Por Enrique Mujica, Director Julio 30, 2009

Benito Baranda no visita La Pintana. Vive ahí. Es vecino de El Castillo. El lunes pasado, en la noche anterior a esta entrevista, se dio una vuelta por esa población. "Ojo, son ocho poblaciones", dice. "Casi 50 mil habitantes. Estuve conversando con los chiquillos en las esquinas. No había mucha gente vendiendo droga porque hacía frío. Los días más complicados y peligrosos son los viernes y sábados. Y los problemas se ha acentuado con el desempleo: hay mucha gente que hace nada durante el día", relata.

Baranda leyó el reportaje "Santiago ocupado", que la revista Qué Pasa y Ciper publicaron la semana pasada. 662 mil personas en Santiago viven en territorios dominados por la violencia y el narcotráfico y donde son pocos los que se atreven a entrar. Para él, es cosa sabida. Nada nuevo. Es director social del Hogar de Cristo. Pero, sobre todo, es un experto en pobreza. Debe ser de los pocos chilenos de clase alta que conoce los ghettos capitalinos. Y a quienes viven en ellos.

-Alejandro Olivares, el fotógrafo del reportaje, contaba el caso del "Pulmón", un adolescente de una población, pastabasero, sin dientes, marginal ¿Pulmón tiene salvación o lo veremos morir?
-Bueno, ese chiquillo en Chile no tiene tratamiento, porque no contamos con un centro de diagnóstico dual. Lo más probable es que sufra un trastorno siquiátrico o sicológico y además consume droga. El Estado tiene que gastar mucha plata en él, porque hoy, con suerte, los internan en un hospital siquiátrico, pero no los someten a un tratamiento con diagnóstico dual.

El quid del asunto para Baranda es el siguiente: existen 200 mil jóvenes en Chile que están fuera del sistema escolar. No van al colegio desde hace rato y se levantan a hacer nada. Por lo menos el 10% de ellos es reclutado, a los 12 ó 13 años, por las redes delictuales. Un ejército de 20 mil adolescentes. Muchos armados, con trastornos sicológicos e historias familiares de violencia. Son los que se toman las poblaciones a nombre de los capos.

"Si ellos quisieran, podrían destrozar muchas ciudades de Chile, destruir en una protesta sus mismas poblaciones", dice Baranda. Entonces, según él, hay que comenzar por el principio: políticas sociales vigorosas para este segmento. "No se han hecho hasta ahora", señala.

-¿Por qué?
-Porque esos jóvenes no votan. Parecería que sale más barato reprimirlos.

Baranda sostiene que adolescentes tipo "Pulmón" requieren con urgencia volver al liceo ("hay escasos programas para los que sufren un alto grado de retraso escolar"). Luego reinsertarlos laboralmente ("en el grupo del 5% de los jóvenes más pobres, el desempleo marca 60%"). Tratarlos con siquiatras y terapeutas. Ofrecerles trabajos en sus propias poblaciones: monitores deportivos, artísticos. No dejar que abandonen la escuela. Seguirles la pista apenas haya un atisbo de renuncia a las drogas.

-¿Cuánto cuesta eso?
-Tres veces la subvención escolar actual por chiquillo. Pero ojo: es un tercio de lo que cuesta un muchacho encarcelado.

-Sinceramente: ¿cree que los chilenos que no viven en esas poblaciones están dispuestos a destinar más recursos para jóvenes que son vistos como potenciales delincuentes o casos perdidos?
-Si tú le demuestras a una persona de cualquier estrato social que un chiquillo logra cambiar su vida, generas una emoción tremenda.

Ok, dice Baranda: gastemos en represión y en las cárceles, pero sin olvidarse de los que caminan por la calle: "Hemos solicitado insistentemente que por cada peso invertido en un joven encarcelado, invirtamos el mismo peso en el que está fuera para reinsertarlo escolarmente". Por ahora, la respuesta no ha sido del todo positiva. Baranda es crítico de las autoridades. Cree que para un megaproblema no han existido megasoluciones.

Borrarlas del mapa

Baranda cita dos casos para sustentar otra de sus teorías sobre cómo acabar con las zonas ocupadas: borrar del mapa a las poblaciones marginales. Uno es en Filadelfia. Ahí, el Estado evacuó -literalmente- el barrio más peligroso de la ciudad. Los pobladores eligieron dónde vivir. A algunos los reinsertaron en el centro urbano, en sectores abandonados que el gobierno quería recuperar. En Nantes, Francia, lo mismo. Bloques enteros fueron dinamitados.

"Es como si evacuaras La Legua", dice. Y agrega: "De hecho, yo hubiese destruido todo El Volcán, no sólo algunas casas. Son viviendas mal hechas. Es un costo que debemos asumir: construirles a esos pobladores casas más integradas, de mejor calidad y en otro sector".

-¿Cómo terminar con los ghettos?
-Formulando un diseño poblacional diferente. Armar la ciudad de otra manera. Las intervenciones en Inglaterra, por ejemplo, están pensadas a 30 años. Desarrollan una propuesta de intervención de un territorio y lo atacan por todos los frentes. Durante décadas.

-¿Quién pone el dinero?
-El Estado, pero también fundaciones privadas.

-¿La solución es así de drástica en Santiago: hay que evacuar poblaciones marginales ahora ya?
-Sí, claro. Habla con el alcalde de San Joaquín. Su compromiso es sacar parte de La Legua. Ahí existe una zona que se llama Legua Emergencia. Es el lugar en donde se refugia gran parte de los delincuentes. Todos lo saben, pero nadie actúa. Es insólito.

-¿Pero los pobladores de La Legua, de Lo Castillo, de la San Gregorio, por nombrar algunas, quieren moverse de ahí? ¿No es atentar contra su libertad obligarlos a emigrar?
-Si les haces una buena oferta, sí se moverían. Muchas de las parejas jóvenes de estas poblaciones podrían vivir en el centro de Santiago gracias a los subsidios que hoy existen. Eso sale mucho más barato que las intervenciones que despliega el Estado para combatir el narcotráfico en esos lugares. Piensa que el 99% de los pobladores es gente decente, que se saca la mugre, pero que vive sometida por el 1% que se dedica a la delincuencia.

-Usted dice que hay que reubicarlos dentro de la ciudad, no más en la periferia. No es tarea fácil eso.
-Personas como Patricia Matte se opusieron en su momento a que erradicaran las poblaciones que existían en la zona oriente, como El Ejemplo y El Esfuerzo. Te aseguro que los indicadores de alcoholismo, de deserción escolar, de delincuencia, serían muchos más bajos si esas personas viviesen hoy en Escrivá de Balaguer y no en El Castillo. Sé que hay un fuerte rechazo de la clase acomodada, de mi clase: no queremos vivir al lado de las personas de extrema pobreza porque los consideramos una amenaza. Pero les puedo asegurar que es ¡peor la amenaza cuando armas ghettos!

-¿A qué se refiere con amenaza?
-Si queremos efectivamente vivir en una sociedad más confiable y segura, estamos cometiendo el peor de los errores. La evidencia empírica internacional dice eso: mientras más segregación, mayor violencia y tensión social. Y no necesitaremos 40 mil ó 50 mil policías, sino 100 mil y más.

-Los ghettos permiten obviar los problemas a quienes no viven en ellos. Están lejos los otros.  Allá ellos.
-Una asistente social de una de las comunas periféricas, hace como dos décadas, en una reunión en el CEP, dijo que entre la gente pobre había que diferenciar a la que era buena de la que era mala. Y agregó que con los malos no había mucho que hacer. Bueno, con los malos trabajamos dentro del Hogar de Cristo. Tenemos a varios de los chiquillos de las patotas que han dejado de estar en esos grupos y se han integrado a las cuatro escuelas que tenemos. No se puede dar por perdido a un hijo, a un hermano.

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