Por Diego Zúñiga Agosto 20, 2014

Lo dijo Ricardo Piglia en una conversación que sostuvo con Juan José Saer en los años 90: “Toda gran literatura existe porque se relee. Por eso toda gran literatura es totalmente opuesta a la idea del libro que se lee y se tira”.

La frase nos sirve para situarnos frente a Buscanidos (Hueders), tercer libro de Matías Celedón (1981): una novela breve que esquiva cualquier atisbo de una literatura convencional y que apuesta todo en el lenguaje, en aquellas imágenes bellas y oscuras que la conforman.

Hay una historia, claro: Santos y Luna, una pareja nómade, recorren distintos pueblos de un país innominado, buscando mejor suerte para sus vidas precarias. Los acompaña Omar, un niño huérfano a cargo de la pareja, en este viaje en el que siguen a una caravana que cada año se instala en un valle para la fecha de los carnavales.

Hay una historia, claro, pero a Celedón no le interesa indagar desde lo explícito en ella. No sucumbe a la dictadura de la trama, sino más bien opta por profundizar en aquellas palabras que conforman este paisaje lleno de animales, de ratas, de aves, de cactus, de leones famélicos, de un río seco, de hambre. Un paisaje agreste en el que instala a estos personajes, que viven a la deriva, evitando la mala suerte, la pobreza. No sabemos mucho de su pasado, tampoco de su presente, pero los acompañamos en este viaje porque la escritura de Celedón es capaz de armar -y sostener- una atmósfera inquietante, que nos obliga a seguir leyendo, a no querer abandonar este mundo misterioso.

Aquí no hay lugares comunes ni frases hechas, sino más bien un ejercicio admirable por encontrar aquella palabra justa, por cuidar el lenguaje como casi ningún escritor chileno lo hace hoy en día. Por eso la frase de Piglia tiene sentido cuando leemos Buscanidos: porque Celedón escribe libros que nos exigen releerlos y encontrar, en cada nueva lectura, aquellos detalles que vuelven a sus novelas más fascinantes e impredecibles.

A $8.000 en librerías.

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