Por Ana María Sanhueza Septiembre 22, 2011

Dentro de una semana, Miguel Estay Reyno, alias "el Fanta", condenado a pena perpetua por el Caso Degollados, recibirá su primera pensión de $ 135 mil mensuales como víctima de torturas durante el régimen de Pinochet.  También, tendrá beneficios, como poder estudiar él, sus hijos o sus nietos, una carrera universitaria.

La inclusión de su nombre en el Informe Valech, entregado a fines de agosto al presidente Piñera, provocó un terremoto en los familiares de ejecutados políticos y de desaparecidos: no entienden cómo alguien que en los 70 delató a militantes de izquierda y que en 1985 asesinó, junto a un comando de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros (Dicomcar), a tres ex compañeros suyos del Partido Comunista -Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino-, reciba esa condición de parte del Estado.

La historia de Estay Reyno, hoy de 59 años y detenido en Punta Peuco junto a varios militares acusados de violaciones a los derechos humanos, no sólo está cruzada por el dolor, también por la delación. Después de haber sido un importante militante comunista que se había hecho experto en inteligencia en la Unión Soviética, en 1975 fue detenido y torturado, como muchos ex compañeros suyos del PC, por agentes del Comando Conjunto. Pero la diferencia es que poco después fue reclutado por sus mismos aprehensores para perseguir y denunciar a opositores al régimen.

 "Yo soy lo que soy, llevo mi mochila con todas las piedras que debo llevar", dice desde Punta Peuco.

Junto a Marcia Merino, alias "la Flaca Alejandra" y Luz Arce, ambas incluidas también en el Informe Valech, "el Fanta" es parte de uno de los episodios más dramáticos de la izquierda tras el golpe: los quiebres después de duras sesiones de torturas.

En el caso de Estay, la ruptura no sólo fue con el PC, sino también con su familia: su padre y su madre, un siquiatra y una dueña de casa, eran comunistas. También sus  hermanos. Aunque no perdió del todo el contacto con sus padres, sí con su hermano Jaime Estay y su cuñada, Isabel Stange: siempre sospecharon que fue él quien permitió sus detenciones y la de su amigo Víctor Vega, hoy desaparecido. "Pero está establecido que no fue así, porque ellos recibieron un recado de que no fueran a ningún encuentro", se defiende el ex agente 35 años después.

Justamente por esa historia, y especialmente por el Caso Degollados, es que su inclusión entre las 9.795 nuevas víctimas que acaba de reconocer el Informe Valech -él aparece con el número 2.877- ha provocado tanta polémica. ¿Puede un victimario también ser  víctima?

"Es probable que mi vida, con la trayectoria que llevaba y por las características de mi familia, no hubiera sufrido mayores modificaciones si mi detención no hubiera ocurrido. Pero la verdad es que desde la detención hasta ahora, ha sido una vida sumamente complicada. El no colaborar o acatar las posturas de quienes te detenían significaba el término de la vida", dice Estay.

- Pero usted no sólo fue víctima, también fue victimario.

- La Comisión Valech es una fotografía de lo que se vivía en ese entonces y yo encajo en un momento determinado como víctima. Fui detenido a finales de 1975, cuando se había acabado el Comité Pro Paz y aún no se creaba la Vicaría de la Solidaridad. Fue una época en que no había una defensa para las personas que eran detenidas y en la que se rechazaban los recursos de amparo. Estuve cuatro meses preso ¿qué se podía hacer?

En el caso de Estay, la ruptura no sólo fue con el PC, sino también con su familia: su padre y su madre, un siquiatra y una dueña de casa, eran comunistas. También sus hermanos.

- El 2003 hubo una primera Comisión Valech. ¿Por qué no postuló entonces?

- La primera vez supuse que por mi condena y porque había un gobierno de la Concertación iba a ser muy difícil que aceptaran mi postulación. En cambio, ahora existe un fallo que demuestra que estuve detenido. Yo no fui preso voluntariamente ni me presté para ser torturado. De hecho, días antes de mi detención, con un grupo estábamos escondiendo personas y tratando de transparentar detenciones.

- Pero después de ser torturado, usted trabajó como civil para Dicomcar. ¿Cómo se produce el quiebre?

- Fue una situación de años. Es algo que se da en las relaciones humanas. No toda la gente que militaba conmigo en el partido ni toda la gente que me detuvo y con la que después trabajé eran buenos o eran malos: hay gente valiosa y menos valiosa en todos lados.

- Está condenado a pena perpetua. ¿De qué le sirve que quede acreditado como víctima?

- Que se sepa mi verdad. Hay gente que ha sostenido de manera malintencionada que yo era un agente que trabajaba antes de mi detención, y esto establece que hay un antes y un después.

- ¿Gente que sospechaba que usted era un traidor?

- Exactamente. Muchas sospechas eran manejadas para debilitar mi postura frente a defensas jurídicas.

- ¿No cree que al entrar al Comando Conjunto y a la Dicomcar dio razones para esas sospechas?

- Al revés, se me quería sindicar como lo peor de lo peor. Y resultaba difícil de entender, especialmente para el PC, que una persona al interior de ellos se hubiera transformado.

- ¿Y se ha sentido lo peor de lo peor?

- No me he sentido precisamente bien.

Inteligencia en la URSS

Quienes conocieron a "el Fanta" en los 70, en plena Unidad Popular, cuando todavía era de izquierda y recién se empinaba por los 20 años, lo describen como temerario y de cabeza fría. "Siempre andaba con una pistola y pasó mucho tiempo clandestino, incluso antes del golpe", cuentan.

"Era un hombre al que nunca se le notó lo que sentía y que se preocupaba especialmente de que nadie supiera lo que pensaba", agregan. Parte de esos rasgos los aprendió en 1971: el PC lo envió, junto a otros nueve militantes, a un curso de Inteligencia en Moscú. "Era el más joven, tenía 19 años. Esos conocimientos que yo tenía en inteligencia también crearon un grado de sintonía con mis aprehensores. Indudablemente, ellos los valoraron", agrega Estay, aun con un dejo de orgullo.

-¿En qué consistían esos cursos?

- La organización responsable era la KGB, específicamente el Departamento Latinoamericano. Los ramos: inteligencia; análisis de situación operativa, trabajo con agentes e informantes, contrainteligencia; seguridad de la información, contraespionaje y trabajo operativo, como técnicas de penetración, escuchas, seguimientos, fotografía, tiro y defensa personal. También había materias políticas, como historia del Partido Comunista de la URSS. Además, teníamos actividades prácticas y, dependiendo de las decisiones de la jefatura en Chile, algunos tuvimos cursos individuales de especialización. En mi caso, trabajo con agentes de infiltración, técnicas de selección, reclutamiento, acercamiento y atención de agentes e informantes. Otros se especializaron en infiltración a las FF.AA. y el resto en seguimientos, fotografía, escuchas, etc.

-¿Todavía siente empatía con la inteligencia?

- Son temas del pasado.

El Fanta después del Informe Valech

Su vida en Punta Peuco

"El Fanta" está sentado en una diminuta sala de visitas en Punta Peuco. Desde una pequeña ventana le llega una tenue luz en la cara. Su rostro recién muestra algunas arrugas, pese a que bordea los 60 años. Es amable pero parco. Nunca sonríe, nunca se emociona, nunca se enoja.

Nada lo altera, ni siquiera sonríe cuando se le pregunta por su pareja: una mujer con la que lleva siete meses de relación y con la cual se reencontró después de 30 años. Hasta su aparición, llevaba cerca de dos décadas recibiendo escasas visitas, entre ellas la del padre Fernando Montes, quien suele ir a Punta Peuco a ver a los presos.

Estay se ha creado una estricta rutina diaria: se levanta a las 5.30 de la mañana, asea su celda-dormitorio, hace ejercicios, lee historia y se prepara para dar por segunda vez la PSU. Historia o Psicología son dos carreras que tiene en la mira.

Pese a su frialdad, quienes lo conocen aseguran que dentro de la cárcel es otro: que cuidó hasta sus últimos días al temido Osvaldo Romo, y que juega fútbol junto a Armando Cabrera Aguilar, condenado por el crimen del carpintero Juan Alegría Mundaca, y Basclay Zapata, alias "el Troglo".

No son los únicos con quienes ha tenido empatía en su vida. También generó lazos con los agentes con los que trabajó en dictadura. "Se produjo un acercamiento, una especie de solidaridad, de amistad y también de convicción. Pero mi paso por el Comando Conjunto es en calidad de víctima, porque fui elegido sin poder apelar ni hacer nada. Distinta es mi situación en 1984, cuando trabajo en Dicomcar y me involucro en los hechos por los que estoy condenado. Ahí hay un proceso de convicción. Pero han pasado muchos años y han cambiado muchas cosas. Nosotros también tenemos derecho a modificar nuestro comportamiento y cambiar nuestras creencias".

-¿Por qué cree que lo eligieron?

-Seguramente por las condiciones y por mis estudios de Inteligencia. Pero no fui el único elegido.

- ¿Ha sentido culpa?

- Sí. Pero también unas enormes ganas de superar esto. Llevo 19 años de presidio y necesariamente ha existido un proceso de expiación. Durante el siglo XX no hubo personas presas tanto tiempo por delitos de estas características. Tengo responsabilidad en los hechos, por los que he pagado y me he arrepentido profundamente.

- ¿Pero ha pedido perdón?

- Es muy difícil, sumamente difícil.

- ¿Por qué es tan difícil?

- No es falta de disposición. Hay una persona de la causa que hace unos años pidió explícitamente perdón a través de la prensa, pero fue rechazado. He conversado varias veces de esto con el padre (Fernando) Montes. Yo no tengo ningún problema en pedir perdón, pero en esto también hay mucho de utilización política.

- ¿Esa persona pidió perdón para conseguir beneficios?

- No creo, fue real. Hay muchas cosas en la vida que han significado sufrir situaciones devastadoras. Yo dejé a mis hijos pequeños, uno de ellos autista. Luego mi hija mayor tuvo depresión. Son hechos de la causa, cosas que uno intensamente desearía haber cambiado con el perdón. El problema es hasta dónde llega el arrepentimiento.

- ¿Y hasta dónde llega el suyo?

- Si hubiera tenido una opción de vida, no habría participado en política. Así de sencillo. Porque, además, los hechos a lo largo del tiempo cambiaron y han demostrado que no valía la pena pelear.

Francesca y los muertos sin militancia

El inmigrante italiano Livio D'Alessandri dejó marcada su huella en Chile. En los años 50 creó Savory, empresa de helados tan exitosa que no tardó en ser comprada por la multinacional Nestlé, y en los 60 fue uno de los fundadores del café Tavelli que administró hasta poco antes de fallecer, el 2004. Pero fue también en Chile donde vivió su mayor tragedia personal. Un episodio del que prefería no hablar.

El 24 de enero de 1974 su hija Francesca iba conduciendo camino a la playa en Reñaca junto a sus primos recién llegados de Italia. Llevaban la radio encendida, iban riendo y hablando fuerte. Al pasar junto a la Escuela de Operaciones Navales de Viña del Mar, su prima pidió disminuir la velocidad para tomar fotografías al recinto. Fue entonces cuando un efectivo de la Armada les gritó que se detuvieran. El primer disparo lo hizo al aire, el segundo directo al vehículo, y la bala entró por el asiento trasero, impactando directamente en el cuello de Francesca, quien murió desangrada a las pocas horas.

A la joven de 19 años no le interesaba la política. Ex alumna de la Alianza Francesa y La Maisonnette, venía recién llegando de un viaje a EE.UU. y durante ese verano estaba planificando su futuro. Su familia había recibido con alivio el golpe de Estado, y desde su casa vieron pasar con emoción los aviones Hawker Hunter que bombardearon la casa presidencial. "Vinimos a Chile para huir de la guerra de los odios políticos de Italia, de la guerra civil, y nos encontramos con esta tragedia tan ilógica e injustificada. Si mi hija hubiera sido del MIR ella sabía que arriesgaba la vida, pero no así tan absurdamente. Ella fue una víctima del Estado de violencia", señala su madre, Elvira Matte, quien nunca quiso emprender acciones legales contra el suboficial que disparó.

El de Francesca es uno de los 30 nuevos casos de ejecutados y detenidos desaparecidos que calificaron para ser incorporados en el  Informe Valech, junto a los casos de ex presos políticos. Como el de ella, la mayoría se trata de personas sin militancia política y asesinadas en la vía pública por efectivos militares, principalmente por no respetar el toque de queda.

Así, por ejemplo, figura como víctima Sergio Stack Corvalán, de 53 años, quien vivía justo al frente del Estadio Nacional. El 12 de septiembre de 1973 a las 8 de la mañana -cuando aún regía el toque de queda- falleció instantáneamente al abrir la puerta de su casa y recibir un impacto de bala. O el caso de Luis Navarro Peña, obrero de 46 años, quien acudió a comprar pan en el sector de Sierra Bella. Al ser sordomudo no escuchó la orden de una patrulla militar que lo incitó a detenerse y fue ejecutado en el lugar.

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