Por José Manuel Simián, desde Nueva York Noviembre 5, 2010

"Ya que Estados Unidos es un país liberal…", me decía hace unas semanas un amigo chileno de visita en Nueva York. "No, no es ni liberal ni conservador", lo interrumpí. "Es un país dividido por la mitad entre liberales y conservadores; un conflicto constante".

Pero lo que debí decir era algo más importante: que Estados Unidos no es más que una red de comunicaciones; un amasijo de carreteras, aviones, trenes y ondas de televisión y de radio que nos permite la ilusión de que 300 millones de personas vivimos en el mismo lugar. Y nunca se está más consciente de ello y de la enormidad del país que en las noches de elecciones que, gracias a los múltiples niveles de gobierno, se suceden tan a menudo que comienzan a volverse parte del paisaje. Un paisaje en constante movimiento.

Y así fue como el martes Estados Unidos volvió a ser un lugar gigantesco e impredecible, donde votantes de lugares remotos y olvidados podían ser decisivos para el destino del país. Y todos se apuran ahora a hablar de un país cautivo de los caprichos del Partido del Té, y también en comparar lo sucedido con lo que le ocurrió a Bill Clinton en 1994, cuando los demócratas sufrieron una gravísima derrota en el Congreso, que sin embargo no impidió su reelección.

Pero no en todas partes se viven las elecciones "de medio mandato" con la misma intensidad. Aquí en Nueva York suele prestárseles muchísima más atención a los comicios presidenciales y de alcalde. Sin ir más lejos, el martes se elegía gobernador, y aunque todo podía sugerir que se trataba de un asunto de vida o muerte         -grave déficit fiscal, clase política inoperante y plagada de escándalos-, a nadie le preocupaba demasiado la elección.

Todos seguimos con nuestras vidas como si nada, dando por descontado que en un estado mayoritariamente demócrata el nuevo gobernador sería Andrew Cuomo, hijo de un famoso gobernador. Y así fue. Casi sin hacer campaña, Cuomo derrotó ampliamente a Carl Paladino, un combustible empresario apoyado por el Partido del Té.

Y a la mañana siguiente, cuando los trenes, los aviones y los satélites nos seguían trayendo cifras y cables de todos los rincones de Estados Unidos sobre el panorama que se avecina en los dos años que faltan para la próxima elección presidencial y legislativa, una columna de un blog le tomaba el pulso a lo que pensaba el neoyorquino promedio como nadie.

"Ha pasado una mañana entera y los republicanos todavía no arreglan el país", rezaba el titular, riéndose de la estrategia republicana y la ansiedad del votante estadounidense, que parece haber querido que Obama hiciera lo imposible en menos de dos años.

Y así es como se vienen los dos años que faltan para la próxima elección presidencial: como un tren en movimiento, en que los que eran conductores hasta ahora, los demócratas, podrán jugar a ir de pasajeros y que tendrán a su alcance el recurso más poderoso en las elecciones del martes. Decir que ellos no tenían la culpa.

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