotando el pasado de Perry: fue demócrata hasta los 39 años de edad, su primera elección (para representante en el Congreso de Texas) la ganó por ese partido, e incluso fue el jefe de la campaña de Al Gore (hoy, el propagandista número uno del calentamiento global y anatema para la derecha estadounidense) en ese estado, en su fracasada carrera presidencial de 1988.

También su reconocido talento para recaudar fondos de campaña está bajo sospecha. Su orden para administrar a niñas una vacuna contra el cáncer cérvicouterino en Texas ha despertado críticas: la vacuna es confeccionada por Merck, farmacéutica que ha entregado al gobernador 28.500 dólares en donaciones de campaña.

Sus rivales tienen municiones para atacar al vaquero. Pero Perry también tiene sus armas. Y hasta ahora, como en su encuentro con el coyote, la mejor puntería. Si las encuestas no mienten, este hombre al que le gusta calzar un par de botas que llama en público  "Freedom" y "Liberty", probablemente será quien intente desalojar al impopular Barack Obama de la Casa Blanca en 2012.

¿Puede lograrlo? Para Shapiro, no hay dudas. "Con el actual estado de la economía, cualquier republicano puede ganarle a Obama". Y como en el Far West, el duelo será a muerte.

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