Por Stephanie Arellano Febrero 4, 2015

“No me siento a escribir una línea si es que antes no me considero una suerte de autoridad en el tema”. Así de categórico es el periodista peruano Daniel Titinger (1977) sobre lo que mejor sabe hacer: reportear exhaustivamente. Si antes fue editor en revista Etiqueta Negra, actualmente es director de un diario deportivo (Depor). “Ahora mismo podría estar dirigiendo una revista de economía o de anatomía o de física cuántica, y creo que le pondría las mismas ganas, la misma pasión. Lo que me motiva es la curiosidad, explorar otras formas de hacer periodismo”, dice.

Para su libro Un hombre flaco. Retrato de Julio Ramón Ribeyro, entrevistó durante tres años a 70 personas, entre las cuales destacan Guillermo Niño de Guzmán, Jorge Coaguila y Alida de Ribeyro, la viuda del cuentista peruano.

En el proceso, además de transcribir, redactar, editar y volver a redactar, bajó más de 20 kilos y fumó de la misma manera en que lo hizo su escritor favorito. A tal punto llegó la obsesión de Titinger con Ribeyro, que en su antebrazo derecho -antes de terminar el libro- se tatuó una frase de Julio Ramón: “Donde empieza la felicidad, empieza el silencio”.

-¿Cómo fue el proceso de recrear una vida sin hablar con el protagonista? Sobre todo, en este caso, si se trata de tu escritor favorito.

-Pues bastante normal. Siempre que he escrito un perfil pongo a la persona al centro de un diagrama casi planetario, y voy dibujando círculos alrededor de este planeta central. En los círculos más cercanos sitúo a las personas que fueron muy cercanas al protagonista del perfil, y conforme los círculos se alejan, se alejan también esas cercanías. Se puede recrear la vida o las pasiones de una persona a través de la gente que la rodeó. Conversando con ellos. Los amigos son claves, los amigos son parte de uno mismo. Es decir, se puede saber cómo somos -o fuimos- a través de los amigos.   

-¿Quedó algo de Ribeyro en ti, luego de escribir Un hombre flaco? Además del tatuaje en tu brazo derecho.
-Esto es algo que me lo han preguntado mucho, y he respondido mucho, también, que sí, que adelgacé, que fumé, que nadé en el mar como él, pero conforme han pasado los días creo que mis respuestas han sido muy apuradas. Demoré tres años en este libro y en tres años me han pasado cosas muy ribeyrianas como cosas nada ribeyrianas. Así que Ribeyro ha sido una gran obsesión en mi vida, pero también lo dejará de ser. Salvo el tatuaje que cargaré siempre, no creo llevar más equipaje ribeyriano para el futuro.

-Si conoces a alguien que nunca ha leído a Ribeyro, ¿qué cuento le recomendarías?

-Si lo único que me pides recomendar es un cuento, recomendaría “Silvio en El Rosedal”. No tengo ni la menor idea de por qué te respondo esto. A Ribeyro hay que leerlo completo.

-Imaginemos que podemos retroceder el tiempo y que tienes la opción de hacerle una sola pregunta a Ribeyro: ¿cuál sería?
-Él tenía un método para casi todo: fumar, escribir, beber, jugar. Me gustaría preguntarle por qué cree que le costó tanto tiempo encontrar un método para ser feliz.

“Un hombre flaco. Retrato de Julio Ramón Ribeyro” (Ediciones UDP), de Daniel Titinger.

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