Por Reinaldo Escobar, desde La Habana Febrero 20, 2010

En dos años como presidente de Cuba, Raúl Castro se ha reunido con unos treinta mandatarios extranjeros, ha visitado Venezuela, Brasil, Rusia, Angola y Argelia, ha presidido cuatro sesiones del Parlamento y ha firmado ocho leyes. Ocupa menos espacio público del que monopolizaba su hermano Fidel. La represión a los opositores no ha cedido y para algunos ha aumentado, aunque suspendió la aplicación de la pena de muerte.

Se ha mostrado autocrítico, pero no hasta el límite de reconocer la inviabilidad del sistema. Sus temas más recurrentes han sido el ahorro, la sustitución de importaciones y la necesidad de aumentar la disciplina y el control.

Ha fortalecido los vínculos con Rusia y China, manteniendo la alianza con Venezuela e insiste constantemente en estar dispuesto a dialogar con Estados Unidos sobre todos los temas y sólo ha puesto una condición obvia: que sea en igualdad de condiciones.

La situación económica del país está al borde del colapso. La galopante improductividad, una imparable fuga de inversionistas, la falta de liquidez y un deprimente crecimiento del PIB de 1,4 % frente a la aspiración de entre 4 y 6 %, conforman un panorama desalentador. La gente en la calle ya no silencia su inconformidad y afloran nuevas formas de descontento, ajenas a las prácticas partidistas.

Pero el anterior resumen no expresa lo esencial: el fracaso. Una sabia lección de vida nos enseña que toda frustración es resultado de un exceso de expectativas. Quizás por eso los escépticos en Cuba sonríen socarronamente hoy frente a los soñadores que, hace dos años, vaticinaron sustanciales cambios tras la llegada al poder del general Raúl Castro.

El tiempo de las esperanzas había comenzado cuando a mediados de 2006 el "invicto" comandante en jefe y máximo líder de la Revolución, Fidel Castro, anunció su retiro provisional por motivos de salud, dejando en el intertanto a su hermano al frente del timón. Casi de forma automática, empezaron a ver la luz diferentes perfiles sobre la personalidad de Raúl Castro, quien durante medio siglo había funcionado de segundo al mando y de ministro de las Fuerzas Armadas. Se le atribuían dotes de buen administrador, al tiempo que le cargaban otras virtudes como un probado pragmatismo, estilo colegiado de dirección, capacidad para escuchar opiniones divergentes y hasta un tierno apego a la familia. Claro que siempre hubo quien recordó su reputación de hombre frío y sanguinario, y no faltó quien lo acusara -sin mostrar evidencias- de ser cobarde, dependiente de las opiniones de su hermano y alcohólico.

La fantasía popular, apoyada en intuiciones y en deseos largamente reprimidos, comenzó a propalar la inminente puesta en marcha de un supuesto "paquete de medidas" que, esperando la oportunidad, Raúl Castro había atesorado celosamente en su gaveta.

Las "generosas ventajas"

La primera gran oportunidad de mostrarse tal y cual algunos lo imaginaban pudo haber sido el 2 de diciembre de ese mismo 2006, fecha para la que Fidel Castro había desplazado la celebración de su cumpleaños 80. Todos los cubanólogos del mundo estuvieron pendientes de las palabras de Raúl y de cada uno de sus gestos. Nada dijo de introducir cambios, pero se atrevió a mostrar una rama de olivo al invitar a discutir "en pie de igualdad" el prolongado diferendo con el gobierno norteamericano.

Un año después de su promoción provisional, el 26 de julio de 2007, Raúl Castro tuvo la oportunidad de resumir el acto donde se conmemoraba el 54 aniversario del inicio de la etapa insurreccional de la Revolución. Su intervención desató las esperanzas de los más optimistas cuando dijo: "El salario aún es claramente insuficiente para satisfacer todas las necesidades", y más adelante: "Habrá que introducir los cambios estructurales y de conceptos que resulten necesarios". Frente a las pantallas de sus televisores, muchas amas de casa deben haber tenido la ilusión de que eso se traduciría en ajos y cebollas, plátanos y yucas a precios accesibles; otros imaginaron que los esperados cambios eran inminentes y volvió a circular el rumor del "paquete de medidas".

En Cuba no se ha producido un cambio de gobierno, sino la continuidad de una dictadura, a la que sería exagerado acusar de sangrienta, pero a la que es apropiado calificar de sanguínea.

Sin embargo, para los observadores más sensatos quedó claro desde entonces que no habría ninguna solución espectacular a los problemas que afectan el nivel de vida de la población y que el único recurso con que se contaba para aliviar las dificultades era -según él mismo declaró- que cada día se produjera más y se aplicaran con más rigor los controles.

Finalmente, llegó el momento de elegir a los miembros del Parlamento y a un nuevo Consejo de Estado, incluido su presidente. Apenas cinco días antes del 24 de febrero de 2008, fecha prevista para la proclamación de los nuevos cargos, Fidel Castro hizo pública su decisión de declinar cualquier candidatura. Llegaba así "la hora de Raúl". Ya no se podía seguir esgrimiendo el argumento de la provisionalidad que tenía supuestamente atado de pies y manos al hermano menor.

En su discurso de toma de posesión, anunció que "en las próximas semanas" se empezarían a eliminar algunas prohibiciones, en particular aquellas que se habían puesto en práctica con el objetivo de no hacer más notorias las diferencias sociales que habían aparecido en los 90. ¡Ahora sí!, pensaron los incautos y otra vez echaron a rodar los rumores cambistas.

Tres meses después (no tres semanas) quedaron abolidas las restricciones que impedían a los cubanos hospedarse en los hoteles y contratar un teléfono celular. Empezaron a venderse equipos reproductores de DVD, hornos microondas y computadores. Seis meses más tarde, la Ley 259 establecía la entrega en usufructo de tierras improductivas a quienes estuvieran en capacidad de sacarle provecho. Ni un solo paso se anunció que mejorara la situación de los derechos ciudadanos. Los presos políticos seguirían en las cárceles y el acoso policial a los opositores se sistematizaría y extendería a todo el país.

Tengo la impresión, basada seguramente en mi profunda incultura, de que en ningún país a un político le sería posible ganar unas elecciones presidenciales prometiendo a sus electores estas "generosas ventajas" que Raúl Castro ha promovido para su pueblo. Mucho menos si los salarios se entregan en una moneda que tiene un valor veinticuatro veces menor que los pesos convertibles con los que se puede acceder a una habitación de hotel, a una línea de telefonía celular, a comprar un horno o un computador importado desde China.

Dos años con Raúl... y nada

Los plazos traicioneros

Quizás la mayor habilidad que ha mostrado el general Raúl Castro en sus dos años como presidente formal de Cuba es la de ser un buen comprador de tiempo.

La no realización del VI Congreso del Partido Comunista es un buen ejemplo. El quinto se realizó entre octubre- noviembre de 1997 y los estatutos establecen que deben convocarse cada cinco años, de manera que en febrero de 2008 el atraso era mayor que eso. A los dos meses de haber tomado la presidencia, durante la realización del VI Pleno del partido, anunció que la máxima cita de los comunistas cubanos tendría lugar a finales de 2009, pero durante el VII Pleno del Comité Central del partido -realizado en agosto del año pasado- el propio Raúl informó que el Congreso del partido se posponía sin fecha fija. Aclaró que "de forma casi inmediata" se realizaría una Conferencia del partido para renovar los cargos del Comité Central, pero seis meses después nadie habla del asunto.

En la reunión del Parlamento de mediados de 2008, explicó a los impacientes que la clave para vencer era cumplir estrictamente el deber. En esa ocasión, se refrendó la Ley 259 sobre la entrega en usufructo de tierras ociosas. Esta medida es lo más lejos que ha llegado Raúl Castro como reformista. Se tomó como una solución al agudo problema de producción de alimentos, pero no ha traído los resultados esperados, entre otras cosas por las trabas burocráticas, el clientelismo con que se ha aplicado y la falta de estímulos que existe para dedicarse a trabajar una parcela que nunca será propiedad y cuyos productos no podrán ser comercializados libremente.

La asunción del poder de Barack Obama abrió muchas interrogantes sobre el más difícil problema de Cuba: el diferendo con los Estados Unidos. Una de las primeras decisiones del nuevo presidente norteamericano fue ordenar el cierre de la prisión en la base de Guantánamo; más adelante eliminó las restricciones impuestas por Bush para el envío de remesas y los viajes a la isla de cubano-americanos. En una entrevista concedida a la bloguera cubana Yoani Sánchez, el pasado 19 de noviembre, Obama declaró: "Estados Unidos no tiene intención alguna de utilizar fuerza militar en Cuba". No obstante "el imperialismo" sigue siendo tratado como el culpable de casi todos los males y poco se ha avanzado en el mejoramiento de las relaciones.

Toda la prensa es oficial y las entidades de la sociedad civil son correas de transmisión que obedecen lo que se ordena en las esferas de poder. En el Parlamento todos levantan la mano para votar a favor, excepto cuando están aplaudiendo.

Una de las típicas obligaciones de un presidente que asume es formar su gabinete. Raúl Castro había dicho el día de su toma de posesión que las designaciones de ministros tomarían un poco más de tiempo. Casi un año más tarde, en la sesión del Parlamento de diciembre de 2008 dijo lacónicamente: "La prioridad de otros asuntos nos impidió concluir los estudios y presentar a esta Asamblea la nueva composición del gobierno". Algo raro estaba pasando, pero entonces nadie podía adivinarlo.

El 3 de marzo de 2009 se despejaron las incógnitas. Doce altos cargos del gobierno cubano fueron "liberados de sus responsabilidades" en el más amplio "movimiento de cuadros" que se recuerde. La movida agregó combustible al debate en que se discutía si Fidel seguía aún al mando de la nave y Raúl estaba con las manos atadas esperando la solución biológica o si, por el contrario, el hermano mayor era un cautivo de quien fuera su eterno segundo y ahora está privado de ejercer una real influencia en el curso de los acontecimientos.

Un país fácil de gobernar

A diferencia de los países en los que se produce una alternancia en el poder, en la política doméstica cubana no hay diferentes partidos que pongan a competir sus plataformas programáticas para conquistar los votos del electorado; ni siquiera se conocen fracciones o tendencias dentro del partido gobernante. En Cuba no se ha producido un cambio de gobierno, sino la continuidad de una dictadura, a la que sería exagerado acusar de sangrienta, pero a la que es apropiado calificar de sanguínea.

Como todos los medios informativos son oficiales y las supuestas entidades de la sociedad civil son meras correas de transmisión que obedecen lo que se ordena en las esferas de poder, no es posible evaluar la gestión de un gobernante a partir de los instrumentos clásicos, como son las encuestas, las manifestaciones callejeras o las columnas de opinión. En el Parlamento todos levantan la mano para votar a favor, excepto cuando están aplaudiendo.

Al llegar a la mitad de su mandato, Raúl Castro ha visto llegar el tiempo de defraudar a aquellos que tanto esperanzó. Si Dios hubiera acogido en su seno al impertinente de su hermano, tal vez habría tenido la oportunidad de gobernar bajo su propio sello personal. Lo que hubiera resultado de esa probabilidad genera polarizadas discusiones. Lo que nadie duda es que bajo semejante sombra no hay quien logre brillar.

Con independencia de los éxitos o fracasos que coseche en el futuro, a Raúl Castro le quedan dos años de mandato, más todos los que quepan en las infinitas veces que sea reelegido. Por eso no tiene apuro en lo que se refiere a hacer reformas. Como todo mortal, envejecerá hasta el grado de la incapacidad total o hasta que logre ver la tan mencionada luz que anuncia la eternidad.

En ese momento ya nadie se hará la entonces olvidada pregunta de qué pasará en Cuba cuando no esté Fidel y finalmente sabremos lo que va a ocurrir cuando los Castro no estén. Para esa fecha, cercana o remota, el apetito de reformas será mayor y los hombres y mujeres que ahora tienen entre 20 y 40 años enfrentarán el futuro sin demasiados compromisos con el pasado. Habrá llegado el tiempo de cambiar.

* Periodista y bloguero cubano.

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