Por Claudia Farfán M. Marzo 27, 2010

© José Miguel Méndez

El pasado 20 de marzo ocurrió un hecho histórico en el Vaticano: Benedicto XVI reconoció públicamente su "vergüenza" y "remordimiento" ante los casos de abusos de menores cometidos por sacerdotes de Irlanda. Ésa fue su reacción frente al contenido de dos informes del gobierno de ese país que revelaron vejaciones sufridas en forma sistemática, durante 74 años, por alrededor de 2.400 niños que se formaban en instituciones dirigidas por la Iglesia Católica.

El maltrato consistía no sólo en agresiones sexuales sino también en torturas sicológicas y en golpizas. Uno de los documentos evidenció además que la jerarquía eclesiástica de Dublín encubrió los hechos durante décadas.

En esta entrevista, el padre Fernando Montes, rector de la Universidad Alberto Hurtado, entrega su visión del tratamiento que ha dado la Iglesia a los casos de pederastia y analiza el rol que ha cumplido el cardenal Joseph Ratzinger.

-¿Qué gravedad revisten las denuncias que afectan a la Iglesia Católica de Irlanda, donde los obispos optaron por proteger a los sacerdotes acusados de pederastia?

-Me gustaría ubicar esta situación en un marco más amplio. No se trata de un fenómeno nuevo, porque se ha arrastrado a lo largo de la historia  y afecta no sólo a la Iglesia. En Roma y Grecia la pedofilia no era problemática. Afortunadamente hay un avance notable en la conciencia ética de la humanidad. Hoy juzgamos severamente este delito y, en particular, cuando hay religiosos involucrados. Esto me parece razonable, porque una falta moral de un sacerdote es especialmente delicada por su incoherencia y porque él debería ser un maestro. En este contexto, es claro que hubo abusos en Irlanda y que los obispos no procedieron como se debía. Por eso me explico el escándalo. A Dios gracias la situación se ha hecho pública para que podamos corregir el mal  de raíz. Para muchos esta enorme vergüenza es una gran oportunidad para que surja una Iglesia humilde, que reconozca sus flaquezas y caídas.

-¿Cuál es la trascendencia que tiene el gesto de Benedicto XVI de pedir perdón a las víctimas y recriminar duramente a la Iglesia de Irlanda en una carta pública?

-Que el Papa lo haya asumido es un hecho único. Muestra una nueva actitud y esto trasciende de una u otra manera para todos nosotros. En todo el mundo hay que hacer una revisión de fondo y con mucha honestidad para que una situación como ésta no suceda nuevamente. Y si ocurriera, porque somos seres humanos, que haya una inmediata corrección y reparación a las víctimas. En la carta de Su Santidad hay un hecho que debe ser subrayado: es la prioridad que adquieren las víctimas. Hay un cambio de perspectiva, porque antiguamente el obispo se preocupaba de sacar a un sacerdote de su lugar de trabajo, pero le faltaba mirar las cosas desde la óptica de las personas que eran agredidas y de las posibles futuras víctimas.

-¿Ve usted una diferencia sustantiva entre Benedicto XVI  y Juan Pablo II, en la forma cómo han tratado los casos de pedofilia al interior de la Iglesia?

-El cardenal Ratzinger era el encargado de ver estas denuncias durante el pontificado de Juan Pablo II (como prefecto de la Congregación para la Fe). Entiendo que se tomaron algunas medidas, pero también hubo casos sumamente emblemáticos, como el del padre Maciel, cuyo dossier estuvo paralizado en su escritorio y no se escuchó a las víctimas. Con el pontificado de Ratzinger hubo efectivamente un cambio radical de actitud. Obviamente influye la presión de la opinión pública, la extensión del escándalo, la profusa información y la nueva sensibilidad cultural frente al tema.  La situación producida en Estados Unidos nos ha hecho a todos tomar nueva conciencia y buscar soluciones más drásticas.

"El Papa está dando un mensaje fuertísimo al reunirse con los obispos irlandeses para hacerles ver la grave responsabilidad de haber ocultado los hechos. Si usted ha leído la carta de Su Santidad se dará cuenta de que el primer tirón de orejas es para ellos".

-Usted menciona el caso del padre Marcial Maciel. ¿A qué atribuye que El Vaticano demorara tanto tiempo en constatar la veracidad de los hechos? Recién en 2006 el papa Benedicto XVI resolvió aplicarle una sanción

-Durante mucho tiempo hubo una actitud de no creer que las denuncias en contra del padre Maciel fueran verdad. Ahí se procedió mal y eso lo han pagado caro tanto la Iglesia como los Legionarios. No se actuó con la prontitud ni con la perspectiva de ayudar, en primer lugar, a las víctimas, pues funcionó una especie de defensa corporativa en la Santa Sede y en la propia congregación.

-¿La Iglesia se ha visto obligada a asumir responsabilidades, más que nada por la presión pública?

-Sí y no. Es obvio, y lo mismo pasa con la justicia, que la denuncia es un factor que acelera el proceso. Por eso, la Iglesia ahora ha insistido en que se hagan las denuncias respectivas. Desde el punto de vista legal, conforme a la ley canónica, hay normas bastantes claras, pero en varios casos -desgraciada ohumanamente- se procedía de manera privada. En ocasiones se aplicaban sanciones y de eso la gente ni se enteraba. Pero nos hemos dado cuenta de que eso no basta: debe existir una corrección pública que evite el mal mayor. Ojalá, en la Iglesia, fuéramos más claros en denunciar y cuando veamos un caso así, los sacerdotes no esperemos la conmoción pública.

Reserva y secretismo

-En 2002, el cardenal Ratzinger instó a todas las diócesis del mundo a informar a Roma sobre los casos de sacerdotes involucrados en este delito. Sin embargo, también solicitó hacerlo bajo la mayor reserva. ¿Cuál es su visión sobre no advertir de estos hechos a las autoridades civiles?

-Si hay certeza del hecho, sin duda  hay que denunciar. Para un obispo es duro porque es como incriminar a un hijo. Pero la víctima también es su hijo. Por eso el ideal es que la víctima denuncie y la Iglesia colabore lealmente con la justicia para que se establezca la verdad y las penas. La legislación cambia de un país a otro. En algunos se obliga a dar a conocer el delito y en otros no. Para denunciar debemos estar seguros de los hechos. Me parece interesante ser prudentes, como ha pedido el cardenal Ratzinger, porque en caso contrario uno puede destruir injusta y cruelmente  la fama de un inocente.

-Pero este secretismo es justamente lo que permitió que los obispos de la Iglesia de Irlanda encubrieran a los sacerdotes que abusaron de niños durante años.

-Yo distingo la reserva del secretismo. La reserva es el fruto de la prudencia para no ventilar situaciones que no tengan visos de seria verdad y cuya discusión puede afectar también a las posibles víctimas. El secretismo es ocultar la verdad y eso nos ha hecho mucho mal. El Papa ha insistido en que el secretismo nos llevó a proteger a los hechores. Eso no puede continuar. El secretismo puede dejar sin justicia a la víctima.

"El secretismo nos ha hecho mucho mal"

-El vaticanista John Allen señala que la única manera de garantizar que situaciones como éstas no se repitan es que exista un control directo del Vaticano sobre los obispos.

-Creo que no se trata sólo de control. Pero es cierto que  se debe cuidar a los sacerdotes, y también es necesario dictar normas a los obispos. A mí me parece que en el caso de Irlanda, el Papa está dando un mensaje fuertísimo al reunirse con los pastores para hacerles ver la grave responsabilidad de haber ocultado estos hechos. Si usted ha leído la carta de Su Santidad se dará cuenta de que el primer tirón de orejas es para los obispos.

-¿Estos obispos irlandeses debieran seguir ejerciendo?

-Dentro del contexto de lo que era la sociedad irlandesa, probablemente procedieron como se había hecho siempre. En mi caso, siendo rector de colegio,  tuve un profesor acusado de abuso y los padres del niño agredido me suplicaron que no lo hiciera público. Conversé con varios rectores de Santiago para ver qué hacer. "Échalo cuanto antes", me dijeron. Lo hice y sentí que había actuado correctamente. Hoy, 25 años después, creo que debería haber denunciado el caso a la justicia pero así se actuaba hace 25 años.  Hay que analizar cada caso en su contexto. Si algún obispo hubiese faltado concientemente a su deber convendría cambiarlo.

-La diferencia está en que los obispos irlandeses no guardaron silencio por solicitud de las víctimas, como fue en su caso, sino para proteger la imagen de la Iglesia.

- Tal vez un mal entendido amor a la Iglesia les jugó una mala pasada. No puede haber una imagen sostenida sobre el dolor de víctimas inocentes, también miembros de la Iglesia. Dios ve lo más oculto y es ante Él que debemos ser transparentes si queremos ser creíbles para los hombres y mujeres de hoy.

-En su carta pastoral, el Papa señala que se debe ser indulgente con las personas, pero intransigente con el pecado. ¿Comparte dichas palabras?

-Las comparto totalmente. Yo distingo muy bien el delito y el hechor. El delito, si está configurado, tiene penas y éstas deben cumplirse. El próximo viernes voy a Punta Peuco a visitar a la gente que está allá. Con eso quiero decir que Dios, por pecadora que una persona sea, no deja de tener misericordia. No puedo dejar de respetar al pecador como persona, escucharlo y amarlo y, a la vez, como parte de mi amor, condenar lo que hizo y apoyarlo para que cumpla las penas y se enmiende. A menudo el castigo y el rechazo del pecado están unidos al respeto de las víctimas y al bien común de la sociedad. Dios no está reñido con el respeto a las personas.

-Algunas personas señalan que la Iglesia debiera replantearse una serie de cosas con estas situaciones, como, por ejemplo, el celibato

-No hay que confundir celibato con pedofilia. La enorme mayoría de los pedófilos no son célibes. Padrastros, abuelos, tíos, familiares...es impactante. Yo conozco el problema por la confesión. Es obvio que una persona llamada al celibato tiene que ser estudiada muy bien para que no haya desviaciones. Pero es un error unir celibato y pedofilia.

"En el caso de Monseñor Francisco Javier Cox se pidió a las eventuales víctimas que fueran a la justicia a declarar. La impresión que tengo es que no hubo denuncias, sino más bien malestar ante imprudencias, lo cual llevó a la Santa Sede a retirar al obispo y recluirlo en Alemania".

-En los últimos 10 años han explotado sucesivas denuncias de abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos de todo el mundo. ¿A qué lo atribuye?

-Primero, le doy una explicación cultural. La cultura pedía tratar estos temas  con una especie de silencio, como también se hacía con otras situaciones, como la violencia intrafamiliar, el maltrato a niños y mujeres, y la homosexualidad.  A Dios gracias, la cultura cambió y esto se habla. Por eso no me extraña que exista un mayor número de denuncias. Ahora bien, de los 400 mil sacerdotes que hay en el mundo, los acusados son una cifra  pequeña. Aunque hubiese uno solo me resultaría muy chocante , pero ciertamente hemos visto que son más que uno. Se trata de un asunto gravísimo, pero no generalizado.

-En su opinión, ¿cómo ha manejado la Iglesia Católica de Chile las acusaciones de pedofilia que se han detectado en nuestro país, como el caso de monseñor Cox?

-Chile no es una excepción en el mundo y hemos ido aprendiendo de nuestra experiencia. Creo, por ejemplo, que en el caso de Monseñor Francisco Javier Cox se pidió a las eventuales víctimas que fueran a la justicia a declarar. La impresión que tengo es que no hubo denuncias, sino más bien malestar ante imprudencias, lo cual llevó a la Santa Sede a retirar al obispo y recluirlo en Alemania. Es muy distinto el caso del padre Tato. Ahí hubo claramente hechos comprobados y la iglesia no lo protegió y colaboró con la justicia.

-El cardenal Ratzinger dispuso de una comisión de obispos para revisar el problema de los Legionarios. ¿Le parece una medida efectiva?

-Espero que el tenor de la carta del Papa, la extensión del daño causado y la ventilación de los casos en la prensa, obliguen a que las visitas sean muy acuciosas.

-En el caso de los Legionarios, ha trascendido que se estaría solicitando a un comisario para regular la actividad de esta congregación.

-De eso me he enterado, al igual que usted, en la prensa. El nombramiento de un comisario para una orden religiosa es una medida muy severa. Es, en el fondo, la destitución de sus autoridades. Es obvio que en una congregación como Los Legionarios, que es numerosa, la enorme mayoría de la gente está prestando un servicio fiel y ama a Jesucristo. Este comisario debería ir al fondo de los problemas, cuidando de no inculpar a los inocentes por algo que ni han hecho ni han conocido. Pero debe actuar con rigor con aquellos que, habiendo conocido los delitos, no actuaron, silenciaron a las víctimas y con las estructuras que existen no impidieron estas lamentables situaciones.

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