Por Cony Stipicic* Abril 23, 2010

© José Miguel Méndez

No es un observador cualquiera. Enrique Correa siente la crisis de la Iglesia Católica como algo muy propio. Es cercano: fue formado bajo su alero, su maestro en la vida fue monseñor Carlos González y quiso ser sacerdote. Su año en el Seminario Pontificio se vio interrumpido a los 17 años por razones familiares y, cuando pensó volver, ya estaba inmerso en la política al ciento por ciento.

Está convencido de que una crisis como la desatada a raíz de los casos de abusos sexuales por parte de sacerdotes afecta severamente el prestigio de la Iglesia Católica. De ahí que considera que lo que sucede no sólo es doloroso, sino también políticamente complejo. "Es una institución de gran importancia y seguirá ejerciendo una influencia decisiva. Entonces, cualquier golpe a su prestigio internacional tiene alto riesgo".

-¿Por qué una institución milenaria puede verse sacudida por una crisis como ésta? ¿Será que la Iglesia Católica ha "envejecido mal", como decía un editorial del diario El País?

-Eso es más propio de Europa, donde la Iglesia aparece como una institución vieja, porque no ha logrado un matrimonio exitoso con la modernidad, pero no es lo que podríamos decir de ella en América Latina. Acá más bien es una institución vigorosa, aunque a veces lo sea en direcciones que no siempre son las que quisiéramos. Lo voy a decir del siguiente modo: creo que un asunto muy grave es la práctica habitual de la pedofilia por parte de sacerdotes, encerrados en sus comunidades masculinas, ajenos a la vida normal de familia, sujetos a su suerte en el manejo de su sexualidad. Pero ése es un asunto que dice relación con la intimidad del sacerdote y que termina finalmente en un crimen, que debe ser examinado por los tribunales y sólo por los tribunales. Otro tema es el encubrimiento. Y ahí uno descubre los trazos de una política institucional. Se trata de un error que tiene que ser corregido institucionalmente, como lo está haciendo el actual Papa, y respecto del cual el Vaticano tiene que pedir perdón.

-¿Qué le parece el perdón que pidió la Iglesia chilena?

-La Iglesia Católica chilena tiene un gran prestigio y su pronunciamiento es relevante. El texto de la Conferencia Episcopal dice: "Es total nuestro compromiso de velar incesantemente porque estos gravísimos delitos no se repitan"; me hubiera gustado que se incluyera una condena manifiesta al encubrimiento, del que probablemente nuestra Iglesia no ha estado ajena. Sin prejuzgar nada, veamos cómo se desarrolla la investigación en el caso del sacerdote Fernando Karadima.

-¿Cómo se llega al encubrimiento institucional que usted describe, qué se evaluó mal o a qué se pudo temer?

-Durante mucho tiempo hemos vivido la experiencia de una Iglesia que predica una moral atrasada en relación con la sexualidad. Puso a tono su doctrina social desde el Concilio, y en ese tema transpira modernidad por todos lados. También ha logrado, a partir de fundamentos teológicos muy profundos, un encuentro virtuoso con la ecología. Pero en relación a la moral más personal se mantiene un discurso rígido y antiguo, que no recoge la experiencia de los tiempos modernos, que sigue levantando la pacatería como una virtud. Siento entonces que a esa Iglesia, que predicaba en los altares una sexualidad de tal rigidez, le costaba mucho admitir que en el seno de sus filas se cometieran pecados, pecados horrorosos, mucho peores que todos los que podían cometer los fieles reunidos un domingo, ante quienes aparecía como una roca inconmovible en materia de sexualidad. Tras esa vieja y secular tradición se escudaban, como se ha demostrado ahora, criminales que fueron protegidos.

"A esa Iglesia, que predicaba en los altares una sexualidad de tal rigidez, le costaba mucho admitir que en el seno de sus filas se cometieran pecados, pecados horrorosos, mucho peores que todos los que podían cometer los fieles reunidos un domingo... tras esa vieja y secular tradición se escudaban, como se ha demostrado ahora, criminales que fueron protegidos".

-¿Adaptar el discurso a los tiempos habría abierto una compuerta?

-Una compuerta a una discusión sobre la sexualidad, a la que la Iglesia no está disponible o para la que no está preparada. Probablemente a partir de lo que está ocurriendo venga ese debate, porque no tengo recuerdo de otra crisis de esta magnitud: después de la reforma de Lutero, probablemente en tiempos de la unificación italiana y de la conformación de los estados modernos hubo también discusiones muy fuertes, pero aquí hay quienes apuntan directamente al papado, probablemente de manera paradojal también, porque este Papa, desde el momento en que asume, dio un giro con respecto a Juan Pablo II. Dijo con más claridad que nadie que la pedofilia es un crimen y que éstos deben verlos los tribunales y no los obispos, con lo que puso fin a esta especie de hábito casi instructivo de que aquellos que tuvieran conocimiento de un caso tenían que hablar con el superior.

-¿Cómo interpreta la frase del Papa que habla de intransigencia con el pecado, pero perdón con el pecador?

-Siempre la Iglesia dice que hay que acoger, que no hay que excluir a nadie. Pero creo que la estabilidad de la institución no admite un solo caso más de encubrimiento, ni uno solo, ni bajo la forma de comprensión, ni bajo la forma de acogida al responsable. No estamos hablando de un pecado como los que confiesan los domingos los católicos en las iglesias: estamos hablando de un crimen.

-¿Por qué dice que la estabilidad de la Iglesia no resiste un caso más?

-Una cosa son las cuentas que tiene que arreglar, por su delito, el criminal responsable del abuso con el juez. Otra es la institución, que no es responsable de ese crimen, pero sí de su encubrimiento. Y éste ha arrojado un manto de dudas fundamental respecto de su credibilidad y reputación. Y la Iglesia no está ajena a la suerte de todas las instituciones modernas: todas dependen de su credibilidad y de su reputación. Por tanto, tiene que hacer un trabajo inmenso por restablecer ambas.

El encubrimiento

La moral sexual

-¿Cómo evalúa la responsabilidad de Juan Pablo II en ese encubrimiento?

-Los casos de encubrimiento durante su papado fueron numerosos y tienen cierto rasgo de política institucional. No estoy diciendo que bajo Juan Pablo II la pedofilia hubiese sido una política de la Iglesia. El encubrimiento parece haber sido un rasgo institucional. A mí me sorprendió mucho que un cardenal de mucha confianza con él, como es Jorge Medina, dijera una vez que ante casos como éstos corresponde hablar con el obispo. No creo que monseñor Medina haya tenido una opción particular, sino que estaba transmitiendo aquello que era el sentido común en ese papado, y probablemente en los papados anteriores: encubrir. Y el encubrimiento es particularmente grave. Recordemos un clásico: el caso Watergate. Fue muy grave el espionaje, pero lo que generó inestabilidad institucional en Estados Unidos fue el encubrimiento. La Iglesia ya ha actuado sobre el delito de la pedofilia: ha dicho que es un crimen, que debe ser denunciado a los tribunales y ha puesto fin a la práctica de comentar este asunto privadamente con los obispos, ha manifestado su dolor ante las víctimas, he visto al Papa hablar de que es una situación que lo avergüenza. Pero creo que hace falta una petición de perdón institucional a la humanidad. Humanidad que escucha a la Iglesia, que la respeta; humanidad en la que la Iglesia influye, sobre la cual tiene gravitación en su orientación y en su destino.

-No sólo religioso, también político.

-La Iglesia supo revisarse a sí misma con una profundidad muy grande en el Concilio Vaticano II. Ahí prácticamente analizó, en un sentido o en otro, todos los temas que planteó Lutero en el siglo XVI, pero respecto del celibato, la sexualidad, el control de la natalidad, simplemente no pudo con su propia visión y retraso. Tiene la Iglesia una estupenda política social posmarxista y tiene, sin embargo, morales sexuales prefreudianas.

-¿Y tendrá que ver eso con negarse a cambiar su posición sobre el celibato?

-Probablemente, porque la Iglesia tiene una estructura de poder donde básicamente predominan los sacerdotes y los obispos, y cuando ellos opinan sobre la sexualidad opinan sobre algo que les es ajeno. Fue una imprudencia increíble, un error monumental el de monseñor Tarcisio Bertone: ligar la pedofilia a la homosexualidad. Esa es una suposición abominable, y que sólo conduce a la agresión, a la homofobia. Pero, asimismo, sería impropio reducir todo este asunto de la pedofilia al celibato. Más bien se conecta con lo que podríamos llamar la distancia del sacerdote con la vida normal de toda la gente. Identificar el sacerdocio con arrancarse de la vida normal le ha hecho pésimo a la Iglesia. No logro comprender qué dificultad de fondo existe para que el sacerdote ejerza su función con plena dedicación y, a la vez, tenga una familia, un hogar formal, vecinos, y viva como todos. ¿Por qué hay que vivir de manera especial para ser un dispensador de los bienes de la Iglesia? Se dice que es por la dedicación, pero hay muchos ejemplos que demuestran que se puede tener una vida normal y mucha dedicación.

"A mí me sorprendió mucho que un cardenal de mucha confianza con Juan Pablo II, como es Jorge Medina, dijera una vez que ante casos como éstos corresponde hablar con el obispo. No creo que monseñor Medina haya tenido una opción particular, sino que estaba transmitiendo aquello que era el sentido común en ese papado, y probablemente en los papados anteriores: encubrir".

-¿Cuánto cambia el juicio histórico respecto de Juan Pablo II?

-Parece que no es buena mezcla una gran modernidad comunicacional y apertura de agenda junto con un gran conservadurismo moral; no es el mejor modo de ser virtuoso ser un conservador moral y es preferible discutir estos temas, por irritante que resulte, a la luz del día.

-¿El actual es más que un problema comunicacional?

-Alguien me decía el otro día que una buena estrategia de comunicaciones es aquella que permite transmitir bien cualquier cosa. El encubrimiento de un crimen no hay manera de transmitirlo bien y cuando es una política institucional, ya superada por el actual Papa, corresponde pedir perdón, porque si no, el propio papado se verá cruzado por acusaciones de las no se tiene memoria.

-Y después…

-Espero que después venga una discusión más profunda sobre la sexualidad, no sólo respecto de sus sacerdotes, sino de sus fieles. Recuerda que en Chile los canales ligados a la Iglesia no han podido transmitir ni siquiera publicidad sobre el condón, y esa misma Iglesia tiene en su seno criminales culpables de delitos sexuales horrorosos, que tienen pena de prisión. No tiene pena de prisión ponerse un condón, no es un crimen divorciarse, no es un crimen controlar la natalidad.

-¿Cuánto cambia el juicio histórico respecto de Juan Pablo II? -Parece que no es buena mezcla una gran modernidad comunicacional y apertura de agenda junto con un gran conservadurismo moral; no es el mejor modo de ser virtuoso ser un conservador moral y es preferible discutir estos temas, por irritante que resulte, a la luz del día.

-¿No cree que un debate de fondo como el que plantea genere un cisma?

-Nunca la Iglesia Católica va a tener vocación de minoría.

-¿Cómo cree que saldrá Ratzinger de todo esto?

-Si él continúa con consistencia en la política de que todos y cada uno de estos crímenes no sea denunciado ante la Iglesia, sino que directamente a los tribunales, y por otro lado levanta una autocrítica por la política institucional de encubrimiento, podría cerrar bien su papado, pero naturalmente le quedará al próximo Papa la discusión más de fondo. Tengo la impresión de que los partidarios de un discurso conservador integrista en materia de sexualidad están derrotados en este tema. Esta crisis los ha derrotado y la Iglesia, su sacerdocio, tendrá que abrirse a un modo distinto.

* Directora de Radio Duna.

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