Por Andrew Chernin Octubre 24, 2009

© Marco Muga/ANFP

El silencio no es la mejor de las señales en un camarín de fútbol. Pero ahí, en ese vestidor del Estadio José Antonio Anzoátegui de Puerto La Cruz, el silencio -o la falta de palabras, si se quiere- era más que concluyente. Chile había perdido. Quedaba fuera de la Copa América de Venezuela 2007, porque el pragmático Brasil de Dunga le había encajado seis goles en un partido de cuartos de final. Y ésta era de las goleadas que duelen. Porque previo al partido, varios de los tipos que ahí se miraban callados habían participado de un escándalo que habría incluido a jugadores ebrios, acoso a mucamas del hotel donde alojaban y jamón, queso y mermelada lanzados por los aires. La prensa bautizaría la gracia como el Puerto Ordazo. Pero Harold Mayne-Nicholls lo entendería como el punto de quiebre.

Para él, ese camarín donde Nelson Acosta -el entrenador- no podía hablar por la amargura y donde Claudio Bravo lanzaba comentarios no muy felices por las seis pelotas que había tenido que ir a buscar a su propio arco, marcaba un hito. Un aviso de advertencia. Una señal de que las cosas así no podían seguir.

Porque Mayne-Nicholls, que en ese entonces ya llevaba algunos meses como presidente de la ANFP, no había dejado su puesto en la FIFA, tan cerca de la oreja de Joseph Blatter, para venir a Chile a ser testigo de qué tanto podía descomponerse una selección. Había venido a cambiar las cosas. Esa idea, de hecho, la había comenzado a parir un año antes, cuando todavía se jugaba el Mundial de Alemania. Ahí, mirando las 32 mejores selecciones del mundo -donde no estaba Chile-, se había convencido de que quería ser el presidente del fútbol.

El problema es que el resto no le creía.

Cuando estaba acá, a veces iba al estadio y se topaba con gente a la que quería meter en su lista. Les decía que quería competir por el sillón de la ANFP y ellos a veces le contestaban que estaba loco. Que por qué un tipo como él dejaría su tremenda pega en la FIFA para tratar de suceder la dudosa administración de Reinaldo Sánchez. Mayne-Nicholls, que era conocido como el gringo y que en 2007 ya tenía 46 años, siempre contestaba con una frase que sonaba tan mesiánica como desinteresada. Decía que si tenía esa buena vida, era por el fútbol chileno. Y que por eso, quería devolverle lo que le había dado. Así, después de haber sido coordinador general en la sede de Múnich para la Copa del Mundo de Alemania, Harold Mayne-Nicholls regresó a Santiago con la idea de cambiar el fútbol chileno en la cabeza y con la propuesta de cómo hacerlo en un PowerPoint.

La presentación era simple. Se llamaba Proyecto Fútbol Chileno 2007-2010 y tenía 14 planillas. Ahí hablaba sobre modernizar la administración de la ANFP y que el fútbol debía aportarle transparencia, confianza, solidaridad, democracia y equidad al país. Ese fue el sueño que les vendió a los clubes profesionales de Chile. Harold subió a aviones y manejó su auto para hablar con los presidentes de cada equipo y contarles que ese power point no trataba de salvarlo a él. Trataba de salvar al fútbol. Y ganó en una elección donde corrió solo y donde al final del día, había conseguido 47 de los 50 votos posibles.

Autogol

Marcelo Bielsa venía quitándole el sueño desde hace un tiempo. Lo que vio Mayne-Nicholls en Venezuela, sólo vino a adelantar un proceso que en su cabeza sólo puede haber sonado como lógico, pero que en el fútbol chileno era revolucionario: quería un entrenador que pusiera en la cancha el mismo método que él estaba llevando en su administración.

Porque en esos seis meses, la ANFP había cambiado por dentro.

Mayne-Nicholls tuvo que volar hasta Rosario mucho antes, y explicarle a Bielsa con palabras ese PowerPoint que tenía metido en la cabeza. Le dijo que lo quería para un proyecto que trataba de devolverle la dignidad al fútbol. Bielsa pidió videos. Quería los partidos de Chile en la Copa América de Venezuela.

Se instaló el horario de 9 a 18:30, a pesar de que Mayne-Nicholls siempre llega a las 8. Se pasó de una débil administración de 30 personas -en los tiempos de Sánchez- a un robusto equipo que mueve 70 personas y con un directorio de siete miembros que es dónde se toman todas las decisiones importantes. Un directorio que se junta todos los lunes y jueves de 9 a 10 de la mañana y donde cada vez que alguno de sus miembros sale a una reunión de negocios, debe hacerlo con un power point armado en su pendrive y usando cualquiera de las dos nuevas corbatas institucionales.

Selección Chilena de Fútbol

Contra Ecuador, la selección y la ANFP se jugaban su prestigio. Estuvieron a la altura.

El presidente, dicen en la ANFP, prioriza a los tipos que trabajan duro por sobre los talentos sin disciplina.

La selección de Mayne-Nicholls no fue fácil de armar. Cuando recibió el balance de 2008 de sus gerentes y no le gustó porque pensó que las cifras no se veían inconsistentes, no le quedó otra que externalizar la auditoría a Deloitte. Y vio que tenía razón. Y también vio cómo cinco de sus siete gerentes tuvieron que irse antes de tiempo.

El tipo que exigió que las banderas de todos los clubes chilenos estuvieran siempre puestas fuera de la sede de la ANFP y ordenadas según la tabla de posiciones, quería un técnico que completara la máxima que en ese 2007, llevaba un par de meses trabajando: el fútbol chileno tenía que jugar de la misma forma, dentro y fuera de la cancha.

Pero la llegada de Bielsa no era simple.

De partida, porque la ANFP de Mayne-Nicholls había heredado un déficit -dicen en Quilín- de 800 millones de pesos que recién esperan sanear a fines de este año. Porque se vieron amarrados a contratos que no consideraban buenos con Brooks y Canal 13. Y porque traer a Bielsa significaba que el presupuesto mensual de la ANFP quedaría en 90 millones de pesos mensuales.

Bielsa, le dijeron a Harold, te va a mandar a la mierda. Mayne-Nicholls sabía que tenía que probar.

Los dueños de la pelota

Gol de visita

Los medios notaron la llegada de Marcelo Bielsa un domingo por la noche. Pero la verdad es que había llegado antes. El sábado, de hecho. Sólo que no se habría quedado en Pinto Durán o en la casa de Mayne-Nicholls. Sino -como explican fuentes de Quilín- en la casa de Claudio Olmedo, el director de comunicaciones de la ANFP. Cuando Olmedo lo fue a buscar al aeropuerto, Bielsa no preguntó por fútbol, ni por nada que tuviera que ver con la pelotita. Quería saber cuánto era el sueldo mínimo en Chile, cuánto aportaba el cobre a la economía del país y cuál había sido la última película exitosa del cine local.

Olmedo, manejando con Bielsa por la Costanera Norte, ya comenzaba a entender por qué al argentino que tenía el lado acostumbraban decirle "Loco".

Pero ésa era sólo parte de la historia.

Porque para que el rosarino se convenciera de que quería heredar la selección de Acosta, Mayne-Nicholls tuvo que volar hasta Rosario mucho antes, y explicarle con palabras ese PowerPoint que tenía metido en la cabeza. Le dijo que lo quería para un proyecto que trataba de devolverle la dignidad al fútbol. Bielsa pidió videos. Quería los partidos de Chile en la Copa América de Venezuela. Mayne-Nicholls, que se devolvía esa tarde y no andaba con las cintas, ofreció tenérselas para el día siguiente.

Bielsa le preguntó si estaba seguro que alcanzaría. Era poco tiempo.

Al otro día, un mensajero de la ANFP tomaba un vuelo a Ezeiza con un bolso lleno de cintas. No sabía cómo era el tipo al que tenía que entregarle el paquete. Sólo tenía su nombre. El tipo que Bielsa había mandado tampoco sabía cómo era el chileno. Tenía su nombre y sabía que tendría que entregarle videos. Nada más.

Cuando llegaron a reunirse con la presidenta Bachelet, ocuparon el último argumento que les quedaba. Un estadio nuevo y moderno no sólo ayuda al fútbol. Ayuda a la ciudad. A la gente. Les mejora su calidad de vida.

El encuentro tiene que haber sido una cosa improbable. Dos tipos buscándose, dándose vueltas en un aeropuerto, sin más certezas que las instrucciones que les habían dado. Pero de algún modo se encontraron. Y Bielsa tuvo sus videos. Y Mayne-Nicholls tuvo a su entrenador.

Gol del honor

El equipo  tuvo que acordarse varias veces de la administración anterior. Sobre todo cuando supieron que en la era Sánchez, como explica una fuente cercana a Mayne-Nicholls, sólo tenían destinados US$ 5 millones para la organización del Mundial Femenino sub20 de 2008. Con esa plata, dicen en la ANFP, con suerte se repintan los camarines.

En Quilín tuvieron largas reuniones donde se tendría que resolver el acontecimiento más difícil que quizás enfrentará Mayne-Nicholls. Porque una Copa del Mundo, sea de la categoría que sea, no se trata de sólo organizar partidos y repartir medallas. Se trata de la imagen país. Y ése fue el argumento con que estuvieron seis meses convenciendo al gobierno de que tenía que ponerse con los estadios. De que tenían que ser partícipes de lo que en Chile iba a ocurrir en noviembre.

Olmedo, que es PS y había participado de la campaña de la presidenta, llamaba a la secretaria de Andrés Velasco y le pedía que se pusieran con dinero. También se juntaba con Osvaldo Andrade -que entonces era ministro del Trabajo- y le decía eso. Que el nombre de Chile era el que estaba en juego. Mayne-Nicholls hablaba con el vocero Lagos Weber y le repetía la historia. En el gobierno sabían que se trataba de un equipo serio. Sabían de Bielsa, de los 150 millones de pesos que se habían invertido en Pinto Durán.

Selección Chilena de Fútbol

Bajo la nueva gerencia, Chile quedó como el segundo mejor equipo de Sudamérica.

Cuando llegaron a reunirse con la presidenta Bachelet, ocuparon el último argumento que les quedaba. Un estadio nuevo y moderno no sólo ayuda al fútbol. Ayuda a la ciudad. A la gente. Les mejora su calidad de vida. Después de eso, la Presidencia anunciaría cuatro recintos nuevos y una inversión cercana a los US$ 100 millones. Ése fue el momento, juran en la ANFP, en que Mayne-Nicholls comenzó a sentir que las ideas que había puesto en ese PowerPoint de verdad eran posibles. No sólo porque después de eso la presidenta lo llamaba para felicitarlo constantemente, o porque la ANFP logró organizar un mundial donde se promedió la histórica cifra de 12.000 asistentes por partido, a pesar de que Chile perdió sus tres encuentros de primera ronda. Sino porque a Mayne-Nicholls, el tipo al que en la Concertación a veces le cargaban el mote de facho, había logrado romper ciertos estereotipos. La clase de estereotipos sobre los dirigentes, que hizo que el fútbol perdiera lo que alguna vez le había pertenecido.

Después de eso, vino lo que todos saben.

Chile clasificó ganando de visita en Medellín y el camarín, donde se repetían tantos nombres de Puerto La Cruz, le cantó a Bielsa que Chile iba al Mundial mientras el "Loco" sonreía y repartía abrazos. Aunque bastó que llegara Mayne-Nicholls para que los jugadores gritaran que querían doble premio. Harold dijo bueno. Pero sólo si le ganan a Ecuador. Cuatro días más tarde, Chile se despedía de las eliminatorias como el segundo mejor equipo de Sudamérica, ganándole por uno a cero a Ecuador. Pero algunos días antes, cuando ecuatorianos, argentinos y uruguayos especulaban si Chile saldría a ganar, Mayne-Nicholls recibió un par de llamadas desde Argentina. Una vino de un periodista que preguntaba si era cierto que Chile se dejaría perder. Si era verdad que había un acuerdo para ayudarse.

El presidente miró su oficina y vio el retrato restaurado de Carlos Dittborn, el dirigente que en 1962 fue capaz de traer un mundial a un país que aún no se reponía del terremoto más feroz de su historia. Que entendió que había cosas a las que el fútbol, por dignidad, sencillamente no se podía exponer.

-¿Es cierto eso, Harold?- insistía el argentino.

Mayne-Nicholls simplemente cortó.

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