Por Manuel Tironi y Rodrigo Tisi* Octubre 3, 2009

© José Miguel Mendez

Perdidos en el campo

En un mundo movido por señales, creencias y simbolismos que se hacen y rehacen globalmente, la imagen que transmite un país hacia el exterior -a turistas, inversores, capital humano avanzado- es extremadamente importante. La clave para que esta imagen-país sea convincente y efectiva es que sea auténtica. ¿Qué significa esto? Que no sea una invención publicitaria sino el reflejo de una sociedad, de su identidad más profunda. ¿Cuál es la identidad de Chile? No lo sabemos, nunca lo haremos; probablemente no hay una, sino un mix de varias.

Sea como fuere, lo cierto es que cuando una ciudad concentra a más de un tercio de la población de un país, ésta no puede quedar fuera de ese mix. No debe hacerlo. Pero es lo que está sucediendo con Santiago. Porque es evidente, al mirar la estrategia de imagen-país que se ha seguido hasta ahora, que la capital brilla por su ausencia. Toda la estrategia está basada en un Chile extremadamente rural, a ratos cool pero siempre campestre, salvaje o natural; un Chile único y all ways surprising, pero que sucede en la Patagonia o en los salares, entre las araucarias o las olas de surf.

Santiago, donde viven 6 millones de chilenos, donde se concentra el poder cultural, económico y político del país, se disuelve entre viñas y glaciares.

De paso y no me quedo

La culpa no la tiene la estrategia de imagen-país. Ésta no hace más que reflejar una situación mucho más crítica: efectivamente Santiago no atrae y no retiene. Es smart, tiene los mejores hoteles, alta tecnología y un Sanhattan, es estable y segura, a los ejecutivos globales les encanta, pero nada de eso ha servido: Santiago sigue siendo un punto obligado de pasada, un gran aeropuerto, una sala de espera, con suerte un paseo por el San Cristóbal o un pisco sour en Bellavista para matar esas noches muertas que el turista tiene que gastar antes de zarpar, finalmente, a su destino: Rapa Nui, Torres del Paine, San Pedro, esos lugares mágicos que le prometemos al mundo en los brochures promocionales.

No, la culpa no es de la imagen-país, ni de los hermosos parajes que tenemos en Chile. La culpa es de la planificación urbana de nuestra capital. O mejor dicho, la culpa es de la renuencia para integrar a la arquitectura como herramienta para aumentar la competitividad de la ciudad.

Hay que decirlo sin vergüenzas: Santiago necesita proyectos iconográficos de alta visibilidad que catapulten su identidad -por lo tanto la del país- hacia el mundo global. La identidad no es un commodity y no se trata de inventarse -a punta de edificios rutilantes- una ciudad que no nos representa. Por el contrario: se trata de sacarle rendimiento, de la mano del urbanismo y la arquitectura, a nuestra identidad urbana. Porque Santiago puede cambiar, y mucho. Podemos relanzarla.

Relanzando ciudades

Santiago

Nada nos impide dar el salto. O casi nada: siempre toparemos con el problema de los costos y las prioridades. Si se calcula cuántos hospitales o escuelas se pueden construir con lo que costaría, por ejemplo, transformar el Parque Metropolitano en un hito iconográfico de Santiago a nivel mundial, la controversia está asegurada.

Pero ahí estriba el primer error. La inversión en ciudades tiene importantísimos efectos multiplicativos. La evidencia es robusta. En una economía global donde los bienes y servicios navegan virtual y desterritorializadamente, se requieren ciudades donde el capital humano avanzado, las instituciones y las firmas que hacen posible esta economía mundializada, puedan incubarse, concentrarse y cooperar. Las ciudades, entonces, deben competir para ser atractivas, y el entorno urbano y el paisaje construido son un fuerte magneto. No es el único, pero una ciudad que no es capaz de plasmar su identidad y su historia en hitos memorables y espacios iconográficos, difícilmente podrá proyectarse como global.

Esto lo han entendido muchas urbes del mundo. Los casos de Bilbao y Barcelona son ya antología. Siguieron estrategias distintas. La primera optó por un museo-artefacto; la segunda por un esquema de regeneración urbana -el famoso modelo Barcelona-, que fusionaba grandes operaciones, arquitectura de calidad y participación ciudadana con fuertes dosis de marketing urbano. Las dos estrategias han sido criticadas, pero vistas con la distancia del tiempo, es innegable que lograron reposicionar a sus respectivas ciudades en el mapa global con su identidad, y no a costa de ella.

No es gratuito, por lo demás, que hoy veamos a grandes urbes actualizando su imagen y su compromiso urbano. París está implementando el ambicioso Grand París, un plan a gran escala para reinventar la ciudad al 2025. ¿Qué necesidad tiene la ciudad con más turismo del mundo de "venderse" al mundo? Ninguna. Pero la capital francesa entendió que en un mundo cambiante que impone nuevos desafíos ambientales, culturales y políticos, los laureles ganados ya no le bastaban para dormir tranquila. Sin escatimar esfuerzos, invitaron a diez importantes oficinas de arquitectura de todo el mundo -los estudios de Jean Nouvel, Richard Rogers, Winy Maas y de Portzamparc, entre ellas- para que propusieran su visión del París 2025. El Grand Paris, entonces, no es sólo un intento por hacer de la capital francesa una ciudad más sustentable, integradora y conectada. También es una estrategia para reinventar la imagen-ciudad que tan fuertemente se imprimió en la era Mitterand y que ya mostraba signos de agotamiento.

Repensando la ciudad: ¿Dónde está Santiago?

Nueva York hace lo suyo con su PLANYC para el 2030. El diagnóstico es rotundo: hemos crecido, triunfado en la arena global, tenemos una mejor calidad de vida que hace treinta años, pero hoy enfrentamos problemas de nuevo cuño relacionados con la sostenibilidad de la ciudad, específicamente con el crecimiento poblacional de las próximas décadas, la obsolescencia infraestructural y el deterioro medioambiental. Ante estos desafíos, el PLANYC propone desarrollar planes a gran escala en cinco áreas: suelo (vivienda, regeneración urbana), agua (humedales, calidad), transporte (congestión, actualización infraestructura), energía (ahorro) y aire (contaminación).

Lo que saldrá de estos planes no será sólo un enchulamiento de la ciudad: lo que hacen Nueva York y París es actualizar su imagen, su identidad y, de paso, asegurarse un lugar en el mapa de las urbes globales.

Más cerca de casa, Medellín -la nueva niña bonita del urbanismo- ha logrado una combinación que parecía imposible, al menos en América Latina: beneficio social y arquitectura de calidad. De la mano de la Empresa de Desarrollo Urbano de Medellín, esta ciudad colombiana no sólo ha logrado regenerar barrios, frenar la violencia urbana y crear integración social, sino también posicionarse como un referente en urbanismo social y proyectos urbanos integrados.

¿Qué hacer con Santiago?

Santiago tiene dos opciones: o mantiene el statu quo, administrando su éxito económico y aceptando su condición de paso; o se atreve a celebrar su identidad urbana. Creemos que, por el bien del país, deberíamos optar por esta segunda opción.

¿Pero cómo hacerlo?

El primer paso es apostar por una arquitectura pública de calidad. La arquitectura chilena es reconocida en el mundo entero, pero su fama es "residencial": a nuestros arquitectos los conocen por sus magníficas casas de descanso o sus inteligentes viviendas sociales. Es hora de que ese genio se vuelque hacia la ciudad.

El segundo paso es aceptar que no somos un país rico y que debemos alejarnos de la idea de la megaintervención de autor que aluniza en la ciudad (el affaire Niemeyer en Valparaíso resuena aquí), y acercarnos, por el contrario, a proyectos que reciclan y aprovechan innovadoramente lo que ya tenemos.

¿Qué pasaría si en un futuro no tan lejano se inaugura un nuevo Parque Metropolitano? ¿Uno que transforme la forma en que lo transitamos, ocupamos y miramos? Suspiramos por el Central Park de Nueva York, y no nos damos cuenta de que si se trata de parques urbanos, Santiago está en la liga mundial con el parque más grande del continente.

Sobre la base de estas premisas, creemos que un plan para relanzar Santiago tendría que apostar por consolidar el centro de la ciudad, el espacio donde se concentran nuestros lugares emblemáticos. Concretamente, proponemos tres intervenciones.

¿Qué pasaría si en un futuro no tan lejano se inaugura un nuevo Parque Metropolitano? ¿Uno que transforme la forma en que lo transitamos, ocupamos y miramos? Suspiramos por el Central Park de Nueva York, y no nos damos cuenta de que si se trata de parques urbanos, Santiago está en la liga mundial con el parque más grande del continente. Éste podría ser un lugar para el ocio, la celebración y la contemplación de nuestra propia sociedad y un motor de cohesión. El cerro es el pivote de comunas como Vitacura, Providencia, Huechuraba y Recoleta. El parque es un aglutinante: unifica, a través de su borde, extremos sociales y culturales. Y aunque ya existen proyectos para este lugar, ninguno de ellos enfatiza la importancia de integrar sus distintos frentes.

Santiago

Y qué sucedería si hacemos de Plaza Italia lo que de una buena vez debería ser: el gran espacio del encuentro. Existen pocos lugares en Santiago más cargados histórica, cultural y simbólicamente. Cuando queremos celebrar ese algo que nos une y nos convierte en un Nosotros mayor a la suma de las partes, el santiaguino sabe, casi  instintivamente, que el lugar es la rotonda Baquedano. Hoy este espacio -un híbrido a medio camino entre rotonda congestionada, estación intermodal y boulevard fraccionado- no cumple con los requisitos que su uso e importancia urbana exigen. Un proyecto innovador de espacio público podría recoger estos elementos, darles un nuevo registro y potenciar uno de los lugares más significativos de la ciudad.

Y, finalmente, qué pasaría si convirtiésemos la zona del Mercado y la Vega Central en una gran celebración de la cultura urbana de la ciudad. Sería una forma de reconocer uno de los espacios más ricos, originales y vivos de la ciudad, y de paso señalar que "cultura" no son sólo los museos y las muñecas gigantes, sino también prácticas sociales y estrategias de consumo/producción en los espacios cotidianos de la vida popular. El Mercado y la Vega con sus respectivos entornos ya son espacios emblemáticos de la identidad santiaguina, pero abandonados a su suerte y sin una continuidad urbana que los potencie como un centro integrado de actividades. Este lugar podría ser el gran paseo de la cultura culinaria santiaguina. Hoy, sin embargo, está perdido entre paraderos de micros, nudos viales y desórdenes urbanos de todo tipo.

Hace más de un siglo, Benjamín Vicuña Mackenna trazó lo mejor de la ciudad y nos dejó un puñado de espacios de los que hoy estamos orgullosos. Hoy necesitamos urgentemente replicar el gesto. Hay que ser generosos. Invitaremos, inspirados por lo que hizo Vicuña Mackenna en su momento, a personalidades contingentes para repensar Santiago. En casa tenemos, por lo demás, a excelentes profesionales. Y convocaremos también a la ciudadanía para que de ella salgan más ideas de ciudad. Urge hacerlo. El país está ad portas de ingresar al mundo desarrollado. Y tiene que hacerlo aportando con su cultura y una imagen renovada de su identidad, lo que incluye, por supuesto, al más importante centro urbano de Chile: Santiago.

*Ambos son académicos de la UC y dirigen el proyecto SCL2110 -ganador del Fondart-, que traerá a seis importantes arquitectos y artistas internacionales para reflexionar sobre el futuro de Santiago.

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