Por Sebastián Rivas, desde Tocopilla Abril 21, 2011

Una tarde, hace ya ocho años, Malvy Huerta (dueña de casa, 61 años) contemplaba desde el balcón de su casa las cuatro chimeneas de las industrias que coronan el paisaje del puerto de Tocopilla. Ese día, Malvy sintió cómo de nuevo su hogar era invadido por ese polvillo negro, denso y persistente que desaparecía con la limpieza, sólo para volver unas horas más tarde. Ese día, ella no aguantó más y decidió actuar.

Malvy no fue a la municipalidad, ni al hospital. Ni siquiera a protestar ante aquellas empresas a las cuales culpa por ese hollín que no la deja en paz. Su protesta fue privada. Comenzó a encerrar el polvo negro que recogía en bolsas transparentes, como queriendo aprisionarlo y vigilarlo para que no se escapara. Hoy sigue guardando bolsitas, recordando día a día que el enemigo no se ha ido. Que sigue ahí. "La casa no se mantiene nunca limpia. Mire cómo está mi garganta", dice con una voz amable, pero ronca, tal como la mayoría de los habitantes del puerto.

No existe ninguna casa en Tocopilla que no tenga rastros de ese hollín. Los marcos de las puertas y los vidrios son las víctimas preferidas. También el suelo, que tiene una capa oscura y algo pegajosa. A esa situación se suma, además, el terremoto de 7,7 grados Richter que azotó a la ciudad el 14 de noviembre del 2007 y que dejó a buena parte de las construcciones inutilizables o dañadas. El polvo, amo y señor, le da un color avejentado y gris al pueblo. Tocopilla es una ciudad en tonos sepia.

Las industrias están literalmente en el medio del puerto. A poco más de un kilómetro del centro, y rodeados de diversas poblaciones, están los complejos industriales de las termoeléctricas E-CL y Norgener. Las cuatro chimeneas que tienen entre ambas empresas son lo primero que se divisa al llegar a Tocopilla. Al lado de ellas, se ubican las plantas de la firma de salitre Soquimich y la refinadora de cobre Lipesed.

El carboncillo, producto de las faenas de todas estas empresas, es el símbolo más patente del tema que hoy preocupa a los tocopillanos: los efectos de la contaminación de la ciudad en su salud. Declarada por el gobierno en 2006 como zona saturada, sus 23 mil habitantes están habituados a convivir con ese indeseado extraño que tiñe las fachadas, ensucia los autos y daña los artefactos domésticos. Pero en las calles se respira el temor de que ese carboncillo sea sólo el aspecto visible de una amenaza todavía mayor. Un peligro latente para el que nadie en Tocopilla tiene aún una respuesta clara.

En 2008, la tasa de mortalidad en el grupo de menores de un año en la provincia de Tocopilla fue de 14,2. El promedio nacional se situó en cerca de la mitad: 7,8.

Dudas letales

A pocas cuadras del centro de la ciudad, en la Escuela Pablo Neruda, Patricia Díaz da clases de Educación Medioambiental. En las paredes de la sala hay dibujos de los alumnos sobre la contaminación; las chimeneas son el símbolo principal. Mientras los niños trabajan, Díaz relata que debe barrer cuatro veces al día la sala para sacar el polvillo que se acumula. "La gente acá ha sido muy pasiva, no como en Puchuncaví", critica.

Malvy Huerta también siguió las noticias de la Escuela La Greda, en Puchuncaví, pero ella ya no sale a protestar. Lo hizo hace cinco años, antes de que decretaran a Tocopilla como zona saturada. Salían a marchar junto a amigas, niños y organizaciones comunitarias por las calles de la ciudad, disfrazados de chimeneas. Entonces, parecía que el tema quedaría instalado como una preocupación permanente. Pero vino el terremoto y las inquietudes  más urgentes postergaron el asunto. Por eso, hoy mira con interés y cierta  envidia lo que pasa en Ventanas.

La suciedad molesta, pero no es lo que más preocupa a los habitantes. Las estadísticas oficiales revelan que Tocopilla tiene altos índices de cáncer y enfermedades cardiovasculares. Según el Servicio de Salud de Antofagasta, entre 2003 y 2008 la tasa de mortalidad de la comuna se disparó, para llegar a ser la mayor de la región y una de las más altas del país. Incluso, en 2005, su índice dobló al promedio de la zona: alcanzó 8,8 contra 4,4. La cifra a nivel país fue de 5,3.

Los datos del año pasado aún no están disponibles oficialmente. Pero para Isabel Cortés eso no es un problema. Desde hace 21 años, administra el cementerio de Tocopilla, el mismo que saltó a la fama luego de que se supiera que hace una década un joven Alexis Sánchez limpiaba autos en su entrada para ayudar a su madre. Isabel lleva una minuciosa cuenta de todos los ingresos de difuntos. Asegura que, en promedio, se entierra entre 16 y 18 personas al mes. Las cifras la avalan: el registro de 2010 consigna 196 defunciones, es decir, uno de cada 120 tocopillanos. En comparación, y aunque  todavía no hay registro oficial sobre las defunciones a nivel país durante el año pasado, los últimos datos entregados, del 2008, son reveladores: la proporción de fallecimientos en Chile fue de un caso cada 185 personas, y en la Región de Antofagasta fue de una muerte por cada 202 habitantes.

La mancha negra del desierto

La administradora agrega que en los últimos años hay otro fenómeno que le llama la atención: la creciente mortalidad de recién nacidos y menores de un año. El año pasado, fallecieron 17 niños con esas características. Las tumbas de los pequeños son fáciles de identificar: están llenas de peluches y fotografías. Se ubican, en su mayoría, en alguna de las dos ampliaciones que el cementerio ha tenido que construir desde 2005, porque el antiguo recinto ya no daba abasto. Otro dato sombrío: en 2008, la tasa de mortalidad en ese grupo en la provincia de Tocopilla fue de 14,2. El promedio nacional se situó en cerca de la mitad: 7,8.

El enemigo en casa

En Tocopilla, el cáncer no es tabú, sino que una realidad cotidiana. Los enfermos tienen que viajar a Antofagasta para largas sesiones de evaluación y tratamiento, porque no hay especialistas en la ciudad. Para muchos tocopillanos en esa condición, esos 186 kilómetros de ruta sinuosa bordeando el mar es lo más parecido a un limbo en la tierra, una frontera que cruzan sin saber si regresarán.

A unas cuadras del cementerio, Edith Ayala revisa sus apuntes. Es la presidenta de Adaec, organización que se creó en 2002 para ayudar a los enfermos de cáncer en Tocopilla. La entidad colabora con la compra de remedios y gestiona la atención de los diagnosticados con esa enfermedad. En nueve años, han ayudado a más de 400 personas. De ellos, hoy sólo 66 están vivos.

¿Qué provoca que en Tocopilla muera más gente que en otros lugares? Todos allí apuntan a lo mismo: los tocopillanos han convivido con diferentes tipos de contaminación por décadas. En sus habitantes más antiguos aún están presentes los efectos del arsénico, químico que contaminó el agua potable de la ciudad hasta la década de 1980, y que, de acuerdo a estudios especializados, puede causar enfermedades hasta 30 años después de haberse sometido a su exposición. Las playas del centro están inutilizables por los restos de hierro que dejó la producción de la Compañía Minera de Tocopilla, tiñendo con una capa negra las arenas del sector. Y entre 2001 y 2007, las termoeléctricas utilizaron como combustible el petcoke, un derivado del petróleo al que diversas publicaciones internacionales apuntan como factor cancerígeno.

Después del episodio de Ventanas, Fernando San Román, presidente de la agrupación comunal "Tocopilla Vuelve", se convenció de que la opción más viable para actuar es mediante la vía judicial. Por eso, desde hace algunas semanas inició contactos con las juntas de vecinos para buscar un abogado.

La doctora Catterina Ferreccio, del Departamento de Salud Pública de la Universidad Católica, ha hecho numerosas investigaciones sobre la contaminación por arsénico en Tocopilla y la Región de Antofagasta. Ella recalca que los efectos de los contaminantes son acumulativos y que cualquier fuente adicional de riesgo aumenta exponencialmente la posibilidad de desarrollar cáncer u otras enfermedades. "Esa población no debería recibir ningún elemento contaminante más", recalca.

Víctimas del día a día

Hoy Tocopilla es sinónimo de Alexis Sánchez y de fútbol. Pero aquí, el deporte rey es el béisbol. La disciplina desembarcó en el puerto nortino hace casi un siglo. Los primeros registros datan de 1918, cuando los estadounidenses que llegaban a trabajar en las empresas mineras de la zona lo "importaron" desde su país. El resto es una leyenda en la ciudad: desde 1958 no se pierden una final nacional y llevan 22 campeonatos ganados sobre 35 jugados.  "Aquí todos quieren ser Alexis. O beisbolistas", dice el profesor de Educación Física Andrés Riveros, mientras regresa de la playa El Panteón, que tiene su arena completamente negra por los rastros de hierro y carboncillo. Él es docente de la Escuela D-7, establecimiento que se ubica a menos de 500 metros de las industrias y en plena línea del viento que arrastra el humo de las fábricas y algunas partículas.

Riveros llegó a Tocopilla hace cinco años. Su primer año fue tortuoso. Pese a venir de Santiago, otra ciudad con altos índices de contaminación, relata que tuvo constantes dolores de cabeza, carraspera y alergia. Afirma que el tema también afecta a sus alumnos: cinco de los 35 alumnos del curso que practicaba gimnasia con él en esa playa contaminada presentan problemas respiratorios.

La mancha negra del desierto

A un par de cuadras de la escuela, se ubica el muelle. Ahí, los pescadores conviven con la contaminación a su manera. En sus viajes cargan con uno de los medicamentos más pedidos en las farmacias de Tocopilla: las gotas para los ojos. Guillermo Espejo tiene 51 años y hace 35 que es buzo y tripulante. Cuenta que hace una década empezó a sufrir de la vista, sobre todo al volver de las faenas, cuando el viento que arrastra el carboncillo le llega en la cara. Dice que a veces ha tenido que ir al hospital para que le saquen algunas de esas partículas que se le introducen en los ojos.

El presidente del Sindicato 1 de pescadores, Carlos Pacheco, plantea además que en la última década los hábitos de trabajo cambiaron drásticamente. Tienen que navegar entre dos y tres horas hacia el norte, porque la zona más próxima a la costa, que antes era rica en albacoras, lenguados y cabrillas, casi no tiene ningún tipo de pescados ni mariscos. Y asegura que la contaminación del agua se nota en detalles pequeños, como el cambio de las banderas chilenas que deben llevar por ley en sus botes: si antes duraban un año, hoy están desteñidas y ajadas después de sólo dos meses.

En busca de una salida

La firma E-CL -de propiedad de la compañía francesa GDF Suez- es la  empresa más grande de Tocopilla: tiene cinco generadoras y allí trabajan cerca de mil personas. Un aporte importante para una comuna que según la encuesta Casen 2009 tiene un índice de pobreza de 11,6% y un desempleo que oscila en torno al 12%. El aporte de energía del complejo, de 950 MW, es estratégico para que funcionen las mineras de  la zona: de hecho, la primera planta fue inaugurada en 1915, al mismo tiempo que se abría Chuquicamata.

Vanni Boggio, gerente de la planta de la empresa, asegura que E-CL ha hecho grandes esfuerzos para mitigar la contaminación. Por ejemplo, en 2009 instalaron pantallas ambientales en la planta, buscando evitar que el polvillo se vuele con el viento. Afirma que en los últimos cuatro años se han invertido cerca de US$ 10 millones y que la empresa tiene contemplado modernizar todos los filtros de las plantas para 2014, con un costo que estima "diez veces superior".

Por su parte, Javier Giorgio, gerente de explotación de AES Gener y gerente general de Norgener, la otra empresa termoeléctrica de Tocopilla, explica que en los últimos años se han invertido más de US$ 30 millones en mejorar la tecnología de su planta, y que están programados proyectos por cerca de US$ 60 millones más. "Se trata de cuantiosos recursos que se invertirán en filtros  para material particulado, que captarán así el 99,9% de las emisiones", afirma.

Según datos de 2007, E-CL aporta el 56% de las emisiones de material particulado de la ciudad, y Norgener el 38,9%. Además de los proyectos de reducción de emisiones, ambas empresas están comprometidas a no volver a usar petcoke y hacen aportes para la comunidad, desde apoyo a los colegios hasta la creación de áreas verdes.

Asimismo, el 23 de marzo pasado, firmaron junto a otras industrias de la zona un convenio con la Seremi del Medio Ambiente para instalar en los próximos meses una nueva red de monitoreo ambiental en la ciudad, que permitirá medir la contaminación en tiempo real. No es todo: el plan de descontaminación de la ciudad, aprobado en octubre de 2010, les da un plazo de tres años y medio para reducir sus emisiones de gases a un tercio del nivel actual.

El alcalde Luis Moyano tiene una visión particular del tema. Si bien reconoce que en los últimos años han habido avances, se queja de que no existen investigaciones sobre la relación entre la contaminación y las enfermedades de la población y exige que se realice un estudio en el plazo más breve posible. "¿Tú puedes estar especulando con la salud? Todas las empresas me dicen: hemos invertido, hemos mejorado y estamos debajo de la norma. Que lo demuestren", exige.

Las organizaciones sociales del puerto también se están movilizando. Después del episodio de Ventanas, Fernando San Román, presidente de la agrupación comunal "Tocopilla Vuelve", se convenció de que la opción más viable para actuar es mediante la vía judicial. Por eso, desde hace algunas semanas inició contactos con las juntas de vecinos para buscar un abogado. También impulsa que se soliciten especialistas permanentes en oncología y cardiología para Tocopilla: aunque en mayo se inaugurará un moderno hospital, por ahora sólo se contempla que haya rondas quincenales.

Pero aunque en sus calles se ve siempre a gente barriendo y limpiando, Tocopilla parece no poder huir de esa amenaza fantasma que recorre el pueblo en forma de partículas. El caso más emblemático es el de la población Pacífico Norte, la más nueva del puerto. Inaugurada hace un año y medio: se construyó a menos de 300 metros de un acopio de cenizas y un vertedero, algo que fue aceptado por los pobladores para poder acceder rápidamente a su casa propia.

El resultado: todas las viviendas presentan una gruesa capa de polvillo gris. Juan Cabello, presidente de la junta de vecinos, dice que ahora hay compromisos para erradicar ambos sitios. Y  están esperando con resignación, la misma que es el sello de la ciudad: "Somos animales de costumbre".

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