Por Rodrigo Fresán Junio 25, 2014

Esto es leyenda y es, también, verdad: el 26 de junio de 1948 la entonces “para toda la familia” The New Yorker publica esa cumbre del relato macabro que es “La lotería”. Reacción instantánea: cientos de lectores horrorizados cancelan su suscripción al semanario, miles de cartas expresando furia y casi demandando el linchamiento en público de la autora. Una tal Shirley Jackson (San Francisco, 1916-1965). Desde entonces no sólo considerada reina del espanto doméstico, sino también a partir del 2010 inscripta en el glorioso catálogo de Library of America junto a Twain, Melville, etc.

Y Siempre hemos vivido en el castillo (Minúscula) es junto a La maldición de Hill House su novela más conocida y celebrada. Y una y otra -thrillers freaks, thrillers de Jackson- funcionan en cierto modo como hermanas gemelas pero diferentes. Mientras la segunda reformula el tópico de la casa embrujada, la primera opta por un realismo irreal. Lo que es sobrenatural en Hill House, en la Mansión Blackwood es natural pero monstruoso. Y gran parte del escalofrío viene de la magistral y poco confiable voz narradora de la adolescente Mary Katherine “merricat” Blackwood desgranando el espanto de amarse tanto en familia como de estar aislados y asediados por todo un pueblo de Nueva Inglaterra que los considera poco menos que monstruos. La idea de una disfuncionalmente funcional familia muy normal, que no lo es tanto, encuentra en Jackson a una médium perfecta. A la vez que ésta encontró en los dominios de los Blackwood  el plano perfecto donde amueblar en código buena parte de las fobias y neurosis de su carácter, y su escaso interés de salir de casa.

Merricat es alguien de quien nos hacemos amigos desde las primeras líneas sabiendo que, detrás de su gracia confiándonos que le gustaría haber nacido mujer lobo, aletea la desgracia del deseo concedido de manera retorcida y, sorpresa, el más bestial y triste final feliz. Una bruja autodidacta, cuyo influjo resulta más que visible hoy en autores como Stephen King, A. M. Homes o Joyce Carol Oates. Y cuya discusión sobre venenos y pócimas varias anticipa el final de su creadora, muerta a los 48 años, alcohólica y adicta a las anfetaminas, obesa mórbida y, en los últimos meses de su vida, agorafóbica y encerrada en la pequeña habitación del castillo de sus pesadillas, que -en lo poco que demoramos en leer pero sabiendo que jamás olvidaremos este pequeño gran libro- son y serán, también, las nuestras.

“Siempre hemos vivido en el castillo”, de Shirley Jackson. A US$ 28.04 en www.bookdepository.com.

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